"El lío de Carlos" es una novela inspirada en una historieta escolar que narra las aventuras de Carlos, un joven carismático, despreocupado y amante de la diversión. Con su espíritu libre, disfruta explorando sus relaciones, coqueteando sin límites tanto con las chicas, pero tal parece que el destino cambiara el rumbo de su vida.
Por otro lado, se encuentra Janeth una joven trabajadora y determinada que enfrenta una lucha personal por encontrar una cura para su abuelo. En medio de los enredos y dramas que rodean la vida de Carlos y Janeth, sus caminos se cruzarán de formas inesperadas. ¿Logrará el amor triunfar entre tantas dificultades? Acompaña a estos personajes en una historia llena de emociones, retos y descubrimientos.
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Capítulo 13: Desiciones a la fuerza
El padre de Carlos había salido de la ciudad por cuestiones de trabajo. Su ausencia, que se prolongaría durante una semana, ofrecía a Carlos un tiempo perfecto para reflexionar y tomar una decisión sobre el ultimátum que le había dado. Sin embargo, dos días después de aquella intensa discusión con su padre, Carlos seguía sumido en una profunda apatía.
En su casa, el timbre sonó y la mucama fue a abrir la puerta.
—Hola, buen día, ¿se encuentra Carlos? —preguntó Sebastián con tono relajado.
—Sí, señor, déjeme avisarle. —La mucama lo hizo pasar al salón, donde Sebastián tomó asiento mientras ella subía a buscar a Carlos.
Unos minutos después, la mucama regresó.
—El joven Carlos no desea bajar.
Sebastián soltó un suspiro exasperado, agradeció a la mucama y subió directamente a la habitación de Carlos. Al abrir la puerta, la oscuridad reinaba en el cuarto. Las cortinas estaban cerradas, y el aire pesado reflejaba el estado anímico de Carlos, quien seguía acostado en la cama, inmóvil.
—Despierta —dijo Sebastián mientras lo movía con firmeza.
Carlos no respondió.
—Despierta, vamos. —Sebastián insistió, pero Carlos simplemente se giró, dándole la espalda.
Sebastián, frustrado, caminó hacia las ventanas y abrió las cortinas de golpe. La luz inundó la habitación, haciendo que Carlos se tapara la cara con la cobija. Sin decir una palabra, Sebastián se acercó, tomó la cobija y la arrancó con un tirón antes de lanzarla lejos.
—Levántate, Carlos —dijo con seriedad.
Carlos soltó un gruñido, pero no se movió. Sebastián, sin perder la paciencia, lo agarró por el brazo y lo tiró de la cama.
—¡¿Qué te pasa?! —protestó Carlos, ahora en el suelo, frotándose el brazo adolorido.
—No me dejaste otra opción. Ve a arreglarte, vamos a desayunar. Te espero abajo. Y, si no bajas, vendré otra vez, pero te aseguro que no será tan amable.
Carlos miró a Sebastián con molestia, pero este se limitó a sonreír y salir de la habitación, cerrando la puerta detrás de él.
A regañadientes, Carlos se levantó y se arregló. Minutos después bajó al comedor, donde Sebastián ya lo esperaba. Ambos se sentaron, y un mesero de la casa sirvió el desayuno.
Sebastián lo observaba mientras Carlos comía en silencio, sin mostrar emoción alguna. Finalmente, decidió hablar.
—¿Qué te pasa? Llevas dos días sin ir a trabajar y tienes una cara que parece que el mundo se te viene encima.
—Nada. —Carlos respondió sin levantar la vista.
Sebastián entrecerró los ojos, claramente sin creerle.
—¿Nada? Muy bien, entonces voy a llamar a tu padre para que me diga lo que está pasando.
Carlos levantó la mirada y lo fulminó con una mezcla de enojo y agotamiento.
—No te metas.
Sebastián sonrió con picardía.
—¿Ah, no? Entonces explícame por qué estás así. Vamos, soy tu amigo. Dime la verdad.
Carlos dejó los cubiertos sobre el plato con un suspiro pesado.
—Es él... Mi padre.
Sebastián se recargó en la silla, esperando que Carlos continuara.
—Quiere que me case con alguien que eligió para mí.
Sebastián arqueó una ceja.
—¿Eso es lo que te tiene así?
—No entiendes, Sebas —respondió Carlos, frustrado—. Me dio un ultimátum: o me caso con esa mujer o todo lo que he trabajado se lo da a Julio.
El ambiente se tensó, y Sebastián quedó en silencio, procesando la confesión de su amigo.
—Bueno... —dijo finalmente, buscando las palabras adecuadas—. ¿Y qué vas a hacer?
Carlos miró su taza de café, sus pensamientos girando caóticamente en su mente.
—No lo sé... No sé qué hacer.
Sebastián lo observó con empatía.
—Entonces vamos a resolverlo juntos. Pero primero, sal de este estado. No puedes tomar decisiones importantes si te sigues escondiendo aquí.
Carlos asintió lentamente, sabiendo que su amigo tenía razón, aunque el peso de la decisión lo seguía aplastando.
Sebastián observó a Carlos mientras este se hundía en sus pensamientos. La tensión era palpable, pero él sabía que, aunque su amigo lo negaba, necesitaba tomar una decisión pronto. La última advertencia de su padre no solo había sacudido su mundo, sino que también había hecho que todo lo que creía tener claro en su vida comenzara a tambalear.
—Carlos, no puedes seguir con esto. Tienes que enfrentarlo. Y si te sientes perdido, no tienes que hacerlo solo, ¿sabes? —dijo Sebastián, de manera calmada pero firme.
Carlos levantó la vista, pero no decía nada. Sebastián, con un suspiro, se levantó de la mesa y caminó hasta la ventana. Miró hacia afuera, pero su mente estaba con su amigo. Sabía que no podía seguir ocultándose ni seguir en ese estado de negación.
—Vamos a hacerlo de la forma correcta. Primero, sal de aquí, haz algo diferente, despeja tu mente, y después veremos cómo enfrentamos lo de tu padre.
Carlos no respondió. Sólo observaba a su amigo, que con gestos decididos trataba de motivarlo. Sebastián siempre había sido así, el tipo que le ponía orden cuando todo parecía desmoronarse.
Finalmente, Carlos se levantó de la silla, no con mucho ánimo, pero sí con la necesidad de salir de esa burbuja en la que había estado encerrado. Miró a Sebastián, quien ya estaba tomando las llaves del coche.
—¿Vamos a dar una vuelta? —dijo Carlos, aunque no le parecía que fuera a solucionarlo.
—Vamos a hacer algo más que eso —respondió Sebastián con una sonrisa, mostrando que al menos él no iba a dejar que su amigo siguiera con la cabeza en las nubes.
Después de un par de horas dando vueltas por la ciudad, el aire fresco y la sensación de estar fuera de casa ayudaron a que Carlos comenzara a despejar su mente. Sin embargo, el nudo en su estómago seguía allí, como una constante presión que no podía ignorar. Sebastián condujo sin prisa, buscando algún lugar tranquilo para hablar, sabiendo que su amigo necesitaba un respiro, pero también un empujón para enfrentar lo que le esperaba.
Finalmente, se detuvieron frente a un parque, un lugar que Carlos solía frecuentar cuando quería estar solo y pensar en paz. Ambos se bajaron del coche y caminaron entre los árboles. El sol comenzaba a bajar, pintando el cielo de tonos naranjas y rosados, una vista que solía calmar a Carlos, pero hoy parecía tan distante.
—¿Sabes? —dijo Sebastián, rompiendo el silencio—, cuando te vi esta mañana, supe que no querías enfrentarlo. El ultimátum de tu padre no es algo fácil, lo sé, pero también sé que no te está dando más opciones que la que ya tenías. O aceptas el matrimonio o todo se va a ir por la borda.
Carlos se detuvo y miró a su amigo, el cansancio acumulado en su rostro, pero aún con esa determinación que lo había caracterizado siempre.
—Mi vida ya no es mía, Sebastián —dijo con amargura—. Todo lo que he logrado, todo lo que tengo, depende de lo que haga ahora. Mi padre quiere controlarlo todo, y si no acepto su propuesta, lo perderé todo. Y no es solo mi futuro el que está en juego, sino el de mi madre, el de mi familia.
Sebastián lo miró en silencio, comprendiendo la magnitud de la situación, pero sin saber qué decir para aliviar esa carga.
—No estás solo en esto, Carlos. Sea lo que sea que decidas, lo enfrentarás. Pero, al menos, debes decidir con claridad, sin dejar que el miedo o la presión te controlen.
Carlos asintió lentamente. Tenía miedo de lo que significaba esa decisión, de lo que su futuro podría depararle, pero también sabía que no podía seguir viviendo en la incertidumbre.
—¿Y si elijo no casarme? —preguntó, más a sí mismo que a Sebastián—. ¿Y si decido rebelarme?
Sebastián lo miró fijamente.
—Entonces tendrás que estar listo para enfrentar las consecuencias. Pero también tendrás que estar preparado para lo que eso significa. No hay vuelta atrás una vez que tomes esa decisión, sea cual sea.
Carlos se quedó pensativo por un largo rato. El sol ya casi se había puesto, y la fresca brisa del atardecer parecía acariciar su rostro como un recordatorio de que no podía seguir huyendo. Sabía que el momento de decidir ya estaba muy cerca.