Caminos Cruzados

Fernando: Llegamos a Villa del Río; era una ciudad muy pintoresca; es como si hiciera un viaje al pasado, pero organizado, bonito, se podría decir. Corrimos al hotel más cercano. Quería ducharme y luego ir a casa de Sofía. Ya tengo tres días sin saber de ella; no quiero darle mucho tiempo para pensar.

Entramos al hotel, fuimos al lobby; aquí la reacción de la gente al vernos siempre es graciosa; a distancia se nota que somos turistas o extraterrestres.

Fernando: Dos habitaciones, por favor.

Recepcionista: Por cuánto tiempo, indefinido. ¿Se puede saber qué buscan en este pueblo?

Fernando: ¿Disculpe? Es necesario decir lo que vinimos a hacer.

Recepcionista: No es disculpa, tomes sus llaves.

Fernando: Esta gente es extraña.

Diego: Los extraños somos nosotros en este pueblito.

Aprovechando la pregunta de la señora que hacemos aquí, ¿cuál es el plan?

Fernando: Si te soy sincero, no sé, solo quiero verla.

No me veas así, Diego.

Diego: Fernando Cáceres, ¿no tiene un plan? Por lo menos ya pensaste lo que le vas a decir a ella y a su familia.

Fernando: Por ahora solo quiero tenerla al frente. Vamos a apurarnos; por la hora no podremos alquilar un auto; pedimos un taxi.

A los treinta minutos, estamos listos; el taxi nos espera, le damos la dirección, nos retiramos del pueblo un poco, y entramos como en una especie de túnel de árboles, que le daba cierta magia al lugar. Llegamos a una casa muy bonita, y a lo lejos se ven establos. Pero es de noche, no se aprecia del todo bien; estamos frente a la puerta, toca el timbre. Fernando dice, Diego, dame un segundo, respiro hondo, toque el timbre, tardan unos segundos en abrir, el corazón se me va a salir, abren la puerta, es un chico joven, pero se ve fuerte, ¿y este quién? ¿Qué hace aquí?

Dígame, dice el chico, busco a Sofía; no me deja terminar la frase y grita: —Enana, te buscan dos gringos, y escucho un grito, hazlo pasar la voz de hombre mayor.

Entramos en un lugar acogedor, caminamos hacia el comedor, y la veo, paralizada, roja, sus ojos desorbitados y completamente muda… Me presento y a Diego, su tío hace lo propio y presenta a su familia. Su tía es una mujer hermosa, se ve joven aún, el señor es de rasgos duros, su prima es una morena muy bonita, cuando por fin tomó el valor para pedirle disculpa, aunque lo ideal sería hablar a solas, pero estaba nervioso. De pronto reacciona y se levanta de golpe, se coloca a mi lado y me pide disculpas por no ir al aeropuerto a buscarme, no entendía nada, y dijo que éramos compañeros de trabajo; su tío se molestó por hospedarnos en un hotel.

Y luego de una maravillosa cena, fuimos al hotel y retiramos nuestras cosas.

De nuevo en casa de Sofía nos dieron una habitación muy acogedora, pero cuando vimos que la cama era una litera, Diego se emocionó. Le recordaba los campamentos cuando era niño. Su tía dice que descansen buenas noches.

Sofía: Fernando se acercaba lentamente a mi rostro; quería probar esos labios, otra vez. Eres el amor de mi vida. Eres la mujer más hermosa del mundo. Quiero besarlo. Veo esos ojos azules que me hipnotizan; cuando casi lo estoy besando, se aleja, de una forma extraña. Lo llamo Fernando. Fernando, por favor, Fernando.

Fernando: Salgo de mi habitación descalzo, busco la habitación de Sofía, no quiero abusar de la confianza, pero si no hablo con ella pronto, voy a explotar. Según lo que vi, esa habitación del frente es la suya. Camino sin hacer ruido; entro; el corazón se me va a salir. Cuando logró cerrar la puerta con el máximo cuidado, me estoy jugando la vida; está oscuro cuando me acercó a su cama; casi me muero. Era Saúl.

Y ahora, casi sin respirar, salgo de la habitación; estoy temblando del susto.

Piensa Fernando: debe ser aquella habitación, que no sea la del tío, porque así que hasta aquí llegué.

Abro la puerta, entró y cerró con cuidado; tenía miedo de mirar hacia la cama, pero al mirar la vi hermosa, pero estaba haciendo muecas raras con los labios. Estaba soñando, que dijo. Me acercó un poco y la escuché. Estaba soñando, conmigo. La muevo un poco, porque se agitó. Me llamaba; estoy aquí tranquila; ella despierta; de golpe, unos segundos se tranquiliza, hasta que reacciona.

Sofía: ¿Qué haces aquí?

Fernando: Me estabas llamando, grité tan fuerte.

¿Mis tíos escucharían? Pregunto, Sofía.

Fernando: Ya estaba en tu habitación, cuando me llamabas haciendo muecas raras. Ah, estabas soñando que me besabas; ella se puso colorada.

Claro que no, dice.

Fernando: Mentirosa, necesitamos hablar.

Sofía: Está bien, pero aquí no, mi tío te mata. Sal por favor.

Me acercó y la besó. Fue un beso suave y dulce, como una caricia, que les dejó con ganas de más. Me separo de ella. Espero sigas soñando que te beso.

Ella responde: te odio.

Sí, se nota, dice Fernando, con una sonrisa sarcástica.

Sale ante que lo descubran.