En la fría penumbra de la celda, Nezu y Stefan observaban en silencio cómo el Señor Wan, un hombre de edad avanzada y manos firmes, hundía lentamente agujas en varios puntos estratégicos del cuerpo de Zuko. Cada aguja era colocada con precisión calculada, generando un patrón que parecía tener una lógica oculta. Zuko, atrapado entre la conciencia y el letargo, apenas respondía a cada pinchazo.
Stefan, mirando fijamente, rompió el silencio:
—Sigo sin entender para qué sirve todo eso.
El Señor Wan, sin dejar de trabajar, comenzó una explicación compleja, apenas levantando la mirada.
—Verás, joven, el cuerpo humano se articula en un intrincado sistema de canales que permiten el flujo de energía elemental a través de centros llamados “nodales”. La inserción de estas agujas en los puntos adecuados modula ese flujo mediante una técnica de presión inversa, que altera la configuración energética y dispersa la afinidad por todo el cuerpo, evitando su acumulación en áreas específicas. Así, es imposible canalizar el poder sin una retroalimentación que se traduce en bloqueo somático... o al menos en un agotamiento inminente del usuario.
Stefan entrecerró los ojos, completamente perdido, y miró a Nezu con expresión confusa. Nezu, notando su desconcierto, ofreció una explicación simplificada:
—Es una técnica antigua que se usa para bloquear las fuerzas de alguien.
El Señor Wan se detuvo un segundo, sus ojos entrecerrados por la sorpresa, y miró a Nezu.
—¿A qué te refieres con "antigua"? Esta técnica ha sido refinada por generaciones.
Nezu cruzó los brazos y, sin perder de vista a Zuko, le respondió:
—Me sorprende verla en uso. Ya no es común. Hoy en día se prefiere un método más rápido y eficiente: un medicamento llamado expirana. Entumece tanto los músculos que inhibe la afinidad, volviendo casi inútil cualquier habilidad en combate.
Stefan frunció el ceño y miró a Nezu, todavía un poco perdido.
—Entonces, ¿por qué no le ponen eso a él? —preguntó señalando a Zuko.
Nezu soltó una breve risa, casi resignada.
—Es imposible encontrar algo así en un lugar tan atrasado como este. Además... —añadió, lanzando una mirada curiosa al Señor Wan— no todos los días se ve en acción una técnica así.
Después de que el Señor Wan colocara la última aguja, retiró sus manos con una calma ceremoniosa, como si cada movimiento fuera parte de un ritual. Zuko quedó inmóvil en la penumbra de la celda, su respiración pesada y su cuerpo inerte, mientras Wan observaba su obra final con una expresión satisfecha. Lentamente, todos abandonaron la prisión. Caminando hacia la salida, Wan comentó con voz baja, casi pensativa:
—Hace mucho que nadie ocupaba ese lugar.
Nezu, mirando de reojo hacia la prision, preguntó en un tono neutro:
—¿Qué piensan hacer con él?
Wan se detuvo y, con una serenidad inquietante, respondió:
—Lo mantendremos aquí hasta que lleguen los soldados de la capital.
Stefan hizo una breve inclinación de despedida hacia Wan y Nezu, luego se dirigió por su cuenta. Wan y Nezu, por su parte, emprendieron el camino hacia casa. Al llegar, Somi salió a recibirlos y permitió la entrada a su abuelo, pero cuando Nezu intentó seguirlo, ella se interpuso, bloqueando la puerta con una mirada decidida.
—Tú no —dijo, y luego, en un tono más suave— Camina conmigo. Quiero hablar.
Nezu asintió, sin mostrar sorpresa, y juntos comenzaron a recorrer las calles silenciosas del pueblo. Pasaron un rato en silencio hasta que Somi rompió la calma, mirando de reojo a Nezu.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó, refiriéndose a sus heridas.
Nezu le lanzó una sonrisa apenas perceptible, y con un tono tranquilo respondió:
—No me siento tan mal.
Somi exhaló, visiblemente frustrada, y su voz se volvió firme al responder.
—Eres un idiota.
Nezu parpadeó, sorprendido por su tono, dijo:
—No lo niego, pero... ¿de qué hablas?
Somi lo miró directamente, con una mezcla de reproche y preocupación en sus ojos.
—Pudiste haber terminado la pelea rápidamente, Nezu. Pero no, dejaste que Stefan se enfrentara solo a Zuko. Y cuando te tocó pelear, lo hiciste de la manera más ridícula posible: a puño limpio, luego usando esa espada de madera, como si fuera un juego. Incluso dejaste que rompiera la espada que te dio la herrera.
Nezu sonrió levemente, sin interrumpirla, y luego respondió con calma.
—No "dejé" que rompiera la espada, Somi. Zuko la rompió, y admito que quise ver si podía luchar contra él con ciertas limitaciones. Pero cuando desenfundé mi espada, fui serio en todo momento.
Somi chasqueó la lengua y lo miró con incredulidad.
—Entonces, ¿por qué cuando te di tu espada lo venciste tan fácilmente?
Nezu se detuvo un momento, contemplando su respuesta, y luego, en voz baja, dijo:
—Para cuando rompió la espada anterior, Zuko ya había llegado a su límite.
Somi entrecerró los ojos, desconfiada, y preguntó con un tono desafiante:
—¿Estás diciendo la verdad?
Nezu se encogió de hombros.
—Más o menos. Di todo lo que tenía con la espada que me dio la herrera, pero cuando me diste la mia... bueno, ahí sí fui más fuerte.
Somi lo miró con incredulidad.
—Eso no tiene sentido, Nezu.
Nezu la miro, y con una expresión paciente le respondió:
—Lo entenderás mejor cuando avances en tu entrenamiento.
Siguieron caminando en silencio, ambos inmersos en sus pensamientos, mientras la luz de la luna iluminaba las calles del pueblo. Después de un rato, Somi notó la espada enfundada en la cintura de Nezu y le dio unos golpecitos con los dedos, rompiendo el silencio con una sonrisa divertida.
—¿Entonces ya no quieres esconderla?
Nezu miró la espada por un instante antes de responder con serenidad.
—No tendría mucho sentido después de volver a usarla.
Somi frunció el ceño, intentando descifrar las palabras de Nezu.
—¿Entonces... cambió algo exactamente?
Nezu la miró de reojo y asintió, dejando escapar un suspiro.
—El daño ya está hecho.
—¿A qué daño te refieres? —preguntó ella, algo confundida, pero antes de que él pudiera responder, un estruendo retumbó en dirección a la cárcel. Ambos se miraron, reconociendo el peligro en sus ojos. Somi supo de inmediato que Zuko había logrado escapar.
—¿No habían hecho algo para que no pudiera huir? —preguntó con una mezcla de frustración y sorpresa.
—Al parecer no funcionó —replicó Nezu con un tono grave. Sin esperar más, añadió— Ve por el señor Wan, Somi. Lo necesitaremos.
Sin escuchar su respuesta, Nezu ya había girado hacia la cárcel, sus pasos firmes y decididos. Somi, aún procesando la situación, corrió a toda velocidad hacia su casa en busca de su abuelo, mientras Nezu se dirigía al lugar donde la estructura de la cárcel empezaba a hacerse visible a la distancia.
Al llegar, vio un agujero en una de las paredes y a varios guardias inconscientes. Nezu se acercó a uno de los que apenas recobraban el sentido.
—¿Hacia dónde fue?
El guardia señaló con esfuerzo en dirección al bosque, balbuceando que Zuko había salido de allí tan rápido que no pudieron detenerlo. Sin perder un segundo, Nezu se adentró en el bosque, sus sentidos en alerta máxima.
Después de varios minutos de avanzar entre árboles y sombras, se detuvo, concentrándose en los sonidos que le rodeaban. De pronto, un crujir de hojas le reveló los pasos de alguien a la distancia. Siguiendo el rastro, finalmente alcanzó a Zuko, quien, al notar su presencia, dejó escapar una risa entre dientes, sin dejar de correr.
—Vaya, ahora tú eres el que se ha convertido en un fastidio —dijo Zuko, mirándolo con desprecio y cansancio a partes iguales.
Nezu respiró profundamente, su tono cansado y firme.
—Tienes que pagar por tus crímenes, Zuko.
Zuko, con una sonrisa desafiante, chocó sus palmas y adoptó una postura de combate.
—Prefiero morir —contestó con frialdad.
Nezu desenfundó su espada, dejando entrever una mezcla de cansancio y determinación en sus ojos, y respondió mientras lo miraba.
—Entonces será rápido… aunque, ¿estás seguro? —preguntó en un tono ambiguo, dejando a Zuko momentáneamente sorprendido. Pero antes de que pudiera responder, una voz firme y decidida los interrumpe.
—¿Olvidaste tu entrenamiento, Nezu?
Al oír esa voz, Nezu se congeló, aunque intentó mantener la compostura. Su mirada dejó de lado a Zuko y se dirigió a la copa de un árbol cercano. Allí, de pie sobre una rama alta, estaba una mujer imponente. Era alta, con una piel pálida que contrastaba con sus ojos de un azul gélido, y su cabello caía en cascada en un profundo color esmeralda. Sostenía una lanza tan larga que superaba en tamaño a su propia estatura, cuya hoja brillaba con una intimidante precisión.
—¿Qué hace tan lejos de casa, maestra Kaia? —preguntó Nezu, tratando de ocultar la mezcla de respeto y temor en su voz.
Kaia sonrió con frialdad.
—Nezu, has causado demasiados problemas. Dime, ¿piensas entregarme la espada, o debo quitártela?
Zuko, enfurecido por haber sido ignorado, le gritó de forma grosera.
—¿Y tú quién demonios eres?
Kaia lo miró de reojo, con una expresión de asco absoluto.
—Qué molesto —dijo en tono de desprecio, mientras de un salto se impulsaba con agilidad y precisión hacia él, lanzando una estocada con su lanza.
Zuko apenas pudo reaccionar, pero antes de que la hoja le alcanzara, Nezu se interpuso, bloqueando el golpe con su espada. La fuerza del impacto fue tal que ambos, Nezu y Zuko, salieron disparados hacia un árbol cercano, chocando contra el tronco con una violencia que dejó una marca en la corteza.
El caos en el bosque era casi palpable. Zuko, recuperándose apenas de la confusión, gritó a Nezu:
—¿¡Qué te pasa!?
Pero Nezu no le respondió. Con determinación, lo empujó justo a tiempo, haciendo que Zuko esquivara la estocada de Kaia, que atravesó el árbol con una facilidad aterradora. Nezu lanzó un golpe directo con su espada, pero antes de que pudiera alcanzar a Kaia, ella lo interceptó con una patada en el abdomen, enviándolo volando lejos. Zuko aprovechó la oportunidad e intentó atacar a Kaia con su puño, pero ella bloqueó su golpe con facilidad, obligándolo al suelo mientras extraía su lanza del tronco y, con un giro elegante, bloqueaba el nuevo ataque de Nezu.
Nezu apenas esquivó el siguiente golpe de Kaia, que le rozó el torso, desgarrando su ropa y dejando una marca sobre su piel. Aprovechando la breve pausa, se impulsó hacia donde estaba Zuko. Al llegar a su lado, le dijo en un tono urgente:
—¡Reúne toda tu energía en un solo golpe y prepárate!
Zuko lo miró irritado y le gritó:
—¡Tú no me das órdenes! ¿Y cómo se supone que hago eso?
Nezu frunció el ceño, frustrado.
—Lo hiciste cuando rompiste mi espada. ¿Acaso no te diste cuenta?
Zuko se encogió de hombros, sin saber a qué se refería, y Nezu suspiró exasperado.
—Por eso odio a los genios —murmuró.
Kaia observaba la escena, ligeramente divertida.
—Nezu, aún puedo ayudarte —dijo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Pero Nezu la ignoró y, volviendo su atención a Zuko, le explicó:
—Enfoca todo en un solo punto, como cuando rompiste mi espada. Haz lo mismo ahora.
Con eso, Nezu corrió hacia Kaia y atacó, lanzando una serie de golpes rápidos y precisos. Intentó barridos bajos, estocadas directas y movimientos de distracción, pero Kaia los esquivó uno a uno, casi como si bailara entre ellos. Sus contragolpes, aunque pocos, eran devastadores. Cada uno dejaba una herida o un moretón en Nezu, debilitándolo poco a poco mientras Kaia le decía con frialdad:
—Deja de ser ridículo, Nezu.
Finalmente, Nezu intentó tomar distancia, pero cuando Kaia se lanzó para atraparlo, él contraatacó con un golpe que la obligó a usar ambas manos para detenerlo. Fue entonces cuando gritó a Zuko:
—¡Ahora!
Pero Zuko, aún intentando comprender la instrucción, no alcanzó a reaccionar. Kaia aprovechó el descuido y atrapó a Nezu por el cuello. Él sintió sus fuerzas menguar al instante, sus piernas temblaron y sus manos se soltaron, dejando caer su espada al suelo mientras su vista se tornaba borrosa.
—¿Esto es todo? —susurró, soltándolo para que cayera sin fuerzas al suelo.
Pero justo en ese momento, Zuko apareció detrás de ella y, concentrando toda la energía en su puño, le acertó un golpe en el costado con tal fuerza que Kaia salió impulsada hacia los árboles, golpeando varios troncos en su trayectoria.
Zuko corrió hacia Nezu, que yacía recuperándose, respirando entrecortado, y tomó la espada caída. Lo levantó apresurado, tomándolo del brazo y tirando de él para que se alejaran corriendo.
—Cuando la golpeé… —dijo Zuko, con la voz temblorosa— No sentí nada… ¡Era como si no tuviera cuerpo!
Nezu, entre tosidos, intentó calmarlo.
—Entonces… seguramente endureció todo su cuerpo… —susurró.
Pero antes de que pudiera explicar más, un impacto los alcanzó, lanzándolos al suelo.
Kaia apareció frente a Nezu, su expresión fría e intimidante, con la lanza descansando en su hombro. Se inclinó ligeramente hacia él, mirándolo a los ojos y diciendo con una voz helada:
—Las mareas están muy enojadas contigo, Nezu.
Nezu se levantó lentamente, con la mirada fija en Kaia.
—Mucha gente está enojada conmigo —dijo, mientras se limpiaba la sangre de la comisura de los labios— Pero si a mí no se me permitió estarlo también… entonces, ¿debería importarme?
Kaia lo miró en silencio unos segundos antes de responder, con un tono mas amable:
—Nezu, esto no tiene sentido. No sigas así. Si regresas ahora, tal vez haya una manera de resolver esto.
Nezu la observó sin decir nada, sus ojos reflejaban una mezcla de cansancio y determinación. Kaia suspiró, bajando ligeramente la lanza.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó en un tono más suave— ¿Qué fue lo que te hizo cambiar?
Él bajó la vista y, tras un breve silencio, comenzó a hablar.
—No lo sé. La mayor parte del tiempo, solo actué por impulso. Todo mi escape… —hizo una pausa, mirando a la nada, como si reviviera cada momento— Antes de llegar aquí fue horrible. Me odiaba por no saber realmente por qué estaba continuando.
Sonrió, una sonrisa débil y amarga, como quien se burla de sí mismo.
—Tal vez… tal vez no he cambiado tanto en todo este viaje. No sé por qué sentir cosas puede ser tan… —hizo una pausa, buscando las palabras— Tan agobiante y, al mismo tiempo, tranquilizador. Pero quiero seguir sintiéndolo.
Kaia repitió sus palabras, con una expresión entre desconcierto y lástima.
—¿Quieres…?
Nezu asintió.
—Sí, quiero. No sé cuánto me durará, ni siquiera sé si algún día entenderé todo, pero… eso es lo único que ahora me parece real.
Kaia observó a Nezu con una mirada escrutadora y le preguntó:
—¿Pondrías en peligro a las personas que te acogieron… solo por ese sentimiento?
Nezu guardó silencio por un momento, su expresión se tornó seria, casi resignada.
—No… —respondió finalmente.
Kaia asintió con una leve inclinación de cabeza, como si hubiera esperado esa respuesta.
—Entonces, ¿qué harás?
Nezu respiró hondo antes de responder, su mirada firme:
—Iré a Luxoria.
Kaia se acercó y extendió la mano hacia él, sus ojos reflejaban un último atisbo de esperanza.
—Entonces, regresa conmigo. Juntos, podemos…
Nezu dio un paso atrás, negando con la cabeza.
—No. Iré solo… para ser libre.
Kaia dejó caer la mano y lo miró con una mezcla de incredulidad y compasión.
—Eso no es cierto, Nezu. No buscas libertad. No buscas simplemente hacer lo que quieras sin reglas ni límites.
Nezu desvió la mirada hacia el horizonte, como si buscara las palabras entre los fragmentos de su pasado.
—Quizás tengas razón. No sé exactamente lo que quiero en esta vida… —Hizo una pausa, como si intentara desentrañar sus propios sentimientos— Pero hay algo que sí sé que necesito.
Kaia frunció el ceño, confundida por un instante.
—¿Y qué es eso? —preguntó.
Nezu la miró directamente a los ojos, su voz se llenó de una intensidad sombría.
—Voy a matar a Radin.
Kaia esbozó una sonrisa, como si las piezas finalmente encajaran en su mente. Dio un paso atrás, soltando una risa breve y sorprendida.
—Tienes hasta esta noche, Nezu. Si al amanecer sigues aquí… deberás obedecer mis órdenes.
Nezu asintió, reconociendo el permiso silencioso que ella le otorgaba.
—Gracias, Kaia.
Ella inclinó la cabeza y, sin decir nada más, se desvaneció en la penumbra del bosque, dejándolo solo bajo el cielo oscuro y la incertidumbre del destino que había elegido.
Zuko se incorporó lentamente, llevándose una mano al costado adolorido y miró a Nezu con una mezcla de frustración y sarcasmo.
—¿Sabes, Nezu? Tú solo traes problemas. Donde quiera que vas… caos —gruñó, aún recuperándose del golpe.
Nezu lo observó con una ceja arqueada, esbozando una sonrisa cansada.
—¿Ah, sí? ¿Y tú estabas “haciéndote el muerto”? —respondió, provocador.
Zuko apretó los puños, molesto por el comentario y el agotamiento que sentía.
—Cállate. Si no estuviera tan débil, te habría golpeado hace rato —replicó con una mueca.
Nezu sacudió la cabeza, visiblemente exhausto, y lo miró con una expresión resignada.
—Solo vete, Zuko. No tengo fuerzas para devolverte a tu jaula… y mucho menos para seguir peleando contigo esta noche.
Zuko lo miró por un momento en silencio, como si estuviera evaluando sus opciones. Finalmente, soltó un bufido y comenzó a alejarse, aunque sin ocultar el rencor en su mirada.
—Nos veremos de nuevo, Nezu… y más te vale estar preparado —murmuró, sin voltearse, mientras se desvanecía entre los árboles.
Nezu suspiró, aliviado, dejando que el peso de su cuerpo cayera sobre un árbol cercano.
(Dos cosas: 1. Quemen la U. 2. El undertale yellow me dejo depre)
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