Yang Jeongin estaba acostumbrado a la vida acelerada de Seúl. Entre las clases, las tardes con sus amigos y las noches de estudio, su rutina rara vez variaba. Pero aquella tarde, al entrar en el pequeño apartamento que compartía con su madre, notó algo diferente en el aire. Su madre estaba sentada en la mesa del comedor, con una taza de té humeante entre las manos, y una expresión que Jeongin no reconoció de inmediato. No era tristeza, pero tampoco era preocupación; era algo intermedio, algo que le hizo fruncir el ceño.
madre de Jeongin
Jeongin, necesitamos hablar
Dijo su madre, rompiendo el silencio antes de que él pudiera siquiera preguntar.
Jeongin dejó caer su mochila junto a la puerta y se acercó lentamente, sintiendo un nudo formarse en su estómago. Las palabras de su madre siempre llevaban un peso que él respetaba, pero esta vez había algo más, algo que le causaba inquietud.
Yang Jeongin
Qué pasa?
Preguntó, sentándose frente a ella.
Su madre tomó un sorbo de té antes de responder, como si necesitara ese momento para organizar sus pensamientos.
madre de Jeongin
Tu abuelo...
madre de Jeongin
No está bien, Jeongin. Está viejo, y vive solo en esa casa grande. Necesita a alguien que lo cuide por un tiempo, y yo...
Jeongin no necesitaba que terminara para entender lo que venía. Sus ojos se abrieron un poco más, en un gesto de sorpresa y ligera protesta.
Yang Jeongin
Quieres que yo vaya?
madre de Jeongin
Sí, hijo. Sé que es mucho pedir, pero es solo por un tiempo. Necesita compañía, alguien que lo ayude con las cosas de la casa. Yo no puedo dejar el trabajo aquí, y tú... podrías aprovechar para despejarte un poco de la ciudad.
Jeongin quiso protestar, quiso decir que tenía cosas que hacer, que sus estudios no podían esperar, pero algo en la mirada de su madre lo detuvo. Sabía que ella no pediría esto si no fuera realmente necesario. Su abuelo era un hombre fuerte, o al menos lo había sido la última vez que lo vio. Pero eso había sido años atrás, y ahora, la idea de ese hombre, alguna vez robusto y lleno de energía, necesitando ayuda, le resultaba extraña.
Yang Jeongin
Está bien
Yang Jeongin
Iré
La sonrisa de alivio de su madre fue suficiente para hacerle saber que había tomado la decisión correcta, aunque no lo sintiera así en ese momento. Y así, sin más, Jeongin se preparó para lo que sería el viaje más extraño y decisivo de su vida.
El viaje en autobús fue largo, interminable. A medida que el vehículo avanzaba por carreteras solitarias y desiertas, Jeongin comenzaba a sentir que el mundo que conocía se desvanecía con cada kilómetro que lo alejaba de Seúl. La ciudad se convirtió en una memoria lejana, mientras el paisaje rural lo rodeaba, más sombrío y melancólico con cada hora que pasaba. Los árboles eran más altos de lo normal, las sombras más densas, y el aire se sentía más pesado, como si algo estuviera esperando en el horizonte.
Cuando el autobús finalmente se detuvo en la estación, Jeongin se encontró en un pequeño pueblo, perdido entre montañas que parecían tragarse el sonido y la luz. No había mucho más que unas pocas casas dispersas, algunas ya envejecidas, otras medio desmoronadas. El lugar no parecía tener vida, como si los habitantes se hubieran reducido a sombras que deambulaban por la plaza, demasiado calladas, demasiado distantes.
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