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EL DESTINO ES LA MUERTE.

EL DESTINO ES LA MUERTE.

Status: Terminada
Genre:Completas / Escena del crimen / Leyenda sangrienta / Casos sin resolver
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: José Luis González Ochoa

Monserrat Hernández es una respetada abogada defensora⚖️. Una tarde como cualquiera otra recibe una carta amenazante📃, las palabras la aterraron; opción 1: observar como muere las personas a su alrededor☠️, opción 2: suicidate.☠️

¿Que tipo de persona quiere dañar a Monserrat con esta clara amenaza mortal?✉️.

Descubre el misterio en este emocionante thriller de suspense😨😈

NovelToon tiene autorización de José Luis González Ochoa para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

"PARTE 1 ENCUENTRAME" / (CAPITULO 1) LA CALMA ANTES DE LA TORMENTA

La luz del sol se filtraba suavemente a través de las cortinas de seda, bañando la habitación de Monserrat en un cálido resplandor dorado. El aire estaba lleno del dulce aroma de las gardenias que florecían en el jardín exterior, y el canto de los pájaros se escuchaba lejano, como una melodía suave y tranquilizadora.

Montserrat se despertó lentamente, estirando su cuerpo elegante y flexible sobre la cama de cuatro columnas. Su cabello oscuro y liso se extendía sobre la almohada como una cascada de noche, y sus ojos castaños se abrieron lentamente, como si emergieran de un sueño profundo.

Se sentó en la cama, rodeada de la opulencia de su dormitorio. Las paredes estaban decoradas con obras de arte contemporáneo, y la alfombra persa que cubría el suelo era suave como la seda bajo sus pies. La habitación era un refugio de calma y serenidad, un lugar donde Monserrat podía escapar de las tensiones y los desafíos de su trabajo como abogada.

Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, descorriendo las cortinas para dejar entrar la luz del sol. El jardín exterior era un oasis de verde y color, con flores que brillaban como joyas en la luz matutina. Monserrat sonrió, sintiendo la paz y la tranquilidad que siempre la invadían en momentos como este.

Pero la calma no duró mucho. Su teléfono móvil comenzó a sonar, rompiendo el silencio de la mañana. Monserrat suspiró y se acercó a la mesita de noche para responder la llamada.

—Hola, soy yo —dijo una voz familiar al otro lado de la línea.

—Hola, Valeria —respondió Monserrat, sonriendo—. ¿Qué pasa?

—Nada, solo quería saber cómo te fue ayer en el juicio —dijo Valeria, su voz llena de curiosidad.

Montserrat se sentó en la cama, recordando la tensión y la emoción del día anterior.

—Ganamos el caso —dijo, sonriendo—. Alejandro fue declarado no culpable.

—¡Felicidades! —exclamó Valeria—. Sabía que lo lograrías.

Montserrat se rió, sintiendo una sensación de satisfacción y logro.

—Gracias, Valeria. Significa mucho para mí.

Valeria García era una colega y amiga cercana de Monserrat. Ambas habían estudiado derecho en la misma universidad y habían comenzado su carrera como abogadas en el mismo bufete. Valeria era una mujer enérgica y dinámica, con un cabello rubio corto y una sonrisa contagiosa.

—¿Cómo estás? —preguntó Valeria, interrumpiendo los pensamientos de Monserrat—. ¿No te ha afectado demasiado el caso?

Monserrat suspiró, sintiendo una oleada de cansancio.

—Estoy bien —dijo—. Solo un poco agotada. Fue un caso difícil.

Valeria se rió.

—Tú siempre has sido una guerrera —dijo—. No te rindes fácilmente.

Monserrat sonrió, sintiendo una sensación de gratitud hacia su amiga.

—Gracias, Valeria —dijo—. Significa mucho para mí tener tu apoyo.

La conversación continuó, con Valeria y Monserrat hablando sobre el caso y sobre sus planes para el fin de semana. Monserrat se sentía relajada y cómoda, pero en el fondo, sabía que algo estaba a punto de cambiar. Algo que iba a alterar la calma y la tranquilidad de su vida.

Después de colgar el teléfono, Monserrat se levantó de la cama y se dirigió al baño para comenzar su rutina matutina. Mientras se duchaba, no podía sacudirse la sensación de que algo estaba a punto de suceder. Algo que iba a cambiar su vida para siempre.

Después de terminar su rutina matutina, Monserrat se vistió con su traje favorito de Chanel, un elegante conjunto de pantalón y chaqueta en color negro que realzaba su figura esbelta. Se calzó con unos tacones de Louboutin y se dirigió hacia la puerta de su casa.

Su chofer, Juan, la esperaba en la acera con su Mercedes-Benz S-Class negro brillante. Monserrat sonrió al verlo y se sentó en el asiento trasero, donde ya estaba preparado su café matutino.

—Buenos días, señora —dijo Juan, sonriendo—. ¿Dónde la llevo hoy?

—Al bufete, por favor —respondió Monserrat, mientras se ajustaba el cinturón de seguridad.

El automóvil se puso en marcha y se deslizó suavemente por la calle 72, pasando por delante de los edificios de apartamentos de lujo de Manhattan. Monserrat miró por la ventana, observando la vida matutina de la ciudad. Los neoyorquinos se apresuraban hacia sus destinos, mientras los vendedores de café y periódicos ofrecían sus productos en las esquinas.

El tráfico era intenso en la Quinta Avenida, pero Juan conocía bien las calles de Nueva York y logró evitar los embotellamientos. Poco después, el automóvil se detuvo frente al edificio de cristal y acero del bufete de abogados "Hernández & Asociados", ubicado en el corazón de Midtown.

Monserrat se bajó del automóvil y se estiró, disfrutando del sol matutino en su rostro. El edificio del bufete era un rascacielos de 20 pisos, con una fachada impresionante que dominaba la calle 42. La entrada principal estaba flanqueada por dos columnas de mármol y una fuente de agua que parecía un oasis en medio de la ciudad.

—Gracias, Juan —dijo Monserrat, mientras se despedía de su chofer—. Te veré más tarde.

—De nada, señora —respondió Juan, sonriendo—. Que tenga un buen día.

Monserrat se dirigió hacia la entrada del edificio, donde la recibió su asistente personal, Emily.

—Buenos días, señora —dijo Emily, sonriendo—. ¿Cómo está hoy?

—Estoy bien, gracias —respondió Monserrat, mientras se dirigía hacia el ascensor—. ¿Qué tengo en la agenda para hoy?

—Tiene una reunión con el equipo de litigios a las 10 de la mañana —dijo Emily, mientras seguía a Monserrat hacia el ascensor—. Y también tiene una cita con un nuevo cliente a las 2 de la tarde.

Monserrat asintió, mientras se subía al ascensor. Estaba lista para enfrentar el día con confianza y determinación.

El ascensor se detuvo en el piso 18, donde se encontraba el despacho de Monserrat. Ella salió del ascensor y se dirigió hacia su oficina, donde ya la esperaba su equipo de litigios.

—Buenos días, todos —dijo Monserrat, mientras se sentaba en su silla—. ¿Qué tenemos hoy?

Su equipo de litigios, compuesto por cinco abogados experimentados, comenzó a discutir los casos pendientes. Monserrat escuchaba atentamente, tomando notas y haciendo preguntas.

—El caso de la empresa de tecnología está avanzando bien —dijo uno de los abogados—. La defensa está débil y creo que podemos ganar.

—Excelente —dijo Monserrat—. ¿Qué hay del caso de la familia que perdió a su ser querido en el accidente de tráfico?

—Estamos negociando con la compañía de seguros —respondió otro abogado—. Creo que podemos llegar a un acuerdo.

La reunión continuó durante una hora, durante la cual Monserrat y su equipo discutieron estrategias y planificaron sus próximos pasos.

Después de la reunión, Monserrat se dedicó a revisar documentos y firmar contratos. Su asistente, Emily, entró en la oficina con una taza de café.

—Señora, tiene un mensaje de la corte —dijo Emily—. El juez ha fijado una fecha para el juicio del caso de la empresa de construcción.

Monserrat tomó el mensaje y lo leyó rápidamente.

—Gracias, Emily —dijo—. Por favor, hazme una copia de este documento y envíalo al equipo de litigios.

Emily asintió y se retiró. Monserrat se sumergió en su trabajo, revisando documentos y preparando su defensa para el juicio.

A medida que avanzaba la mañana, Monserrat se sintió cada vez más enfocada en su trabajo. Su mente estaba llena de estrategias y argumentos, y su corazón latía con emoción.

Finalmente, llegó la hora de la cita con el nuevo cliente. Monserrat se levantó de su silla y se dirigió hacia la recepción.

—Emily, ¿está aquí el señor...? —preguntó Monserrat.

—Sí, señora —respondió Emily—. El señor Alessandro está esperando en la sala de reuniones.

Monserrat sonrió. No sabía qué esperar de este nuevo cliente, pero estaba lista para escuchar su historia y defender sus derechos.

Monserrat entró en la sala de reuniones y se encontró con un hombre de unos 45 años, con cabello gris y ojos castaños que parecían haber visto mucho en la vida. Su rostro era amable y su sonrisa genuina, mostrando una fila de dientes blancos y rectos. Llevaba un traje de lana gris oscuro, bien cortado, que resaltaba su figura atlética. Se levantó de su silla y se acercó a Monserrat, estrechándole la mano con firmeza.

—Señora Hernández, es un placer conocerla —dijo Alessandro, con una voz cálida y resonante—. Me han hablado mucho de su trabajo.

—El placer es mío, señor Alessandro —respondió Monserrat, sonriendo—. Por favor, siéntese.

Alessandro se sentó en la silla de cuero negro que Monserrat le indicó, y ella se instaló en su silla, preparada para escuchar su historia. La sala de reuniones estaba decorada con elegancia, con una mesa de madera oscura y sillas de cuero negro. Las paredes estaban adornadas con obras de arte contemporáneo, y una ventana grande ofrecía una vista impresionante de la ciudad.

—Señora Hernández, necesito su ayuda —dijo Alessandro, con una expresión seria—. Mi empresa, Alessandro Industries, ha sido víctima de un robo. Alguien ha estado desviando fondos y creo que sé quién es el culpable.

Monserrat se inclinó hacia adelante, interesada. Sacó un bloc de notas y un bolígrafo de su escritorio.

—¿Qué hace que crea que sabe quién es el culpable? —preguntó.

—He estado investigando y he encontrado algunas irregularidades en los registros financieros —explicó Alessandro—. Nuestra empresa tiene un sistema de contabilidad muy sofisticado, pero alguien ha encontrado la manera de manipular los números. He descubierto que han estado transfiriendo dinero a una cuenta bancaria en el extranjero.

Monserrat asintió, tomando notas.

—¿Ha denunciado esto a la policía? —preguntó.

—Sí, pero no han hecho nada —dijo Alessandro, frustrado—. Me han dicho que no tienen suficientes pruebas para arrestar a nadie. Pero yo sé que es alguien de confianza, alguien que ha estado trabajando conmigo durante años.

Monserrat se recostó en su silla, pensativa.

—Señor Alessandro, soy una abogada defensora —dijo—. No estoy segura de que pueda ayudarlo en su caso.

Alessandro se inclinó hacia adelante, con una expresión suplicante.

—Por favor, señora Hernández —dijo—. Necesito su ayuda. No importa el costo. Estoy dispuesto a pagar lo que sea necesario. Mi empresa es todo para mí, y no puedo dejar que alguien la destruya.

Monserrat se sintió conmovida por la desesperación de Alessandro. Algo en su historia no cuadraba. No parecía un hombre que estuviera buscando venganza, sino alguien que realmente necesitaba justicia.

—Está bien —dijo Monserrat, después de un momento de silencio—. Estoy dispuesta a escuchar más sobre su caso y ver si puedo ayudarlo.

Alessandro sonrió, con lágrimas en los ojos.

—Gracias, señora Hernández —dijo—. Gracias por creer en mí.

Monserrat sonrió, sintiendo una conexión con este hombre.

—No hay de qué, señor Alessandro —dijo—. Ahora, cuénteme más sobre su caso. ¿Quién cree que es el culpable?

Alessandro respiró profundamente antes de responder.

—Creo que es mi socio, Marco —dijo—. Ha estado actuando de manera extraña en los últimos meses, y he descubierto que ha estado haciendo algunas transacciones sospechosas.

Monserrat se inclinó hacia adelante, interesada.

—¿Qué tipo de transacciones? —preguntó.

—Ha estado transfiriendo dinero a una cuenta bancaria en el extranjero —explicó Alessandro—. Y ha estado haciendo algunas compras muy caras, cosas que no pueden pagar con su salario.

Monserrat asintió, tomando notas.

—Necesitaremos más pruebas para demostrar la culpabilidad de Marco —dijo Monserrat—. ¿Tiene alguna idea de cómo podemos obtener esas pruebas?

Alessandro pensó por un momento.

—Creo que puedo obtener algunos documentos financieros que pueden ser útiles —dijo—. Pero necesitaré su ayuda para analizarlos y encontrar cualquier irregularidad.

Monserrat asintió.

—Estoy dispuesta a ayudarlo —dijo—. Pero también necesitaremos hablar con algunos testigos. ¿Hay alguien en su empresa que pueda haber visto algo sospechoso?

Alessandro se inclinó hacia adelante.

—Sí, hay alguien —dijo—. Mi asistente personal, Sofia. Ella ha estado trabajando conmigo durante años y conoce muy bien la empresa. Si alguien ha visto algo, es ella.

Monserrat tomó nota.

—Necesitaremos hablar con Sofia lo antes posible —dijo—. ¿Puede arreglar una reunión con ella?

Alessandro asintió.

—Sí, puedo hacer eso —dijo—. Pero necesito que sea discreto. No quiero que Marco sepa que estamos investigándolo.

Monserrat sonrió.

—Entendido —dijo—. Seré muy cuidadosa. Ahora, ¿qué hay del motivo? ¿Por qué cree que Marco estaría dispuesto a robarle?

Alessandro se encogió de hombros.

—No lo sé —dijo—. Pero creo que puede estar relacionado con nuestra última discusión. Marco quería que invirtiéramos en un proyecto muy arriesgado, y yo me negué. Creo que puede estar buscando venganza.

Monserrat asintió.

—Eso es un buen punto de partida —dijo—. Ahora, vamos a hacer un plan para obtener más pruebas y hablar con Sofia.

Alessandro se levantó de su silla.

—Gracias, señora Hernández —dijo—. Me siento mucho mejor sabiendo que tiene mi caso.

Monserrat sonrió.

—No hay de qué, señor Alessandro —dijo—. Estoy aquí para ayudarlo.

La reunión terminó y Alessandro se fue, dejando a Monserrat pensativa. ¿Qué había detrás de la historia de Alessandro? ¿Era Marco realmente el culpable? Monserrat sabía que tenía que investigar más a fondo para encontrar la verdad.

Excelente final para el capítulo. Aquí está la continuación:

Después de que Alessandro se fue, Monserrat regresó a su despacho, pensativa. La historia de Alessandro la había intrigado, y estaba decidida a encontrar la verdad detrás del robo en su empresa.

Se sentó en su silla y continuó con su trabajo, revisando documentos y preparando su defensa para el juicio del caso de la empresa de construcción.

Justo cuando estaba sumergida en su trabajo, su asistente, Emily, llamó a su puerta.

—Señora Hernández, ¿puedo hablar con usted? —dijo Emily.

Monserrat se levantó de su silla.

—Claro, Emily. ¿Qué pasa? —preguntó.

—Mientras usted estaba en la reunión con el señor Alessandro, llegó una carta para usted —dijo Emily—. El mensajero dijo que era muy importante y que usted debía recibirla lo antes posible.

Monserrat se intrigó.

—¿Quién envió la carta? —preguntó.

—No lo sé —respondió Emily—. El mensajero no dio su nombre. Pero dijo que era urgente.

Monserrat se sintió un escalofrío en la espalda. ¿Quién podría enviar una carta tan urgente?

—Tráigame la carta —dijo Monserrat.

Emily salió de la oficina y regresó con una carta enmarcada en un sobre blanco. Monserrat la tomó y examinó el sobre. No había remitente ni dirección.

—¿Estás segura de que no había nada más? —preguntó Monserrat.

—Nada más —respondió Emily—. El mensajero dijo que solo debía entregar la carta en sus manos.

Monserrat se sintió una sensación de intriga y curiosidad. ¿Qué podría contener la carta? ¿Por qué era tan urgente?

Se sentó en su silla y abrió el sobre, pero antes de sacar la carta, se detuvo. Algo en su interior le decía que esta carta podría cambiar todo.

Y con eso, Monserrat se quedó sentada en su silla, mirando la carta, preguntándose qué secreto contenía y qué consecuencias tendría para su vida.

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Luis Ochoa
Hola Alicia, muchas gracias por tu comentario. Ten por segura que se tiene contemplada la secuela.
Alicia Escobar
un libro interesante con detalles únicos y originales, espero que tenga una continuación 😃👍
Elsa Orivas
mucho miedo pero que val8e te
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