Pequeños Susurros 1.5

El sol colgaba pesado en el cielo, haciendo que las sombras fueran cortas y el aire caliente pesara sobre los hombros como una manta sofocante. Los campos de arroz, normalmente llenos de vida y movimiento, parecían haberse rendido ante la calma de la tarde, sus hojas quietas bajo el sol abrasador. El sudor se acumulaba en la frente de Rina, pero su paso se mantenía constante mientras caminaba junto a Nina. Ambas regresaban hacia el pueblo después de un largo día, con la mente puesta en el alivio que ofrecería la sombra de la casa.

Mientras avanzaban por el camino polvoriento, Rina notó algo inusual a lo lejos, un murmullo de voces bajas y el reflejo de movimiento en la entrada del pueblo. Aguzó la vista y su corazón se aceleró. A lo lejos, bajo la luz cegadora, pudo distinguir una reunión de hombres, más de los que había visto en mucho tiempo. Eran hombres de Zuko.

Rina tensó la mandíbula, sintiendo un escalofrío correrle por la espalda a pesar del calor. Tomó a Nina del brazo y trató de girar en dirección contraria, buscando un camino alterno por el que pudieran regresar sin ser vistas. Pero antes de que pudiera hacerlo, sintió una presencia pesada detrás de ella. Era demasiado tarde.

Los hombres de Zuko las rodearon antes de que pudieran reaccionar, sus risas burlonas rompiendo la tranquilidad del campo. Sin una palabra, las tomaron y las llevaron a la fuerza hacia la entrada del pueblo. A medida que se acercaban, el sonido de las botas sobre el suelo seco resonaba en sus oídos, y Rina sentía cómo la tensión en su estómago crecía.

Cuando llegaron a la entrada, Rina levantó la mirada y lo vio: un hombre alto, aún más que Stefan, con la piel morena brillando bajo el sol. No llevaba camisa, mostrando sus músculos tensos, como si el calor no le afectara en absoluto. Supo inmediatamente que era él. Zuko.

Zuko la miró con una sonrisa burlona en el rostro, los ojos brillando de diversión.

—Ah, te recuerdo —dijo, su voz tan pesada como el aire caliente que los rodeaba— Ya nos hemos visto antes, ¿verdad?

Rina, con el corazón latiendo a mil por hora, escupió las palabras con todo el desprecio que pudo reunir:

—Muérete.

Zuko soltó una carcajada, una que resonó como un trueno, profundamente entretenido por su respuesta.

—Tienes una lengua bastante larga para alguien que solo está protegida por un hombre —respondió, su tono goteando sarcasmo.

Rina permaneció en silencio, los ojos llenos de odio mientras lo miraba sin pestañear. Sabía que responderle solo empeoraría la situación. Pero en ese momento, Zuko apartó la vista de ella y miró a Nina. Con un gesto imperceptible de la cabeza, ordenó a sus hombres:

—Llévense a la niña a la herrería.

Nina intentó hablar, pero antes de que pudiera terminar, Zuko la tomó por el mentón, levantándole la cara con una fuerza que la dejó muda. Su sonrisa se volvió más oscura mientras hablaba:

—Decídelo bien —dijo, su tono gélido— O peleas conmigo o corres a ayudar a la niña.

Con un movimiento brusco, soltó a Nina y giró hacia Rina. La levantó por el mentón con facilidad, como si fuera una muñeca, y la lanzó lejos sin esfuerzo. Mientras Rina caía al suelo, Zuko le gritó, su tono burlón resonando:

—¡Vuela, pajarito!

Rina, aún tambaleándose por el golpe, se levantó rápidamente y salió corriendo, el miedo y la adrenalina impulsando cada uno de sus pasos.

                                                                                 *

El viento seco golpeaba el rostro de Nezu mientras corría hacia la herrería. A pesar de la velocidad con la que avanzaba, su mente seguía atrapada en un torbellino de pensamientos. Los susurros... esos malditos susurros que venían de su espada, como ecos en su cabeza, mensajes que intentaban llegar a él, pero que siempre terminaban siendo incomprensibles. ¿Qué le querían decir? ¿Por qué no podía entenderlos?

Respiraba profundamente, intentando concentrarse en la misión, pero los susurros continuaban, arrastrándose por su mente como sombras. "¿Qué significa? ¿Por qué ahora?" Su frustración crecía a medida que se acercaba a la herrería, pero sabía que no tenía tiempo para detenerse a meditar sobre ello.

Al llegar a la esquina de la herrería, se detuvo. Su respiración era pesada, pero controlada, y obligó a sus pensamientos a regresar al presente. Se asomó cuidadosamente, calculando. Contó cinco hombres apostados afuera, sus armas colgando despreocupadamente mientras hablaban entre ellos. La puerta de la herrería estaba completamente cerrada, lo cual solo podía significar que Nina estaba adentro... si es que Zuko había dicho la verdad.

Nezu entrecerró los ojos. Había más adentro, lo sentía. El lugar parecía tranquilo en el exterior, pero la tensión en el aire le decía que la verdadera batalla aún estaba por comenzar. Tenía que moverse con precisión, sin alertar a los demás. Pero los susurros, esos malditos susurros seguían presentes, como un murmullo distante que se negaba a silenciarse.

Nezu caminaba con la cabeza gacha, todavía atrapado en sus pensamientos, los susurros seguían revoloteando en su mente, como un eco lejano e insistente. No levantaba la mirada ni siquiera cuando llegó frente a los hombres que custodiaban la herrería. Uno de ellos, un hombre corpulento y de expresión arrogante, se acercó, bloqueándole el paso.

—La herrería está cerrada, así que lárgate —dijo el hombre, en un tono grosero.

Nezu no respondió, su mirada seguía clavada en el suelo, absorto en sus pensamientos. Esto enfureció al hombre, quien creyó que estaba siendo ignorado. Dio un paso más cerca, acercando su mano al hombro de Nezu.

—¡Te dije que te largues! —gritó, perdiendo la paciencia.

Pero antes de que pudiera reaccionar, Nezu lo tomó del hombro con una rapidez asombrosa, utilizando el impulso para derribarlo al suelo de un solo movimiento. El hombre cayó de espaldas, y en un abrir y cerrar de ojos, Nezu saltó y, con un golpe directo en el rostro, lo noqueó en el acto.

Los otros cuatro hombres, al ver a su compañero caer, desenvainaron sus armas de inmediato. Sin embargo, Nezu ya se estaba moviendo.

El primero de los cuatro intentó lanzarse con una espada, apuntando directo al torso de Nezu. Sin embargo, con un giro ágil hacia un costado, Nezu esquivó el ataque y, aprovechando el impulso del hombre, le dio un golpe contundente en la nuca con el canto de la mano, dejándolo inconsciente de inmediato.

El segundo hombre, más rápido, intentó atacar por la espalda, lanzando una estocada con un puñal. Nezu, sin apenas girarse, atrapó el brazo del atacante antes de que la hoja lo alcanzara. Con un movimiento rápido y preciso, le retorció el brazo hacia atrás, escuchando un crujido antes de lanzarlo contra la pared, golpeándolo con la suficiente fuerza como para dejarlo fuera de combate.

El tercer hombre vino de frente, empuñando un garrote. Lo alzó con furia, pero Nezu lo bloqueó con su antebrazo y, en un solo movimiento, lo tomó por el cuello, aplicando presión en un punto preciso. El hombre cayó al suelo inconsciente, sin siquiera comprender lo que había sucedido.

El cuarto hombre se detuvo, claramente asustado al ver cómo Nezu había neutralizado a sus compañeros en cuestión de segundos. Sin embargo, antes de que pudiera hacer algo, Nezu lo alcanzó en un par de zancadas. Le propinó una patada en la pierna, haciéndolo perder el equilibrio. Mientras caía, Nezu le dio un puñetazo directo en la mandíbula, noqueándolo antes de que tocara el suelo.

Nezu se quedó de pie en silencio, rodeado de los cuerpos inconscientes de los hombres que habían intentado detenerlo. Los susurros seguían en su cabeza, insidiosos y persistentes, mientras él miraba hacia la herrería cerrada, sabiendo que Nina debía estar adentro.

Nezu se miró el antebrazo, notando la herida abierta por el impacto del garrote. La sangre fluía lentamente, pero no era lo suficientemente grave para distraerlo. Mientras trataba de centrarse en lo que seguía, las puertas de la herrería se abrieron, revelando a tres hombres que se asemejaban entre sí de manera inquietante. Aunque compartían rasgos similares, tenían pequeñas diferencias que los hacían distinguibles: uno tenía una barba descuidada, otro el cabello más oscuro, y el tercero llevaba cicatrices visibles en su rostro. Los tres vestían ropas elegantes, pero su porte esbelto y estatura, cercana a la de Stefan, denotaba que no eran simples guardias.

El más pequeño de los tres avanzó, dejando a los otros dos plantados en la puerta como vigilantes. Tenía una sonrisa burlona mientras observaba a Nezu, su mirada condescendiente paseándose por los cuerpos noqueados de sus compañeros.

—Es sorprendente que un niño pueda hacer eso —dijo el hombre en tono socarrón, ignorando por completo el hecho de que Nezu acababa de incapacitar a cinco hombres sin mayor esfuerzo.

Nezu, sin embargo, no se dejó llevar por la provocación. Con una voz tranquila, pero firme, preguntó:

—¿Dónde está Nina?

El hombre mas pequeño lo miró como si no hubiera escuchado nada, su sonrisa se ensanchó. Los otros dos hombres, aún en la puerta, seguían quietos, observando la escena como si estuvieran evaluando a Nezu.

—No esperábamos otro sujeto por aquí —dijo el hombre, estirándose de manera exagerada, como si la presencia de Nezu fuera poco más que una molestia insignificante —Tu presencia solo complica las cosas.

Nezu lo observaba sin moverse, su mirada fija en el hombre mientras repetía con calma, sin alterar su tono:

—¿Dónde está Nina?

El hombre pequeño dejó escapar una carcajada, aplaudiendo de manera teatral.

—¡Qué molesto! —exclamó, sacudiendo la cabeza. Luego, sin previo aviso, comenzó a saltar sobre el lugar, estirando sus brazos y piernas como si se estuviera calentando —Creo que será más divertido si resolvemos esto rápidamente —dijo antes de lanzarse a la carrera hacia Nezu.

Al principio, su velocidad parecía normal, pero a medida que se acercaba, su ritmo se aceleró de manera repentina y asombrosa. Nezu apenas tuvo tiempo para reaccionar, levantando sus brazos justo cuando el golpe del hombre impactó con una fuerza brutal. Aunque había logrado bloquear el ataque, el impacto fue suficiente para derribarlo. Cayó hacia atrás, sintiendo el dolor recorriendo sus brazos por el golpe directo.

Nezu apenas había logrado incorporarse cuando el tipo ya venía lanzando un puñetazo directo a su cara. Sin embargo, Nezu fue más rápido, agachándose para esquivar el golpe por poco. En un movimiento fluido, aprovechó su posición baja para golpearle la canilla con un puño firme. El hombre tambaleó por un instante, y Nezu, sin perder el ritmo, se impulsó desde el suelo con las manos, lanzándose hacia arriba con una patada que lo alejó algunos metros.

—Tienes buenos reflejos —comentó el hombre, con una mezcla de sorpresa y rabia en su tono, mientras se sacudía el dolor que ahora comenzaba a notarse en su rostro.

Nezu, completamente erguido, lo miró de manera desafiante. Con una calma que irritaba aún más al adversario, le dijo:

—Eres muy lento.

El comentario encendió la ira en el hombre, cuyos movimientos se volvieron más frenéticos. En un estallido de velocidad, el tipo atacó con otro puñetazo, esta vez logrando impactar en la cara de Nezu. Pero antes de que pudiera disfrutar su éxito, Nezu devolvió el golpe con la misma fuerza, haciendo que ambos retrocedieran varios pasos, casi como un espejo de brutalidad.

—Ese será tu último golpe directo —dijo Nezu con voz fría, frotándose la mandíbula.

Sin darle tiempo para responder, Nezu cargó contra él con una velocidad fulminante. El primer puñetazo lo conectó directamente en la cara del adversario, quien intentó devolver el golpe, pero Nezu lo esquivó con agilidad, casi como si pudiera leer sus movimientos.

Nezu siguió con una patada al abdomen, que dobló al hombre por la mitad. Intentando no ceder terreno, el tipo lanzó otro ataque, pero Nezu giró rápidamente, eludiendo el puñetazo y asestando otro golpe en las costillas de su oponente. El tipo gimió de dolor, y mientras trataba de recuperar el aliento, Nezu lanzó un gancho a la mandíbula que lo hizo tambalearse.

Cada vez que el hombre trataba de contraatacar, Nezu lo esquivaba y le devolvía un golpe aún más preciso. Un puño en el estómago lo hizo retroceder varios pasos, y luego otro directo a la mandíbula lo dejó desorientado. El hombre intentó un último ataque desesperado, pero Nezu se deslizó a un lado, conectando una patada giratoria que lo impactó con tal fuerza en el torso que lo lanzó al suelo.

El hombre quedó allí, jadeando, mientras Nezu lo miraba desde arriba, su respiración controlada y su mirada imperturbable.

Nezu retrocedía, atento a cada movimiento, cuando los otros dos hombres que estaban en la puerta dieron un paso adelante, bloqueando su camino. Uno de ellos, con una sonrisa cruel en el rostro, le dijo al hombre caído:

—Levántate.

El tipo obedeció, aún jadeando y visiblemente lastimado, pero con la misma mirada desafiante de antes. Apenas se puso de pie, los tres hombres cargaron contra Nezu al unísono, rodeándolo rápidamente.

Al principio, Nezu mantuvo la calma, esquivando los golpes con fluidez. En un movimiento rápido, agarró el brazo de uno de ellos, usando su propia fuerza para lanzarlo al suelo con fuerza. Pero antes de que pudiera seguir atacando, los otros dos aprovecharon su distracción. Uno de ellos golpeó desde un costado, obligando a Nezu a cubrirse. Al mismo tiempo, el tercero lo atacó desde atrás, conectando un golpe que lo hizo tambalear.

El breve momento de desbalance fue suficiente para que los tres hombres se coordinaran. Uno lanzó un puñetazo a su estómago, otro golpeó su espalda y el tercero intentó barrerle las piernas. Nezu apenas podía reaccionar, viéndose obligado a cubrirse como podía mientras los golpes llovían sobre él en una especie de coreografía bien ensayada. Cada golpe lo desestabilizaba un poco más, y aunque intentaba esquivar o bloquear, el número y la velocidad de los atacantes comenzaban a superarlo.

Los tres continuaban atacándolo con furia, sin darle un segundo para respirar. Nezu sabía que no podía seguir defendiéndose por mucho más tiempo sin un plan claro.

Nezu cayó al suelo, golpeado y cubierto de polvo, mientras el primer sujeto, aún jadeante, se acercaba a él con una sonrisa burlona en los labios.

—¿No decías que ese era el último golpe directo? —se mofó, disfrutando el momento de superioridad.

Nezu lo miró sin decir una palabra, su rostro impasible. Lentamente, se puso de pie. Su postura parecía relajada, pero algo en la forma en que sostenía su brazo llamó la atención del primer sujeto. Había algo oculto, pero antes de que pudiera advertir a los demás, Nezu lanzó una daga con precisión directa hacia su rostro.

El tipo apenas tuvo tiempo de girar la cabeza, recibiendo un corte en la mejilla mientras la hoja pasaba de largo. Sorprendido por la rapidez del ataque, retrocedió, mientras los otros dos atacantes se lanzaban al mismo tiempo sobre Nezu, intentando aprovechar el momento.

Nezu, sin embargo, ya había calculado sus movimientos. Esquivó el primer golpe inclinándose hacia un lado y, en un rápido giro, ignoró al segundo atacante que intentó golpearlo desde la espalda. En lugar de centrarse en ellos, fue directo hacia el primer sujeto que se había quedado atrás. Con un salto ágil y veloz, le propinó una patada brutal en la cara, que resonó con un sonido seco, dejándolo inconsciente al instante.

Los otros dos se detuvieron por un segundo, sorprendidos por la velocidad con la que Nezu había derribado a su compañero. Pero no tuvieron tiempo de reaccionar antes de que Nezu ya estuviera en movimiento.

Uno de los hombres, más grande y corpulento, intentó golpear a Nezu con una patada baja, pero Nezu se deslizó hacia adelante, bajando su centro de gravedad y pasando por debajo de la pierna. Aprovechando la fuerza del giro, le propinó un golpe en la costilla con el codo, dejándolo sin aire. Antes de que el otro hombre pudiera lanzar su propio ataque, Nezu se giró sobre su talón y le pateó la rodilla, haciéndolo tambalear.

El último hombre aún estaba de pie, intentando atacar desde arriba, pero Nezu esquivó su puño con un ligero movimiento de cabeza, agarrando su brazo en el aire y usando su propio impulso para girarlo y lanzarlo contra el suelo. Con un movimiento rápido, Nezu lo inmovilizó, apretando su rodilla contra el pecho del hombre mientras lo miraba fríamente.

El segundo atacante, aún aturdido por el golpe en las costillas, intentó reincorporarse. Nezu no le dio oportunidad. Se impulsó hacia adelante y, en un movimiento limpio, le dio una patada giratoria en la sien, dejándolo inconsciente junto a sus compañeros.

El aire se llenó de un silencio tenso. Los tres hombres yacían derrotados a su alrededor, mientras Nezu respiraba profundamente, controlando su propio ritmo después de la intensa pelea.

Nezu se acercó a la herrería, su respiración aún controlada tras la pelea. Empujó las puertas de madera, que se abrieron lentamente con un chirrido bajo. Dentro, la luz tenue de la tarde iluminaba el lugar, y allí estaban Nina y la joven herrera que se encargaba del lugar.

Nina, al ver a Nezu entrar, corrió hacia él con una gran sonrisa. Lo abrazó con fuerza, enterrando su rostro en su pecho mientras él se inclinaba ligeramente para corresponder al gesto.

—¡Nezu! Sabía que vendrías —dijo Nina con la voz entrecortada por la emoción.

Nezu, con un gesto suave, la tomó por los hombros y la separó un poco, observando si estaba bien. Revisó rápidamente su rostro y sus brazos en busca de algún rasguño o señal de que hubiera sido lastimada, pero parecía ilesa.

—¿Estás bien? —le preguntó, su tono tan calmado como siempre, pero sus ojos revelaban una preocupación genuina.

Nina asintió con la cabeza, sonriendo.

—Sí, estoy bien. Me escondieron aquí en la herrería, pero no me hicieron nada.

Nezu asintió, aliviado. Luego dirigió su mirada hacia la joven herrera, quien estaba limpiándose las manos con un trapo, visiblemente relajada ahora que todo parecía haber terminado. Había presenciado la escena, pero no había intervenido.

—¿Puedo pedirte un favor? —preguntó Nezu mientras sus ojos se movían hacia las armas que colgaban en las paredes de la herrería—. ¿Me prestarías una espada?

La joven herrera lo miró por un momento, algo sorprendida por la petición. Pero después de una breve pausa, asintió con la cabeza.

—Claro. Toma la que quieras —respondió, señalando hacia las espadas forjadas que colgaban en una de las paredes del taller.

Nezu se acercó, observando las diferentes hojas colgadas. Sus dedos rozaron los mangos, evaluando el peso y el equilibrio.

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