En un pequeño pueblo rodeado de majestuosos paisajes rurales, donde los días comienzan con el canto de los pájaros y las noches se adornan con un manto de estrellas, vive Ricardo Correia Smith, o simplemente Rico Gaucho, un vaquero que hizo fortuna montando toros. Su mundo cambió drásticamente cuando su esposa falleció en un accidente de tráfico y su hija quedó en silla de ruedas. Reconocido por todos como el rey de los rodeos, esconde muy bien sus miedos.
En la agitada gran ciudad, está María Flor Carmona, una talentosa médica de temperamento fuerte y combativo, que nunca permite que la ofendan sin responder. A pesar de ser vista como una mujer fuerte, guarda en su interior las cicatrices que le dejó la separación de sus padres. Obligada a mudarse al campo con su familia, su vida dará un giro radical. Un inesperado accidente de tráfico entrelaza los caminos de ambos.
¿Podrán dos mundos tan diferentes unirse en uno solo?
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Capítulo 2
Recorren la hacienda, gastando la energía acumulada, tanto del caballo como de su jinete, mientras corren. Rico observa su patrimonio. Nada fue conquistado con facilidad; comenzó a trabajar a los catorce años en una hacienda ganadera aquí en el sur de Brasil. A los dieciséis años, consiguió su primera victoria a lomos de un toro bravo.
Todo allí fue ganado gracias a Dios y con la fuerza de sus brazos. Un día, su hija Cecilia heredaría todo aquello. ¿Pero cómo sería eso con la niña atada a una silla de ruedas? Regresaron hacía poco de la última consulta de la niña, que, por estar muy traumatizada con médicos, agujas y medicamentos, no acepta ser tocada, dificultando el tratamiento de rehabilitación.
Él conduce el caballo de vuelta a la sede de la hacienda y va disminuyendo la velocidad hasta que están en un trote lento.
Su hermano, su mejor amigo y su hombre de confianza, acercó su caballo al de Rico.
—¿Estás mejor? —pregunta Zé Luiz.
—¿Cómo puedo estar mejor, después de escuchar del médico que Cecilia está cada día más atrofiada y puede que nunca más vuelva a andar?
—Ella va a mejorar, ten fe.
—Y ahora, ¿cómo vamos a conseguir una niñera decente para cuidarla, sin que la misma deje el trabajo para estar detrás de mí?
—Hermano, necesitas conseguir una niñera que no sea del valle o alrededores, que no sea tu fan. Para organizar las cosas de la niña, una muchacha de la ciudad —se rasca la cabeza— tipo “mujer Amelia” de la canción “Amelia, mujer de verdad”, ¿sabes? Necesitas una igual, “ella no tenía la menor vanidad”.
—Los dos se echan a reír.
—¿Eso existe? —pregunta Ricardo, escéptico.
—Tal vez, puede ser incluso de otro estado que no sepa quién eres. O piensa que puede conquistar el título de patrona.
—Tal vez tengas razón, una mujer de otra ciudad, pero necesita ser fea, extraña, que no venga a creer que puede conquistarme. No estoy buscando una esposa. También tiene que ser fuerte; no aguanto más a estas que son unas delicadas. No puede ser, y esta es la tercera solo este mes que he tenido que despedir.
—Piensan que en una hacienda no hay mosquitos, arañas. ¡Qué va! —la carcajada de los dos hace que las aves vuelen.
—Zé Luiz, no quiero que estés insinuándote. Estoy cansado de no tener paz dentro de mi propia casa —se queja él.
—¿Mandamos a Doña Vanusa preparar un anuncio para poner en el periódico del domingo?
—Voy a pensarlo.
Sacudiendo las riendas, hace que Castaño corra el resto del recorrido, dejando a Zé Luiz atrás.
Hacienda Rico Gaúcho.
Un caserón restaurado de principios del siglo XX, con grandes ventanas y puertas amarillas en la terraza, sofás de madera con cojines blancos y varios jarrones con flores decoran el lugar.
Pasando por la entrada de su hacienda y observando a los empleados guardar los caballos en ese final de tarde, es saludado con un gesto de cabeza y él corresponde.
¡Suya! Esa palabrita tan pequeña tenía un significado enorme para él. Cuando era niño, Rico escuchaba las historias de su padre, que tenía el deseo de criar caballos Cuarto de Milla. Hoy era más que un sueño, era la más pura realidad.
Él bajó del caballo y un joven vino corriendo y llevó a Castaño al establo. Rico caminó hacia su oficina en la administración de la hacienda Rico Gaúcho, nombre reconocido en los rodeos de Brasil y del mundo.
Abrió la puerta, encendió la luz y fue en dirección a la gran mesa de jatobá que adquirió en una subasta en una hacienda de Minas Gerais. La restauró y la colocó en el centro de la amplia habitación, con sus ventanas azules que iban del suelo al techo, lo que le hacía sentirse pequeño, a pesar de su altura de un metro ochenta y cinco.
El hombre se quitó el sombrero, dejando al descubierto su cabello, y lo colocó en el gancho de la pared. Se acomodó en un confortable sillón revestido con el cuero de un búfalo negro como la noche, regalo que recibió de su padre cuando cumplió trece años. Ese año marcó la vida de Rico como ningún otro, pues su padre era un hombre fuerte que, acostumbrado a lidiar con el ganado, enfermó repentinamente y, en pocos meses, murió, dejando una mujer y dos hijos.
En pocos meses, su madre se vio responsable del sustento de la casa con un hijo de trece y otro de ocho.
Residían en un lugar donde las mujeres tenían pocas opciones de trabajo. Ella trabajó en el campo, donde, día tras día, fue perdiendo su vigor. No importaba cuánto trabajara; no era suficiente para el sustento de la familia.
Luchó arduamente para que sus hijos no dejaran la escuela, pero, a los catorce años, Rico fue a un rodeo y, después de eso, decidió, con todas sus fuerzas, que sería jinete de rodeo.
Cuando cumplió quince años, perdieron a su madre.
La hermana de su madre decidió quedarse con Zé Luiz, pero consideró que un niño de quince años era demasiado mayor para que ella lo acogiera en su casa.
Un año después, Rico ganó su primer campeonato estatal de monta.
Y al año siguiente, ganó el tercer lugar en el nacional; de ahí en adelante, ganó prácticamente todas las pruebas en las que participó. A los dieciocho años, acudió a la justicia para solicitar la custodia de su hermano y tardó seis meses en conseguirlo.
Desde aquel día, nunca más se separaron. Él se aseguró de pagar los estudios de Zé Luiz, que se graduó con honores en la facultad de administración. Hombre bueno y de corazón puro y el mejor amigo de su hermano Rico.