El sol de la mañana se extendía sobre los campos de arroz, iluminando el paisaje con una luz suave que hacía brillar las finas láminas de agua entre las hileras de plantas. Las hojas, altas y verdes, se movían levemente al ritmo de la brisa, susurrando historias del viento. El aire estaba cargado con el aroma fresco de la tierra húmeda, mezclado con el sonido distante de los pájaros que sobrevolaban el campo. Más allá, las montañas descansaban en el horizonte, inmóviles, como si siempre hubieran estado allí, observando el paso del tiempo.
Entre las hileras de arroz, una figura se inclinaba, sus manos hundiéndose en el barro mientras trabajaba en silencio. Nezu movía las manos con destreza, retirando las malas hierbas que se mezclaban con las plantas de arroz, su concentración inquebrantable. El sudor le perlaba la frente bajo la luz creciente del día, pero su rostro permanecía inexpresivo, como si el esfuerzo físico no fuera más que otra rutina en su vida. El barro se adhería a sus pies descalzos, pero Nezu no parecía molesto por ello; sus movimientos eran rápidos y seguros, como si se hubiera acostumbrado a cualquier adversidad.
Nezu se inclinó un poco más, tirando de una de las plantas con firmeza, pero la raíz resistió. Se detuvo un momento, intentando corregir su agarre, cuando una sombra se proyectó sobre él.
—Así no, Nezu —dijo Rina con una voz suave pero firme, acercándose y agachándose a su lado— Si tiras de esa manera, vas a dañar la raíz del arroz. Mira —tomó la planta con cuidado, mostrándole cómo torcerla levemente antes de tirar— Debes hacerlo con más delicadeza.
Nezu asintió, observando atentamente, y luego repitió el movimiento, esta vez logrando lo que Rina le había mostrado.
—Mis disculpas —dijo en un tono bajo, apartando la vista por un momento.
Rina se echó a reír ligeramente, dándole una palmadita en el hombro. Su tono era cálido, sin ninguna traza de reproche.
—No te preocupes, lo estás haciendo bien. Solo llevas aquí tres semanas y ya te estás adaptando más rápido de lo que esperaba.
Nezu se quedó en silencio por un instante, su mirada fija en las plantas mientras asentía lentamente. La presencia de Rina, su tono afable y la manera en que se preocupaba por corregirlo sin juzgarlo, le resultaban reconfortantes, aunque no lo expresara abiertamente.
—Me alegra que estés aquí —añadió ella, sus ojos brillando con una calidez genuina mientras le sonreía— De verdad.
Nezu se detuvo por un momento, enderezando su espalda mientras su mirada se perdía entre los surcos del cultivo. Había una mezcla de asombro y cansancio en su expresión.
—¿Tres semanas? —murmuró, más para sí mismo que para Rina— ¿Ya pasó tan rápido?
Rina, trabajando a su lado, soltó una risa ligera y le dirigió una sonrisa comprensiva.
—El tiempo pasa volando cuando estás ocupado —respondió con suavidad, sin dejar de tirar con precisión de las plantas.
Nezu asintió, como si estuviera procesando la velocidad con la que los días se le habían escapado entre las manos. Ambos continuaron con su labor en silencio, el ritmo de sus movimientos marcando el paso de los minutos. La tranquilidad de la mañana solo se rompió con el crujido de unos pasos acercándose.
—¡Hora de comer! —anunció Somi alegremente, sosteniendo una cesta con el almuerzo de ambos.
Ambos dejaron las herramientas a un lado y caminaron hacia donde Somi había extendido un pequeño mantel sobre la hierba. Se sentaron junto a ella, aceptando el almuerzo con gratitud. El sol ya estaba en su punto más alto, y el descanso les sentaba bien después de la labor en el campo. Durante unos minutos, solo se escuchó el sonido de la comida siendo compartida y el suave viento que acariciaba los cultivos.
Luego de un rato, Somi rompió el silencio con una pregunta que flotaba desde hacía tiempo.
—Nezu, ¿has pensado en lo que te pedí? —preguntó, mirando al chico con una mezcla de curiosidad y expectativa.
Rina, que estaba masticando un pedazo de pan, arqueó una ceja y dirigió su atención a Somi.
—¿Sobre qué? —inquirió con indiferencia, aunque más por costumbre que por verdadero interés.
—Le pedí a Nezu que me enseñara a pelear —dijo Somi, con una pequeña sonrisa, esperando la reacción de su hermana mayor.
Rina se encogió de hombros, casi despreocupada, y siguió comiendo sin mostrar señales de sorpresa.
—¿Y te da igual que quiera pelear? —preguntó Nezu, curioso por la reacción tan relajada de Rina.
—Somi puede hacer lo que quiera mientras le guste —respondió Rina con un tono tranquilo— Yo hago lo que quiero aquí en el campo, ella puede aprender a pelear si eso es lo suyo.
Nezu la observó por un momento, reflexionando sobre las palabras de Rina mientras masticaba lentamente su comida. Le sorprendía lo poco convencional que parecía la dinámica entre las hermanas, pero a la vez encontraba una especie de libertad en la actitud de Rina.
Somi, por su parte, esperó pacientemente la respuesta de Nezu, sus ojos brillando con determinación mientras seguían comiendo en calma.
Nezu terminó de masticar antes de levantar la vista hacia Somi, su expresión calmada pero con un toque de seriedad.
—Stefan no quiere que lo hagas —comentó, refiriéndose a la petición de Somi de aprender a pelear.
Somi asintió con una mezcla de resignación y determinación en su rostro.
—Lo sé —respondió—Él fue el primero al que se lo pedí hace tiempo, pero se negó. Dice que no es para mí.
Rina apenas reaccionó, centrada en su comida, mientras Nezu guardaba silencio por unos instantes, mirando a Somi con ojos pensativos.
—Blandir una espada no es tan sencillo —dijo al fin, su voz un poco más grave de lo habitual— Cuando te decides a desenfundar un arma, significa que estás preparado para morir. No se puede pedir clemencia ni esperar piedad.
Somi mantuvo su mirada fija en Nezu, sin apartarse, mostrando que comprendía la gravedad de sus palabras.
—Lo sé —murmuró, más para sí misma que para los demás—Pero quiero estar lista para lo que venga.
Rina, mientras tanto, se acomodó, observando a su hermana de reojo con un leve gesto de aceptación, como si, a pesar de su aparente indiferencia, entendiera la razón detrás del deseo de Somi.
La conversación entre Nezu, Somi y Rina fue interrumpida de repente por el sonido de pasos pesados acercándose. Dos hombres vestidos con ropas toscas y mal cuidadas se adentraron en el campo, caminando directamente hacia ellos sin disimulo. Somi frunció el ceño al verlos, pero no dijo nada. Nezu los observó en silencio, notando la tensión que empezaba a llenar el aire.
Los hombres ignoraron por completo a Somi y a Nezu, dirigiéndose directamente a Rina.
—Es hora de pagar la mensualidad, Rina —dijo uno de ellos, con una voz áspera y despreocupada.
Rina, con una resignación visible, buscó en su bolsillo y sacó un pequeño saco de monedas, que les entregó sin una palabra. Los sujetos lo tomaron con rapidez, contando el dinero de forma mecánica. Satisfechos, levantaron la vista, y fue entonces cuando notaron a Nezu, su expresión cambiando a una mezcla de curiosidad y desdén.
—¿Quién es este? —preguntó el más bajo de los dos, señalando a Nezu con un gesto despectivo—Es una cara nueva.
Nezu, manteniendo su compostura, no respondió, simplemente siguió observando.
—Tú también tienes que pagar la mensualidad —dijo el hombre, sin cambiar de tono, como si ya diera por hecho que la respuesta sería afirmativa.
—No tengo dinero —replicó Nezu, su voz calma.
El más alto de los dos hombres soltó una risa seca y poco amigable.
—Eso no nos importa. Si estás aquí, tienes que pagar.
Nezu alzó una ceja, pero siguió manteniendo su expresión tranquila.
—No llevo un mes aquí —respondió—No debería pagar la mensualidad.
El tono razonable de Nezu solo pareció enfurecer más a los hombres. El más grande se adelantó, acercándose a Nezu con pasos decididos. Sin decir una palabra más, lo agarró por la camisa y lo levantó del suelo, apretando los dientes con una expresión amenazante.
—Pagarás lo que te decimos —gruñó—, o vas a tener problemas.
Somi intentó intervenir, dando un paso hacia Nezu, pero el otro hombre la detuvo, bloqueándole el camino con el brazo.
—No te metas, niña —dijo con una sonrisa burlona.
Sin embargo, Nezu no parecía afectado por la situación. Sin perder la calma, llevó su mano hacia el brazo del hombre que lo sostenía, sus dedos se cerraron lentamente sobre la muñeca del sujeto. Nezu comenzó a torcer su brazo con una fuerza controlada, ejerciendo presión de manera progresiva. El hombre frunció el ceño al principio, pero rápidamente su expresión cambió a una mezcla de dolor e incredulidad.
—Suéltame —murmuró Nezu, su voz baja pero firme.
El hombre comenzó a retorcerse, el dolor evidente en su rostro, y, tras unos momentos de resistencia, tuvo que soltar a Nezu.
El tipo grande, claramente humillado por la forma en que Nezu lo había controlado, no pudo contener su ira. Con el rostro enrojecido y las venas marcadas en su frente, le gritó a Nezu con furia.
—¿Quién te crees que eres, mocoso? —bramó— ¡Te voy a enseñar a no meterte con nosotros!
Sin perder tiempo, lanzó un puñetazo directo hacia Nezu. Sin embargo, Nezu esquivó el golpe con facilidad, girando el cuerpo de forma fluida, como si los movimientos del hombre fueran lentos y predecibles. El tipo, frustrado, lanzó un segundo golpe, pero Nezu lo evitó con igual destreza, dando un paso hacia atrás sin mostrar ninguna expresión de preocupación.
Mientras el hombre seguía intentando atacarlo, Nezu giró ligeramente la cabeza hacia Rina, quien ahora había dado un paso al frente, colocándose al lado de Somi, asegurándose de mantenerla alejada del otro tipo que la había retenido. Sus ojos se encontraron brevemente con los de Nezu, reflejando una mezcla de preocupación y sorpresa por lo que estaba ocurriendo.
Nezu suspiró, como si el conflicto empezara a resultarle molesto. Miró al hombre furioso frente a él y, con un tono sereno, se disculpó.
—No es propio de mí enojarme —dijo, mientras esquivaba otro golpe con calma.
Sin dar más explicaciones, Nezu dio un paso rápido hacia adelante, atrapando nuevamente el brazo del tipo con un movimiento ágil. Esta vez, en lugar de simplemente torcerlo, usó el peso y la fuerza del hombre en su contra. En un par de movimientos precisos, Nezu derrumbó al tipo al suelo, haciéndolo caer con un fuerte impacto. El hombre se retorció, sorprendido y claramente dolorido por la caída.
Nezu soltó su brazo con suavidad y se incorporó, mirándolo desde arriba con la misma calma que había mostrado desde el principio. El otro tipo, que aún retenía a Somi, retrocedió rápidamente al ver lo que había sucedido, soltando a la chica y levantando las manos en señal de tregua.
Nezu, tras derrumbar al primer tipo, lo noqueó sin esfuerzo con una rápida patada en la cabeza. El impacto fue suficiente para que el hombre quedara completamente inconsciente en el suelo.
El otro sujeto, al ver la situación, intentó aprovechar el caos y fue directamente hacia Somi. Su expresión reflejaba rabia y desesperación, pero antes de que pudiera siquiera tocarla, Rina se interpuso entre los dos. Con una precisión inesperada, le propinó un fuerte golpe en la cara, obligándolo a retroceder tambaleante, llevándose una mano a la nariz ensangrentada. Sus ojos brillaban con ira, y parecía a punto de gritar una amenaza, pero no tuvo tiempo.
Nezu, actuando con rapidez, apareció detrás del tipo. Con una técnica precisa, lo atrapó por el cuello, aplicando presión en el punto justo para cortar el flujo de aire. Los gruñidos y protestas del hombre se ahogaron en su garganta mientras luchaba inútilmente por soltarse.
Siete segundos más tarde, el cuerpo del hombre se desplomó. Nezu lo dejó caer con cuidado, asegurándose de que no sufriera más daño del necesario. Ambos secuaces de Zuko yacían inconscientes en el suelo.
Somi, aún sorprendida por lo que acababa de presenciar, miró a Nezu con los ojos muy abiertos. Rina, a su lado, respiraba con fuerza, pero aún mantenía su postura firme, como la protectora de siempre.
Nezu se levantó con la misma calma de antes, dándose la vuelta para observar a las hermanas.
Rina rió en voz baja, una risa que no alcanzaba a ser divertida, más bien cargada de ironía.
—Ahora sí estamos en problemas —murmuró, mientras Nezu recogía la bolsa con el dinero caído.
Él se la devolvió a Rina con un gesto firme, sus ojos entrecerrados en una expresión de curiosidad.
—¿A qué te refieres?
Somi, que hasta ese momento había permanecido en silencio, parecía ser la más afectada por lo sucedido. Su rostro estaba marcado por la preocupación, y sus manos se entrelazaban nerviosamente.
—Probablemente venga Zuko —dijo con voz contenida—Él no dejará pasar esto, querrá saber qué pasó con sus hombres.
Nezu la miró por un momento, su expresión imperturbable. A diferencia de Somi, parecía completamente indiferente a la mención de Zuko.
—Deberíamos mover a estos tipos fuera del campo —comentó, mirando a los dos cuerpos inconscientes—Alguien los recogerá luego.
Sin esperar una respuesta, Nezu empezó a arrastrar a uno de los hombres, ignorando el peso de las advertencias de Somi. Para él, lo que importaba era mantener el campo despejado, no tanto las consecuencias de su acción.
Nezu y Rina arrastraron los cuerpos inconscientes fuera del campo, con el sol proyectando sombras largas mientras trabajaban en silencio. Somi los seguía de cerca, con su mirada pensativa fija en el suelo. Al llegar a un claro alejado, Nezu rompió el silencio.
—¿Por qué quieres aprender a pelear? —preguntó con tono curioso, sin voltear a verla.
Somi, que hasta entonces había estado ensimismada en sus pensamientos, levantó la vista y respondió con sinceridad.
—Quiero viajar por el mundo, pero sé lo peligroso que puede ser. Si no aprendo a defenderme, no podré hacerlo sola.
Nezu asintió, reflexionando por un instante. Su mente repasó los recuerdos de su propio viaje, los peligros que había enfrentado.
—Te enseñaré —respondió finalmente, su voz tan serena como siempre—Pero será esgrima, no sé pelear a mano limpia.
Rina, quien había estado en silencio, lo miró sorprendida mientras dejaba caer el cuerpo de uno de los secuaces al suelo. Se incorporó, limpiándose las manos con la ropa y observó a Nezu con incredulidad.
—¿En serio? —preguntó—Acabas de vencer a dos tipos sin siquiera despeinarte.
Nezu se encogió de hombros, manteniendo su expresión tranquila.
—No sé mucho sobre peleas sin armas. Si hablamos de eso, Stefan me supera. Yo solo sé manejar la espada.
Dejaron los cuerpos a la sombra de un árbol, asegurándose de que estuvieran lejos de la vista de cualquiera que pudiera pasar por allí. Luego, comenzaron a caminar de vuelta a casa, sus pasos tranquilos, como si la tensión del encuentro anterior ya se hubiera desvanecido.
Mientras hablaban, Somi sonrió ligeramente.
—De todos modos, me gusta más la idea de usar una espada —confesó— Me parece más efectivo que luchar con las manos.
Nezu la observó de reojo, y tras un breve silencio, respondió con una leve sacudida de cabeza.
—No siempre es la decisión de una persona su forma de pelear —dijo con calma— A veces, las circunstancias dictan el camino que debes tomar.
Somi asintió, sus pensamientos claramente moviéndose entre lo que había dicho Nezu y lo que ella misma deseaba. La conversación se apagó en un silencio cómodo mientras el hogar se acercaba en el horizonte, con el viento agitando suavemente los campos de arroz tras ellos.
Somi quedó en silencio, reflexionando sobre las palabras de Nezu mientras caminaban de regreso. Al llegar a la casa, una pequeña figura salió corriendo para recibirlos. Su hermana menor, Nina, una niña de cabello oscuro y sonrisa brillante, los miró curiosa.
—¡Llegaron muy temprano! —exclamó, mientras los observaba a todos con ojos inquisitivos.
Rina le dio una palmadita en la cabeza, esbozando una sonrisa tranquila.
—Hubo... algunas dificultades —respondió con tono ligero, llamándola con cariño— No te preocupes por eso, Nina.
La pequeña frunció el ceño por un segundo, claramente intrigada, pero dejó el tema al ver que Rina no quería darle más detalles. Todos entraron en la sala, dejándose caer en los asientos con un cansancio que solo se reflejaba en la calma de sus gestos. El silencio envolvió la habitación por un momento, hasta que Somi, aún con la conversación anterior en mente, rompió la quietud.
—Nezu... —dijo, su voz algo pensativa— ¿A qué te referías con que no siempre es decisión de uno la forma de luchar?
Nezu, que hasta entonces había permanecido en silencio, levantó la mirada hacia ella, sin cambiar su expresión serena. Se tomó un momento antes de responder, como si eligiera cuidadosamente sus palabras.
—Depende de si tienes una afinidad o no —explicó— Con elementos, capacidades físicas, o incluso cosas más abstractas. Eso determina cómo puedes luchar, o si puedes usar algún tipo de poder especial.
Somi lo miró con evidente confusión, sus cejas fruncidas mientras intentaba comprender.
—¿Afinidad? —preguntó, claramente perpleja— No entiendo... ¿qué es eso?
Nezu la miró fijamente, consciente de que no era un concepto fácil de asimilar para alguien que no había crecido con ese conocimiento. Pero, al ver su interés genuino, decidió explicarlo con más detalle.
—Una afinidad es como un lazo especial —comenzó a decir—Algunos nacen con una conexión hacia ciertos elementos o habilidades. Podrías ser capaz de manipular el agua, controlar el fuego, o incluso tener una fuerza sobrehumana, dependiendo de esa afinidad. Pero no puedes elegir tener una. Naces con ella o no.
Somi frunció el ceño, claramente confundida por la explicación de Nezu. Al voltear hacia sus hermanas, se dio cuenta de que ni Rina ni Nina parecían estar prestando mucha atención. Rina estaba distraída con algo en sus manos, mientras Nina jugueteaba con un hilo suelto de su camisa, como si la conversación no les interesara en lo más mínimo.
—Pero, ¿cómo funciona eso? —insistió Somi, volviendo su mirada hacia Nezu, con una mezcla de frustración y curiosidad— No lo entiendo del todo.
Nezu suspiró ligeramente, dándose cuenta de que sería necesario profundizar más en la explicación.
—Algunas personas nacen con una afinidad, algo que los distingue y les da habilidades especiales —repitió, tratando de simplificarlo aún más—Las más comunes son las afinidades físicas. Por ejemplo, alguien podría tener una mayor resistencia, fuerza o agilidad en comparación con una persona normal. Su cuerpo simplemente funciona de manera más eficiente en esos aspectos.
Somi lo escuchaba con atención, aunque su rostro todavía reflejaba cierta incomprensión. Nezu continuó, señalando los diferentes tipos de afinidades.
—Luego están las capacidades sensoriales, que amplifican los sentidos o la mente de las personas. Eso significa que pueden ser más rápidas pensando, resolviendo problemas o reaccionando a situaciones. También pueden percibir cosas que otros no pueden, como sonidos más suaves o detalles que normalmente pasarían desapercibidos.
Somi asintió lentamente, comenzando a captar la idea, aunque sus cejas aún estaban fruncidas.
—¿Y los elementos? —preguntó, intrigada por esa parte.
—Las afinidades elementales —dijo Nezu— son las que permiten controlar los elementos de la naturaleza. La más común es el agua. Hay personas que pueden manipularla, moverla o incluso convertirla en hielo. Otras afinidades con elementos, como el fuego o la tierra, son más raras, pero existen.
Somi dejó escapar un leve suspiro, tratando de procesar todo eso. Pero entonces Nezu añadió algo que la sorprendió.
—Y luego están las afinidades más abstractas —dijo en tono más serio—Son mucho más raras y no siguen un orden claro. Pueden ser cualquier cosa, desde controlar las emociones de otros hasta influir en el tiempo o en la realidad misma. No hay reglas claras con esas.
Somi lo miró con los ojos bien abiertos, claramente impactada por esa última parte.
—¿Influir en la realidad? —preguntó, incrédula— Eso suena... imposible.
Nezu negó con la cabeza lentamente.
—No lo es. Pero, como dije, esas afinidades son muy raras.
Somi seguía con la mirada fija en Nezu, aún con dudas. Su curiosidad parecía aumentar con cada respuesta.
—¿Y qué pasa con las personas que no tienen afinidad? —preguntó, inclinándose un poco hacia adelante.
Nezu la observó por un momento antes de responder, pensativo.
—Esas personas normalmente no buscan el combate. No suelen ser guerreros ni aventureros —explicó— Sin una afinidad, enfrentarse a alguien que sí la tiene puede ser complicado.
Somi, no satisfecha con la respuesta, insistió.
—Pero, ¿qué pasa con los que salen de todos modos y no tienen ninguna afinidad? ¿No pueden volverse fuertes?
Nezu dudó unos segundos, sin estar completamente seguro de cómo responder. Finalmente, habló con un tono reflexivo.
—Una afinidad facilita mucho a un guerrero, sí —admitió— Le da ventajas que otros no tienen, tanto en el campo de batalla como en la vida diaria. Pero... eso no significa que una afinidad decida el resultado de todas las peleas. Conozco personas muy fuertes que no tienen ninguna afinidad y, aun así, han logrado vencer a oponentes con habilidades especiales.
Somi lo miró con ojos brillantes, como si esa información despertara una chispa de esperanza o curiosidad.
—Entonces, ¿es posible...? —empezó, pero Nezu la interrumpió suavemente.
—Es posible, pero no fácil —respondió—Las personas sin afinidad que se vuelven fuertes lo hacen con esfuerzo, disciplina y, a menudo, porque encuentran algo más que los motiva. Quizá su razón para luchar sea más fuerte que cualquier poder que puedan tener.
Somi abrió la boca para decir algo, pero antes de que pudiera articular palabra, Nezu la interrumpió con una calma casi ensayada.
—No deberías preocuparte por eso —dijo, desviando la conversación.
Somi frunció el ceño, confundida.
—Por qué? —preguntó.
Nezu la miró directo a los ojos antes de responder con suavidad.
—Porque tú ya tienes una afinidad.
Los ojos de Somi se abrieron con sorpresa, incrédula.
—¿Cómo sabes eso? —insistió, su tono más curioso que incrédulo.
—Tu abuelo tiene la afinidad de la agudeza visual —explicó Nezu— Es normal que siendo su nieta hayas heredado una afinidad de percepción parecida.
Somi dejo escapar un suspiro de alivio quizá no todo estaba perdido.
—Entonces... empezó a decir, una chispa de emoción en su voz— ¿tú tienes alguna afinidad?
Justo cuando Nezu iba a contestar, la puerta de la casa se abrió de golpe, el sonido resonando en toda la sala. Stefan entró cargando al abuelo Wan, que parecía adolorido, casi sin fuerzas. Rina y Nina corrieron rápidamente hacia ellos, preocupadas.
—¿Qué pasó? —preguntó Rina, con el ceño fruncido, ayudando a cargar al abuelo mientras lo llevaban hacia un asiento.
Somi y Nezu también se acercaron con urgencia, pero antes de que Nezu pudiera examinar lo que sucedía, Stefan, con una rapidez inesperada, lo derribó con un puñetazo directo. El golpe fue tan rápido que Nezu ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. Cayó al suelo, aturdido.
El ambiente se volvió tenso, el silencio que siguió al impacto resonaba más fuerte que cualquier palabra que alguien pudiera pronunciar.
Somi corrió rápidamente hacia Nezu, ayudándolo a levantarse mientras Nina también intentaba acercarse, pero Rina, con firmeza, la regañó y la detuvo, llevándose al abuelo Wan a su habitación. El ambiente estaba tenso, quedando solo Somi, Nezu y Stefan en la sala.
—¡¿Qué te pasa?! —le gritó Somi a Stefan, mientras levantaba a Nezu, quien se limpiaba un poco de sangre del labio, todavía sorprendido por el golpe.
Antes de que Nezu pudiera formular una pregunta, Stefan se acercó de nuevo, amenazante, y le lanzó una acusación furiosa.
—¿Qué hiciste? —exigió Stefan.
Somi se interpuso entre ambos, su expresión llena de frustración e incomprensión.
—¿Qué demonios te pasa? —le preguntó con una mezcla de preocupación y enojo.
Stefan, respirando agitado, le lanzó una mirada oscura antes de responder.
—Los tipos de Zuko estaban amenazando al señor Wan, ¡y cuando lo encontré lo tenían tirado en el suelo!
Somi quería ir a ver cómo estaba su abuelo, pero sabía que si dejaba la sala, seguramente habría una pelea. Se mordió el labio, tratando de mantener el control de la situación.
—En el campo Nezu dejó inconscientes a dos de esos tipos —intentó explicar Somi, su tono teñido de ira.
Sin embargo, Stefan solo se enfureció más, tensando los puños. Pero antes de que pudiera decir algo más, Nezu, en su tono calmado, intervino.
—¿Qué pasó con los sujetos que lastimaron al señor Wan? —preguntó, midiendo sus palabras con precisión.
Stefan, respirando pesado, parecía resignado.
—Les di una golpiza —contestó, sin poder ocultar la frustración.
Nezu asintió ligeramente, aún manteniendo su tranquilidad.
—Entonces solo queda esperar a Zuko —dijo, girando para dirigirse hacia donde estaba el abuelo Wan, dispuesto a comprobar su estado.
Pero Stefan lo interceptó, su rostro deformado por la furia.
—¡No te atrevas a acercarte a él! —gruñó— ¡Todo esto es tu culpa!
Nezu, manteniendo su expresión neutra, lo ignoró y trató de rodearlo. Stefan, cegado por la ira, lanzó otro golpe, que Nezu no esquivó. Esta vez, Nezu usó la fuerza del impacto a su favor, devolviéndole el mismo golpe, derribando a Stefan al suelo con la misma intensidad.
Stefan quedó en el suelo, atónito y confundido, incapaz de procesar cómo había terminado en esa posición.
Stefan se levantó rápidamente antes de que Somi pudiera ayudarlo, pero cuando estaba a punto de dirigirse hacia Nezu, Somi lo tomó firmemente de la mano.
—Ya basta —le dijo con firmeza, y lo guio hacia fuera de la casa, mientras Nezu se dirigía hacia el cuarto del abuelo Wan.
Afuera, el aire fresco contrastaba con la tensión palpable entre ambos. Somi, aún visiblemente enojada, lo encaró.
—Tienes que calmarte —le exigió.
Stefan, aún molesto, la miró con frustración y señaló hacia la casa.
—¿Y a él? ¿No le vas a decir nada? —protestó, refiriéndose a Nezu con evidente resentimiento.
Somi suspiró, manteniendo su compostura.
—El que comenzó la pelea fuiste tú, Stefan. No puedes quejarte.
Stefan apretó los puños, sin saber bien cómo responder.
—Es que Nezu me saca de quicio —dijo finalmente, su voz temblando de frustración— Siempre tan tranquilo... como si nada de esto le importara.
Somi suavizó su tono, pero mantuvo la firmeza en su mirada.
—Cálmate —le dijo— Tenemos que hablar de esto, pero si sigues así, no vamos a llegar a ningún lado.
Stefan guardó silencio durante unos largos minutos, respirando profundamente hasta que su enojo comenzó a disiparse.
—Lo siento... por mi actitud —dijo, más calmado—Es solo que me enojé cuando sentí que Nezu estaba subestimando a Zuko.
Somi lo miró con empatía y asintió.
—No te preocupes, Stefan. Estoy segura de que Nezu no lo está subestimando. Simplemente es así... siempre tranquilo.
Siguieron hablando durante un rato, el ambiente poco a poco volviéndose más relajado. Pero antes de que pudieran continuar, Rina abrió la puerta de la casa.
Somi se apresuró a preguntar:
—¿Cómo está el abuelo?
Rina, con una sonrisa tranquilizadora, respondió:
—Está bien, solo era un pie dislocado.
Stefan se levantó rápidamente, dispuesto a entrar.
—Voy a acomodárselo —dijo con determinación.
Pero Rina lo detuvo con una mano en el hombro, sonriendo con complicidad.
—Nezu ya lo hizo.
Stefan se veía un poco desilusionado, frunciendo el ceño mientras murmuraba:
—No escuché ni un solo ruido...
Rina rió ligeramente antes de responder:
—El abuelo dijo que no iba a gritar. Metió su cara en la almohada para que no se le escuchara.
Somi soltó una pequeña risa también, contagiada por la imagen mental. Stefan, intentando recuperar la compostura, murmuró algo mientras sonreía levemente.
—Bueno, me alegra que el señor Wan esté bien.
En ese momento, Nezu salió de la casa y se unió a ellos, observando el ambiente relajado que se había formado.
—Es un anciano fuerte —dijo con un tono neutral.
Todos se quedaron en silencio por un instante, dejando que el comentario de Nezu flotara en el aire. Antes de que Stefan pudiera decir algo más, Nezu se adelantó y habló directamente a Somi:
—Puedes ir a ver a tu abuelo ahora, si quieres.
Somi asintió, aún algo preocupada.
—¿Todo va a estar bien?
Nezu le dio una pequeña sonrisa, y con un leve gesto hacia Stefan, respondió:
—Sí, todo estará bien.
Luego, se volvió hacia Stefan y, con un tono sereno, le sugirió:
—¿Por qué no caminamos un rato?
Stefan lo miró extrañado al principio, como si no entendiera del todo la propuesta. Sin embargo, después de un momento, asintió en silencio, aceptando la invitación. Los dos comenzaron a caminar juntos, alejándose lentamente de la casa.
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🔍conan
deseo que escribe el siguiente
2024-09-15
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