Ander Hernández, un futbolista nacido en cuna de oro, decide ocultar su apellido para construir su carrera sin la sombra de su influyente padre. En su camino, conoce a Dalia Molina, una mujer que desafía los estándares tradicionales de belleza con su figura curvilínea y sus adorables mejillas.
Dalia, que acaba de sufrir una pérdida devastadora, se enfrenta al reto de sacar adelante a su madre y a su hermana menor. Pero su mundo da un giro inesperado cuando un hombre, tan diferente de ella en apariencia y situación económica, irrumpe en su vida, alterando todos sus planes.
A pesar de sus diferencias, tanto físicas como sociales, los corazones de Ander y Dalia laten al unísono, mostrando que, aunque sean polos opuestos en muchos aspectos, comparten lo más importante: un espíritu noble y un amor que trasciende todas las barreras.
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Parte 10
Ander
Había algo en ella y en su familia que me hacía sentir en casa, a pesar de todo lo que había pasado en mi vida. Despedirme de ella no fue fácil, pero sabía que debía concentrarme en mi entrenamiento. El camino hacia el aeropuerto estuvo lleno de pensamientos sobre Daila, su sonrisa, su risa, y la forma en que me miraba. No podía esperar a volver a verla.
El primer día de entrenamiento fue intenso. Me desperté temprano, ansioso y con el corazón acelerado. Sabía que tenía que dar lo mejor de mí. Llegué al campo y, mientras me ponía los guantes, sentía la presión de mi padre y sus tontas palabras: “Los arqueros no sirven, porque no importa que hagan, siempre les van a meter gol. Es mejor ser delantero, mediocampista o defensa”
Empezamos con los ejercicios de calentamiento y luego pasamos a los ejercicios específicos para arqueros. Mi entrenador principal, el señor Martínez, era conocido por ser extremadamente exigente. Nos hizo trabajar en nuestra agilidad, reflejos y comunicación con los defensores. Era agotador, pero cada gota de sudor valía la pena.
Mientras me preparaba para un ejercicio de tiros a puerta, noté a un hombre en el borde del campo. Tenía una expresión de reconocimiento en su rostro, como si me conociera. Cuando se acercó, supe de inmediato quién era.
—Ander, ¿verdad? —dijo con una sonrisa.
—Sí, soy yo —respondí, algo sorprendido.
—Soy Carlos Mejía. Jugué con tu padre hace muchos años.
Mi corazón se detuvo por un momento. Carlos Mejía había sido uno de los mejores compañeros de equipo de mi padre en su juventud. No esperaba encontrar a alguien que conociera tan bien mi historia familiar aquí.
—Vaya, es un honor conocerlo, señor Mejía —dije, tratando de mantener la compostura.
—Llámame Carlos —respondió—. Tu padre hablaba mucho de ti. Siempre dijo que serías un gran arquero.
Sentí una mezcla de orgullo y tristeza. Mi relación con mi padre había sido complicada, pero saber que había hablado de mí de esa manera me conmovió profundamente.
—Gracias, Carlos. Eso significa mucho para mí.
—Tienes el mismo talento y potencial que él —continuó Carlos—, pero veo en ti algo más. Tienes una determinación y una humildad que a él a veces le faltaba. Aprovecha eso, Ander. Puede llevarte lejos. Siempre debes tener un ancla, pero uno de verdad.
Era la indirecta de porque mi papá no había podido seguir siendo el mejor jugador del país.
La conversación con Carlos me dejó reflexionando. Durante el resto del entrenamiento, sentí una conexión más fuerte con mi objetivo. Cada parada que hacía, cada orden que daba a mis defensores, era un paso más, hacía demostrar que podía ser tan bueno como mi padre, pero también ser mi propia persona.
Al final del día, estaba exhausto pero satisfecho. Me quedé en el campo un poco más, practicando algunos tiros y reflexionando sobre lo que había aprendido. Extrañaba a Daila profundamente. Su apoyo y amor eran mi ancla. Sabía que en cuanto terminara, la llamaría para contarle todo.
De regreso a mi habitación en el centro de entrenamiento, tomé mi teléfono y le envié un mensaje: “Acabo de terminar el primer día de entrenamiento. Fue intenso, pero increíble. Conocí a un excompañero de mi papá. Te extraño tanto. No puedo esperar para verte de nuevo”.
Su respuesta fue casi inmediata: “Estoy tan orgullosa de ti, Ander. Eres increíble. También te extraño mucho. Sigue dando lo mejor de ti. Nos veremos pronto”.
Esas palabras fueron como un bálsamo para mi alma cansada. Sabía que este camino no sería fácil, pero con Daila a mi lado, sentía que podía enfrentar cualquier desafío.
En los días siguientes, el entrenamiento continuó siendo demandante. Cada día estaba más determinado a demostrar mi valía. Carlos me daba consejos adicionales, compartiendo historias sobre mi padre y enseñándome trucos que él había aprendido a lo largo de su carrera. Poco a poco, empecé a sentir que estaba construyendo mi propio legado, un legado que no solo se basaba en el nombre de mi padre, sino en mi propio esfuerzo y dedicación.
Extrañaba a Daila con cada fibra de mi ser, pero cada día de entrenamiento me acercaba más a mis sueños y a la posibilidad de estar con ella sin reservas. Sabía que ella estaba ahí, apoyándome desde la distancia, y eso me daba fuerzas para seguir adelante.
Cuando el fin de semana llegó, me permití un pequeño descanso y la llamé. Su voz era música para mis oídos, y nuestras conversaciones eran la mejor parte de mi día. Hablamos sobre nuestros días, nuestras esperanzas y nuestros miedos. Cada llamada reforzaba mi determinación de ser la mejor versión de mí mismo, no solo por mí, sino también por ella y por todo lo que estábamos construyendo juntos.
Me comento como aun le hacía daño la ausencia del papá, como seguía presente queriendo volver a verlo, como quería escribirle a su papá y sentir que estaba ahí. Aunque ninguna de las tres lo dijera, cada una tenía un vacío para un padre y esposo que siempre estuvo presente.
Mi padre nunca fue el mejor, siempre prefería ir a festejar con sus amigos, siempre llegaba tarde y no le importaba cuando estuviera la prensa encima de él para contar cosas malas de él. No le importaba absolutamente, no tenía respeto para sus hijos y su esposa.
Yo no podía decir que iba a sufrir tanto como estaban sufriendo ellas, porque yo me había distanciado demasiado de toda mi familia, no quería seguir repitiendo patrones, no quería lastimar a gente buena que viniera a mi alrededor. Siempre que miraba a esas tres mujeres, pensaba en como me gustaría verlas feliz.
La mamá de Dalia era joven, amable y tenía unas vibras muy cálidas, tal vez en el futuro se podría permitir sentir algo por alguien. Olivia era una adolescente típica que solo se reía y le gustaba todo lo referente con grupos coreanos, callada y reservada, que aun tenía mucho por crecer. Dalia, simplemente había asumido muchos cargos que jamás fueron responsabilidad de ella.
—Bueno, muchachos. Nos vamos a trasladar, comenzará con entrenamiento hasta el próximo fin de semana, que tendrán libre para pasar tiempo con su familia o lo que quieran hacer —Todos festejaron —. Menos tomar o hacer algo que los pueda perjudicar.
