Alice Crawford, una exitosa pero ciega CEO de Crawford Holdings Tecnológico en Nueva York, enfrenta desafíos diarios no solo en el competitivo mundo empresarial sino también en su vida personal debido a su discapacidad. Después de sobrevivir a un intento de secuestro, decide contratar a Aristóteles, el hombre que la salvó, como su guardaespaldas personal.
Aristóteles Dimitrakos, un ex militar griego, busca un trabajo estable y bien remunerado para cubrir las necesidades médicas de su hija enferma. Aunque inicialmente reacio a volver a un entorno potencialmente peligroso, la oferta de Alice es demasiado buena para rechazarla.
Mientras trabajan juntos, la tensión y la cercanía diaria encienden una chispa entre ellos, llevando a un romance complicado por sus mundos muy diferentes y los peligros que aún acechan a Alice.
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Capítulo 6 Encrucijada
El aroma a café recién hecho impregnaba el pequeño apartamento, brindando a Aristoteles Dimitrakos un momento de paz mientras servía una taza humeante y se apoyaba contra el mostrador de la cocina. Su mirada vagaba distraída, enfocada en el pasado reciente.
Aún sentía la adrenalina en su cuerpo, un recordatorio latente del intento de secuestro del día anterior. Recordaba la calma de Alice en medio del caos, su postura firme y su control absoluto, como si se negara a ser vulnerable, incluso cuando la situación lo exigía.
Perdido en esos pensamientos, no notó cuando Elara, su hija, se deslizó silenciosamente hasta él y lo abrazó por la espalda. Aristoteles sonrió, dejando a un lado sus pensamientos, y se giró para besarla en la mejilla.
—Buenos días, pequeña —dijo con ternura.
—¿A dónde vas a trabajar hoy? —preguntó Elara mientras sacaba una rebanada de pan y la colocaba en la tostadora. Sus ojos verdes lo observaban con curiosidad y alegría, como si cada día le trajera algo nuevo de su padre.
Aristoteles suspiró, tomando un sorbo de su café antes de responder.
—Hoy estaré con un millonario francés. Está en Nueva York para hacer algunas inversiones importantes. —Al decirlo, una leve sonrisa jugó en sus labios, como si la tarea no le importara mucho.
Elara asintió, algo más interesada en el pan que esperaba en la tostadora.
—Está bien —murmuró, como si el hecho de llevar a millonarios de un lado a otro fuera algo totalmente normal.
Antes de que ella se distrajera, Aristoteles la miró seriamente.
—Recuerda tu medicamento, Elara. Y no hagas ningún esfuerzo innecesario, ¿de acuerdo?
Elara rodó los ojos, levantando ambas manos como si ya supiera de memoria aquella advertencia.
—Lo sé, papá. Lo sé. —Sonrió con paciencia, pero Aristoteles detectó el leve cansancio en sus palabras, como si quisiera recordarle que había escuchado esa frase cientos de veces.
Aristoteles sonrió, y en ese momento, el teléfono sonó, interrumpiendo el silencio de la cocina. Él sacó el móvil de su bolsillo y, tras ver el número desconocido en pantalla, respondió mientras caminaba hacia la sala para mantener cierta privacidad.
—¿Señor Dimitrakos?
La voz del otro lado era formal y educada, pero firme.
—Sí, hablando. ¿Con quién tengo el gusto?
—Soy James Porter, asistente personal de la señora Crawford —respondió el hombre, con un tono de voz tranquilo pero expectante.
Aristoteles frunció ligeramente el ceño.
—Buenos días, señor Porter. ¿A qué debo la llamada?
—Señor Dimitrakos, necesito que pase por las oficinas de Holdings Crawford Tecnológic en una hora.
Aristoteles dudó por un momento, observando a su hija desde la sala. Sabía que tenía un compromiso laboral con Blackwell Chauffeurs, y aunque había cumplido con su trabajo el día anterior, no le gustaba la idea de cancelar en el último momento.
—No creo que pueda —respondió con cautela—. Ya tengo un trabajo asignado para hoy.
James guardó un momento de silencio antes de responder.
—No se preocupe. Ya hablamos con Blackwell Chauffeurs, y autorizaron su ausencia para hoy. Es importante, señor Dimitrakos. La señora Crawford le estará esperando.
Aristoteles sintió una oleada de curiosidad y una extraña satisfacción ante la idea de volver a ver a Alice. A pesar de todo, aún no entendía del todo por qué ella lo había elegido, pero la perspectiva de enfrentar este nuevo rol lo intrigaba.
—De acuerdo. Estaré allí a la hora indicada.
Al colgar, el sonido de la tostadora saltando lo trajo de vuelta a la realidad. Al girarse, vio a Elara mirándolo, la rebanada de pan caliente en su mano, con una expresión inquisitiva en sus ojos.
—¿Otro trabajo millonario? —bromeó ella, mientras untaba mantequilla sobre el pan.
Aristoteles soltó una carcajada y pasó una mano por su cabello.
—Algo así, pequeña. —Su sonrisa se desvaneció ligeramente, sin querer preocuparla más de la cuenta.
Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Jonathan Fairfax estaba sentado en la parte trasera de su sedán negro, sus ojos observando la ciudad de Nueva York a través de la ventana. Sus pensamientos no estaban en la vista, sino en la conversación que había tenido esa mañana con Alice, y en cómo su esposa parecía decidida a desafiarlo.
Al volante, Elijah Hartford, su jefe de seguridad, lanzaba miradas ocasionales a su jefe, notando la tensión en su expresión.
—¿Todo bien, señor? —preguntó con cautela, manteniendo su atención en la carretera.
Jonathan se cruzó de brazos, apoyándose en el asiento de cuero, y resopló con frustración antes de hablar.
—Es Alice. —Su tono denotaba irritación—. Esa mujer está empeñada en hacer las cosas a su manera. Es como si no entendiera la necesidad de tomar medidas de seguridad serias.
Elijah asintió en silencio, esperando que continuara.
—¿Y ahora qué ocurre? —preguntó, sin apartar la vista del camino.
—Quiere que ese… Dimitrakos sea su guardaespaldas. —Jonathan casi escupió el nombre, como si le incomodara pronunciarlo.
Hartford reflexionó en silencio un momento, sopesando la situación.
—Señor, tal vez el señor Dimitrakos tiene habilidades útiles. Después de todo, neutralizó a los atacantes sin demasiada dificultad.
Jonathan miró a su jefe de seguridad, y sus ojos reflejaban algo más que simple disgusto. Había una sombra de celos, una inquietud que él mismo no quería admitir.
—No es solo eso… —Jonathan empezó a hablar, pero se detuvo.
No iba a admitir que había sentido una tensión palpable, una atracción extraña entre Alice y ese hombre. La idea de que su esposa pudiera ver a alguien más como igual, alguien con esa fuerza y determinación, lo incomodaba profundamente.
Elijah, que había notado el conflicto en su jefe, decidió no presionar más. En cambio, centró su atención en el tráfico, asegurándose de cumplir su rol con la precisión que Jonathan esperaba de él.
Por otra parte está Aristóteles....wao, todo en él grita "soy Griego", hasta el nombre