María Elena Collazo trata de hacer hasta lo imposible por libararse de las garras de su suegra y de su alcohólico esposo. ¿Hasta qué punto podrá soportar ese infierno? Esta historia es totalmente ficticia. Todos los personajes y vivencias fueron creados por la mente de su servidora. Cualquier semejanza con la vida real es mera coincidencia.
NovelToon tiene autorización de Maria Esther para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El esposo alcohólico
En otro lugar un poco apartado de la casa de María Elena, una pareja discutía acaloradamente.
Entiende, Leticia, gastas mucho dinero; a este paso pronto quedaremos en la ruina.
¿Y qué me dices de tus desgraciadas cervezas?, si no es una cosa es la otra, pero todos los días estás tomando, ¿acaso eso no es derrochar el dinero?, le contestó Leticia muy enojada.
Sí, mi amor, pero yo soy el que trabaja yo soy el que traigo el dinero a esta casa.
¿Me vas a cantar lo que me das?, ¿eres mi esposo o no?, gritó ella.
No te lo estoy cantando, amor, pero acuérdate que últimamente no me ha ido bien en los negocios. Y si tú sigues gastando así a manos llenas no nos vamos a poder reponer.
Pues si te ha ido mal en los negocios no es por mi culpa es porque tú eres un mediocre nunca has logrado nada, y como marido eres un chasco.
¿Eso es lo que piensas de mí?, Moisés de la Vega sintió que su alma se partía al escuchar a su esposa.
Sí, eso pienso de ti, eres un mediocre, patán y bueno para nada.
Aranza, la madre de Moisés entró en ese momento escuchando lo que Leticia le había dicho a su hijo.
¿Cómo te atreves a hablarle así a mi hijo? ¿Quién eres tú para decir lo que está bien y lo que está mal?, eres una mala agradecida estás viviendo aquí de arrimada y todavía te pones tus moños.
Arrimada no, estoy viviendo con mi esposo por todas las de la ley.
Pues será el sereno, pero esta es mi casa y aquí se hace lo que yo diga y si sigues hablando mal de él te pesará.
Moisés, ¿vas a dejar que tu madre me hable así?
Ella tiene razón tú no eres más que una arrimada en mi casa.
¿Qué te pasa?, estamos casados. ¿Por qué me hablas así?
Yo te hablo como me dé mi gana y ahora lárgate de mi vista.
Leticia volteó a ver a uno y a otro y luego se fue a su cuarto.
La señora llevó a su hijo a la cocina y le enseñó una hielera. Mira, hijo, esto es para ti por ser tan bueno.
Al abrir la hielera Moisés quedó encantado. Gracias mamá y empezó a tomar sin remordimiento.
Leticia ya estaba dormida cuando llegó Moisés, sumamente tomado, se acostó a su lado y empezó a tocarla.
Ella olió el aliento alcohólico de su esposo e inmediatamente se despertó y se levantó de la cama.
¿Qué te pasa? ¿Acaso no te has visto cómo estás?, todo borracho.
Sí, ¿y qué?, eres mi esposa ¿no? Entonces ven aquí.
¡No quiero, suéltame!
Entonces, empezó un forcejeo entre ambos. Leticia luchaba por soltarse, pero el hombre la superaba en fuerza. Cayeron en la cama, él estaba dispuesto a hacerla suya a como diera lugar.
Para desgracia de Moisés y alivio de Leticia, Aranza entró en ese momento.
Hijo, te traje café bien cargado para que se te quite esa borrachera.
Leticia aprovechó el momento para huir.
Madre, ¿por qué entras "como burro sin mecate"?
Esta es mi casa, y yo entro y salgo de cualquier parte, cuando me dé la regalada gana, faltaba más.
Me espantaste a "la paloma".
Ya tendrás tiempo para pescarla de nuevo.
Aranza dejó solo a Moisés, y al poco rato él dormía como lirón.
Cuando se levantó Moisés, al día siguiente, Leticia ya tenía listo el desayuno.
Para alivio de Leticia, Moisés había olvidado todo lo del día anterior.
Mmm huele muy bien, dijo él.
Ya está listo, siéntate.
Por cierto ¿dónde dormiste?, ¿por qué no estabas conmigo?
Leticia tragó saliva; sí estaba contigo, pero me levanté más temprano.
Moisés la vio inquisidoramente y ella bajó la mirada.
A mí no me engañas, a ti te pasa algo, dijo él.
No me pasa nada, anda, come.
¿Qué, no piensan invitarme al desayuno?, dijo Aranza entrando al comedor en ese instante.
Leticia iba a hablar, pero Moisés se le adelantó:
Claro que sí, madre, siéntate. Leticia, sírvele a mi madre.
Leticia no se movió, pero enseguida se levantó para servirle a la señora.
De pronto sus ojos vieron la alacena, ahí había un frasco de veneno.
Una idea se le vino a la mente, pero la desechó al momento.
"Yo no soy una asesina", pensó, y guardó el veneno en el fondo de la alacena.
Sirvió el plato y se lo puso en la mesa a la señora.
Siéntate, ¿no piensas comer?, le dijo Moisés a Leticia, que permanecía parada.
Eh, sí, dijo ella.
Pues ¿qué esperas?
Al poco rato, los tres comían "en aparente tranquilidad".
Moisés le tocó la pierna a Leticia por debajo de la mesa.
Ella saltó como si le hubiera picado un alacrán.
¿Qué te pasa?, gritó Aranza, casi tiras la comida.
Perdón, no fue mi intención.
Luego, le lanzó una mirada de pistola a Moisés, quién sonreía, divertido.
Bueno, termina de comer para que laves los trastes y recojas toda la casa. Yo voy a salir a pasear.
Sí, señora.
Yo me iré a trabajar, a ver si tengo mejor suerte en los negocios.
Leticia suspiró aliviada cuando su suegra y su esposo salieron de la casa.
La vida que llevaba en esa casa para nada era lo que ella hubiera deseado.
Su esposo era un alcohólico y su suegra una tirana que trataba a Moisés como si fuera un títere.
Dos horas después, Leticia ya había limpiado toda la casa. Sentía ganas de aventar todo a la fregada y largarse a otro lado, pero no tenía a dónde ir. La única amiga que tenía se había ido a probar mundo cuando ella decidió casarse con Moisés.
La mayor parte del tiempo se la pasaba encerrada en esa casa tan grande porque su esposo no la deja a ir a ninguna parte.
Ella obedecía con tal de no meterse en problemas.
En esa casa la trataban peor que a una criada.
Alrededor de las 6 de la tarde, llegó su esposo. Y más tarde llegó su suegra.
Ella ya tenía la cena lista. Todos comieron en silencio.