Precuela de la saga colores
Emiliana Roster quedará atrapada en un matrimonio impuesto que sus hermanos arreglaron para salvarla del despiadado Duque Dorian Fodewor. Creyendo que todo fue una conspiración para separarla del que creía ser el hombre de su vida, intentará luchar en contra de lo que siente por Lord Sebastian, el desconocido que ahora es su esposo.
NovelToon tiene autorización de thailyng nazaret bernal rangel para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
3. Casados
...SEBASTIAN:...
Me estaba cuestionando el haberme casado, con esa señorita. En la boda casi sale corriendo, estaba tan desesperada por huir que giraba su atención hacia la entrada de la iglesia, podía verlo e incluso se quedó un momento en silencio cuando el sacerdote hizo la pregunta. Yo no era ciego, ni tonto, la señorita estaba sufriendo, su semblante era apagado y su rostro un poco pálido, en sus párpados se notaban las huellas de las lágrimas. Deseé que dijera que no, pero en lugar de eso aceptó.
Al final, tuvo más peso el deber.
Debía querer demasiado al duque, a pesar de ser toda una rata, ella parecía amarlo.
Me volví a cuestionar si era lo correcto.
Lo sentía, pero yo tenía que cumplir con mi palabra y el duque no era más que un asesino que seguramente ni siquiera tenía buenas intenciones con ella. Era una ingenua si creía que ese hombre la amaba, solo le endulzó el oído, de eso estaba seguro.
De haberla querido, se hubiera presentado.
Yo, en cambio, nunca le faltaría el respeto.
Mis padres estuvieron muy contentos cuando les mencioné que no sería con la señorita Eleana que me casaría, sino con la menor de ellas y les mencioné que la mayor ya estaba comprometida, como Lean me pidió decirles.
Nos dirigimos a mi propiedad después de la boda, había dos carruajes, uno con las pertenencias de la señorita y otro en el que íbamos en completo silencio.
Ella se sentó al frente, quitándose el velo y dejándolo en su regazo.
El vestido que llevaba tenía grandes hombreras y estaba cubierto hasta el cuello.
Su cabello estaba recogido con peinetas.
La única piel que dejaba ver era la de su rostro pálido y sutilmente maquillado.
Yo en cambio eligí un traje plateado con azul, tenía el cabello peinado hacia atrás, pero no tenía mucho valor el haberme arreglado para la ocasión.
La señorita Emiliana actuaba como si yo no existiera, como si estuviera sola en el carruaje, no recordaba que me hubiese dirigido la palabra aunque fuese una sola vez.
No es que me importara, pero ahora estábamos casados.
Ella debía aceptarlo, el matrimonio de los nobles solía ser siempre por conveniencia, casi nunca había una pareja enamorada frente al altar, pero la señorita parecía estar pasando por algo inconcebible.
Me aclaré la garganta para hablar, harto de su silencio y su indiferencia.
— Señorita Emiliana, si queremos que esto funcione, debemos poner de nuestra parte — Dije, aflojando el pañuelo de mi cuello.
Por fin me observó, sin ninguna expresión.
— Yo no quería casarme.
— La mayoría no lo quiere — No pude evitar sonar irónico y pareció irritada, su pequeña nariz se arrugó un poco — Pero, ya es un hecho, estamos casados.
— Ninguna persona de esta sociedad le verá lo malo a casar a una pobre mujer a la fuerza con un desconocido — Sus ojos grises se llenaron de fuego — Menos un hombre.
Como si yo tuviera toda la culpa.
— Solo cumplo con mi palabra, señorita, puede que no lo vea o que me acuse, pero si yo no hubiese acudido, usted estaría en una delicada posición ahora.
— Estaría como siempre — Gruñó, frustrada — En mi casa, sin estar atada a un matrimonio.
No seguí discutiendo, no quería empezar con mal pie mi vida de casado.
El carruaje entró en mi propiedad, una extensa tierra llana, en el centro de la tierra estaba mi mansión, una arquitectura de tres pisos, de paredes de mármol y ventanas en arco.
Debido a mis negocios yo había ampliado la fortuna de mi padre y ahora tenía mis propias arcas repletas, eso sin sumar la dote de la dote de mi esposa, dinero que no iba a tocar.
El lacayo abrió la puerta y salí, pisando el patio de la casa.
Me giré, extendiendo mi mano hacia la señorita, ella dudó por un momento, pero la tomó y bajó del carruaje.
Se zafó rápidamente y subimos las escaleras.
Ordené a los sirvientes de la entrada bajar el equipaje, mientras le presentaba a Emiliana como mi esposa, a pesar de su disgusto, fue muy educada con todo el personal, correspondiendo a los saludos con gratitud.
Entramos al vestíbulo.
— Le enseñaré la mansión...
— ¿Dónde están mis aposentos? — Me interrumpió.
— Alis, haz el favor de guiar a mi esposa hacia los aposentos — Le ordené a una de las doncellas.
— Como ordene, mi lord. Por aquí mi lady — La sirvienta subió las amplias escaleras y Emiliana la siguió.
Me quedé observando como la señorita se alejaba.
Al parecer mi matrimonio no sería nada fácil.
...EMILIANA:...
La mansión se sentía tan ajena y comprendí que me costaría adaptarme.
Era gigantesca y con pasillos amplios.
La doncella me llevó hacia el segundo piso, hasta el final del pasillo donde había dos puertas, una al lado de la otra. Abrió la de la derecha y entré con ella.
— Esta es su habitación.
Tenía tonos claros, una pequeña sala y la amplia cama con cojines color gris, fundas color marfil. Había una amplia ventana al frente y al lado una cómoda con un enorme espejo.
Nada parecido a mi habitación.
Había una chimenea y también un ropero grande.
— ¿Le preparo un baño? — Preguntó la doncella.
— Sí, muchas gracias.
Ella entró por una puerta mientras me sentaba a la orilla de la cama, empecé a quitarme los accesorios y las incómodas zapatillas.
A Dorian debió pasarle algo, él no pudo abandonarme, no cuando me escribió todas aquellas cartas que aún llevaba conmigo.
Observé el anillo en mi mano después de quitarme los guantes.
Hubiese sido tan felíz a su lado.
No me importaba en lo más mínimo si era un asesino, pero todo quedó como una mera ilusión y ahora, era tarde, yo estaba casada con un completo extraño.
— El baño ya está listo.
— ¿Y mis pertenencias?
— Las traerán enseguida, le escogeré algo para que se lo ponga para cenar con Lord Sebastian.
Si pudiera quedarme encerrada allí para siempre, lo haría.
Caminé hacia el baño y me quité el resto de la ropa, después me sumergí en la bañera, cerrando mis ojos, suplicando que fuese un mal sueño.
Al salir, ya estaban mis pertenencias acomodadas en el armario.
La doncella me ayudó a vestirme y me peinó frente a la cómoda.
— Tiene un cabello hermoso, mi lady.
— Gracias, Alis.
— A mi lord le gustará como se ve.
Quise volver a llorar, pero me contuve.
— Listo, está preciosa.
Me dejó el cabello suelto, con dos trenzas recogidas en lo alto de mi cabeza.
El vestido que usaba era de casada, con un escote un poco pronunciado en el pecho. No quise molestar a la doncella para cambiar el vestido que eligió para mí, así que tomé una pañoleta del armario y me la coloqué para cubrir mi piel.
La doncella me observó extrañada, pero decidió guiarme sin cuestionar hacia el comedor.
Era un lugar amplio, con una enorme mesa y varias sillas, los candelabros iluminaban la estancia.
Lord Sebastian estaba sentado en el extremo y se levantó.
Apartó una silla cercana para mí.
Me aproximé, para no ser grosera acepté el asiento que me ofreció.
Volvió a sentarse y los sirvientes nos sirvieron la cena.
Observé a mi esposo, notando por primera vez que no era un hombre desagradable a la vista, tenía el cabello negro, peinado hacia atrás, llevaba una barba recortada adornando su mandíbula marcada, sus cejas era pobladas y espesas pestañas adornaban sus ojos azules claro.
Tenía hombros anchos y brazos gruesos que se marcaban en su camisa blanca. Lo que sugería que hacía ejercicios, como Lean.
La nuez en su garganta se movió cuando tragó un sorbo de vino.
Lo lamentaba, pero yo no tenía ojos para nadie más.
— No sabía que era hijo del Marqués Mercier, él fue amigo de mi padre — Dije, tomando mi tenedor para empezar a comer, no tenía apetito, pero en los últimos días no comí bien — Pensé que Lorenzo tenía un solo hijo.
El joven obeso que vimos el día de la celebración.
— Suelo viajar siempre, por eso no soy muy conocido por la nobleza.
Eso significaba que no teníamos que convivir todos los días, me sentí un poco aliviada.
— Entiendo.
Empezó a comer y también di algunos bocados.
— Estoy ocupado la mayoría del tiempo, necesitaré que se encargue de la casa.
— Lo haré, empezaré mañana mismo— Me preparé toda mi vida para asumir mi papel de esposa y señora de la casa, en lo segundo sería más dedicada.
Al menos así me distraería de mi infortunio destino.
Sus ojos azules se giraron hacia mí, pero no comentó nada.
Comí solo un poco — Quisiera retirarme a los aposentos, me siento un poco cansada.
— No comió casi nada — Observó mi plato.
— No tengo apetito.
— Debería comer más — Presionó, pero me levanté.
— Con permiso, mi lord.
Salí del comedor y me marché directo a mi habitación.
...****************...
Estaba durmiendo cuando sentí como la puerta se abría.
Abrí mis ojos y me senté sobre la cama.
Al principio no reconocí mi entorno, pero recordé lo sucedido y me tensé por completo.
Me puse de pie de un salto cuando una luz de candelabro se aproximó dentro de la habitación.
Me alejé lo suficiente cuando un hombre entró.
No, no era un hombre.
Era lord Mercier.
La luz del candelabro iluminó su rostro y parte de su cuerpo.
Me tensé cuando noté que estaba cubierto solo por un albornoz.
Retrocedí asustada, tratando de cubrir mis ropas de cama, con mis brazos.
— ¿Qué rayos hace aquí? — Siseé, alterada.
Se quedó inmóvil, con el rostro desconcertado.
— Vengo a consumar el matrimonio.
Me estremecí, con el corazón acelerado del susto.
Mi madre ni siquiera me explicó que era lo que sucedía dentro de los aposentos, pero el resultado de eso eran los bebés. Trató de explicarme antes de la boda, pero yo estaba tan enojada y dolida que no quise saber.
No sabía que lord Sebastian vendría hoy mismo.
— ¿Cómo dice?
Se aproximó y quise correr cuando dejó el candelabro sobre la mesita.
Se acercó a mí y me tensé más.
Tenía miedo y más cuando pegó su cuerpo al mío, me tensé cuando me rodeó con sus brazos.
Sentí algo muy grande y duro, contra mi abdomen, era como un bulto.
¿Qué era eso?
Me separé, asustada.
— ¿Qué sucede? — Me preguntó, con su voz más ronca de lo normal.
— No... ¿Qué le sucede a usted? — Pregunté, mi voz salió temblorosa.
Él tensó sus hombros y apretó la mandíbula.
— ¿Sabe lo qué se hace en los aposentos de los matrimonios?
— ¿Bebés?
— Ese es el resultado, me refiero al proceso — Se incomodó un poco, observando mi rostro y sentí mis mejillas arder.
— No... Se que hay una unión, pero no entiendo como pasa... — Me avergoncé más, cuando su mirada se oscureció, su cabello estaba alborotado, rozando su frente y más cuando se pasó una mano por el cabello.
Se aproximó nuevamente y me tensé.
— ¿Usted se ha tocado? — Preguntó y fruncí el ceño.
— ¿A qué se refiere con que me he tocado?
Él me evaluó de una forma intensa — ¿No... No sabe...
Me sentía cada más confundida y me abracé a mí misma.
— ¿Qué quiere decir con eso?
— Tenemos que consumar el matrimonio — Se desató el nudo del albornoz. ¿A caso iba a desnudarse? Mi miedo aumentó y más cuando abrió su bata.
Tenía un pecho con vellos esparcidos y unos músculos marcados en los pectorales y el abdomen.
Mi mirada no pudo evitar bajar hacia la extraña... Era algo largo que se erguía hacia arriba y mi miedo aumentó, no sabía porque, pero lo de la unión empezó a encajar con semejante cosa larga y enorme.
¿Dónde iba a introducir eso? ¿En qué parte de mi cuerpo? Mi miedo aumentó, eso seguramente me dolería mucho.
— ¡No quiero! — Me alejé rápidamente — ¡No puedo hacer algo así con usted! — Le di la espalda, sentí sus pasos descalzos en el suelo y se detuvieron a centímetros de mí.
— ¿Cómo que no puede? ¿Está en su ciclo?
No entendí nada ¿Qué tenía que ver mi ciclo con... Esto me estaba haciendo sentir muy incómoda. La cosa grande y larga que salía después de las líneas de su abdomen...
— No quiero.
— Escuche, señorita Emiliana, usted tiene que entender que nosotros somos esposos y que tenemos un deber que cumplir — Dijo, con una voz muy autoritaria.
— Yo no puedo cumplir con ese deber.
— ¿Por qué no?
— Porque no me gusta — Dije, girando mi cuerpo hacia él.
El lord se quedó un momento en silencio, observando mi rostro desde su altura con una expresión disgustada.
— Es mi derecho como esposo y es su deber como esposa — Gruñó.
— ¿Piensa obligarme? — Elevé una ceja y me crucé de brazos, su ceño se frunció y cubrió su desnudes.
— No, no haré algo así, jamás.
— Entonces, ya no hay nada más de que hablar, haga el favor de retirarse — Señalé la puerta interna que había usado para entrar.
— Si no es hoy, entonces será mañana o pasado mañana.
Negué con la cabeza.
— No voy a entregarme a un hombre que no ame y que nunca amaré.
Lord Sebastian Mercier: