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3.3
Aidan despertó con los rayos del sol que se filtraban por la ventana. Carrie estaba tendida boca abajo, utilizando uno de sus brazos como almohada. Sin duda, había tenido una de las mejores noches de su vida. Se inclinó, besando uno de los hombros de su novia con gentileza. La había amado dos veces más durante la madrugada y aun no se encontraba satisfecho de ella. Resistió la tentación de tomarla otra vez, pensando en que estaría agotada. Lo último que deseaba era lastimarla, por lo que resolvió salir de la cama para prepararle el desayuno.
No se molestó en vestirse para salir de la habitación, ya que Carrie le comentó que estarían solos en casa. Bajó las escaleras con una sonrisa de tonto en su cara, saliendo bruscamente de su ensoñación al percatarse del ruido de un cristal romperse muy cerca de él.
Levantó el rostro, descubriendo que la casa no estaba deshabitada como pensaba. En el borde del primer escalón, estaba un sujeto mayor con los puños apretados y con una mirada mortal, listo para asesinarlo.
—¿Quién demonios eres? —gritó Edward alertando a medio vecindario.
Aidan tragó en seco cubriéndose sus partes nobles con las manos.
—Yo…
Edward se pasó los dedos por el cabello, apretándolos como si quisiera arrancárselos por la cólera que sentía en ese momento.
—¡Maldito seas! Esos eran los ruidos extraños… ¡Te estabas cogiendo a mi hermana! —gruñó corriendo escaleras arriba.
Aidan no fue consiente del segundo en que sus piernas reaccionaron para escapar del peligro. Mierda, ¿y ahora qué haría? ¿Arrojarse por la ventana de Carrie? Sus coherentes cavilaciones fueron truncadas al momento en que Edward le saltó encima y ambos cayeron al piso.
El hermano de Carrie alzó su puño en el aire, y Aidan simplemente atinó a cerrar los ojos, resignado a recibir el golpe.
—¡Hermano! —Carrie gritó desde la entrada de su habitación.
La rabia de Edward se incrementó al ver a Carrie despeinada y envuelta en una sábana. ¡El maldito que tenía entre sus manos se había aprovechado de la inocencia de su querida hermanita!
—Ahora sí te mueres —musitó el mayor de los Green estrellando su puño de la justicia en el ojo de Aidan.
...XXX...
Grettel salió al balcón de su habitación, trenzándose el cabello mientras recordaba los extraños sucesos de la noche anterior. Un severo sonrojo tiñó su pálido rostro, cuando cerró los ojos, rememorando las sensaciones que le produjeron los viscosos labios de Jared. Arrugó la nariz y sacudió su cabeza, ella no debía pensar en ese sujeto, aunque reconocía que su forma humana no era tan desagradable.
Miró el jardín del palacio, apoyando sus manos en el balcón, ¡ni siquiera su mansión en el mundo real era tan grande y lujosa! Jared efectivamente resultó ser el príncipe heredero del reino encantado, y sus padres habían corroborado la existencia de la magia. Entonces, ¿por qué rayos no terminaba de creer que todo lo vivido no era una pesadilla?
Se volteó al escuchar el chirrido de la puerta abriéndose, y las imágenes de su romántico beso con el insecto llamado Jared Lee, regresaron como un relámpago a su mente viéndolo ahí de pie frente a ella con una bandeja de desayuno entre las manos…
—Wow, pueden hablar…
—No, Grettel —Jared susurró preocupado—. Ellos son reales.
La reina extendió su mano, tirando de una de las inquietas alitas de su hijo, provocando que éste chillara adolorido, las alas no eran un adorno, ahora formaban parte de su cuerpo y dolían.
Grettel frunció el ceño e instintivamente alargó su brazo en defensa de su guía en aquel universo paralelo.
La reina por su lado, alzó una ceja apartando con delicadeza la mano de la chica, sabía que esa niña no poseía poder alguno, por lo que era imposible que fuese la bruja malvada que convirtió a su hijo en una burla para los hechiceros y para el reino completo.
—Mami —gritó Jared procurando no balancearse demasiado por los aires, si perdía su ala derecha, posiblemente le quedaría una espantosa cicatriz cuando volviese a su forma original.
—¿Por qué no fuiste directo al palacio? —gruñó la reina Elaine.
Jared gimió.
—Porque sabía que me regañarías.
Grettel negó con la cabeza, Jared se veía demasiado infantil haciéndole pucheros a su mami. Desvió su mirada al apuesto rey, quien era casi idéntico a su hijo, salvo que éste tenía una nariz más refinada y ojos azules claros envolventes de misterio. Suspiró, era realmente guapo incluso con algunas canas en sus cabellos azulados.
La reina se percató de las acciones de Grettel y carraspeó un poco atrayendo su atención. Depositó a Jared en las manos de la adolescente sonrojada y se llevó sus manos a la cadera.
—¿Qué esperas? Bésalo —ordenó.
Grettel soltó una exclamación.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque si no me besas en menos de… —Jared miró un viejo reloj de madera en la pared—, cinco minutos me quedaré así por siempre.
—¿Y por qué yo? Que te bese alguna campesina.
Jared la miró con cara de cachorro herido, y abrazó uno de sus pulgares.
—No pueden, tengo que ser besado por alguien sin magia y es obvio que todos en el reino encantado la poseemos.
Grettel asintió vacilante, jamás volvería a mezclar pastillas reductivas con ejercicio.
—Por favor, señorita. Nosotros sabremos recompensar sus favores —solicitó el rey.
Grettel suspiró nerviosa, ¿cómo negársele a esa voz tan masculina?
—Está bien —cerró los ojos arrugando los labios, no sería nada, ella había besado a muchos chicos y un beso más no le causaría el mayor daño.
Jared se elevó esbozando una sonrisa, ¡por fin regresaría a su forma natural! Tragó pesado colocando sus manitas en el rosáceo labio inferior de Grettel, no acostumbraba besar chicas frente a sus padres; sin embargo en esa ocasión tendría que hacer una excepción.
Grettel sintió el agradable cosquilleo de una hormiga recorriendo sus labios, masajeándolos con sus patas hábiles y ligeras, hasta que se vio obligada a entreabrir los ojos cuando algunas luces penetraron la oscuridad protectora de sus párpados. De pronto, sus mejillas estaban siendo envueltas por un par de manos cálidas y grandes, así como sus labios eran devorados por una experta boca masculina…