CADA DÍA

...[Para Protegerte]...

El sol se filtraba tímidamente por la ventana, pero en mi mundo solo existía la penumbra. No importaba cuán brillante fuera el día allá afuera; aquí dentro, todo parecía teñido de gris. La casa donde Areu me había traído era un refugio, sí, pero también una jaula. No sabía quiénes éramos realmente, ni siquiera si podía llamarnos "nosotros" después de todo lo que había descubierto.

Areu caminaba de un lado a otro, su figura imponente recortada contra la tenue luz. Su presencia llenaba el espacio, pero ya no era el mismo hombre que conocí. Había un muro invisible entre nosotros, construido con secretos, mentiras y sangre.

Me senté en el borde del sofá, abrazando mis rodillas. Aún podía sentir los ecos del miedo, los gritos de aquellos hombres, el dolor de sus golpes. Y, sobre todo, la traición: la verdad sobre Areu.

Él se detuvo, sus ojos encontrando los míos. Esa mirada me atravesó como una daga, cargada de emociones que no sabía cómo descifrar. Se acercó despacio, como si temiera que pudiera romperme con un solo paso.

—Mia stella, —susurró, usando ese apodo que solía derretirme el corazón. Ahora solo me hacía sentir un vacío profundo.

No respondí. Solo lo observé, esperando que dijera algo, cualquier cosa que no fuera una mentira.

Se sentó a mi lado, sus dedos rozando mi mejilla con una delicadeza que contrastaba con la violencia de su mundo.

—Sé que tienes miedo, —dijo en voz baja—. Y tienes razón en tenerlo. Pero no voy a dejar que te hagan daño otra vez.

Sus palabras eran una promesa vacía. Lo sabía. Pero una parte de mí quería creerle, porque si no lo hacía, ¿qué me quedaba?

—¿Y mi papá? ¿Samay? —mi voz tembló al mencionarlos. La incertidumbre era peor que cualquier herida física.

Areu suspiró, desviando la mirada por un segundo.

—Están bien. Siguen seguros—dijo finalmente, su tono firme pero con una sombra de duda que no pasó desapercibida.

No le creí del todo, pero no insistí. ¿De qué serviría? Él nunca me diría toda la verdad.

El silencio se instaló entre nosotros, espeso y opresivo. Entonces, de repente, se giró hacia mí, tomando mis manos entre las suyas.

—Ahora más que nunca hay que permanecer juntos, —dijo, sus ojos brillando con una intensidad que me quemaba por dentro—. Ahora más que nunca necesito tenerte cerca. No solo porque te amo, sino porque podrían volver a hacerte daño… y no me lo perdonaría.

El nudo en mi garganta se hizo más grande. No sabía qué era peor: el miedo a sus enemigos o el miedo a él mismo, a lo que representaba, a lo que nunca me había contado.

—¿Cómo puedes decir eso después de todo? —mi voz salió más fuerte de lo que esperaba—. ¿Después de mentirme, de ponerme en peligro sin que yo siquiera supiera en qué me estaba metiendo?

Su mandíbula se tensó, pero no apartó la mirada.

—Nunca quise que esto pasara. Pero pasó. Y haré lo que sea para arreglarlo.

Me solté de sus manos, incapaz de soportar su cercanía por más tiempo.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Matar a todos los que me miren mal? —escupí con sarcasmo, aunque el miedo en mi pecho era real.

Él no respondió de inmediato. Se levantó y caminó hacia la ventana, su silueta rígida como una estatua de mármol.

—Si es necesario… —murmuró finalmente, apenas un susurro.

Esa fue la confirmación que no quería escuchar.

Las horas pasaron lentamente, el día se desvaneció en sombras mientras Areu seguía sumido en sus pensamientos. Yo intentaba no derrumbarme, pero el peso de la realidad me estaba aplastando.

Cuando la noche cayó, él se acercó de nuevo, su rostro endurecido por una determinación que me dio escalofríos.

—No puedo perderte, —dijo, su voz baja pero firme—. Voy a hacer algo para protegerte. Algo que cambiará todo.

Lo miré, mi corazón latiendo con fuerza en el pecho.

—¿Qué vas a hacer?

Su respuesta fue un silencio implacable.

Se inclinó y me besó. Un beso que sabía a despedida, a desesperación. No quise corresponderle, pero mis labios traicionaron mi corazón. Porque, a pesar de todo, aún lo amaba.

Esa noche, la tensión entre nosotros se transformó en algo más oscuro, más crudo. La pasión que nos unía se tiñó de rabia, de dolor. Nos desnudamos con torpeza, como si quisiéramos arrancarnos la piel para olvidar quiénes éramos.

Sus manos recorrieron mi cuerpo con una mezcla de ternura y furia contenida. Nuestros besos eran una batalla, una lucha por mantenernos a flote en medio de la tormenta.

Cuando finalmente nos rendimos al deseo, fue una explosión de emociones reprimidas. No fue solo sexo. Fue una necesidad primitiva de sentirnos vivos, de olvidar por un momento el caos que nos rodeaba.

Después, nos quedamos en silencio, nuestras respiraciones entrelazadas en la oscuridad. Sentí su mano acariciando mi cabello, pero no dije nada. No había palabras suficientes para llenar el abismo que se había abierto entre nosotros.

—Voy a arreglar esto, —murmuró antes de quedarse dormido.

Me quedé despierta, observando su rostro en la penumbra. Sabía que estaba planeando algo. Algo grande. Algo que podía destruirnos a ambos.

Pero lo que más me asustaba no era eso.

Era el hecho de que, pese a todo, aún quería quedarme a su lado.