Morí sin ruido,
sin gloria,
sin despedida.
Y cuando abrí los ojos…
ya no eran míos.
Ahora respiro con un corazón ajeno,
camino con la piel del demonio,
y cargo el nombre que el mundo teme susurrar:
Ryomen Sukuna.
Fui humano.
Ahora soy maldición.
Y mientras el poder ruge dentro de mí como un fuego indomable,
me pregunto:
¿será esta mi condena…
o mi segunda oportunidad?
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Capítulo 1: El precio de un héroe anónimo
La lluvia caía con parsimonia sobre las brillantes calles de Tokio, formando charcos en el asfalto que reflejaban los neones de los carteles. Era una noche cualquiera para la ciudad, pero para Victor, era simplemente un día más… otro más de una vida sin sobresaltos, sin compañía, sin sentido.
Llevaba la mochila colgando de un solo hombro y los auriculares enterrados en los oídos. El ritmo melancólico del lo-fi sonaba apenas por encima del ruido de la ciudad. Sus ojos, oscuros y serenos, recorrían las aceras mientras las gotas empapaban su flequillo.
Victor tenía 17 años, cursaba el último año de preparatoria, y si bien su inteligencia lo hacía destacar, nadie lo notaba. Siempre fue el chico callado, el que se sentaba en la esquina del aula, el que no intervenía, el que no reía. No tenía amigos, ni quería tenerlos. Aceptó hacía mucho que el mundo no era un lugar hecho para él.
Pero había una cosa que sí lo conectaba a algo mayor: el anime.
Y entre todos los mundos posibles, entre todas las historias épicas, Jujutsu Kaisen era su favorita. Más que eso. Era su escape.
“Sukuna es un villano, sí… pero no es un esclavo de las reglas. Es libre. Hace lo que quiere, como quiere… y nadie puede detenerlo.”
Eso pensaba Victor cada vez que el Rey de las Maldiciones aparecía en pantalla. Se sabía todos sus diálogos, cada una de sus técnicas, cada gesto.
—Si pudiera nacer de nuevo... —murmuró, parándose frente a la parada del autobús—. Sería alguien como él.
A su lado, una madre joven trataba de controlar a sus dos hijos. Uno dormía plácidamente en sus brazos; el otro, un niño inquieto de apenas cinco años, daba vueltas cerca de la acera.
Victor los miró de reojo. No porque le interesaran… sino porque algo en su interior le provocaba incomodidad. Un mal presentimiento. Como si algo estuviera a punto de pasar.
Y entonces, sucedió.
Un grito. Una madre que estira la mano, pero no alcanza.
—¡Kenji, no!
El niño, riendo inocentemente, corrió hacia la calle. Un balón rojo rebotaba delante de él.
Victor vio el coche.
Vio las luces.
El tiempo se ralentizó.
No pensó. Solo reaccionó.
Soltó su mochila y corrió.
El niño no lo vio venir, pero sintió el empujón. Cayó sobre la acera del otro lado.
Victor, sin embargo, no tuvo tanta suerte.
El sonido del impacto fue seco. El coche derrapó, frenó, se detuvo metros adelante. La madre gritó. La gente se reunió.
Y Victor... Victor ya no respiraba.
Su cuerpo yacía en la calle, la sangre mezclándose con la lluvia, extendiéndose como una flor maldita.
Oscuridad.
Silencio.
Luego... una voz.
—Interesante… ¿tú fuiste quien se sacrificó por un niño? Qué absurdo.
Victor abrió los ojos, pero no estaba en Tokio. No había asfalto, ni lluvia, ni luces.
Estaba en un espacio sin forma, sin color. Un vacío. Y frente a él, una figura monstruosa, colosal, con múltiples ojos y bocas, lo observaba con desprecio.
—¿Quién… eres? —murmuró Victor, sin comprender.
—¿Importa eso? Lo relevante es que... no deberías estar muerto aún. No de esa forma. Pero supongo que tu alma es más interesante de lo que parecía.
Victor se levantó lentamente. Su cuerpo… no era el mismo. Lo sentía diferente. Más liviano. Más potente. Pero también… más oscuro.
—¿Qué… es esto?
—Una segunda oportunidad. Una maldita ironía.
Y entonces, otro recuerdo.
Fuego.
Técnicas.
Sangre.
Una risa demoníaca.
Y un nombre.
Ryomen Sukuna.
—¿Qué me estás diciendo...? —Victor retrocedió.
Pero su cuerpo no le obedecía.
Su reflejo apareció ante él. No era el del chico solitario de Tokio. Era otra cosa. Más alto, más fuerte. Con marcas negras en el rostro, ojos adicionales en su rostro... cabello en punta teñido de un rosa pálido. Una forma demoníaca que conocía demasiado bien.
—No... esto no puede ser…
—Reencarnaste. O mejor dicho… fuiste arrojado. En el cuerpo de Sukuna. Porque así lo decidió el equilibrio… o el caos. Da igual.
Victor jadeó, llevándose las manos al rostro. Pero lo que sintió fue la piel áspera y marcada por líneas oscuras.
El terror lo invadió. No por la muerte. No por el infierno.
Sino por quién era ahora.
Era Sukuna.
—Esto… esto es un error.
—¿Lo es? —rió la entidad—. ¿No dijiste que querías ser como él? ¿Libre, poderoso, temido?
Victor cayó de rodillas. Su alma temblaba.
Y sin embargo… en algún rincón de su mente, algo se agitó.
Una voz.
—"Si vas a vivir otra vez… entonces hazlo como el rey."
Un rugido lo envolvió. Un estallido de energía maldita surgió de su espalda. Su piel ardía, sus ojos brillaban.
Y en medio del vacío, el dominio tomó forma.
Un templo demoníaco, hecho de huesos, fuego y odio.
El Relicario Demoníaco.
Victor gritó. No de dolor, ni de miedo. Sino de algo más profundo. Algo que había estado dormido toda su vida.
Poder.
La risa de Sukuna retumbó en su mente.
Pero Victor no era el mismo chico de Tokio.
Y ahora, tampoco era solo Sukuna.
Era Victor, reencarnado como el Rey de las Maldiciones.
Y el mundo… estaba por pagar el precio.
El templo demoníaco ardía a su alrededor. Las paredes estaban vivas: cráneos que lloraban sangre, pilares con bocas abiertas en lamentos eternos. Un altar central, decorado con garras y llamas malditas, latía como un corazón.
Victor estaba de pie en el centro.
No lo había creado conscientemente.
No había invocado nada.
Y sin embargo, ahí estaba.
El Relicario Demoníaco: el dominio propio del ser más temido del mundo de Jujutsu Kaisen.
—Esto… no puede estar pasando —dijo, mirando sus manos.
Cuatro brazos.
Dos ojos extra más en su rostro.
El cuerpo de un rey maldito.
Sukuna.
Intentó gritar, pero su voz resonó como un eco grotesco, mezclada con otra… una risa.
—¿Estás despierto al fin?
Una voz. Profunda. Cruel. Casi divertida.
Victor miró a su alrededor, buscando la fuente. Pero no había nadie.
—No busques fuera, mocoso. Estoy dentro de ti.
Su sangre se congeló.
Sukuna.
No solo había heredado su cuerpo… también su conciencia seguía ahí, enterrada, como una sombra observando.
—Esto no es justo… —murmuró Victor—. Yo solo quise salvar a ese niño. ¿Por qué terminé aquí?
—Porque el destino no premia a los justos. Solo se burla de ellos —respondió la voz—. Aunque debo admitirlo… tú eres interesante. No cualquiera logra mantener su mente intacta dentro de mí.
Victor cerró los ojos. Respiró. O lo intentó.
Cada respiración era una descarga de energía maldita que sacudía el espacio.
Entonces, el templo desapareció.
Un destello.
Un nuevo mundo.
Abrió los ojos… y estaba de pie en medio de un bosque extraño. Oscuro. Retorcido.
El cielo tenía un tono rojo pálido, como si estuviera amaneciendo eternamente.
Los árboles no eran árboles: parecían columnas de carne y hueso envueltas en ramas negras.
Y frente a él, una figura encapuchada lo observaba, arrodillada.
—Finalmente… has despertado, mi señor Sukuna.
Victor retrocedió un paso.
—¿Qué… dijiste?
El encapuchado bajó la cabeza hasta tocar el suelo con la frente.
—Mi nombre es Enra. Soy tu sirviente. Y he esperado quinientos años tu regreso. El mundo… necesita que lo maldigas una vez más.
Victor tragó saliva.
Cinco siglos.
¿Dónde estaba?
¿Era el mundo de Jujutsu Kaisen? No… algo estaba mal. Todo estaba distorsionado, como una versión aún más oscura del universo que conocía. Como si Sukuna hubiese conquistado o arrasado todo lo que tocó antes de desaparecer.
—¿Dónde estoy?
—En las Tierras Malditas. El núcleo de tu dominio… el mundo que fundaste en la era de la Aniquilación. Y tú has vuelto, mi rey.
Victor apretó los puños.
—Yo no soy Sukuna. No soy… ese monstruo.
Pero su cuerpo ardía con energía maldita. Las marcas negras brillaban en su piel. La tierra misma temblaba a su paso.
—Oh, pero lo eres. Tu alma puede ser otra… pero el poder es tuyo ahora. ¿Acaso lo desprecias?
La voz de Sukuna volvió a resonar en su cabeza.
—No puedes negarlo. Ya no eres un héroe. Nadie lo recuerda. Nadie te llora. El niño que salvaste ya olvidó tu rostro.
Victor apretó los dientes. Su corazón latía con furia.
—¡Cállate!
—Entonces, dime —se burló Sukuna—. ¿Qué vas a hacer, Victor? ¿Luchar contra todos? ¿Convertirte en el monstruo? ¿O usar mi poder para algo más?
Victor cayó de rodillas.
Su alma… se rompía en dos.
El adolescente que amaba los animes, que soñaba con mundos donde el bien triunfa… y el rey maldito que ahora ardía en su interior, hambriento de guerra, destrucción… y libertad absoluta.
—Dame… tiempo —susurró—. No voy a cederte nada. Este cuerpo puede ser tuyo… pero el alma es mía.
Enra levantó la mirada, confundido.
—¿Mi señor?
Victor se puso de pie lentamente. Su mirada se endureció.
—No soy tu señor. Pero usaré este poder. A mi manera.
El cielo se estremeció.
La tierra tembló.
Y a lo lejos, en el horizonte, otros lo sintieron.
Criaturas, maldiciones, humanos distorsionados… todos los habitantes de aquel mundo oscuro levantaron la cabeza al mismo tiempo.
El Rey había despertado.
Pero no era el mismo.
No era Ryomen Sukuna.
Era Victor, el forastero.
La anomalía.
La chispa que incendiaría el equilibrio.
Y con su llegada… la historia volvería a escribirse con sangre.