Caminos De Escape

Martes por la noche.

Frank Scott se dirigió hacia el departamento de Oscar con la ayuda de Jhon Bell, quien maniobraba la camioneta por las calles oscuras y silenciosas.

—Aquí es —dijo Jhon, deteniendo el vehículo frente al edificio—. Vive en el departamento 4, según me dijo el dueño del lugar.

Frank sonrió, sintiendo una mezcla de anticipación y determinación.

—De acuerdo —respondió mientras abría la puerta de la camioneta—. Ya puedes irte; yo me ocuparé del resto.

Jhon asintió, un leve brillo de confianza en sus ojos, y se marchó lentamente del lugar, dejando a Frank solo bajo las sombras del edificio. La brisa nocturna acarició su rostro mientras observaba la puerta del edificio preguntándose qué le esperaba al otro lado.

Con un último suspiro para calmar sus pensamientos, Frank se acercó a la entrada del edificio, listo para enfrentar lo que viniera.

Finalmente, Frank entró al edificio y caminó por el pasillo iluminado tenuemente por las luces parpadeantes del techo. La madera crujía bajo sus pies mientras se acercaba al departamento 4. Se detuvo frente a la puerta y tocó suavemente.

Dentro del departamento, Oscar estaba sumido en sus pensamientos, haciendo una oración silenciosa. El sonido del golpe en la puerta lo interrumpió, llevándolo de regreso a la realidad. Con un suspiro que parecía cargar todo su peso, se levantó de la silla donde había estado sentado.

—¿Quién podrá ser? ¿Será la limpieza? —pensó Oscar con una mezcla de curiosidad y preocupación mientras se acercaba a la puerta.

Con cada paso hacia la puerta preguntándose quién estaría al otro lado.

Hasta que finalmente abrió la puerta, el crujido del viejo marco resonó en el aire. Oscar notó al hombre parado frente a él, con una expresión que le resultaba extraña.

—¿Qué se le ofrece? —preguntó Oscar, tratando de mantener la calma.

—¿Tú eres Oscar Cooper? —inquirió Frank, su voz rebosante de seguridad.

La pregunta dejó confundido a Oscar; poca gente en esa ciudad sabía sobre su verdadero nombre. Una oleada de desconfianza lo invadió.

—¿Y quién lo pregunta? —respondió, tratando de ocultar su inquietud.

Frank soltó una sonrisa confiada, casi alocada, que hizo que una pequeña alarma sonara en la mente de Oscar.

—Eso confirma que sí eres tú. No es verdad, campeón? —dijo con un tono burlón, inclinándose ligeramente hacia adelante como si disfrutara del juego.

Oscar sintió un escalofrío recorrer su espalda; había algo inquietante en este tipo y sabía que no podía bajar la guardia.

De pronto, Frank soltó un suspiro profundo; sabía que era hora de actuar. Con una rapidez sorprendente, atacó desde el marco de la puerta, lanzando varios puños rápidos hacia Oscar. Sin embargo, Oscar se movió con agilidad, esquivando los golpes con una precisión que lo sorprendió a él mismo. Retrocedió un poco, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.

—Ya sabía que algo pasaba —dijo Oscar, su voz firme pero tensa—. Dime quién rayos eres y qué quieres.

La puerta se cerró tras Frank con un estruendo que resonó en el lugar vacío, dejando a ambos hombres atrapados en el departamento. La atmósfera se volvió pesada; el aire estaba cargado de tensión y confusión.

Oscar observó a Frank con desconfianza, preparándose para lo que podría venir a continuación. Sabía que este encuentro no era casual y que había algo más detrás de esa sonrisa.

—Brown —murmuró Frank en voz baja, como si pronunciar el nombre fuera un veneno.

—¿Brown? —replicó Oscar, su voz cargada de desdén—. Ése infeliz.

La tensión en el departamento se palpaba; los muebles y las estanterías llenas de libros parecían contener la respiración ante el inminente conflicto.

Frank se acercó a Oscar con rapidez, lanzando una patada con la pierna derecha. Oscar reaccionó instintivamente, levantando ambos brazos como un escudo.

Sin darle tregua, Frank giró y lanzó otra patada, esta vez con la izquierda. Oscar logró detenerla con una sola mano, sintiendo cómo su muñeca vibraba ante la fuerza del golpe.

Pero Frank no se detuvo; atacó de nuevo, esta vez con un puño directo al pecho de Oscar. El golpe lo sorprendió y lo hizo retroceder hasta chocar contra la ventana, el cristal temblando levemente ante la presión.

Oscar respiró hondo, sintiendo cómo la adrenalina corría por sus venas.

Frank vio su oportunidad cuando Oscar quedó atrapado contra la ventana. Se acercó rápidamente y lanzó un puño dirigido a la altura de su cabeza. Sin embargo, Oscar reaccionó con rapidez, girando con agilidad justo a tiempo. El puño de Frank impactó con fuerza en el cristal, haciéndolo estallar en mil pedazos que cayeron al suelo como una lluvia afilada.

Sin darle respiro, Frank lanzó otro puño en un intento desesperado, pero Oscar lo esquivó nuevamente, girando hacia el otro lado. El segundo golpe también encontró solo vidrio, resonando con un crujido agudo que llenó el aire.

Los fragmentos de cristal brillaban peligrosamente alrededor de ellos mientras los sonidos del vidrio roto se mezclaban con sus respiraciones entrecortadas.

Aprovechando un momento de confusión, Oscar empujó a Frank con todas sus fuerzas, logrando crear un poco más de espacio entre ellos. Frank perdió momentáneamente la estabilidad, pero en un instante se recolocó y volvió a ponerse en guardia, su mirada fija y desafiante.

Oscar lo observaba seriamente; ambos sabían que no podían permitirse cometer errores.

Frank saltó en un movimiento acrobático, ejecutando una pirueta en el aire antes de lanzar una patada poderosa. Oscar, anticipando el ataque, alzó su brazo y permitió que la patada impactara contra su antebrazo, sintiendo la vibración del golpe recorrer su cuerpo.

Al caer al suelo, Frank no perdió tiempo y comenzó a lanzar una serie de golpes rápidos. Oscar, demostrando su experiencia, se movía con agilidad, esquivando cada ataque mientras defendía lo mejor que podía.

Después de retener varios impactos, llegó su momento para contraatacar. Con determinación, Oscar lanzó un fuerte puño cerrado directo a la cara de Frank. El impacto resonó como un trueno, seguido por una patada certera al pecho que hizo que Frank volara hacia atrás, chocando contra la puerta de entrada con un estruendo ensordecedor. La puerta se rompió bajo su peso, dejando un agujero visible.

Frank quedó sentado en el pasillo, aturdido y respirando pesadamente. Oscar caminó hacia él con una mirada seria, antes de dirigirse hacia la salida del edificio. Sabía que continuar la pelea dentro podría resultar en daños costosos y problemas innecesarios.

Mientras Frank se limpiaba un poco de sangre de los labios, observó cómo Oscar salía afuera. Los vecinos, atraídos por el estruendo, asomaron sus cabezas por las puertas entreabiertas. Murmullos llenaron el aire mientras contemplaban la escena surrealista: una puerta destrozada en el pasillo y un hombre sentado en el suelo.

Frank se levantó rápidamente y salió al exterior del edificio, donde la noche fría lo envolvió como un manto helado. Las calles estaban desiertas, solo el sonido de sus pasos resonaba en el silencio.

—No quiero tener una pelea innecesaria —dijo Oscar, tratando de mantener la calma.

—¿Qué estupideces estás diciendo? —replicó Frank con desdén—. ¿No eres un campeón? Parece que en realidad eres más bien un cobarde.

Oscar lo miró fijamente, su expresión seria revelando poco sobre sus verdaderos sentimientos.

—Me dijeron que te gusta meterte con mujeres ajenas. ¿Por qué será? —continuó Frank, buscando provocar una reacción.

—No sabes lo que dices. No conoces la situación —respondió Oscar, tratando de mantener su compostura.

—Prepárate, esta vez pelearé en serio y te arrepentirás de haberme provocado. Espero que no tengas miedo; aquí no hay reglas —amenazó Frank, su voz cargada de desafío.

—Ya cállate y pelea de una vez —dijo Oscar, adoptando una postura defensiva mientras su corazón latía con fuerza en su pecho.

En su mente, Oscar pensó con preocupación: *Parece que no hay más opción que pelear. Seguramente Brown lo mandó a hacer esto.*

El aire frío cortaba como cuchillas mientras ambos hombres se preparaban para el inevitable enfrentamiento, cada uno cargando su propio peso emocional y físico en esa oscura noche.