Décimo libro de saga colores.
Después de su tormentoso matrimonio, el Rey Adrian tendrá una nueva prometida, lo que no espera es que la mujer que se le fue impuesta tendrá una apariencia similar a su difunta esposa, un ser que después de la muerte lo sigue torturando. 
¿Podrá el rey superar las heridas y lidiar con su prometida? Descúbrelo en la tan espera historia.
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2. Fantasmas que aparecen
...FREYA:...
El invierno de Floris era muy cálido, nada comparado con la crudeza de Polemia. El carruaje avanzaba por tierras tranquilas, caminos despejados, había muchas casas a lo lejos, personas que parecían libres.
No podía creer tal fortuna, en mi hogar solo veía un muro y montañas blancas llenas de salvajes hambrientos de carne humana. Este reino era completamente diferente, era libre, de pronto, todo lo que leí en los libros se hizo realidad.
Desde que el barco llegó a la costa, me sorprendí al ver un muelle lleno de personas y edificios con tejas, todos parecían cómodos y confiados.
Había caballos saludables, atados a carruaje, los últimos caballos de Polemia habían perecido hace años.
No había salvajes, eso era un hecho.
— Pensé que Floris no tendría nieve — Protestó mi hermana Florence, era mayor que yo por un año.
Mi padre no la escogió a ella para casarse, pero si la envió conmigo para ayudarme en lo que necesitara, Florence había resumido la frase con la palabra "sirvienta" pero aceptó gustosa acompañarme.
¿Quién no querría salir de Polemia?
Seguía sin comprender porque me eligió a mí, siempre me llamaba incompetente.
Yo era un poco cobarde y tímida, a decir verdad no sabía si podría ser reina, no me gustaba hablar con extraños, ni en público, todo este reino era fascinante, pero también me causaba miedo.
¿Y si ese tal rey Adrian Rhodes era igual que mi padre?
Un estremecimiento me recorrió.
Recibí instrucciones claras y a pesar de que no deseaba esto, era mi deber.
— Estamos en invierno, aquí hay cuatro estaciones — Dije, explicandole lo que había leído en el mismo libro que describía el clima de Floris.
— Tenemos tan mala suerte que no llegamos en otra estación, espero sobrevivir lo suficiente para conocer la primavera, nunca he visto las flores, ni tampoco la hierba — Florence siguió observando por la ventana.
— ¿Sobrevivir lo suficiente? — Me espanté.
— No sabemos que nos espera en la capital, con ese rey, mi padre dijo que debíamos permanecer alerta.
Sus ojos se abrieron mucho.
— No creo que nos vayan a asesinar — Chasqueé la lengua — Soy su prometida y este reino no parece estar sumido en el temor.
— No somos de este reino.
Cierto, pero yo era la prometida, el rey debía saber que estaba en camino.
...****************...
Al llegar a la capital me sentí más asombrada, la ciudad era grande, con muchos edificios hermosos y elegantes, carruajes iban y venían, las calles estaban llenas de adoquines, había personas que caminaban por las aceras.
— ¿Qué es eso? — Preguntó Florence, señalando un lugar que rodeados.
— Creo que es una plaza.
Los libros ilustrados sirvieron de algo.
— ¿Para qué sirve?
— Es un espacio decorativo y con esculturas que rinden homenaje, sirve para entretener a las personas — Dije, observando la hermosa fuente que estaba en medio de la plaza.
— Me parece extraño, la gente luce tan confiada y bien alimentada.
— Son libres, así debe ser — Suspiré.
— Hubiera preferido nacer aquí.
— No te dejes asombrar, éste y otros reinos tienen mucho para ayudar a Polemia, padre dijo que son egoístas, saben que nuestra nación está sufriendo y no hacen nada para ayudarnos — Dije, recordando sus palabras.
— Por eso la alianza es fundamental — Concordó ella — Si ese rey nos ayuda, hay esperanza.
— Debe ayudarnos, si aceptó el casamiento es evidente que lo hará.
— No hay que fiarse hasta estar frente a él.
Florence siguió ojeando la calle.
— Mira ¿Y esos que son? — Volvió a preguntar.
Había algunos edificios con vidrieras y objetos exhibiéndose, ropa en muñecos de madera y otras cosas.
— Ah, es comercio — Dije, recordando más sobre lo que leí.
— ¿Comercio?
— Son cosas que se intercambian por piezas de plata y oro.
— Oh — Florence se quedó pensativa — Quisiera tener piezas para intercambiar, esos vestidos están hermosos.
Tal vez mi padre me eligió por tener un poco más de conocimiento, Florence era lista y bastante valiente, pero desconocía más sobre el mundo que yo.
Mis manos sudaban a pesar del frío.
Recorrimos un montón de calles.
Pasamos frente a muchos palacios y me pregunté si todos eran propiedad del rey.
— Vaya, esto si es lujo — Jadeó Florence.
El carruaje se detuvo, no podía ver muy bien al frente.
— ¿Qué busca? — Gritó alguien.
— ¡Traigo a la prometida del rey!
Conocimos al cochero en el puerto, era un soldado del rey y fue enviado a trasladarnos.
Esperamos unos minutos.
Hubo un ruido de cadenas y después el carruaje avanzó.
Había un puente elevado y una trinchera.
Los muros me desanimaron, pensé que no habría, pero eran más pequeños que los de Polemia.
El carruaje volvió a detenerse.
— Creo que ya podemos bajar — Dijo Florence y abrió la puerta.
— Espera...
No me hizo caso.
Bajó del carruaje y tuve que seguirle, sosteniendo la falda de mi vestido para no caer.
Me sorprendió ver un patio bastante grande y elevé mi mirada.
Torres altas rozaban el cielo gris, el castillo era rústico, pero hermoso, con muchas ventanas en arco y dos grandes puertas pesadas en lo alto de unas escaleras de la entrada.
— Guao — Musitó Florence.
Había guardias con uniformes azul y dorado, también había hombres con armaduras.
Me observaron con mucho detenimiento.
Una mujer de cabellos dorados y ropas de cuero se aproximó, llevaba pantalones como si fuera algo muy visto.
— Señoritas, soy Ania Rhodes, princesa de Hilaria.
— ¿Hilaria? — Florence jadeo.
— Es de otro reino — Susurré.
La princesa pareció sorprendida al oírme hablar, se tensó de una manera que no comprendí al detallar mi apariencia.
— Yo soy Freya Vos y ella es mi hermana Florence Vos, también somos princesas — Dije, con la voz un poco baja, me sentía insegura en aquel lugar.
Los guardias observaban alertas, incluso hubo uno que pareció ser golpeado por una impresión que no comprendía.
Tal vez no estaban acostumbrados a ver extranjeros, pero esa princesa dijo que era de Hilaria así que eso no tenía mucho sentido.
Seguramente les asustaba el hecho de que yo era de Polemia. Era normal que hubieran juicios.
— Les haré pasar, los guardias y sirvientes se encargarán de descargar sus pertenencias.
— ¿Dónde está el rey? — Pregunté.
— Está en una reunión, le avisaré de su llegada.
Subimos las escaleras con un poco de inseguridad, yo trataba de mantener la postura firme, pero esos guardias no dejaban de taladrar con la mirada.
Las pesadas puertas se abrieron.
Me sorprendí al hallar un amplio vestíbulo, pulcro y encantador.
— Las voy a guiar a un salón — Dijo, caminando y la seguimos.
Había partes demasiado oscuras, con piedra rústica en lugar de mármol, como si el castillo estuviese sufriendo una remodelación.
Entramos a un salón.
— Esperen aquí — Ordenó y se marchó.
Había dos guardias en la entrada así que no era conveniente marcharnos a curiosear.
— ¿No te parece extraño? — Me preguntó Florence, en Polemo — Nos observaron como si no esperaban nuestra llegada.
Los guardias dieron una mirada hacia nosotras, me tensé.
— Fuimos anunciadas, abrieron las puertas — Dije, hablando en su idioma para no levantar sospechas.
— Esa princesa intentó disimular su impresión — Florence siguió contestando a su manera.
Observé el salón.
— No siempre se recibe gente de Polemia.
Había hermosas lámparas de cristal colgando del techo y cortinas largas color vino, adornando las enormes ventanas que ofrecían una vista del patio.
Florence se paseó por el salón, atreviéndose a detallar la enorme chimenea y los sillones decorados.
— Nuestras habitaciones parecen mazamorras en comparación a este lugar.
— Solo es una superficie — Protesté.
Había cosas mucho más importantes.
Esperé ansiosamente, ni siquiera me molesté en sentarme.
Mis manos seguían sudando a pesar de llevar guantes.
...ADRIAN:...
Otra reunión del comercio y me acabaría ahorcando, dejé a sir Levi hablar, le gustaba lucirse en esos asuntos.
Tenía al general Morgan como ministro de defensa, teniendo en cuenta que Levi fue nombrado mi ayudante, el puesto había quedado vacante y consideré que el viejo tenía buenas estrategias y sabía lo suficiente del ejércitos, aunque sus comentarios eran un poco fastidiosos y lame suelas.
El líder de la hermandad de caballeros y la hermandad de espía, se encontraban solo cuando se le requería.
No necesitaba muchos consejeros, solo los necesarios, el ministro de comercio también venía cuando se le llamaba.
El resto del tiempo, éramos Sir Levi, Ania y yo.
Ania irrumpió, leyendo mis pensamientos.
— Majestad, acaba de llegar su prometida.
Me tensé, no esperaba que fuese hoy.
En realidad no quería que llegara el momento.
Nunca.
— Bien, doy por terminada la reunión — Gruñí, levantándome y Levi dejó de discutir con el ministro de comercio — Seguiremos discutiendo más tarde. Levi, levántate, es hora.
Lo noté tenso.
— Ministro, puede volver luego, espere mi llamado.
— Si, su majestad — Dijo el anciano.
Salimos del salón del consejo.
— Espera, Adrian — Dijo mi hermana, tomando mi muñeca — Antes necesito decirte algo...
— ¿Es urgente?
— Llegaron dos mujeres.
— ¿Dos? — Rió Levi — Vaya, el rey Archibald nunca fue tan generoso.
— No es una broma — Siseó Ania — Se ven extrañas, de hecho no parecen venir de Hilaria, dicen que son princesas.
Fruncí el ceño.
En Hilaria no habían princesas, solo Ania, el resto eran duquesas. Pensé que mi padre mandaría algún pariente cercana con un título así.
Seguro se trataba de una confusión.
— ¿Cómo?
Sir Levi perdió la sonrisa.
— Velo por ti mismo — Dijo ella, tensa.
¿Por qué tan nerviosa?
Caminé con prisa y firmeza.
Ambos me siguieron.
Entré al salón, efectivamente, habían dos mujeres.
Una estaba de espaldas, observando por la ventana y la otra tocaba el espaldar de uno de los sillones.
La que curioseaba tenía el cabello de un rubio pálido, recogido en una trenza, llevaba un vestido gris y su piel era muy pálida.
Nunca la ví antes.
— ¡Su majestad, el rey Adrian Rhodes a llegado! — Anunció Levi.
Ambas mujeres dieron un respingo.
La rubia tomó una postura firme e hizo una reverencia.
— Majestad, es un gusto conocerle — Dijo y fruncí el ceño ante su acento extraño.
— ¿Quién es usted?
La otra mujer se aproximó y giré mi rostro hacia ella.
Todo pareció quebrarse, abrirse y tornarse oscuro, una sensación desagradable me dominó al verla.
Era imposible.
Presencié como su cabeza fue cortada, como su espeluznante risa se detenía en seco por el golpe del filo.
No podía ser verdad.
Esto era una pesadilla.
Vanessa se hallaba frente a mí, el rostro pálido como siempre, los labios rojos y los ojos entre azul y plateado, el cabello negro recogido en un tocado, la ropa negra anunciando que volvía de la muerte.
La furia me hizo avanzar.
— ¡Maldita! ¿Cómo te atreves a regresar? — Grité y ella se sobresaltó, con miedo en su expresión, como si pudiera ocultar su maldad con eso — ¡Yo te ví morir, lárgate, deja de atormentarme ya! — Avancé para atacarla.
Levi y Ania se atravesaron.
— ¡Espera, Adrian, detente! — Gritó mi hermana.
La desgraciada retrocedió, temblando, la mujer rubia se acercó a ella y la tomó del brazo, observando con miedo también.
— ¡No ven lo que veo! — Grité, con la respiración rápida y el corazón a trote — ¡Vanessa volvió!
Los guardias aparecieron también.
— ¡No es Vanessa! — Gritó Levi, tratando de controlarme, empujé contra él.
— ¡Sí lo es! ¡Maldita, vuelve al infierno, déjame en paz, te mataré yo mismo!
La infeliz empezó a temblar, con los ojos aguados.
— ¡Basta, Adrian, estás perdiendo control, ella no es Vanessa, es imposible que lo sea, esa mujer ya está muerta! — Gritó Ania, forcejeando conmigo, tanta era mi rabia que no podían retenerme, perdían el agarre y yo avanzaba más a la desgraciada.
— ¡Dejen de interponerse en mi camino! — Mi voz se tornó más áspera, sentía la cólera avanzar por todo mi sistema, ardiendo en mi ser.
— No sé a qué se refiere... — Jadeó ella, llorando — Soy Freya...
— ¡Maldita mentirosa!
— ¡Adrian, estás equivocado, no hagas una estupidez, es evidente que hay cierto parecido, pero ella no es Vanessa, entiéndelo, está muerta! — Insistió Ania, tomando mi brazo — ¡Guardias, saquen a las princesas de aquí!
— ¡No, no se atrevan! — Ordené y los guardias se quedaron estáticos, sin saber que hacer.
— ¡Hagan lo que diga, el rey no está en sus cabales en estos momentos, por favor, lleven a las princesas a otro salón! — Gritó Levi, rojo del esfuerzo que hacía en contenerme.
Los guardias las condujeron.
Las dos observaban asustadas hacia mí.
Esa mujer, me observaba con mucho miedo.
Maldita infeliz.
Me zafé de sus agarres.
Solté un gruñido de furia.
— Mi padre hizo esto... Maldito...
— Son de Polemia — Dijo Levi y giré mi rostro.
— Sus acentos son...
Lo tomé del cuello.
— ¿Sabías sobre esto?
— Majestad, su padre lo mencionó una vez, dijo que debía casarse con alguien de Polemia... Esas princesas vienen de allá.
— Maldito traidor.
Le lancé un puñetazo.
Freya Vos:
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