En un mundo de apariencias perfectas, Marina creía tenerlo todo: un matrimonio sólido, una vida de ensueño y una rutina sin sobresaltos en el exclusivo vecindario de La Arboleda. Pero cuando una serie de mentiras y comportamientos extraños la llevan a descubrir la verdad sobre Nicolás, su esposo, su vida se desmorona de manera inimaginable.
El amor, la traición y un secreto desgarrador se entrelazan en esta historia llena de misterio y suspenso.
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El alma y la quimera
La puerta frente a Marina se cerró con un eco ensordecedor. Ahora estaba en un corredor interminable, con muros de un blanco cegador que parecían desvanecerse hacia el infinito. Cada paso que daba era seguido por el eco de un segundo par de pisadas, suaves pero constantes.
—¿Quién está ahí? —preguntó, girándose bruscamente.
El hombre estaba de pie al final del pasillo, su silueta oscura contrastando con el entorno inmaculado. Sin embargo, algo era diferente: su figura parecía más definida, más real.
—¿Me estás siguiendo? —preguntó Marina, intentando ocultar la mezcla de curiosidad y temor que la consumía.
—¿O eres tú quien me sigue a mí? —respondió el hombre, con una sonrisa que era más sombra que luz.
Marina se acercó a él, sus pasos rápidos y decididos.
—Quiero respuestas, —dijo, plantándose frente a él. —Tú estás en el centro de todo esto. Mi muerte, ese relicario, los sueños... ¡Nada de esto tiene sentido!
El hombre inclinó la cabeza, como si estuviera evaluando su determinación.
—Entonces, ven conmigo, —dijo simplemente, extendiendo una mano hacia ella.
Marina dudó. Había algo en sus ojos que la inquietaba, una promesa de conocimiento y peligro en partes iguales.
—¿Adónde me llevarás?
—Al lugar donde todo comenzó, —respondió, con un tono que no permitía objeciones.
El umbral del misterio
El pasillo se desmoronó a su alrededor en cuanto tomó su mano. La sensación fue como caer al vacío, aunque sus pies nunca dejaron de tocar el suelo. El aire a su alrededor se volvió más denso, cargado de una energía que zumbaba en sus oídos.
De repente, estaban en un bosque. Los árboles eran altos y retorcidos, sus ramas entrelazándose en un techo natural que apenas dejaba pasar la luz. El suelo estaba cubierto de hojas secas, y un silencio absoluto reinaba, roto solo por el crujido de sus pasos.
—¿Dónde estamos? —preguntó Marina, mirando a su alrededor con desconfianza.
—En el corazón de tu propia alma, —respondió el hombre, caminando delante de ella.
—Eso no tiene sentido, —protestó.
—Nada aquí lo tiene, —replicó él, girándose para mirarla. —Pero este lugar guarda las respuestas que buscas.
Marina quiso responder, pero algo llamó su atención. Entre los árboles, pudo ver una figura borrosa. Parecía estar observándola, aunque nunca se movía.
—¿Qué es eso? —preguntó, señalando hacia la figura.
—Tu quimera, —dijo el hombre, con un tono sombrío.
La confrontación
Marina avanzó hacia la figura, ignorando el intento del hombre de detenerla. Mientras se acercaba, la figura se hacía más nítida. Era un hombre, vestido con ropas antiguas y desgastadas, con el rostro oculto bajo una capucha.
—¿Quién eres? —preguntó Marina, sintiendo que su voz temblaba.
La figura levantó lentamente la cabeza, revelando un rostro que le era vagamente familiar.
—Soy aquello que perdiste, —dijo con una voz que resonó en lo profundo de su mente.
—¿Qué significa eso? —exigió, dando un paso más cerca.
—Significa que soy las decisiones que no tomaste, los secretos que no revelaste, y las verdades que nunca enfrentaste.
—¡Eso no tiene sentido! —gritó, su frustración creciendo.
La figura extendió una mano hacia ella. En su palma descansaba el relicario, brillando con una luz intensa.
—Lo que buscas está aquí, —dijo.
El relicario y la revelación
Marina miró el relicario con recelo. Cada vez que lo había tenido cerca, había traído consigo dolor y confusión.
—¿Qué se supone que haga con eso? —preguntó.
El hombre de los sueños apareció junto a ella.
—Ábrelo, —dijo con un tono que sugería tanto urgencia como advertencia.
—¿Y si no quiero? —replicó Marina, cruzándose de brazos.
—Entonces nunca entenderás, —dijo él, su voz bajando a un susurro. —Nunca sabrás quién soy... ni quién eres realmente.
Esas palabras hicieron eco en su mente. Con un suspiro, extendió la mano y tomó el relicario. Al instante, una oleada de recuerdos invadió su mente: su infancia, sus primeros amores, las decisiones que la llevaron a este momento.
Pero no eran solo sus recuerdos. Había otros, fragmentos de vidas que no reconocía pero que sentía como propios. Y en todos ellos, el hombre de los sueños estaba presente, observándola desde las sombras.
La conexión eterna
—¿Qué significa esto? —preguntó, sintiendo que sus piernas flaqueaban.
El hombre la sostuvo antes de que cayera.
—Significa que nuestras almas están ligadas, Marina. No solo en esta vida, sino en todas las anteriores.
—¿Por qué? —susurró, mirando el relicario que ahora parecía arder en su mano.
—Porque somos partes de la misma historia, —dijo él. —Un ciclo que se repite una y otra vez.
—¿Y Samuel? ¿Nicolás?
—Ellos también están atrapados en este ciclo, aunque no lo saben.
Marina apretó los dientes, sintiendo una mezcla de rabia y desesperación.
—¿Cómo salimos de esto?
El hombre la miró con una intensidad que la hizo estremecer.
—Rompiendo el ciclo.
La decisión final
—¿Qué tengo que hacer? —preguntó Marina, su voz firme a pesar del temblor en sus manos.
—Deja ir, —dijo el hombre. —Deja ir el pasado, el odio, el amor no correspondido. Solo así podrás liberarte.
Marina miró el relicario una última vez. En su interior, podía ver destellos de los momentos que la habían definido, tanto los buenos como los malos.
—Esto es todo lo que soy, —susurró.
—No, —corrigió el hombre. —Es todo lo que fuiste.
Con un último suspiro, Marina lanzó el relicario al suelo. Este se rompió en mil pedazos, liberando una luz cegadora que lo envolvió todo.
Cuando la luz desapareció, Marina estaba de pie en un prado verde, el cielo azul extendiéndose sobre ella. El hombre estaba a su lado, pero ahora parecía más humano, menos etéreo.
—¿Esto es el final? —preguntó, sintiendo una extraña paz.
—Es el principio, —respondió él, con una sonrisa.
Y juntos, comenzaron a caminar hacia lo desconocido.