Idealizado es una novela juvenil que narra la vida de Elena, una adolescente atrapada en un hogar marcado por la violencia doméstica y el abuso psicológico de su padre. A través de su amistad con Carla, un breve romance con Lucas y su propio proceso de resiliencia, Elena enfrenta el dolor, la pérdida de su madre y la búsqueda de justicia. Con un estilo emotivo y crudo, la historia explora temas de empoderamiento, superación y la lucha contra el silencio, culminando en un mensaje de esperanza y amor propio.
NovelToon tiene autorización de criis jara para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Silencio en casa, ruido en la cabeza
El silencio en la casa Rivas no era casual.
Era una norma. Una costumbre impuesta, como el mantel blanco de todos los domingos o las cortinas que jamás se corrían. No importaba si el mundo se venía abajo: ahí adentro, todo debía parecer perfecto.
Elena bajó las escaleras con la misma cara de siempre. Neutra. Inexpresiva. Con el uniforme del colegio perfectamente ajustado al cuerpo, el pelo lacio recién planchado, y los auriculares colgando del cuello, sin música. Solo por costumbre.
En la cocina, su madre revolvía el café con la mirada perdida en la taza.
—Buen día, má —murmuró.
—Buen día, amor… —respondió ella, bajito, como si tuviera miedo de hablar muy fuerte. Como si todo el tiempo tuviera miedo.
Él ya estaba ahí. Sentado en la cabecera de la mesa como si fuera un rey. El celular en una mano, el tenedor en la otra. Su papá. Héctor Rivas. Empresario, exitoso, siempre vestido como si fuera a cerrar un contrato millonario, incluso un lunes a las siete y cuarto de la mañana.
—Ponete derecha, Elena —le dijo sin mirarla, alzando apenas la voz.
—Estoy derecha.
—No contestés.
—No estoy contestando —dijo más bajo, mirando el plato sin tocar la comida.
Su madre ni se metía. Solo suspiraba. Servía más jugo. Se disculpaba por cosas que nadie le había pedido.
Elena la miró de reojo. Le daba bronca. No su mamá. Su forma de no decir nada. De no defenderla nunca. De hacer como que nada pasaba.
—¿Hoy salís a la hora habitual? —preguntó su mamá, intentando sonar suave.
—Sí.
—Te espero en el auto a las doce y cuarto.
—Lo sé, má.
Él dejó los cubiertos sobre el plato con un golpe seco.
—Podrían hablar menos estupideces y moverse más rápido. Llegamos tarde por tu culpa —le dijo a Elena, ya de pie, ajustándose el reloj carísimo.
Ella se levantó sin responder. Ya había aprendido que discutir con su papá era como escupir al cielo: te volvía.
----------------
La mañana era fría. Cielo gris. De esos días que no sabés si llevar campera o no. Elena se sentó en el asiento delantero del auto, cruzada de brazos, sin mirar a su padre.
Él manejaba rápido, como si le molestara tener que llevarla. Como si el tránsito fuera culpa de ella también.
—Sacate esa cara —le dijo de golpe.
—¿Qué cara?
—Esa. De lástima.
—No tengo ninguna cara, pa.
—No seas irónica, Elena, que te va a ir peor.
No respondió. No valía la pena. Ya no lloraba frente a él. Lo había hecho una vez. Solo una. Y se lo había echado en cara por semanas. “No te hagas la víctima”, le había dicho.
Cuando llegaron al colegio, ella abrió la puerta apenas frenó. Ni se despidió.
----------------
Elena bajó del auto como si escapara de una cárcel. El aire frío le pegó en la cara como una cachetada que despertaba. Recién ahí, al ver a Carla en la entrada del colegio, esbozó su primera sonrisa del día.
—¡Elenita! —gritó su amiga, corriendo hasta ella—. ¿Te olvidaste de mi existencia o qué?
—Perdón, es que... bueno, el viaje con mi viejo.
—Otra vez el ogro, ¿no? Qué hombre de mierda, boluda.
—No digas eso…
—¿Y por qué no? Si lo ves con esa cara de culo que tenés, me dan ganas de putearlo yo.
Elena sonrió. Carla tenía esa magia. Decía todo lo que ella no podía decir.
Caminaron juntas hacia el patio. Las clases aún no empezaban, y el colegio estaba lleno de grupos charlando, compartiendo desayunos improvisados, gritando como si estuvieran en un boliche.
—¿Hoy tenés inglés con la loca de Gómez? —preguntó Carla.
—Sí, y con prueba sorpresa seguro.
—Te banco. Yo tengo educación física, me quiero morir. Encima me bajó, un asco.
Las dos se rieron. Ahí, con Carla, todo se sentía más fácil. Aunque no desapareciera lo que le pasaba en casa, al menos no tenía que fingir. Podía quejarse, mirar el techo, hacer chistes tontos, hablar de nada.
----------------
El día pasó entre clases, fotocopias, risas contenidas y miradas al reloj. Elena sobrevivía así, contando los minutos hasta que volviera a estar sola. Hasta que pudiera irse de nuevo a su cuarto y encerrarse.
A las 12:10, el portón se llenó de autos. Padres esperando, autos tocando bocina, chicos saludando apurados.
Carla la abrazó antes de irse.
—Ey, ¿el sábado venís o no?
—¿A qué?
—¡La fiesta en lo de Vicky! ¡Va a estar todo el mundo!
—No sé, Carla… no estoy para fiestas.
—No seas amarga. Vas a venir y la vas a pasar bomba, vas a ver. Después no me digas que no te avisé.
Elena rió, negando con la cabeza. Dio unos pasos hacia la salida y, justo al girar, ¡pum!, se chocó con alguien de frente.
—¡Uy! Perdón —dijo ella, alzando la vista.
Él era más alto. Tenía el pelo revuelto, una mochila colgada de un solo hombro y unos ojos marrones que se le clavaron en los suyos. Se quedó quieto, mirándola con cara de “¿de dónde saliste vos?”.
—Tranquila —dijo él, sonriendo de lado.
Elena bajó la mirada rápido. Sintió calor en las mejillas. No dijo más nada. Solo se dio media vuelta y caminó rápido hasta el auto de su papá, que ya la esperaba, impaciente, con el motor encendido.
Lucas se quedó mirándola alejarse. No dijo una palabra más. Pero la sonrisa se le quedó un rato.
----------------
En el auto, otra vez el silencio. Otra vez el mismo mundo. Frío. Opaco. Sofocante.
—¿Qué hacías demorando? —preguntó su papá sin sacarle la vista al volante.
—Nada. Me crucé con alguien.
—No me importa con quién te cruzaste. No me hagas esperar más.
Ella no respondió. Apoyó la cabeza contra la ventana. Y pensó en los ojos de ese chico.
----------------
Esa noche, en su habitación, con la luz apagada y la lámpara del escritorio encendida, Elena abrió su cuadernito íntimo. Una libreta vieja con la tapa gastada y el nombre “Eli” escrito a mano.
“Querido cuaderno”, escribió.
Hoy fue otro día gris. Como casi todos. Pero hubo algo raro. No sé cómo explicarlo. Me sentí… vista. Aunque haya sido solo un segundo. Aunque ni lo conozca. Aunque seguro ni se acuerde de mi cara mañana. Pero en ese segundo, fue como si alguien me dijera sin palabras: ‘No estás tan invisible como creés’. Capaz me lo imaginé. No importa. Igual lo escribo. Porque si no lo escribo, siento que desaparezco del todo.
Cerró la libreta y la guardó bajo la almohada.
Y por primera vez en semanas, se quedó dormida con una sonrisa suave en la cara.