En el pequeño pueblo de Santa Lucía, Ximena Salazar, una dedicada, joven y apasionada aspirante a alcaldesa, se convierte en el blanco de la obsesión de Santiago Vargas, un oscuro mafioso con conexiones profundas en la comunidad que no se detendrá hasta tenerla entre sus brazos.
¿Podría el amor nacer de la obsesión?
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Petición
Estaba en completo estado de shock.
Jamás había visto morir a alguien, mucho menos de esa forma.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué están haciendo esto?
—Todo será explicado a su debido tiempo— Habló el hombre en el asiento del copiloto.
—Son unos cobardes. Ni siquiera tienen la valentía para mostrar sus rostros.
Ante el silencio de todos, comencé a observar por la ventanilla. La camioneta se deslizaba por caminos oscuros, apenas iluminados por la luna que se asomaba tímidamente entre las nubes. Nerviosa y desorientada, intentaba memorizar el trayecto, pero la falta de visibilidad frustraba mis intentos.
Finalmente, las luces de la camioneta revelaron una entrada majestuosa: una gran hacienda rodeada por lujos
¿Dónde diablos me trajeron?
La camioneta cruzó las puertas de la hacienda y se adentró en una propiedad imponente con establos, fuentes y una fila de autos costosos. Me estremecí al percatarme de la magnitud de la opulencia que me rodeaba.
—Bájenla del auto— Indicó quien para mi era el líder de los secuestradores.
Soy guiada por los secuestradores hacia el patio principal de la hacienda. La entrada está iluminada por lámparas colgantes, pero la penumbra prevalece. De repente, un hombre elegante, de un cabello castaño oscuro y de ojos azules que resplandecen aun en la oscuridad, rodeado de guardias armados, emerge de la oscuridad.
—¡Bienvenida a casa, Ximena!— confundida, me quedo en silencio mientras el hombre se acerca con gracia.
—Soy Santiago Vargas.— Me dice extendiendo su mano.
Aprieto con fuerza los dientes y acepto la mano del hombre frente a mi, sintiendo la firmeza de su apretón. No estoy en una situación favorable así que mejor sigo la corriente hasta que encuentre la oportunidad de irme de aquí.
—Tienes el honor de estar en la Hacienda de los Vientos. Ahora, por favor, disculpa la bienvenida tan... brusca. No es nuestra costumbre ser tan rudos.
Ignoro su patético intento de hacer como si nada de esto fuera una completa locura y observo a los guardias a mi alrededor.
—Entiendo que estés confundida. Permíteme aclararte las cosas. Esta, mi querida Ximena, será tu nueva casa.
Incrédula, sigo en silencio mientras Santiago le da una orden a uno de sus hombres.
—Llévala a su habitación. Que se bañe y la preparen para cenar conmigo. No queremos que su nueva patrona se sienta incómoda.
Aún sin entender lo que está sucediendo, me llevan hacía el interior de la hacienda mientras Santiago me observa con ojos que reflejan un interés que no puedo comprender.
...Sé que debí pedirle alguna explicación del porque me encontraba aquí, pero prefiero mantener mi mente enfocada en como salir de este lugar....
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
Después de un baño con el que intento al menos aliviar la tensión de los últimos momentos, me encuentra en una habitación deslumbrante. Las empleadas me han vestido con un elegante vestido de cóctel en verde esmeralda, un contraste impactante con el escenario sombrío que me rodea. Insistí en volver a ponerme el traje con el que había llegado ya que no quería nada de estas personas, pero ellas se habían deshecho de este.
Mientras me ajusto el vestido, una de las empleadas se acercó con cara de pocos amigos.
—El patrón eligió personalmente este vestido para usted. Pensó que le quedaría a la perfección.
—Tu no pareces muy convencida de ello— No dice nada más. Tan solo retrocede algunos pasos sin mantener el contacto visual.
—El patrón la espera para cenar. Por favor dese prisa, señorita.
—¿Patrón?— Ya que esta es la situación y el hecho de que no me han dejado sola ni un segundo, al menos debo saber a que me enfrento.
—Si tanto desea saber, puede preguntarle usted misma a don Vargas— Ay pero que altanera, ni siquiera trata en ocultar su rechazo hacia mi.
Sin decir nada más, me obligó a seguirla por un lujoso pasillo hasta llegar a un comedor opulento en donde había una mesa impecablemente puesta, adornada con velas y cristalería. El mismo hombre que me recibió al llegar, se encontraba esperándome al final de la mesa.
—Sabía que te iba a quedar bien. Luces tan hermosa como siempre— Decidí enfrentarlo con una mirada férrea ya que parece insistir en continuar con esta falsa amabilidad.
—¿Por qué me trajeron a este lugar señor Vargas? Y ¿Por qué me habla como si me conociera?
—Todas tus preguntas tendrán respuestas, pero primero, siéntate y cenemos. Hay mucho que discutir.
—No me interesa cenar con usted. Quiero respuestas y las quiero ahora— Terminé por explotar al fin.
—¡Así me gusta, carajo!— Dijo bastante emocionado. —Chingona, con carácter. ¡Esa es la Ximena que me gusta! la que no le tiene miedo a nadie— Volvió tomar asiento, al parecer contento de lo que había confirmado. —Toma asiento y te explicaré todo— Volvió a insistir.
A regañadientes, tomé asiento mientras las empleadas comenzaron a servir la cena.
—Debo pedir disculpas por la forma en que llegaste aquí. Fue necesario para garantizar tu seguridad.
—¿Necesario dice? ¡Gente inocente murió! ¿Qué parte de eso fue necesario?
—Hay mucho que no entiendes, Ximena. Pero prometo que con el tiempo, todo se aclarará.
—No necesito tiempo, tan solo quiero irme de aquí. Así que dígame que es lo que quiere— No necesito ninguna explicación, solo quiero que me dejen ir ya, al menos si eso está en consideración.
—Es simple, Ximena. Quiero que te cases conmigo.
Santiago Vargas, 35 años