Un relato donde el tiempo se convierte en el puente entre dos almas, Horacio y Damián, jóvenes de épocas dispares, que encuentran su conexión a través de un reloj antiguo, adornado con una inscripción en un idioma desconocido. Horacio, un dedicado aprendiz de relojero, vive en el año 1984, mientras que Damián, un estudiante universitario, habita en el 2024. Sus sueños se transforman en el medio de comunicación, y el reloj, en el portal que los une. Juntos, buscarán la forma de desafiar las barreras temporales para consumar su amor eterno.
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CAPÍTULO 10: EL SECRETO DEL RELOJ
Gustavo corría frenéticamente por los pasillos de la universidad, su respiración era agitada y su mente iba llena de preocupación. No lograba encontrar a Damián por ninguna parte. Desesperado, se acercó a Romina, una amiga cercana, y le preguntó:
—Romina, ¿has visto a Damián hoy?
—No, Gustavo, no lo he visto en toda la mañana —respondió ella con una expresión de preocupación.
Sin perder tiempo, Gustavo continuó su búsqueda. Entró al salón de clases donde Damián debería estar a esa hora y se dirigió a Robert:
—Robert, ¿sabes dónde está Damián?
—Lo siento, Gustavo, no tengo idea —contestó Robert, encogiéndose de hombros.
Finalmente, desde lejos, Gustavo divisó a Damián llegando al estacionamiento en su motocicleta gris con negro. Con renovada energía, corrió hacia él y, al alcanzarlo, le dijo:
—¡Damián! El Dr. Hernández me detuvo en el pasillo y preguntó por ti. Dice que tiene información importante sobre el reloj antiguo que llevabas ese día.
Damián, sorprendido, apagó la motocicleta y miró a Gustavo con seriedad.
—¿De verdad? Vamos a verlo de inmediato —respondió, mientras ambos se dirigían rápidamente hacia el despacho del doctor.
Al llegar, el doctor los recibió con una expresión amable.
—Damián, Gustavo, gracias por venir tan rápido —dijo el Dr. Hernández, señalando unas sillas para que se sentaran—. He estado investigando el reloj antiguo que llevabas y he descubierto algo sorprendente.
Damián, intrigado, se inclinó hacia adelante.
—¿Qué ha encontrado, doctor?
El Dr. Hernández sacó unos documentos y una fotografía antigua de su escritorio.
—Este reloj perteneció a un famoso almirante del siglo XVIII, el Almirante Sebastián Montoya. Según los relatos de la época, se decía que enloqueció en sus últimos años.
Gustavo y Damián se miraron, sorprendidos.
—¿Enloqueció? —preguntó Damián, incrédulo.
—Así es —confirmó el doctor—. Pero hay más. Según mis investigaciones, se cree que el almirante comenzó a tener una serie de sueños extraños y perturbadores durante un periodo de su vida que coincide con la compra del reloj. Estos sueños lo afectaron profundamente, llevándolo a la locura.
Damián, aún intrigado, preguntó:
—Doctor, ¿ha leído en alguna parte más detalles sobre esos sueños?
El Dr. Hernández asintió lentamente.
—Sí, Damián. Según algunos documentos antiguos, los sueños del almirante eran vívidos y recurrentes, llenos de símbolos y figuras que no podía comprender. Algunos creen que estos sueños eran visiones de algo más grande, mientras que otros piensan que eran manifestaciones de su propia mente perturbada. La verdad exacta sigue siendo un misterio, pero estoy convencido de que el reloj puede darnos más pistas.
—Doctor, ¿ha indagado algo sobre la inscripción que posee el reloj?
El Dr. Hernández asintió nuevamente.
—Sí, Damián. La inscripción está en un idioma que aún no he logrado reconocer. He consultado varios textos y expertos, pero no he encontrado información precisa sobre su origen o significado, aún es un misterio.
Damián miró al doctor con determinación.
—Creo que esa inscripción es la clave del misterio del reloj.
El Dr. Hernández asintió, compartiendo su convicción.
—Yo también lo creo, Damián. Si descubro más información, te lo haré saber de inmediato.
Damián y Gustavo salieron del despacho del Dr. Hernández, caminando en silencio por los pasillos de la universidad. Gustavo no pudo evitar notar la expresión de preocupación en el rostro de Damián y, finalmente, rompió el silencio.
—¿Te ocurre algo, Damián? —preguntó con suavidad.
Damián suspiró profundamente antes de responder.
—Sí, Gustavo. No puedo pasar por alto el hecho de que también estoy teniendo sueños extraños donde aparece ese reloj, tal cual ese almirante. Y lo que es aún más inquietante es haber encontrado un reloj idéntico al de mis sueños en esa tienda de antigüedades. ¿Será que yo también voy a enloquecer? —se preguntó, con una mezcla de miedo y confusión en su voz.
Gustavo se detuvo y tomó a Damián por los hombros, mirándolo a los ojos con firmeza.
—Trata de no preocuparte, Damián. Estoy seguro de que todo esto son solo casualidades. Y si no lo son, recuerda que yo estoy aquí para ayudarte a superar cualquier cosa.— Y en ese preciso instante Gustavo le confesó — Yo te amo profundamente y no dejaré que nada te haga daño.
Antes de que Damián pudiera responder, Gustavo lo tomó por sorpresa y le dio un dulce pero profundo beso en la boca. Damián correspondió al beso al principio, pero al instante lo separó de él, con una expresión de confusión en su rostro.
—Gustavo, necesito tiempo —dijo Damián, con voz temblorosa—. La verdad es que no estoy claro en lo que pueda sentir por ti. Hay cosas más allá de la razón que me tienen algo confundido.
Gustavo asintió, comprendiendo la situación.
—Lo comprendo, Damián. Tómate el tiempo que necesites. Estaré aquí para ti, sin importar lo que decidas.
Con esas palabras, ambos continuaron caminando, sabiendo que, aunque el camino por delante sería complicado, enfrentarían los desafíos con honestidad y apoyo mutuo.
Horacio seguía decidido en desentrañar los misterios del reloj que le había regalado Don Irvin. En una tarde cualquiera, acompañado por Isabella, su amiga y confidente, se dirigió a una tienda de antigüedades en el corazón de la ciudad, un lugar conocido por su vasta colección de objetos raros y curiosos.
La tienda, con su fachada de madera envejecida y vitrinas llenas de tesoros del pasado, emanaba un aire de misterio. Al entrar, el sonido de una campanilla anunció su llegada. Un hombre mayor, con gafas redondas y una barba canosa, se acercó a ellos.
—Bienvenidos. ¿En qué puedo ayudarles? —preguntó el hombre con una sonrisa amable.
—Estamos buscando información sobre este reloj —dijo Horacio, mostrando el antiguo reloj que Don Irvin le había regalado—. Averiguamos que podría ser obra de un alquimista del siglo XVIII llamado Eldric Thalmar.
El hombre ajustó sus gafas y examinó el reloj con detenimiento.
—Ah, Eldric Thalmar… Un nombre que no escucho a menudo. Era un alquimista y relojero muy peculiar. Se decía que sus relojes tenían propiedades únicas, casi mágicas.
Isabella, intrigada, preguntó:
—¿Sabe algo más sobre él? Hemos encontrado muy poca información.
El hombre asintió lentamente.
—Thalmar era conocido por sus experimentos con metales raros y por sus teorías sobre la transmutación. Pero hay algo más… —El hombre hizo una pausa, como si dudara en continuar—. Se rumorea que Thalmar tenía visiones y sueños extraños, y que estos influían en sus creaciones.
Horacio e Isabella se miraron, sorprendidos.
—Eso coincide con lo que hemos descubierto hasta ahora —dijo Horacio—. Pero hay una inscripción en el reloj que no hemos podido descifrar. Está en un idioma que nadie ha podido reconocer.
El hombre frunció el ceño, pensativo.
—Podría ser una pista importante. Conozco a alguien que podría ayudarles. Es un coleccionista de relojes antiguos y un experto en lenguas muertas. Su nombre es Samuel Emille. Vive en una casa antigua en las afueras de la ciudad. Aquí tienen su dirección.
El hombre les entregó una tarjeta con la dirección escrita a mano. Horacio la tomó con gratitud.
—Gracias, esto podría ser la clave que necesitamos.
Isabella sonrió, aliviada.
—Vamos, Horacio. Tenemos un nuevo destino.
...🕰️🕰️🕰️...
Horacio e Isabella se dirigieron a las afueras de la ciudad, siguiendo la dirección que el anticuario les había indicado. La casa de Samuel Emille era una mansión antigua, rodeada de árboles frondosos y con un aire de misterio que parecía encajar perfectamente con su búsqueda.
Al llegar, tocaron el timbre y esperaron. Un hombre alto y delgado, con cabello canoso y ojos penetrantes, les abrió la puerta.
—¿En qué puedo ayudarles? —preguntó con una voz profunda y calmada.
—Somos Horacio e Isabella. Nos envía el señor de la tienda de antigüedades del centro. Nos dijo que usted podría ayudarnos con este reloj antiguo —explicó Horacio, mostrando el reloj.
Samuel los invitó a pasar y los condujo a una sala llena de libros antiguos y relojes de todas las épocas. Se sentaron alrededor de una mesa de madera maciza, y Samuel examinó el reloj con interés.
—Este es, sin duda, una obra de Eldric Thalmar —dijo finalmente—. He visto algunos de sus relojes antes, pero este es especial. La inscripción… —Samuel frunció el ceño mientras la leía— No reconozco este idioma, pero parece tener raíces en lenguas antiguas y olvidadas.
Isabella, curiosa, preguntó:
—¿Cree que podría descifrarla?
Samuel asintió lentamente.
—Podría intentarlo. Tengo algunos textos que podrían ayudar. Pero esto llevará tiempo.
Horacio, ansioso por respuestas, preguntó:
—¿Sabe algo más sobre Thalmar? He leído que tenía sueños extraños que influían en sus creaciones.
Samuel se recostó en su silla, pensativo.
—Sí, Thalmar era conocido por sus visiones. Algunos creen que esos sueños eran mensajes o advertencias.
Isabella miró a Horacio con preocupación.
—Horacio también ha estado teniendo sueños extraños desde que recibió este reloj. ¿Cree que podría haber alguna conexión?
Samuel los miró con seriedad.
—Es posible. Los objetos creados por Thalmar a menudo estaban imbuidos de su propia esencia y experiencias. Si Horacio está teniendo sueños similares, podría significar que el reloj está tratando de comunicar algo.
Horacio asintió, decidido.
—Entonces, ¿qué debemos hacer?
Samuel sonrió ligeramente.
—Primero, debemos descifrar la inscripción. Luego, veremos qué más podemos descubrir. Les avisaré en cuanto tenga alguna pista.
Samuel los miró con una expresión de seriedad y determinación.
—Antes de que se vayan, quiero mostrarles algo —dijo, levantándose de su silla y dirigiéndose a una estantería llena de libros y documentos antiguos.
Horacio e Isabella lo siguieron con curiosidad. Samuel sacó un pergamino antiguo, cuidadosamente enrollado y atado con una cinta de cuero. Lo colocó sobre la mesa y, con manos expertas, lo desenrolló lentamente.
—Este pergamino contiene la historia de Eldric Thalmar —explicó Samuel—. Es un documento muy raro y valioso que he estado estudiando durante años.
Horacio e Isabella se inclinaron hacia adelante, observando las letras antiguas y los dibujos detallados en el pergamino.
Samuel comenzó a relatar…
“Eldric Thalmar nació en una pequeña aldea en Europa, durante la segunda mitad del siglo XVIII. Desde joven mostró un talento excepcional para la alquimia y la relojería. Eldric no era un alquimista común; su pasión por la relojería y su conocimiento de las lenguas étnicas lo hacían único. Hablaba fluidamente lenguas antiguas y modernas, desde el latín hasta dialectos olvidados de tribus remotas.
Eldric dedicaba sus días a la creación de relojes de bolsillo, pero no eran relojes ordinarios. Estos relojes tenían la capacidad de transportar a sus portadores a través del tiempo, pero solo en sus sueños. Cada reloj estaba meticulosamente elaborado con símbolos alquímicos y materiales raros que Eldric obtenía en sus viajes.
Una noche, mientras trabajaba en su taller, Eldric descubrió una antigua fórmula en un manuscrito escrito en una lengua olvidada. Decidió probarla en uno de sus relojes. Al terminar, se dio cuenta de que había creado algo extraordinario. Aquella noche, al dormir, Eldric soñó que estaba en la antigua Roma, caminando entre gladiadores y emperadores. Al despertar, se dio cuenta de que no solo había soñado, sino que había vivido esa experiencia.
La noticia de los relojes de Eldric se esparció rápidamente. Nobles y aventureros de todas partes venían a su taller, deseosos de experimentar viajes a través del tiempo en sus sueños. Cada reloj era único y personalizado, ajustado a las lenguas y culturas que el portador deseaba explorar.
Eldric se convirtió en una figura legendaria, no solo por sus relojes, sino también por su habilidad para comunicarse en múltiples lenguas. Se decía que podía hablar con cualquier persona, sin importar su origen, y que sus relojes eran la clave para desentrañar los misterios del tiempo y el espacio.”
Horacio, intrigado, interrumpió a Samuel:
—¿Hay alguna mención sobre el reloj y la inscripción en ese idioma desconocido?
Samuel asintió.
—Sí, el pergamino menciona que Thalmar creó varios relojes, cada uno con una inscripción en un idioma que él mismo inventó. Creía que estos relojes contenían mensajes importantes, posiblemente relacionados con sus sueños. La inscripción en su reloj podría ser la clave para entender lo que Thalmar intentaba comunicar.
Samuel prosiguió…
“Entre los personajes que influyeron en la vida de Eldric, se encontraba el Maestro Alquimista Armand, su mentor en los primeros años. Armand le enseñó los fundamentos de la alquimia y la importancia de la precisión y la paciencia en sus experimentos. Yna, la exploradora, amiga cercana de Eldric, lo acompañó en muchos de sus viajes en busca de materiales raros y manuscritos antiguos. El Sabio Etrusco, un erudito de una antigua civilización, compartió con Eldric su vasto conocimiento de lenguas olvidadas y símbolos místicos. Lady Eveline, una noble mecenas, proporcionó los recursos necesarios para sus investigaciones. Y Magnus, el Herrero, colaboró con Eldric en la creación de los componentes mecánicos de sus relojes.
Así, Eldric Thalmar dejó un legado que perduró a través de los siglos, recordado como el alquimista que no solo dominaba el arte de la relojería, sino también el de los sueños y los viajes temporales.”
Horacio e Isabella escucharon el relato de Samuel con una mezcla de asombro y escepticismo. La historia de Eldric Thalmar, con sus relojes mágicos y viajes oníricos, parecía sacada de un libro de leyendas épicas. Sin embargo, la antigüedad del pergamino le confería una seriedad innegable.
—Es increíble —murmuró Isabella, rompiendo el silencio que se había instalado en la habitación—. ¿Realmente crees que todo esto es cierto?
Horacio frunció el ceño, sumido en sus pensamientos. Recordó cómo el reloj había llegado a sus manos, un objeto que Don Irvin, nunca había podido reparar. Sin embargo, él, sin saber cómo, había logrado devolverle la vida.
—No lo sé —respondió finalmente Horacio, con su voz cargada de incertidumbre—. Pero hay algo en este reloj… algo que no puedo explicar. Don Irvin nunca pudo arreglarlo, y yo, sin la vasta experiencia de él, lo hice funcionar de nuevo.
Isabella lo miró con curiosidad, sus ojos reflejaban una mezcla de intriga y preocupación.
—¿Cómo lo hiciste?
Horacio negó con la cabeza, incapaz de encontrar una respuesta lógica.
—No lo sé. Fue como si mis manos supieran qué hacer por sí solas. Y ahora, con todo lo que hemos escuchado sobre Eldric Thalmar, me pregunto si hay algo más en juego aquí.
Samuel, que había estado observando en silencio, intervino con voz grave.
—El pergamino menciona que Thalmar creó varios relojes, cada uno con una inscripción en un idioma que él mismo inventó.
Horacio asintió lentamente, sus pensamientos giraban en torno a las palabras de Samuel. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué había llegado ese reloj a sus manos? Y, lo más importante, ¿qué secretos ocultaba la inscripción en el reloj?
—Tenemos que descifrar esa inscripción —dijo finalmente, con determinación en su voz—. Es la única manera de entender lo que está pasando.
Isabella asintió, compartiendo su resolución.
Horacio e Isabella se despidieron de Samuel, agradeciéndole por compartir tan fascinante relato. Antes de partir, Samuel les prometió que les avisaría si lograba descifrar algo sobre la misteriosa inscripción del reloj.
—No duden en volver si descubren algo más —dijo Samuel, con una sonrisa enigmática.
—Lo haremos —respondió Horacio, estrechando la mano de Samuel con firmeza.
Isabella asintió, sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y determinación.
—Gracias por todo, Mr. Samuel. Esperamos tener noticias suyas pronto.
Mientras caminaban por las calles empedradas, el sol comenzaba a ponerse, bañando la ciudad en un cálido resplandor dorado.
—¿Qué crees que significará la inscripción? —preguntó Isabella, rompiendo el silencio.
—No lo sé —respondió Horacio, mirando el reloj que ahora descansaba en su bolsillo
—. Pero estoy seguro de que es la clave para entender todo esto.
Que emoción