Los pasos resonaban en el amplio pasillo del castillo, como un eco que acompasaba el andar del Shokan y Clover Rowan.El Shokan llevaba las manos entrelazadas detrás de la espalda, su postura relajada, mientras observaba a Clover con un interés casi lúdico.
—Entonces, ¿qué te pareció la ceremonia? —preguntó Clover con un tono de genuina curiosidad. Había algo en su voz que denotaba cierta fascinación por los eventos recientes.
El Shokan mantuvo la mirada al frente, serio y meticuloso, como si estuviera midiendo cada palabra antes de hablar.
—A mis ojos inexpertos de lucha... —comenzó, y el Shokan esbozó una pequeña sonrisa—, lo veo como un espectáculo.
Clover inclinó la cabeza hacia un lado, confundido.
—¿Un espectáculo? ¿No es eso lo que fue?
El Shokan explica su punto:
—La fuerza, las estrategias, los momentos de tensión... Todos ellos crearon algo increíblemente emocionante.
Clover negó con suavidad, deteniéndose un instante para observar al Shokan.
—No lo entiendes del todo —dijo, cruzándose de brazos—. Dime, ¿conoces el estado de anatta?
El Shokan frunció ligeramente el ceño, procesando la pregunta, pero en cuestión de segundos su expresión se iluminó.
—Claro que lo conozco. Es ese estado donde el "yo" desaparece, ¿cierto? Cuando uno se disuelve en la acción misma, libre de ego o distracciones. Es algo que se explora en las artes y, claro, en la meditación avanzada. ¿Pero qué tiene que ver eso con la ceremonia?
Clover esbozó una sonrisa apenas perceptible, como si estuviera a punto de impartir una lección que el Shokan necesitaría tiempo para comprender por completo.
—Cuando alguien llega a ese estado en el contexto de una batalla —explicó con calma—, significa que su mente está completamente presente en el momento. Sin pensar en el pasado o el futuro, solo existe el "ahora". En algunos lugares lo llaman "flujo", pero otros lo consideran la puerta de entrada al reino superior.
El Shokan alzó las cejas, interesado.
—Entonces, según lo que dices... ¿algunos de los participantes lo alcanzaron?
Clover asintió.
—Sí. Algunos. Por ejemplo, Nox. Aunque su rabia y su orgullo lo impulsaron, hubo instantes donde desapareció, donde su cuerpo reaccionaba sin duda ni vacilación. Kael, con sus cálculos constantes, también mostró momentos de verdadera claridad. Incluso Nezu, aunque más que desaparecer, parecía amplificar su conciencia con cada movimiento.
El Shokan dejó escapar un leve suspiro, como si estuviera procesando toda esta nueva información.
—Es fascinante. Pero dime, ¿esos son los únicos que lo lograron?
Clover negó con la cabeza.
—No. También está Azazel. Aunque él no alcanzó ese estado, es una bestia que sin necesidad de entrar en el flujo fue capaz de detener el avance de Nox. Y Vira... ella estuvo a punto. Se quedó al borde, pero no logró cruzar.
El Shokan sonrió, mirando al frente con renovada admiración.
—Son realmente interesantes. Todos ellos. Un espectáculo digno de ser recordado.
Clover lo miró de reojo, en silencio. Para él, no solo era un espectáculo. Había algo mucho más profundo en juego. Algo que todavía no podía expresar con palabras.
La caminata fue interrumpida por una figura que avanzaba apresuradamente hacia ellos. Era una de las sirvientas del Shokan, que se detuvo a pocos metros, inclinándose respetuosamente antes de hablar.
—Su excelencia... algo ha surgido —dijo, su voz temblorosa mientras levantaba apenas la mirada.
El Shokan se giró lentamente hacia ella, su expresión endureciéndose al instante. Un destello de desagrado cruzó su rostro antes de hablar con frialdad.
—¿Acaso no entiendes que no debes interrumpir?
La sirvienta pareció encogerse ante su tono, pero se armó de valor para intentar insistir.
—Es urgente, mi señor, y requiere su aten...
—¡Silencio! —interrumpió el Shokan, alzando la voz con irritación—. No toleraré que una simple sirvienta se atreva a alzar la voz en mi presencia. Si vuelves a molestarme, haré que te cuelguen por semejante insolencia.
La joven palideció, retrocediendo con pasos temblorosos. Su mirada vacilante buscó apoyo en Clover, quien permanecía callado, observando con cautela.
Entonces, un sonido grave resonó detrás de ellos, el eco de una pesada puerta abriéndose. El aire en el pasillo pareció volverse más denso, cargado de una presencia que no podía ser ignorada. Clover se giró inmediatamente hacia la puerta y, al ver a quienes habían cruzado el umbral, su expresión se volvió solemne.
—La espada de Luxoria: Astrid. El escudo de Luxoria: Kaia —anunció con formalidad, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto.
El Shokan alzó las cejas al escuchar los títulos, sus ojos recorriendo con rapidez a las dos figuras que avanzaban hacia ellos. La primera, Astrid, llevaba consigo un aura intimidante pero serena, su porte recto y seguro dejando claro su nivel de maestría. La segunda, Kaia, proyectaba una fortaleza que parecía inquebrantable, sus pasos firmes resonando con el mismo peso que su reputación.
El Shokan compuso rápidamente una sonrisa cortés, acercándose con un tono que intentaba equilibrar el respeto y la calidez.
—Es un honor tenerlas en estas tierras tan lejanas. ¿Qué motivo trae a dos guerreras tan célebres a mi humilde castillo?
Astrid fue la primera en hablar, su tono brusco y directo contrastando con la atmósfera de respeto que normalmente se esperaba en presencia del Shokan.
—No soy la espada de Luxoria —corrigió sin rodeos, ignorando cualquier protocolo—. Solo sirvo y velo por mi amado rey.
Kaia, por su parte, inclinó ligeramente la cabeza con cortesía, manteniendo un aire más diplomático.
—Es un honor estar aquí, Shokan. Estamos buscando a una persona.
Clover, que había permanecido en silencio hasta ahora, sonrió apenas, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Debe ser alguien realmente intimidante para que dos guerreras tan destacadas estén tras su rastro.
Astrid lo interrumpió de inmediato, cortante.
—No. No es nadie digno de alabanza, solo una asquerosa rata ladrona.
Kaia tomó la palabra, su tono mucho más calmado.
—Es un chico, tiene unos 14 años. Algo pequeño para su edad. Lleva consigo una espada, y en la parte inferior de la funda hay un logo... unas alas blancas con una corona dorada y cuatro estrellas. Su nombre es Nezu.
El nombre resonó en el aire como un eco silencioso. El Shokan se quedó callado, su expresión tensa mientras su mirada vacilaba entre las dos mujeres. El pasillo parecía haberse encogido, el aire volviéndose pesado.
Astrid no tardó en notar su reacción, dando un paso hacia adelante mientras su mirada severa se clavaba en él.
—¿Qué ocurre? —preguntó con impaciencia—. ¿Sabes algo o no?
El Shokan tragó saliva, buscando las palabras adecuadas.
—Es... complicado —respondió finalmente, su voz sonando más débil de lo habitual.
Clover intervino con un tono más sereno, pero que no carecía de intención.
—Si vimos al chico, participó en la ceremonia. Pero ahora ya no está en Bambúrashi.
Astrid se tensó al escuchar esto, su rostro endureciéndose en una expresión de rabia contenida. Sin dudarlo, desenvainó su katana en un movimiento rápido, colocando el filo a escasos centímetros del cuello del Shokan.
—¿Cómo fuiste capaz de dejarlo ir? —su voz era una mezcla de furia y desprecio, suficiente para hacer que el Shokan retrocediera ligeramente, su postura perdiendo la compostura habitual.
—¡No sabíamos que era importante! —se apresuró a decir, levantando las manos en un gesto de rendición—. Si sirve de algo, aún tenemos la espada.
Astrid se quedó en silencio, su mirada fija en el Shokan mientras su respiración se calmaba poco a poco. Finalmente, bajó la katana y la envainó con un movimiento preciso.
—Quiero verla.
El Shokan asintió rápidamente, con una mezcla de alivio y nerviosismo, y comenzó a guiar a las dos guerreras hacia el lugar donde estaba guardada.
El Shokan, con pasos apresurados, condujo a las dos guerreras por los largos pasillos del castillo. El eco de sus pasos resonaba en la fría piedra, acentuando la tensión en el ambiente. Finalmente, llegaron a una habitación cuyo aire se sentía diferente, cargado, como si la misma estancia supiera lo que allí había ocurrido.
El Shokan abrió la puerta con confianza, pero su expresión cambió en un instante al contemplar la escena frente a él. Uno de sus sirvientes yacía en el suelo, su pecho atravesado por una cortada fina, y un lago de sangre oscura se extendía lentamente por el suelo, reflejando las luces de las lámparas. El lugar donde debía estar la espada, una elegante mesa con un soporte tallado, estaba vacío.
—¡Hace unos minutos estaba aquí! —exclamó el Shokan con una mezcla de pánico y confusión, llevándose las manos al rostro—. ¡Juro que estaba aquí!
Clover, más sereno que nunca, desvió su mirada al cadáver y luego a la joven sirvienta que permanecía petrificada cerca de la puerta, temblando ante la visión. Se acercó a ella con calma, inclinándose un poco para no intimidarla.
—Hola —dijo con una amabilidad inesperada en el contexto de la situación—. ¿Cuál es tu nombre?
La sirvienta, aún con la voz temblorosa, respondió casi en un susurro.
—R-Rose...
Clover sonrió ligeramente, como si intentara tranquilizarla.
—Es un nombre muy bonito, Rose. ¿Podrías, por favor, llamar a alguien para que limpie este desastre?
Rose asintió rápidamente, claramente aliviada por la tarea, y salió de la habitación sin mirar atrás.
Kaia observó la escena con un semblante analítico, su mirada paseándose entre el cadáver, la sangre y el soporte vacío de la espada.
—Esto no parece ser el modo en el que se mueva Nezu —comentó con calma, sus palabras cargadas de lógica.
Astrid, en cambio, no compartía la misma paciencia. Sus ojos ardían de furia contenida mientras daba un paso hacia el Shokan.
—Es obvio quién se llevó la espada —dijo entre dientes antes de agarrar al Shokan por el cuello de su túnica, acercándolo a su rostro—. ¿Dónde mierda está Nezu?
Astrid, aún sosteniendo al Shokan por el cuello de su túnica, desenvainó su katana con un movimiento rápido y preciso, apuntando directamente al cuello del hombre. La hoja brillante parecía a punto de trazar un corte mortal, pero justo antes de que pudiera avanzar, un símbolo en forma de trébol de tres hojas apareció frente a la katana, deteniéndola en seco. El símbolo, translúcido pero firme, destellaba con un brillo esmeralda, y Astrid notó de inmediato su procedencia.
Giró la cabeza hacia Clover, quien la observaba con una tranquilidad que rayaba en la indiferencia. En una de sus pupilas se reflejaba el mismo trébol que había detenido su ataque.
—Sería una lástima ensuciar más esta habitación —dijo Clover, desactivando su poder con un movimiento sutil de su mano. El símbolo desapareció al instante, como si nunca hubiera estado allí.
Astrid bajó la katana con evidente irritación, aunque no la envainó. Su mirada seguía siendo feroz, pero su postura mostraba algo de contención.
—Alguien debe pagar por esto —espetó, con un tono que apenas disimulaba su frustración.
Clover esbozó una ligera sonrisa, una que no transmitía burla, sino un extraño sentido de justicia.
—Entonces el que pagará será el culpable —dijo con calma, desviando la atención de Astrid hacia el problema real.
Kaia, siempre más serena, se cruzó de brazos y miró al Shokan.
—Si Nezu no está aquí, entonces ¿qué haremos? —preguntó, claramente más interesada en soluciones que en disputas.
Clover respondió antes de que el Shokan pudiera siquiera recuperar su compostura.
—Nezu no está en Bambúrashi —afirmó con certeza, su tono denotando que ya había considerado todas las posibilidades—. Pero sabemos dónde está.
Astrid giró su mirada hacia él con urgencia, clavando los ojos en Clover.
—¿Dónde?
El Shokan, finalmente capaz de hablar, tragó saliva con dificultad antes de responder, su voz temblorosa.
—En la fosa.
La oscuridad envolvía a Nezu como un manto pesado, su mente todavía confusa mientras intentaba recordar cómo había llegado allí. Al abrir los ojos, la negrura a su alrededor no se diferenciaba de cuando los tenía cerrados. Se incorporó lentamente, tanteando las paredes a su alrededor con las manos. La textura era áspera y húmeda, como tierra compactada. Sus pasos resonaban débiles en el espacio cerrado, guiándose únicamente por el eco que lo rodeaba.
Entonces escuchó algo. Voces, lejanas pero claras, rebotando entre los muros del túnel. Sintió un atisbo de esperanza y, sin pensarlo, comenzó a caminar hacia el sonido. Al poco tiempo, sus pasos se convirtieron en una carrera, sus dedos rozando las paredes para no perder el equilibrio en los giros. La oscuridad parecía retroceder cuando, al fondo del pasadizo, una tenue luz de fogata apareció parpadeando.
Nezu corrió hacia ella, y al llegar, se encontró con Sol y Somi. Ambos levantaron la mirada al verlo, sorprendidos.
—¡Nezu! —exclamó Somi antes de levantarse rápidamente y correr hacia él. Sin dudarlo, lo envolvió en un abrazo apretado, sus manos temblaban ligeramente. Su voz sonaba cargada de alivio mientras decía—Estaba tan preocupada...
Nezu asintió, devolviéndole el gesto de forma torpe, aún desconcertado.
—¿Qué pasó con el juego? —preguntó finalmente, rompiendo el momento con la urgencia en su voz.
Sol, que seguía sentado junto a la fogata, se encogió de hombros.
—Recuerdo que íbamos perdiendo, pero después de eso... nada. Todo se volvió negro.
—Kael anotó el punto —intervino Somi, soltando a Nezu para mirar al suelo, como si reviviera el momento—. Después de eso, fue casi instantáneo... y aparecimos aquí.
Nezu cruzó los brazos, pensativo.
—Entonces esto debe ser el castigo por perder... —murmuró para sí mismo antes de levantar la vista hacia los otros dos—. Lo que significa que Nox y Zen deben estar por aquí también.
Sol se inclinó hacia adelante, interesado.
—Tal vez si los encontramos podamos salir por donde Somi llegó.
Nezu lo miró con curiosidad.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando desperté, vi la luz del sol —explicó Somi, señalando hacia uno de los túneles—. Estaba como en un hoyo, pero era muy alto. Traté de subir, pero no pude. Aunque apuesto que nosotros sí podemos lograrlo.
Nezu asintió con decisión.
—Entonces debemos encontrar ese lugar.
Somi le tomó la mano con un gesto firme pero reconfortante.
—Ven, te mostraré.
Antes de partir, encendió una antorcha que había cerca de la fogata. La tenue luz iluminó las paredes del túnel mientras caminaban, dejando a Sol tras ellos.
—No tarden —dijo Sol, recostándose contra la pared con un suspiro.
Mientras avanzaban por uno de los caminos, Nezu rompió el silencio.
—Somi, ¿qué pasó realmente?
Ella se detuvo de repente en una pequeña intersección. Sin decir nada, comenzó a apartar rocas con cuidado, dejando al descubierto algo que Nezu reconoció al instante: su espada, aún enfundada.
Nezu se quedó sin palabras, impresionado.
—¿Cómo...?
Somi esbozó una sonrisa mientras apartaba la última piedra y levantaba la espada.
—Cuando desperté, estaba conmigo. Sabía lo importante que era para ti, así que la escondí antes de que Sol pudiera verla... por si acaso.
Nezu tomó la espada, sintiendo su peso familiar en las manos. Por un momento, todo lo demás desapareció.
—Gracias, Somi. De verdad.
Ella lo miró con una mezcla de confianza y determinación.
—Ahora solo tenemos que encontrar la manera de salir de aquí.
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