Aunque intentó devolver la sonrisa, Jeongin no pudo quitarse la sensación de incomodidad. Algo en ese lugar, en el rostro de su abuelo, y en la quietud que lo rodeaba, le decía que algo no estaba bien. Pero, ¿qué podía ser? ¿Era la nostalgia de un lugar olvidado, o había algo más oscuro y profundo en este pueblo que aún no podía entender?
Los días en la casa de su abuelo comenzaron a mezclar la rutina y el desconcierto. Jeongin intentaba adaptarse a la vida tranquila y solitaria de aquel lugar, pero el ambiente pesado de la casa lo mantenía tenso. El abuelo, aunque no le hablaba mucho, le asignaba tareas diarias: cortar leña, limpiar las ventanas, barrer los largos pasillos. Todo lo que hacía estaba rodeado de un silencio profundo, que se sentía como una presión constante sobre su pecho.
Una tarde, mientras realizaba algunas tareas en el desván, Jeongin se encontró con un viejo baúl cubierto de polvo. Era un objeto grande, de madera desgastada, con hebillas de metal oxidadas. Intrigado, se acercó, no sin cierta aprensión, y lo abrió lentamente. Dentro, encontró una serie de objetos viejos y desordenados: ropa de antaño, libros empastados de cuero y algunos recuerdos que parecían sacados de otro tiempo. Pero lo que realmente llamó su atención fue una pequeña cajita de madera, finamente tallada, que estaba enterrada entre un montón de trastos.
Jeongin la sacó con cautela y la sostuvo entre sus manos. Era sorprendentemente liviana, pero tenía una sensación extraña, como si tuviera algo importante dentro. La caja, de un tono marrón oscuro, tenía intrincados patrones grabados en su superficie, representando símbolos que no reconoció de inmediato. Sin pensarlo mucho más, la abrió.
Dentro de la caja, en un pequeño sobre arrugado, había una sola fotografía, en blanco y negro. Al principio, Jeongin no entendió lo que estaba viendo, pero cuando la examinó más de cerca, su corazón dio un vuelco.
La foto mostraba a su abuelo, mucho más joven, con una expresión seria y algo sombría. Lo que realmente captó la atención de Jeongin no fue el rostro familiar de su abuelo, sino el fondo de la foto. Detrás de él, se extendía un gran agujero en el suelo, enorme y oscuro, como un pozo sin fondo. El agujero parecía tragar todo a su alrededor, absorbiendo la luz, la tierra y el mismo aire.
Jeongin sintió una sensación incómoda recorrer su espalda al observar la imagen. No recordaba que su abuelo hubiera mencionado nunca algo sobre un agujero como ese. Pero lo que más le sorprendió fue el hecho de que, aunque la fotografía estaba bastante deteriorada, la sensación de la imagen parecía... viva. El agujero no parecía estar simplemente en la foto; había algo en la manera en que estaba capturado, algo que hacía que su estómago se retorciera.
Con la fotografía en las manos, Jeongin intentó recordar si alguna vez había escuchado alguna historia sobre ese agujero, pero nada le venía a la mente. Su abuelo nunca hablaba de su juventud, y mucho menos de algo tan inquietante como un agujero de esas dimensiones.
Sintió una extraña urgencia por saber más, pero al mismo tiempo, un miedo profundo lo invadió. ¿Por qué su abuelo había guardado esa foto? ¿Por qué nunca le había hablado de ese lugar? Y lo más importante... ¿por qué sentía que, de alguna manera, ese agujero lo estaba observando, incluso a través de la foto?
Decidió no preguntar nada de inmediato, pero la inquietud que sentía no hizo más que crecer. Mientras guardaba la foto nuevamente en la caja, una sensación extraña lo invadió, como si algo lo estuviera siguiendo, acechando desde la sombra de la casa. Miró a su alrededor, pero todo estaba igual, tranquilo, en silencio.
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