— Advertencia —
La historia está escrita desde la perspectiva de ambos protagonistas, alternando entre capítulos. Está terminada, así que actualizo diariamente, solo necesito editarla. Muchas senkius 🩷
♡ Sinopsis ♡
El hijo de Lucifer, Azaziel, es un seducor demonio que se obsesiona con una mortal al quedar cautivado con su belleza, pero pretende llevársela y arrastrar su alma hacia el infierno.
Makeline, por su lado, carga con el peso de su pasado y está acostumbrada a la idea del dolor. Pero no está segura de querer aceptar la idea de que sus días estén contados por culpa del capricho de un demonio.
—¿Acaso te invoqué sin saberlo?
—Simplemente fue algo... al azar diría yo.
—¿Al azar?
—Así es. Al azar te elegí a ti.
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Apatía
Me desperté con un dolor que se me extendía como electricidad a través del cerebro, maldije por haberme excedido mientras sostenía mi frente. Prometí que no volvería a pasar, pero aquí estoy. No recordé haberme quedado dormida, pero no me sorprendía mucho. Tenía vértigo y estaba atolondrada. No decidía si lo que sentía eran hinconces o una fuerza que me oprimía el cráneo. Cuando terminé de recomponerme, sentí una presencia a mi costado pero quién sabe, no llevaba los lentes puestos –por último, ni sabía dónde los había tirado– y pudo haber sido mi cabeza resaqueada generando una ilusión. Mi mirada vagó por la habitación hasta llegar a su dirección. Me exasperé, no era posible.
—¿Otra vez tú?
Estaba fastidiada y el dolor que persistía no era de mucha ayuda. Los rayos que se filtraban por la ventana alcanzaban a iluminar algunas partes de su rostro, le hacía ver angelical. Parece ser que le saqué de una reflexión profunda en la que estaba.
—Sí, yo otra vez —respondió con monotonía.
—Eres… —no terminé de hablar, entrecerré los ojos.
Volví a tocar mi cabeza en un intento por apaciguar mi molestia, me daba la idea de que la presión dentro de mi cráneo me haría explotar en cualquier momento.
—¿Todavía me afecta el alcohol?
—Supongo que sí. Parece que tienes mucho malestar.
Dejé caer mis manos con un suspiro. Me estaba ahogando el calor, necesitaba algo helado.
—Me refiero a ti —dije.
—Ah, eso —se cruzó de brazos—. Sí, verás, no es un efecto del alcohol, soy muy real.
Su voz estaba tan llena de seguridad que me desconcertaba. Pero me sentía cansada para refutar, su presencia me iba a provocar una desrealización en la que no quería entrar, temía que quedarme ahí concentrando mi atención en él, me obligaría a concebir que algo estaba roto en mi interior. Tomé la decisión de ponerme de pie, algo tambaleante, y fui hacia la cocina.
Mi periferia todavía se distorsionaba y mi andar estaba afectado. Mi piel emanaba un olor a licor que se mezclaba con sudor y se me hacía desagradable. Al llegar a la cocina, saqué una taza y serví lo que quedaba de esencia en la nevera, apenas le eché una cantidad mínima de agua, prácticamente un espresso. Odiaba el café amargo, pero sentí la necesidad de cargarlo para quitarme los mareos de encima.
No. No pude. Le eché más agua y algo de azúcar para disipar el repugnante sabor que se había quedado en mis pupilas. Sentí su presencia detrás de mí mientras yo alternaba entre revolver el café con una cucharita y forzarme a tomar forzosos sorbos. Pero, aunque no volteé para confirmar, sabía que estaba en el marco de la puerta, la sombra que proyectaba llegaba hasta mis pies. Como no le hice caso, dio unos pasos más adelante, recargándose contra la mesa.
—¿Me dejas hacerte una pregunta? —cuestionó, rompiendo el silencio.
Dejé de chocar la cuchara un momento, sin molestarme en ocultar que aquello me estaba irritando.
—¿Qué quieres? —pregunté cortante.
—¿Por qué bebes alcohol? —se apoyó en la mesa, dejando el mentón sobre sus manos.
La duda me tomó por sorpresa. Para mí, era algo muy personal, no me explicaba por qué aquél ser se atrevía a querer entrometerse. Por mi mente atravesaron mil formas groseras para responderle, pero las acallé todas.
—Es para… olvidarme de mis problemas —dije en voz baja.
—¿Sabes que olvidarte de ellos no es lo mejor que puedes hacer, verdad? Dudo mucho que el alcohol cambie algo —su voz no tenía ni un gramo de reproche y, aun así, me estaba molestando.
Bebí de la taza como respuesta. Nunca me importó mucho la opinión de los demás, y si él era una manifestación de mi subconsciente tratando de hacerme entrar en razón, me importaba menos. Sin previo aviso, me arrebató la taza de las manos para beber.
—Esto es repugnante —dijo—. Y tú eres tan ignorante.
—Se podría decir que lo soy, sí —lo pensé bien, no me molesté en quitarle la taza, de todas formas estaba horrible. Aparte, así dejaba en claro lo poco que me importaba esa conversación—. Por ejemplo, te puedo ignorar a ti.
Golpeó la taza contra la encimera.
—Si te parezco tan desagradable. ¿Por qué no pruebas a echarme de tu casa?
De haberlo dicho antes. Lo miré con cansansio.
—Vete —dije inmediatamente con una sonrisa falsa.
Después, regresé a la sala, arrastrando mis pasos, dejándole con la palabra en la boca. Acto seguido, encendí el televisor, el ruido me refugiaba de algún modo. A veces lo dejaba encendido solo para sentir que no estaba sola en la casa. No me gustaba admitirlo en voz alta y no lo haría, no quería que me miraran con lástima o un bicho raro.
—Si es tu deseo —dijo con seriedad, y se detuvo en frente de mí. A lo que yo solo pensé qué falta de respeto, yo quería ver la televisión tranquila—. Me iré.
—Bueno, adelante —dije sin siquiera mirarle.
Se quedó observándome por un breve momento, en un silencio incómodo, yo solo quería que se quitara de allí.
—De acuerdo —concluyó—. Así será entonces.
Antes de que yo pudiera añadir algo más, desapareció de mi vista. Vi el lugar en donde había estado antes, sintiéndome rara a la vez que aliviada por que la situación terminara. Sentía el peso de la conversación disolviéndose lentamamente. Me dejaba un sabor de desconcierto, ¿será posible que me estaba enloqueciendo?