CADA DÍA

...[La cruda verdad]...

El dolor en mi rostro latía al compás de mi corazón, una punzada constante que me mantenía anclada a la cruda realidad. Estaba atada a una silla vieja en un almacén oscuro, con el eco de mis propios sollozos mezclándose con el silencio incómodo que me rodeaba. Los hombres que me habían secuestrado no se molestaban en disimular sus intenciones.

Pero no fue el dolor físico lo que más me lastimó.

—¿Aún no lo entiendes, tesoro? —dijo uno de ellos, con una sonrisa burlona mientras caminaba en círculos frente a mí—. Tu precioso Areu no es quien crees. Es un mafioso, uno de los más peligrosos ¿Pensabas que un hombre como él podía ser solo un empresario exitoso?. Jamás tuvimos cómo llegar a él… hasta que apareciste tú.

No quise creerlo. No al principio. Pero las piezas comenzaron a encajar solas: sus llamadas misteriosas, su actitud de control, la manera en la que todos parecían respetarlo —o temerlo— sin que él lo pidiera.

¿Cómo no lo vi antes?

El eco de mis propios sollozos se mezclaba con el silencio incómodo del almacén. Estaba oscuro, con una única bombilla parpadeante colgando del techo, iluminando mi rostro hinchado y sucio. La sangre seca en la comisura de mis labios sabía a hierro y rabia.

Entonces, la puerta se abrió de golpe.

Mi corazón se detuvo un segundo.

Areu.

Su figura se recortaba contra la tenue luz del exterior. Vestía de negro, su rostro impasible, pero sus ojos… sus ojos estaban llenos de una furia contenida que jamás había visto. No corrió hacia mí, no gritó. Caminó con una calma peligrosa, cada paso resonando en el silencio cargado de tensión.

Y entonces lo vi a él. Nikolai.

El líder de estos hombres. Su sonrisa era la de alguien que se sabía en control, que disfrutaba del juego. Caminaba alrededor mío como si yo fuera un trofeo exhibido, sus pasos lentos y calculados, rozando mi silla con sus dedos, provocándome incluso en mi peor momento.

Areu no reaccionó como esperaba. No lo empujó, no lo golpeó. Solo lo observó, con una intensidad que me heló la sangre. Su mandíbula estaba tensa, sus puños apretados a los costados.

—Vaya, vaya… —murmuró Nikolai con una voz suave, casi divertida — El gran Areu Gambino, reducido a esto por una simple mujer. Pero,¿Dónde están tus modales, Areu? —murmuró Nikolai, su voz suave y venenosa—. ¿No vas a saludar a tu querida Katherine?

Areu no respondió de inmediato. Su mirada estaba fija en la mía, leyendo en mi rostro el dolor, el miedo, y algo más: traición.

—¿Qué quieres? —su voz fue un susurro grave, pero cada palabra pesaba como plomo.

Nikolai sonrió, inclinándose un poco hacia mí, susurrándome al oído solo para molestar:

—Pensamos que era intocable, pero todos tienen un punto débil. Y el finalmente cayó… y solo por ti ved’ma*.

(Bruja en ruso)*

El corazón me martillaba el pecho. No sabía si era por el miedo o por la rabia.

Entonces, sin previo aviso, estalló el caos.

Un disparo rompió el silencio, seguido de una lluvia de balas. Hombres armados irrumpieron desde las sombras, gritos y el sonido metálico de las balas llenaron el aire. Mi grito se perdió en el estruendo.

Areu se movía con una precisión letal. No era la primera vez que hacía esto, lo supe al instante. Se cubría, disparaba, avanzaba con una frialdad que me dejó paralizada. Cada movimiento calculado, cada disparo certero.

Nikolai desapareció entre el caos, deslizándose en la oscuridad como una sombra más. Areu no fue tras él. No apartó su atención de mí ni un segundo.

Cuando todo terminó, el eco de los disparos se desvaneció, dejando solo el sonido de mi respiración entrecortada. Areu corrió hacia mí. Sus manos, firmes pero temblorosas, desataron las cuerdas que me mantenían prisionera.

—Katherine… amore… —su voz era un susurro quebrado—. Estoy aquí. Ya pasó.

Pero no había pasado.

Me aparté instintivamente, el dolor físico mezclándose con el emocional. Lo vi todo en sus ojos: el miedo, la culpa, el amor… pero también la verdad.

—¿Es cierto? —mi voz salió apenas un susurro—. ¿Todo lo que dijeron?

Areu no mintió. No intentó suavizar la verdad.

Solo asintió.

Y supe que el hombre al que había amado no existía del todo. O tal vez sí, pero envuelto en un mundo del que nunca quise formar parte.

Me desplomé en el suelo, no por el dolor físico, sino por la realidad que me aplastaba.

Areu se quedó allí, inmóvil, mirándome como si supiera que acababa de perder algo que ni todo su poder podría recuperar.

Pero yo ya no sabía qué sentir.

Odiarlo parecía imposible. Amarlo… aún más.