El Misterioso Alfa

El aire chispeaba a su alrededor mientras el portal se cerraba tras ellos con un zumbido sutil. Aelis cayó de rodillas, exhausta, pero viva. Lyra aullaba con fuerza en su interior, reconociendo la tierra familiar bajo sus pies. Habían escapado de la manada Sombra. Estaban de regreso en casa.

Eirik fue el primero en llegar hasta ella. La sostuvo entre sus brazos, sin importar la sangre ni el polvo en su piel.

—Aelis… —su voz fue un suspiro tembloroso, como si temiera que fuera un espejismo.

Ella levantó el rostro y sus ojos se encontraron. Ya no eran los mismos. En los de ella ardía una luz plateada, ancestral. Lyra estaba despierta, y Eirik la reconoció al instante.

—Eres tú… —murmuró él, con reverencia.

La bruja apareció segundos después, saliendo del portal con un bastón de madera negra. Su energía parecía drenada, pero sus ojos brillaban con triunfo.

—Lo logró —dijo, mirando a Eirik—. Canalizó la luz. Abrió el umbral por voluntad propia.

Los guerreros de la manada ya rodeaban el claro, alertados por la irrupción mágica. La madre de Aelis empujó a través de ellos, corriendo hacia su hija.

—¡Aelis! —sollozó, envolviéndola en un abrazo tembloroso—. Estás viva, mi niña, estás viva…

Esa noche, reunidos en el salón de la mansión del Alfa, la bruja pidió hablar a solas con los líderes. Eirik, Aelis, su madre y el consejo de ancianos escucharon en silencio.

—La oscuridad que envió al Alfa Sombra fue solo el inicio —dijo la bruja, mientras extendía un antiguo paño de tela con símbolos bordados en oro—. Aelis pertenece al linaje de las Custodias. Lobos destinados a mantener el equilibrio entre este mundo y el plano astral.

Aelis la observó, el corazón latiendo fuerte. Ya había oído ese término antes… en sus sueños, en susurros de Lyra.

—Tu padre era uno de los últimos Custodios —continuó la bruja—. Se sacrificó para sellar una grieta que amenazaba con devorar nuestra realidad. Murió protegiéndolas… y cerrando el velo con su propia vida. Su acto retrasó la expansión de la oscuridad, pero no la detuvo.

La madre de Aelis asintió con lágrimas en los ojos, y por un instante, todo fue silencio.

—Tú eres la última —agregó la bruja, mirando directamente a Aelis—. Si el velo se rasga por completo, solo tú podrás cerrarlo. Pero si no aumentas tu poder, correrás el mismo destino que él.

Eirik se acercó más a ella, como si pudiera absorber parte del peso que caía sobre sus hombros.

—¿Y qué debo hacer ahora? —preguntó Aelis, con la voz firme, aunque su interior temblaba.

—Entrenarte —dijo la bruja—. Yo misma te guiaré. Deberás dominar el flujo de energía, comprender la conexión con tu loba y fortalecer tu cuerpo y espíritu. Solo así podrás enfrentarte a lo que viene sin perecer.

—Y la piedra —añadió la madre de Aelis—. Cuéntale sobre la piedra.

Aelis frunció el ceño. —¿La del colgante?

La bruja asintió. —Tu padre la eligió con sabiduría. No es una simple joya. Es piedra de sello astral, una reliquia que solo reacciona al linaje Custodio. Puede ayudarte a canalizar y contener energía cuando el velo se agite. Es un ancla, pero también una llave. Cuidala. Llegará el momento en que será crucial.

Más tarde, cuando la tensión se disolvió, la madre de Aelis y Nina la llevaron de regreso a su habitación, adornada con flores silvestres y velas encendidas. Una pequeña torta esperaba en el centro de la mesa.

—¡Sorpresa! —exclamó Nina, sonriendo de oreja a oreja—. No podíamos dejar que tu cumpleaños pasara sin celebrar, loba viajera.

Aelis se echó a reír, por primera vez en días. Había olvidado por completo que era su cumpleaños. Su madre le puso una corona de flores sobre el cabello y le entregó un pequeño paquete envuelto en tela.

—Era de tu padre —dijo con suavidad—. Lo guardé para cuando cumplieras dieciocho.

Aelis desató el nudo con cuidado. Dentro, estaba el colgante: la luna creciente tallada en la piedra azul profundo. Al tocarlo, un cosquilleo recorrió su brazo. Lyra ronroneó en su interior.

—Gracias —susurró ella, abrazando a su madre—. Por todo.

Poco después, Eirik apareció en la puerta. Nina le lanzó una mirada cómplice antes de salir con la madre de Aelis.

—¿Molesto? —preguntó él.

—Nunca —respondió ella, sonriendo.

Él se acercó, le tendió una pequeña caja de madera oscura. —No sabía si te gustaría… pero sentí que lo necesitabas.

Dentro de la caja había una hermosa pulsera de oro trenzado con una piedra volcánica incrustada. - Eirik se la colocó y le dijo que la piedra ayudaba a canalizar energía, por si en algún momento sentía que era demasiado.

Esa noche se fueron a la cama, Aelis ya no dormía en su otra habitación, Lyra le había dicho que por nada del mundo se separara de Eirick y Hades.