El amanecer había traído consigo una quietud que se extendía como un manto sobre la cabaña. Nezu se sentaba en la mesa de madera envejecida, sus manos moviéndose con una calma que no correspondía a la tensión palpable en el aire. El desayuno ante él era sencillo, una mezcla de sabores que apenas registraba mientras su atención se centraba en mantener un ritmo constante. A cada bocado, sentía el peso de las miradas de Stefan, quien, desde el otro lado de la mesa, lo observaba con una intensidad que rozaba lo incómodo.
Stefan no dejaba que un solo movimiento de Nezu pasara desapercibido. Sus ojos oscuros escudriñaban cada gesto, cada masticación, buscando en los pequeños detalles algún indicio de amenaza. La desconfianza que emanaba de él era palpable, un aura casi tangible que se interponía entre los dos como un muro invisible. Para Stefan, Nezu era un enigma que necesitaba ser resuelto antes de permitir que cualquier cosa avanzara.
Nezu, por su parte, permanecía impasible. No era que no notara la vigilancia, sino que se había acostumbrado a lidiar con la desconfianza de otros. En su mente, sabía que cualquier reacción o palabra equivocada podría desencadenar una cadena de acontecimientos que él no deseaba. Así que comía con la misma serenidad con la que había enfrentado tantas otras situaciones en su vida.
Finalmente, el plato quedó vacío. Nezu dejó los cubiertos con un gesto lento y deliberado, tomándose un momento para observar a Stefan antes de girarse hacia Somi, que había estado en silencio durante toda la comida. Sus ojos se suavizaron ligeramente al encontrarse con los de ella, y por un instante, la rigidez en sus facciones se relajó.
—Gracias por la comida —dijo, su voz tan tranquila como sus gestos. Luego, después de una pausa, añadió—Y gracias por salvarme en el bosque.
La gratitud en sus palabras era genuina, aunque había una sombra de reserva que no lograba ocultar del todo. Nezu era consciente de lo que había ocurrido, de la gravedad de la situación, y sabía que en algún momento tendría que enfrentarse a las preguntas que pesaban en el aire como una nube negra.
—Tal vez pueda responder algunas de tus preguntas —continuó, su tono ahora más firme—pero antes necesito recuperar mi espada.
La mención de la espada hizo que Stefan frunciera el ceño de inmediato. No tardó en mostrar su desconfianza, inclinándose hacia Nezu con una expresión rígida y vigilante.
—No —espetó sin rodeos, su tono seco y agresivo—No vas a tenerla de vuelta hasta que sepamos más sobre ti. No confío en alguien que no explica quién es.
Somi suspiró, intentando mantener la calma, aunque sus ojos también reflejaban cautela. Se giró hacia Nezu con un aire más diplomático, pero aún firme.
—Stefan tiene un punto —admitió suavemente— No es que no queramos ayudarte, pero entenderás que, después de lo que pasó en el bosque, necesitamos saber un poco más antes de devolver lo que traías contigo.
El abuelo Wan, siempre calmado, intervino con respeto. Sus manos se apoyaban sobre la mesa, sus dedos tocando levemente las medallas sobre su chaqueta, como si buscara palabras más prudentes.
—Entiéndelo, joven —dijo con un tono conciliador—No es desconfianza pura, pero la situación en la que nos encontramos nos obliga a ser cautelosos. Tal vez si pudieras aclararnos algunas cosas, podríamos reconsiderar.
Stefan, sin embargo, seguía sin moverse, con una postura claramente defensiva, mientras Somi y Wan esperaban una respuesta que les diera algo de claridad sin caer en confrontaciones.
Nezu mantuvo la calma, observando las reacciones de cada uno. Antes de hablar, respiró hondo, dejando que el silencio se asentara por unos segundos.
—Antes que nada —dijo, rompiendo la tensión de la habitación— ¿alguien ha empuñado la espada?
Los tres intercambiaron miradas breves, pero todos negaron con la cabeza. Stefan frunció el ceño, como si la pregunta le pareciera una táctica evasiva. Somi simplemente negó con un leve movimiento, mientras que el abuelo Wan no hizo más que bajar los párpados un instante, asintiendo con lentitud.
—Bien —respondió Nezu, pareciendo relajarse un poco—Me llamo Nezu. No tengo apellido ni otro nombre. Tengo catorce años y vengo del reino de Belialia.
Somi y Stefan lo miraron con incredulidad. Somi abrió la boca, pero no emitió alguna palabra al principio, sorprendida por su edad.
—¿Catorce...? —murmuró, incrédula— ciertamente pareces joven, Pero no creí que tanto.
Stefan arqueó una ceja, claramente escéptico, pero era el nombre del reino lo que más le inquietaba.
—Esa fea cicatriz no le ayuda en nada pero, ¿Belialia? —repitió, frunciendo el ceño—No conozco ningún reino con ese nombre.
El abuelo Wan, que había permanecido en silencio hasta ese momento, se aclaró la garganta suavemente, atrayendo la atención de los demás.
—Belialia... —dijo en voz baja— Es un reino muy lejano. Está al sur, más allá de las montañas y las tierras áridas. No es un lugar del que se oiga hablar con frecuencia por aquí.
La sorpresa en el rostro de Somi se profundizó, mientras Stefan seguía escudriñando a Nezu, aún sin bajar la guardia.
Nezu los observó a todos en silencio, dejando que la información se asentara antes de continuar.
—Eso es todo lo que puedo decirles —añadió, levantándose lentamente de la silla. Su tono cambió, volviéndose más serio, incluso amenazante—Ahora, necesito mi espada. Si no me la entregan, me temo que tendré que tomarla a la fuerza, aunque preferiría no llegar a eso.
El ambiente en la cabaña se tensó aún más. Stefan, con su temperamento siempre al filo, no dudó en reaccionar. En un movimiento brusco, se lanzó hacia Nezu y lo agarró por la camisa, levantándolo ligeramente del suelo. Su rostro estaba a centímetros del de Nezu, sus ojos brillando con furia contenida.
—¿Te atreves a amenazarnos, mocoso? —espetó, su voz baja pero cargada de ira— No tienes idea de con quién estás tratando. Si te atreves a intentar algo...
Las palabras de Stefan quedaron en el aire, su tono claramente intimidante. Somi dio un paso hacia adelante, preocupada por la escalada de la situación, mientras el abuelo Wan observaba con una mezcla de inquietud y desaprobación.
Nezu, sin embargo, no mostró miedo. Mantuvo la mirada fija en Stefan, su expresión imperturbable a pesar de la agresión. Aunque su posición era claramente desfavorable, había en sus ojos una determinación que no se quebraba fácilmente.
—No quiero hacerles daño —dijo con firmeza, a pesar de la situación—pero no puedo dejar la espada atrás.
Somi, viendo que la situación se volvía peligrosa, decidió intervenir antes de que las cosas se descontrolaran por completo. Con un grito que rompió el silencio, alzó la voz más de lo que había pretendido.
—¡Soy Somi Vera! —dijo rápidamente, su tono ligeramente elevado, aunque su rostro mostraba una mezcla de nerviosismo y determinación— Tengo 17 años.
Stefan se quedó congelado por un momento, su mano aún sujetando la camisa de Nezu. Volvió su mirada hacia Somi, claramente desconcertado por su repentina presentación.
—¿Qué estás haciendo, Somi? —preguntó, soltando a Nezu y volviéndose hacia ella con una expresión de incredulidad—¿Por qué te estás presentando así?
Somi, sin dejar que el nerviosismo la venciera, respiró hondo y se encogió de hombros, tratando de mantenerse firme.
—Bueno, él se presentó —dijo, haciendo un gesto hacia Nezu—así que pensé que sería lo correcto.
El abuelo Wan, que había estado observando en silencio, no pudo evitar reírse suavemente. La tensión en la habitación disminuyó levemente ante su reacción, y se levantó de su silla, caminando lentamente hacia Stefan y Nezu. Con una mano firme pero calmada, apartó a Stefan de Nezu, colocando un brazo entre ambos para evitar que la situación se intensificara de nuevo.
—Chico, relájate un poco —le dijo a Stefan, con una sonrisa que suavizaba su tono—Nezu, si tanto necesitas tu espada... ¿qué harás si te la damos?
Nezu, ahora libre del agarre de Stefan, se arregló la camisa y levantó la vista hacia el abuelo Wan. Su expresión era seria, pero no había hostilidad en su voz cuando respondió.
—Seguiré con mi viaje —dijo, simple y directo— Esa espada es importante, pero no quiero causar problemas. Solo quiero continuar con lo que debo hacer.
El abuelo Wan frunció el ceño ligeramente, observando a Nezu con una mezcla de preocupación y severidad.
—Chico, estás demasiado herido para seguir con tu viaje —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho—Necesitas descansar y recuperarte antes de pensar en ir a cualquier parte.
Nezu, sin embargo, no mostró ninguna intención de detenerse. Mantuvo su mirada fija en el anciano, decidido.
—Agradezco su preocupación, pero puedo cuidarme solo —respondió, con un tono más frío, mientras hacía un leve movimiento para alejarse de la mesa.
Wan lo miró con una expresión más seria, antes de lanzar un suspiro profundo.
—Antes de que te dé la espada —dijo, su voz tomando un matiz más autoritario—tendrás que pagar por los medicamentos, las vendas, y la comida que has consumido aquí.
Nezu se quedó congelado por un instante, claramente sorprendido por la declaración. Miró al abuelo Wan, sus ojos mostrando una leve sombra de duda.
—No... no tengo dinero —admitió finalmente, su voz más baja de lo que había sido antes.
Wan asintió, como si hubiera esperado esa respuesta, y su tono se suavizó un poco, pero sin perder la firmeza.
—Entonces tendrás que quedarte aquí por un tiempo —le dijo—No vamos a dejar que te vayas sin pagar por lo que has recibido.
Nezu apretó los labios, y por un momento, sus ojos mostraron una mezcla de orgullo herido y resignación. Volvió a mirar al abuelo Wan, esta vez con un atisbo de desafío.
—Podría irme sin pagar —dijo, con un tono que buscaba ser amenazante—Incluso podría dañarlos a ustedes por la espada.
Stefan, que había estado observando la conversación, sintió que la furia volvía a apoderarse de él. Dio un paso hacia adelante, su rostro endurecido por la ira.
—¡Inténtalo, mocoso! —gritó, pero antes de que pudiera continuar, el abuelo Wan levantó una mano, deteniéndolo en seco.
—Tú no harás nada de eso —replicó Wan, con una calma que contrastaba con la tensión de la situación—No estás aquí para causar daño, Nezu, y lo sabes. Puedes intentar irte, pero dudo que llegues lejos en tu estado actual. Te quedarás aquí hasta que te recuperes, y mientras tanto, podrás pagarnos ayudando en lo que sea necesario.
Nezu, visiblemente conflictuado, miró al abuelo Wan con una mezcla de frustración y respeto. Las palabras del anciano habían tocado una fibra en él que no podía ignorar. Después de unos largos segundos de silencio, Nezu finalmente asintió, aunque su rostro mostraba que no estaba del todo satisfecho.
—De acuerdo —dijo, su tono más suave—Me quedaré hasta que mis heridas sanen. Y mientras tanto, les pagaré ayudando con lo que pueda.
Somi esbozó una ligera sonrisa al escuchar la decisión de Nezu, claramente aliviada de que el conflicto no hubiera escalado más. Su tensión se desvaneció momentáneamente, y su mirada se suavizó mientras observaba al joven.
—Me alegra que hayas decidido quedarte —dijo en un tono amistoso, pero aún cautelosa.
Nezu, por su parte, permaneció en silencio unos instantes antes de levantar la mirada hacia Wan. Con un aire más serio, preguntó:
—Quiero ver la espada. Por la seguridad de todos aquí. Necesito asegurarme de que está bien.
El abuelo Wan lo observó detenidamente, sopesando la petición. Sus ojos se entrecerraron ligeramente mientras evaluaba la intención detrás de las palabras de Nezu. El anciano se cruzó de brazos, como si estuviera meditando profundamente. Tras un momento de reflexión, asintió lentamente.
—Está bien, chico —respondió finalmente— Ven conmigo. La espada está en el sótano.
Wan guió a Nezu por un pasillo estrecho que los condujo hasta una puerta de madera, vieja pero sólida. Bajaron unas escaleras que crujían bajo sus pies hasta llegar al sótano, un espacio oscuro y fresco, donde apenas se colaba algo de luz. En el centro, sobre una mesa de madera desgastada, estaba la espada envuelta en una tela, como un secreto que había estado esperando ser revelado.
El abuelo Wan se apartó un poco, dejando que Nezu se acercara. Nezu se inclinó sobre la mesa y, con sumo cuidado, deshizo los nudos de la tela que la envolvía. Al descubrirla parcialmente, la hoja brilló a la luz tenue del lugar, revelando un destello que parecía contener algo más que simple acero. Con calma, Nezu desenfundó la espada.
Por un momento, el joven se quedó inmóvil, sosteniendo la espada frente a él. Sus ojos recorrieron cada centímetro de la hoja, examinándola con una mezcla de alivio y nostalgia, como si fuera algo más que una simple arma.
Finalmente, después de unos segundos que parecieron eternos, Nezu volvió a envainarla con el mismo cuidado que había mostrado al desenfundarla. Luego la envolvió de nuevo en la tela, dejándola tal como la había encontrado.
—Está bien —dijo en voz baja, mirando al abuelo Wan—No hay ningún peligro, mientras permanezca aquí.
El anciano asintió con la cabeza, satisfecho de que Nezu hubiera cumplido su propósito sin incidentes.
—Entonces, la dejaremos aquí por ahora —respondió Wan, con un tono tranquilo— Mientras tanto, descansaremos todos sabiendo que está segura.
Ambos se retiraron del sótano, dejando la espada envuelta sobre la mesa, en la penumbra.
Cuando Nezu y el abuelo Wan regresaron al salón principal, Somi y Stefan estaban esperándolos con una mezcla de curiosidad y expectativa. Somi, con una sonrisa amistosa, se adelantó para hablar con Nezu.
—Si quieres, puedo mostrarte el pueblo —ofreció, su tono era cálido y genuino—Así podrás familiarizarte con el lugar mientras te recuperas.
Nezu la miró durante un momento, evaluando la oferta. Finalmente, asintió con un gesto de aceptación.
—Está bien —dijo— Agradecería eso.
Stefan, que había estado observando en silencio, intervino abruptamente.
—Yo también iré —declaró, sin dejar espacio para objeciones.
Somi lo miró con cierta sorpresa, pero no dijo nada más. El grupo salió de la cabaña y se adentró en el pueblo.
El pueblo era pequeño y acogedor, con calles angostas pavimentadas con piedras desiguales. Las casas, de madera y piedra, se alineaban de manera ordenada a ambos lados de las calles, con tejados a dos aguas que se inclinaban hacia adentro. Las tiendas, aunque pocas, estaban decoradas con letreros de madera pintados a mano que anunciaban sus mercancías. El ambiente era tranquilo, interrumpido ocasionalmente por el murmullo de los habitantes que realizaban sus quehaceres diarios.
Somi guió a Nezu por las calles, señalando algunos lugares de interés: la tienda de comestibles, una panadería con panes recién horneados expuestos en la vitrina, y un pequeño mercado donde se vendían productos locales. Nezu observaba todo con interés, tomando nota de los detalles y la atmósfera del lugar.
Después de un rato, llegaron a una herrería. El sonido de martillos golpeando metal llenaba el aire, y el calor de los hornos se podía sentir incluso desde fuera. Sin embargo, lo que captó la atención de Nezu y los demás fue una escena que se desarrollaba en la entrada de la tienda.
Un par de hombres, con expresiones irritadas y gesticulando con energía, estaban discutiendo con la dueña de la tienda. La mujer, de cabello recogido en un moño y con un delantal manchado, parecía visiblemente preocupada. Los gritos eran cada vez más agudos, y los hombres estaban exigiendo dinero a gritos, sus voces llenas de frustración.
—¡Vamos, queremos la mensualidad ahora! —exigía uno de los hombres, su rostro enrojecido por la ira.
La mujer, con las manos levantadas en señal de desesperación, trataba de calmarlos.
—Por favor, denme un poco más de tiempo. No tengo suficiente para pagarles ahora.
Nezu observó la escena en la herrería, intrigado por el alboroto. Volvió su atención hacia Somi y le preguntó, con un tono de curiosidad y preocupación.
—¿Qué está pasando aquí?
Antes de que Somi pudiera responder, Stefan intervino con rapidez, su voz cargada de desdén.
—Son de la compañía de Zuko —explicó—Exigen a todos una especie de mensualidad. Si no pagas, vienen y presionan hasta que lo hagas.
Nezu frunció el ceño, lanzando una mirada hacia Stefan, como si esperara una explicación adicional.
—¿Y por qué no haces nada al respecto? —preguntó, su tono calmado y un tanto desinteresado.
Stefan le lanzó una mirada dura, pero su tono no perdió la calma.
—Cuando alguien se enfrenta a los soldados, Zuko se encarga personalmente. No vale la pena arriesgarse a enfrentarle, no si no tienes las fuerzas suficientes.
Somi asintió, sumándose a la explicación.
—Stefan ya ha intentado enfrentarse a Zuko, pero no ha podido vencerle, es un oponente formidable.
Nezu asintió lentamente, digiriendo la información mientras continuaban con el recorrido. El grupo se alejó de la herrería y siguió paseando por el pueblo, pasando por varias casas y comercios hasta llegar a una plantación de arroz que se extendía en terrazas verdes y ordenadas.
La plantación era un mar de verdes intensos, con surcos de arroz que se balanceaban suavemente con la brisa. Los trabajadores, arremangados y sudorosos, se movían entre las filas de plantas, realizando su labor con ritmo metódico. El aire estaba impregnado del aroma fresco del arroz y el sonido relajante del agua corriendo entre los campos.
Somi señaló el paisaje con una sonrisa.
—Esta es la plantación de arroz. Es una parte importante de nuestra economía local.
Nezu miró el lugar con interés, apreciando la vista. El ambiente tranquilo de la plantación contrastaba con la tensión que había presenciado anteriormente en el pueblo. Mientras seguían su recorrido, Nezu no podía evitar pensar en la complicada red de problemas que parecía afectar a este pequeño lugar.
Somi, en un tono enérgico, gritó el nombre de Rina. Una joven de cabello negro y largo apareció, acercándose con pasos firmes y una sonrisa abierta en el rostro. Su estatura alta y su cuerpo trabajado reflejaban claramente el esfuerzo físico de su labor.
—¡Rina! —exclamó Somi, señalando a la muchacha—Te presento a Nezu y Stefan. Rina es mi hermana mayor.
Rina saludó a todos con una actitud juguetona y acogedora, como si asumiera el papel de protectora y figura cariñosa de sus hermanitas.
—Hola a todos —dijo Rina con un tono cálido— Soy Rina, la hermana mayor y protectora de estas dos traviesas.
Nezu, curioso, miró a Somi y preguntó:
—¿Tienes otro hermano?
Somi asintió, respondiendo con una sonrisa.
—Sí, tengo una hermana menor llamada Lily. Ella está en casa, pero no está aquí en este momento.
La conversación volvió a centrarse en la plantación cuando Somi le preguntó a Nezu su opinión sobre el cultivo.
—¿Qué te parece el cultivo? —preguntó Somi, con una sonrisa esperanzada.
Nezu miró alrededor y, tras una breve reflexión, respondió:
—No lo veo mal.
Somi se mostró contenta con la respuesta, y con un tono animado agregó:
—¡Me alegra oír eso! Porque aquí es donde vas a trabajar.
La sorpresa cruzó el rostro de Nezu por un momento, y Stefan soltó una risita suave ante la reacción de Nezu.
—¿De verdad? —preguntó Nezu, un poco sorprendido por el comentario.
Somi asintió con entusiasmo.
—Sí, me alegra que te guste. Aquí es donde vas a trabajar, así que es bueno saber que no te desagrada.
Stefan, con una sonrisa, bromeó:
—Bueno, parece que te has metido en una gran cantidad de trabajo. Espero que estés listo para ello.
El grupo continuó su recorrido por la plantación, charlando y disfrutando del ambiente relajado mientras el sol se alzaba alto en el cielo.
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Comments
Mưa buồn
Me siento identificada con tus personajes, transmites sentimientos de una manera extraordinaria👏
2024-09-05
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