Rojo y verde 1.1

Nezu abrió los ojos lentamente, sus párpados pesados como si hubiera despertado de un sueño profundo y agitado. La oscuridad de la celda solo era rota por una débil luz que entraba desde una pequeña ventana alta y enrejada. El ambiente olía a humedad y tierra vieja; las paredes eran de piedra fría y áspera, con grietas que revelaban el desgaste de los años. El suelo estaba cubierto de paja dispersa, y en una esquina se encontraba un balde oxidado, probablemente para cumplir funciones básicas. La única salida era una puerta pesada de barrotes de metal, donde se podian escuchar ecos lejanos y el silencio opresivo del lugar.

Nezu se levantó lentamente, y al hacerlo, notó a Somi sentada en el suelo, con la cabeza gacha, su postura reflejando resignación y agotamiento. La llamaba en voz baja:

—Somi...

Ella levantó la vista, y al reconocerlo, sus ojos se iluminaron. En un impulso, corrió hacia él y lo abrazó con fuerza, casi como si necesitara asegurarse de que realmente estaba allí.

—¡Nezu! Qué alegría que estás bien —dijo, su voz cargada de alivio y algo de miedo.

Él le devolvió el abrazo de forma breve y luego se separó un poco, mirando a su alrededor con cautela, evaluando cada rincón de la celda, cada grieta y cada sombra.

— ¿Dónde estamos? —preguntó.

—En Bamburashi —respondió ella en un susurro, como si el solo decirlo fuera peligroso.

Nezu ascendiendo, y sin perder el tiempo, comenzó a inspeccionar los alrededores. Sus movimientos eran precisos pero tensos, como un animal que evalúa sus posibilidades en una trampa. Somi lo observaba en silencio, mordiéndose el labio, su mente atrapada en pensamientos de culpa. Finalmente, incapaz de soportar más su propia carga, rompió el silencio:

—Lo siento, Nezu. Solo fui un estorbo... tenías razón. No soy más que una carga.

Nezu se detuvo un momento, pero no la miró. En cambio, su voz sonó serena, aunque un tanto sombría.

—No importa, Somi. No voy a decirte que no pasó nada porque sería mentira. Estamos vivos por suerte, y eso es algo que no podemos ignorar.

Somi bajó la cabeza, la tristeza pesando en su voz cuando apenas murmuró:

-Perder...

Nezu, con la mirada fija en el entorno, continuó en tono reflexivo:

—Cuando uno fracasa, solo hay dos opciones. Seguir o retirarse. Es igual a vivir o morir.

Ella lo miró, sus ojos llenos de determinación mientras decía:

—Quiero seguir.

Nezu la miró y asintió.

—Entonces, lo primero es encontrar una forma de salir de aquí. Y... necesito recuperar mi espada.

Somi asintió también, aunque después de un rato, notó la inquietud en Nezu. Sus ojos iban de un lado a otro de la celda, sin descanso, como si la pérdida de la espada le causara más que una simple preocupación. Somi decidió romper el silencio.

—¿Por qué esa espada es tan importante para ti, Nezu? ¿Es algún tipo de recuerdo?

Nezu se quedó en silencio unos segundos, como si las palabras no le llegaran de inmediato. Finalmente respondió, su tono cargado de una extraña solemnidad.

—Es algo que debo proteger. Una promesa que heredé.

Somi lo miró, confusa, pero con respeto. No lograba entender completamente sus palabras, pero asimilando, aceptando su respuesta sin cuestionarlo más.

—Cuando salgamos de aquí, te diré lo que realmente significa —añadió Nezu, como si le estuviera ofreciendo una parte de su mundo.

Somi radiante, una chispa de alegría y esperanza en sus ojos.

—Está bien... —respondió, con una mezcla de emoción y curiosidad— Por cierto... tu cicatriz... ya no está.

Nezu frunció el ceño, sorprendido. Se llevó la mano al rostro, donde siempre había estado la marca, y, en efecto, no sintió nada. Parpadeó, como si la realidad de eso apenas empezara a caer sobre él.

—No era una cicatriz —explicó en voz baja— Era una marca de penitencia que me puso mi maestra.

Somi ladeó la cabeza, mirándola con algo de confusión y luego, con una sonrisa ligera, dijo:

—Pues lo que sea, ya no está.

Nezu bajó la mano y, tras una pausa, ayudó el cambio con una expresión tranquila.

—Parece que... mi maestra me ha perdonado.

El sonido de pasos firmes y decididos resonó en el pasillo antes de que el joven uniformado apareciera frente a la celda, su expresión seria y mirada penetrante. Con un gesto de autoridad, indicó a Nezu que se acercara.

—Acerca tus manos —ordenó el joven uniformado, observando a Nezu con una mezcla de frialdad y curiosidad.

Nezu se levantó, acercándose a los barrotes, y extendiendo sus manos, dejando que el metal frío de las esposas le envolviera las muñecas. Mientras Ion lo aseguraba, Nezu rompió el silencio.

—Te dije mi nombre… ¿o lo escuchaste antes de que peleáramos?

El joven no lo miró directamente mientras ajustaba las esposas, pero una ligera sonrisa se asomó en su rostro.

—La segunda. Es más entretenido conocer a mis rivales antes de que me los presenten formalmente —respondió.

Luego, El joven se giró hacia Somi, indicándole que hiciera lo mismo. Ella dudó un instante, pero se acercó y extendió sus manos. Ion le colocó las esposas con firmeza, aunque sin brusquedad.

—¿Qué pasó con el del hacha? —preguntó Nezu, su tono sereno pero curioso.

el joven uniformado suspiro ligeramente, mirando a Nezu con una mezcla de respeto y desden.

—Sigue con vida, aunque está grave. Se pondrá bien con el tiempo —respondió. Al ver que Nezu asentía, continuó—Eres un buen luchador para alguien tan joven.

Nezu lo observará con detenimiento antes de decir, en un tono ligeramente desafiante:

—Sabes mucho sobre nosotros, pero nosotros no sabemos nada de ti.

El joven hizo una pausa, levantando una ceja antes de responder.

—Me llamo Ion. —Con un giro de llaves, abrió la celda— Y ahora salgan. No hagan nada estúpido… o esta vez no dudaré en matarlos.

Nezu salió primero, seguido de Somi, que lo miró con cierta inquietud mientras caminaban por los pasillos oscuros y húmedos.

—A dónde nos llevan? —preguntó ella, su voz apenas un susurro.

Ion no se detuvo al respondedor.

—Tienen suerte, solo quedan dos finalistas para la ceremonia. Así que no tendrán que lidiar con los otros que ya fueron eliminados.

Somi frunció el ceño, confundida.

—¿Ceremonia? ¿Vamos a pelear? —murmuró, casi dirigiéndose a Nezu.

Nezu, con una expresión sombría, murmuró:

—Abyss Run...

Somi lo miró, completamente desconcertada.

—¿Qué es eso?

Ion lanzó una breve carcajada mientras seguía caminando por los corredores oscuros.

—Es una ceremonia en la que cinco prisioneros tienen la oportunidad de ganar la Ascensión. Los vencedores obtienen su libertad… o algo similar. Se trata de supervivencia.

—¿Y qué es la Ascensión? —preguntó Somi, sin ocultar la inquietud en su voz.

—Para eso, primero tendrían que ganar —replicó Ion sin mirar atrás— Ustedes dos han llegado en el momento perfecto, ya que solo uno de los equipos está completo. El otro equipo tiene tres miembros y necesita dos más. Supongo que podran ganarse sus lugares.

Pronto llegaron a una gran puerta custodiada por varios guardias. Al abrirse, reveló un enorme salón circular. Abajo, donde se encontraban ellos, la superficie era completamente plana, mientras que en lo alto había un balcón abarrotado de guardias y otros espectadores que vitoreaban con entusiasmo y ruidos burlescos. En el centro de la sala había dos figuras, cada una con una presencia inquietante. Uno de ellos parecía un tipo corriente, con una musculatura marcada, pero lo que realmente destacaba era una gran cicatriz que cruzaba su brazo derecho, evidencia de una vida de peleas duras. El otro, en cambio, tenía una mirada salvaje y casi animal, moviéndose de un lado a otro como una bestia encerrada.

Ion se acercó a Nezu y Somi a los hombres, dirigiéndose al tipo más normal.

— ¿Con quién quieres luchar primero? —preguntó Ion, con un tono mordaz.

El hombre miró a Somi y luego a Nezu, una sonrisa burlona asomándose en su rostro.

—Sería descortés pelear contra una mujer… pero tampoco cambia mucho enfrentarme a un crío. —Se rascó la barbilla como si pensara seriamente antes de señalar a Nezu—. Tú, muchacho. Hazte un favor y ríndete ahora. Esto acabará mejor para ti.

Nezu no respondió. Sus ojos se clavaron en el hombre, sin titubear, aceptando el desafío en silencio.

Ion ordenó a unos guardias que arrastraran al otro prisionero hacia otra área y a Somi hacia la salida. Antes de irse, ella miró a Nezu, su voz apenas un susurro:

—Gana, Nezu. Por favor.

Él ascendió, sin apartar la vista de su oponente, concentrado en la batalla que estaba a punto de comenzar. Los guardias cerraron las puertas tras ellos, dejando solo a Nezu y su oponente en el centro del salón.

Ion dio un paso adelante y con voz fría desarrollaron las reglas.

—La pelea termina cuando uno muera o se rinda. Eso es todo lo que necesitan saber.

El hombre se colocó en posición de ataque, dejando escapar una risa burlona.

—Mi nombre es Gory. —Lo miró con una mezcla de desprecio y diversión— Y tú… bueno, pareces una presa fácil. Esto será rápido.

Nezu simplemente ascendió, sus músculos tensos, cada fibra de su cuerpo lista para el enfrentamiento. Sus ojos, intensos y llenos de determinación, no se apartaron del hombre ni un segundo.

Ion levantó la mano y, con una voz que resonó en toda la sala, dio la señal.

—¡Comiencen!

La tensión se palpaba en el ambiente mientras Gory se lanzaba contra Nezu con una brutalidad renovada. Cada paso y cada movimiento eran calculados, pero la furia se apoderaba de su mirada. Tras recibir la sorpresiva patada de Nezu y caer al suelo, algo cambió en Gory: su expresión dejó de ser confiada y ahora mostraba una mezcla de frustración y miedo apenas disimulados. Sin embargo, su postura se hizo más cuidadosa mientras rodeaba a Nezu, observando cada centímetro en busca de la apertura más mínima. Su respiración se volvió irregular, pero sus ojos parecían más afilados.

Nezu permanecía en el centro de la arena, sin adoptar una postura defensiva clara, con una calma inquebrantable. Gory, decidido, se lanzó de nuevo, intentando golpearlo en la cabeza con una patada feroz. Pero, en un movimiento fluido, Nezu esquivó el ataque y respondió con un contraataque rápido que envió a Gory al suelo una vez más. Esta vez, la caída fue más dura, y aunque Gory intentó levantarse de inmediato, se le notaba la respiración agitada y la frustración en sus ojos. Nezu lo miró con calma y le habló en tono seguro:

—No puedes encontrar una apertura si no hay una defensa.

Gory quedó sorprendido, sus labios temblaron antes de soltar una risa amarga. Sin embargo, cuando intentó moverse nuevamente, Nezu ya estaba sobre él, derribándolo una vez más, haciendo rodar en la arena. Gory se levantó de golpe y lanzó un puñetazo desesperado, pero Nezu lo interceptó con precisión, dándole un golpe directo en el tabique. La vista de Gory se volvió borrosa, viendo a Nezu duplicado, incluso triplicado, a su alrededor. Pero, justo cuando Nezu se acercaba para concluir el combate, Gory, en un arrebato de energía, logró conectar un golpe en la cara de Nezu, quien retrocedió, tocándose la mejilla donde la sangre comenzaba a escurrir.

—Ya entiendo —murmuró Gory con una sonrisa torcida— Te debo una disculpa. No deberías haberte tratado como a un niño. Ahora… ahora somos dos hombres, atrapados en este vínculo cruel de sangre. Pero… en este momento, tú eres más una bestia que un hombre.

Gory, impulsado por un instinto casi salvaje, encontró una fuerza inesperada. Avanzó con rapidez, lanzando golpes calculados, pero con la intensidad de un animal acorralado. Los puños volaban, sus patas dejaban marcas en el suelo, y sus movimientos ganaban una ferocidad que hacía que Nezu tuviera que concentrarse más en bloquear cada golpe. Gory se convirtió en un huracán de fuerza y resistencia, forzando a Nezu a retroceder, sus ojos inyectados en sangre mientras cada golpe parecía cargado de una ira profunda y desesperada. La multitud vitoreaba, algunos aclamando a Gory, otros, impresionados por la tenacidad de Nezu.

Sin embargo, Nezu, con una frialdad calculada, se adaptaba. A pesar de los ataques intensos, él aprovechaba cada momento para esquivar y encontrar pequeños respiros en medio de la tormenta de golpes. Aunque no siempre podía evitar todos los ataques, sus ojos seguían fijos en Gory, evaluando sus movimientos y patrones. Cada vez que Gory parecía ganar terreno, Nezu retrocedía estratégicamente, no por debilidad, sino por paciencia, agotando a su oponente poco a poco.

Los golpes y patadas iban y venían, y ambos luchadores comenzaban a mostrar signos de fatiga. La respiración de Gory se volvía más pesada, su fuerza disminuía, pero seguía adelante como si algo lo estuviera arrastrando desde el interior. Nezu, mientras tanto, mantenía una calma casi inhumana, aunque sus movimientos también se hacían más lentos, los efectos de los golpes acumulados comenzaban a manifestarse en su cuerpo. Sangre manchaba el suelo a sus pies y sus ropas estaban desgarradas..

Finalmente, Nezu escupió algo de sangre al suelo y, con una voz firme y fría, dijo:

—No puedes entender lo que arde dentro de mí.

Gory, respirando con dificultad, soltó una risa entrecortada, llena de desprecio.

—Tú… un callejero… nunca podrás entendera el valor de una ceremonia como esta.

Ambos combatientes se lanzaron de nuevo el uno hacia el otro, enredándose en una serie de ataques desesperados, cada golpe resonando en la arena, cada respiración cargada de esfuerzo y agotamiento. Gory intentaba tomar ventaja de su tamaño y fuerza, mientras que Nezu respondía con una resistencia férrea y una precisión devastadora. Los dos parecían haber alcanzado un punto muerto, ninguno dispuesto a ceder, la audiencia contenía el aliento, asombrada ante la brutalidad y resistencia de ambos.

Pero mientras la batalla continuaba, Gory comenzó a perder el ritmo, sus ataques se volvieron más lentos, su energía se disipaba. Sus golpes, que al principio habían sido poderosos, ahora eran débiles e imprecisos. En cambio, Nezu, aunque visiblemente exhausto, seguía avanzando. Su cuerpo soportaba cada impacto, su mente concentrada en un solo objetivo. Lentamente, pero con determinación, fue minando la resistencia de Gory.

Con un último esfuerzo, Nezu lanzó un golpe contundente que impactó directamente en el rostro de Gory. Este retrocedió tambaleante, y, en un movimiento final, cayó al suelo, inconsciente, con la respiración apenas perceptible. La sala quedó en un silencio expectante, solo roto por la respiración agitada de Nezu, quien, a pesar de estar al límite de sus fuerzas, permanecía de pie.

Ion, con una expresión neutral, hizo un gesto a los guardias. Dos de ellos se acercaron, tomaron a Nezu y lo guiaron fuera de la sala, mientras el murmullo de la multitud crecía y se transformaba en gritos y vítores. Nezu, apenas consciente de las voces que resonaban a su alrededor, se dejó llevar por los guardias.

La sala donde Somi fue llevada para pelear estaba impregnada de una tensión palpable. Los guardias abrieron la puerta y, al igual que con Nezu, los ojos de la multitud se centraron en la nueva lucha. Somi, visiblemente nerviosa, miraba al hombre que estaba frente a ella, un ser que parecía más una bestia que un humano. Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices, y su cara, deformada por la rabia, mostraba una expresión salvaje. Sus ojos, como los de un animal, brillaban con furia mientras sus manos, terminadas en garras, se movían con rapidez. No se necesitaban palabras para indicar que iba a atacar; sus movimientos, que nacían desde sus cuclillas, eran rápidos y salvajes.

Antes de que Ion pudiera dar inicio a la pelea, el hombre saltó sobre Somi con una velocidad casi instintiva, lanzando sus garras hacia ella. Somi, aterrada, retrocedió rápidamente, pero el ataque le siguió, como si estuviera acorralándola. Cada movimiento de este hombre, aunque impredecible, tenía una cadencia en su movimiento, casi como si actuara por puro instinto animal, sin una estrategia.

Somi empezó a sentirse cada vez más acorralada. No había forma de escapar de la velocidad y agresividad de su atacante, al menos, no hasta que, de pronto, algo cambió en su mente. Se fijó más en el patrón de los ataques, en los movimientos rápidos pero con una fuerza bruta que, aunque eficaces, carecían de técnica. El hombre se lanzaba con todo su peso y garras, pero había un margen de tiempo entre cada ataque, como si necesitara reposo después de cada uno. Somi, que aún sentía el pánico, se centró en observar con más calma. A medida que veía el ataque de cerca, la ansiedad de su cuerpo empezó a calmarse, y de manera casi instintiva, pudo detectar las aberturas en su oponente.

El hombre volvió a embestir con sus garras, pero Somi ya no retrocedía asustada. Ahora veía los ataques como algo más lento, como si, comparados con los de Nezu en su entrenamiento, estos fueran fáciles de anticipar. Mientras esquivaba con mayor facilidad, el tiempo se alargaba, y la furia de su atacante comenzaba a mostrar signos de agotamiento. A pesar de su agilidad, el cuerpo humano no está hecho para aguantar la intensidad frenética de un animal durante mucho tiempo. Somi, poco a poco, se fue serenando, y con cada esquiva, comenzó a entender mejor cómo moverse.

El hombre, incapaz de seguir su ritmo, empezó a dar señales de agotación. Los ataques se volvieron más erráticos, y las patas de su cuerpo ya no parecían tan veloces. La multitud, que antes rugía con emoción, comenzó a mostrar signos de aburrimiento al ver que Somi solo se limitaba a esquivar sin un ataque claro. Fue en ese preciso momento, cuando el hombre se apartó para tomar aliento, que Somi aprovechó la oportunidad.

Con un grito de determinación, Somi lanzó una patada certera hacia la cara del hombre. La fuerza del impacto lo dejó desorientado por un instante y, en su estado de debilidad, terminó cayendo inconsciente al suelo. La sala quedó en un silencio tenso, y aunque algunos intentaron aplaudir, la multitud no tardó en abuchear, decepcionada por la rapidez con que terminó la pelea.

Somi fue rápidamente escoltada por los guardias fuera de la arena de combate. En el pasillo, sintió una mezcla de alivio y cansancio, y al final, se encontró con Nezu, quien le dirigió una leve sonrisa.

—Fue una buena pelea —le dijo Nezu, su voz cargada de respeto.

Somi lo miró, aún recuperándose de la tensión de la pelea, y le agradeció con un simple gesto, su mente todavía en un torbellino por lo sucedido.

Después de un rato en la habitación, sin saber exactamente qué esperar, Ion apareció nuevamente. Con una sonrisa amplia y un tono de aprobación, les felicitó.

—Han ganado su cupo para la ceremonia.

Somi, todavía con dudas, aprovechó el momento para hacer una pregunta:

—Podemos saber ya qué es la Ascensión?

Ion la miró fijamente antes de responder:

—Lo descubrirán si ganan en la ceremonia. Para entender qué es, deben triunfar en ella.

Somi ascensión, pero la curiosidad seguía latente.

—Y ¿qué es este Abyss Run?

Ion cruzó los brazos y les ofreció una respuesta breve:

—Es una competición donde equipos compiten entre sí, una lucha para la supervivencia. Pero no lo entenderán completamente hasta que entren en el proceso. El equipo que logre el triunfo será el que se los explique.

Finalmente, Ion los guió fuera de la habitación. El pasillo se estrechaba mientras caminaban a través de los complejos de la prisión, y el aire se regresaba más pesado. La tensión en el ambiente aumentaba con cada paso que daban hasta llegar a una gran puerta. Al cruzarla, una vista impresionante se desplegó ante ellos.

Bamburashi, la ciudad donde todo parecía girar en torno al bambú, se extendía a lo lejos. Cada rincón de la ciudad, desde las estructuras hasta la vegetación, estaba hecho de este material noble. Las casas, construidas en varios niveles, parecían crecer desde el propio suelo como si fuera una extensión natural de la selva. Los techos curvados se alzaban con formas que imitaban las cañas de bambú, y las calles estaban bordeadas por altas y delgadas cañas que se mecían suavemente con el viento.

La estructura de Bamburashi era intrínsecamente armónica, una mezcla perfecta entre la naturaleza y la civilización. Las plazas estaban adornadas con estatuas y esculturas que parecían fusionarse con los árboles, mientras que las grandes torres de bambú se alzaban hacia el cielo, como guardianes de la ciudad. El sonido del viento moviendo las cañas llenaba el aire, junto con el murmullo lejano de la actividad humana. Bamburashi, una ciudad construida con la elegancia del bambú, tenía una atmósfera de serenidad y, al mismo tiempo, de imparable resistencia, como su gente.

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