Mistral tembló enfurecida.
El hartazgo se reflejaba en su cara mientras la ira se extendía por todo su cuerpo, de ser posible su cabello rojo habría destilado llamas que manifestaran su impasible furia. La líder de la oscuridad reconocía que Felia, su cómplice, era una idiota.
Ahora estaba convencida de que esa palabra se quedaba corta ante ella.
—¡Te pedí un sólo trabajo, Felia! ¡Uno solamente! —Exclamó Mistral, en dirección a la ninfa regordeta en la mesa. —¡Quiero el completo control de la Megapolis, solo tenías que recuperar lo que ese bastardo nos quitó!
—Anda tú, que pereza. —Se quejó Callisto, mientras comía relajadamente un plato con carne blanca.
—Sabes que no me gusta ir a esas zonas tan sucias y marginales. —Rechistó Felia mientras comía un inmenso plato de pescado al vapor.
—¡Lo siento! No consideré que se mancharían tus botas de barro... —Refutó sarcástica. —¡Estúpida!
—A ver, no es para tanto. ¿Por qué no mandas a un pelotón que te traiga la semilla de Kramer y ya esta? —Decía Felia sacándose los restos de comida de los dientes con las espinas del pescado, una acción que desagradó a la pelirroja. —Esos campesinos no deben darte demasiada pelea...
—Porque no te vas a quedar aquí tragando como una cerda sin hacer nada. —Reprochó Mistral mirando a su secuaz con enojo.
De no ser por su potencial en causar dolor y miedo entre las personas, Mistral no hubiese considerado a Felia como su aliada en un millón de años. Considerablemente, Felia tenía todo lo que le molestaba a Mistral, aunque quizás era porque ella deseaba ser así.
La ninfa, a pesar de nacer hace muchos años en una arboleda, actualmente no quería involucrarse con nada referente a los árboles o a la naturaleza. Sabía que toda la vida por su aspecto robusto y alto, Felia era discriminada por las demás ninfas.
No quiso que se metieran más con ella, y lo logró sembrando el terror en cada rincón de la Megapolis. A Mistral le agradaba que no titubeara en ser cruel, en destruir, matar y torturar a quien quisiera. Más por otro lado, Felia era una glotona y floja empedernida...
—Excelencias.
Se escuchó una voz robótica ingresar en el salón, se trataba precisamente de un miembro de los Skotady Némesis.
—¿Qué sucede?
—Tengo noticias de la zona de Kramer.
—¿En serio? No me digas... —Bufó Mistral mientras intentaba controlarse y no jalar a Felia por los pelos. —¿Qué ocurre?
—Bien... creo que ya sabe porque Kramer no es nuestro prisionero. —El robot hizo una pausa tensa antes de continuar. —La buena noticia es que varios de esa zona han querido entrar a la zona de Fallon, y hemos acabado con ellos exitosamente.
—¡Yupi! —Expresó Felia, fingiendo emoción. —¿Ves, Mis? Tus juguetes lo tienen todo controlado.
—Pues si, incluso los Skotady Némesis y yo hemos pensado en ir a la zona de Kramer para destruir la semilla, pero la presencia de los Ángeles Guerreros complicaría nuestro asedio...
—¿¡QUÉ!? —Mistral abrió sus ojos por completo. —¿Qué acabo de escuchar? ¡¿Ellos ya están aquí?!
—¿Quiénes...? —Dudó Felia.
—¡Hay que acabar con ellos! ¡Intentarán salvar a Fallon, pero no se los permitiré! —La monarca se puso a caminar de un lado a otro, pensativa. —¡Tengo que llegar a ellos, mandaré a todo el séquito! ¡Quiero que los nueve no pasen de mañana!
—A ver, a ver... —Interrumpió la ninfa, sin entender. —Pensé que la única amenaza que tenías era ese guapo pelirrojo, y ya lo tenemos prisionero... ¿Ahora qué te preocupa?
—Tengo oídos en todos lados Felia. Debo terminar con todo rastro de salvación que tenga esta tierra, y los Ángeles Guerreros son una pieza esencial. —Determinó Mistral. No obstante, un foco se iluminó en su cerebro, lo que le dió una idea. —O más bien... tú lo harás.
—¿Yo? —Felia se señaló a si misma. —¡Nah! No se me antoja perseguir y capturar más juguetes para ti...
—No los vas a capturar. —Corrigió, mirándola con malicia. —Acabarás con sus vidas.
—¿De verdad? ¿No los necesitas? —Mistral negó, y sin pensar, Felia liberó una sonrisa sádica. —¿Puedo matarlos?
—Hazlo.
—¿Torturarlos?
—Hazlo.
—¿Hacer que griten mientras los despellejo? —Felia se levantó emocionada.
—Hasta que solo queden sus huesos... —Rió Mistral de forma malvada, observando la victoria en sus manos.
...🌟...
Esa noche en el pequeño poblado de Kramer, Lena se fue abrumada de la cabaña, intentando contener las lágrimas que ansiaban salir de sus ojos.
Admitía que se sentía cansada, pero dormir en grupo iba a ser una dificultad si no tenía sus pastillas para dormir. Además, de que un extraño dolor de cabeza se le presentaba cada vez que se acercaba a ese lugar.
Miró el cielo nocturno, fijándose en lo grandes y brillantes que se veían las estrellas. En eso, su vista se dirigió a la atalaya de vigilancia, donde estaba su amigo Kit. Sin ver a nadie más alrededor, decidió subir y acompañarlo, al menos un rato.
—¿Quieres compañía, chico águila? —La rubia lo saludó al subir la última escalera.
Kit la vió extrañado de verla ahí.
—Deberías descansar, Lena. —Le recomendó el moreno. —Fue un día bastante agotador, y mañana lo será más.
Lena hizo caso omiso y se sentó junto a él, ya había subido la cima de la atalaya como para volver a bajar.
—No importa cuanto lo intente, no podré dormir. —Dijo ella.
—¿Por qué? —Cuestionó Kit con curiosidad. Lena bajó la mirada sin querer responder. —Anda, puedes confiar en mí.
—Insomnio.
—¿Insomnio? —Dudó el moreno. Lena se alzó de hombros, y el chico soltó una leve carcajada. —Bueno, entre nosotros, no eres la única.
Kit señaló un lugar cerca del río, y cuando Lena lo siguió pudo divisar a Bea despierta, fijando su mirada en el cielo. La morena estaba sola, cubriéndome del frío con una manta del templo.
—¿No estará dormida con los ojos abiertos? —Preguntó Lena, al no ver que si se movía.
—Lo llegué a pensar, pero que va. —Comentó Kit mientras se inclinaba hacia atrás. —Mandé a Apestoso y se dio cuenta... ¿Qué no las deja dormir? ¿La ansiedad?
—Supongo. —Dijo la rubia, viendo el cielo. —O al menos eso quiero creer...
—Vale... ¿No tendrás esquizofrenia o sí? —Bromeó el moreno, soltando una risa.
«Lo dirás jugando...»
—Jajá, nah...—Negó Lena, mientras reía con él. —No podría hacerle competencia a Fanya.
Los dos comenzaron a reír, y luego de que las risas disminuyeran permanecieron sumergidos en el silencio, dejando hablar al tranquilo ambiente nocturno.
Justo hablando de Fanya, pasó toda la tarde tocando su violín con tal de invocar alguna visión. No obstante, durante su sueño fue que despertó en un lugar vacío, frío y oscuro. Miraba a todos lados, sin ver nada más que el suelo rígido qué tocaban sus pies.
No había un sonido que seguir, y eso era raro.
Siguió caminando hasta que finalmente encontró una especie de brillo naranja a lo lejos, Fanya se acercó para divisar la forma de una persona. Sin embargo, al detallarla con claridad notó que se trataba de una especie de armadura hecha de acero.
Fanya se sorprendió de lo reluciente que era, incluso podía ver su propio reflejo en el torso de la armadura. No entendía nada, miraba a su alrededor pero lo único que veía era oscuridad y más oscuridad.
—¿No tienes frío?
La voz masculina sobresaltó a Fanya, nuevamente observó todos los lados sin ver a nadie a leguas. No fue hasta que divisó la armadura otra vez, y para su sorpresa ya no se reflejaba su rostro en el peto, sino el del chico pelirrojo que salía en sus visiones de forma común.
—¿Eres tú? —Dudó la chica, desconcertada. —¿Qué haces allí dentro?
—Lo dices como si estuviera aquí por gusto. —Refutó el joven, disgustado.
Ninguno volvió a hablar, todo se quedó en un silencio repentino. Fanya estaba confundida, pero no pensaba irse sin resolver sus dudas, o de sacarle provecho a la visión que tanto le había costado conseguir.
—¿Quién eres? —Cuestionó Fanya. —¿Por qué solo te veo a ti?
El reflejo del chico con hebras rojas se mostró serio, como si pensara más de una vez contestar aquella pregunta.
—Mi nombre es Castian. —Dijo finalmente. —Necesito que tú y tus amigos me liberen, antes de que sea demasiado tarde...
...🌟...
—¿Hablaste con nuestro príncipe?
Al día siguiente, cuando el sol salió Fanya no dudó en contar su visión. En ese entonces, un campesino llamado Narciso, que fue al templo a llevarles el desayuno, escuchó el nombre de Castian y no pudo evitar alegrarse.
Gracias a él, todo el pueblo se enteró de la visión de Fanya. Los chicos no sabían si eso era conveniente, pero al parecer los lugareños sabían perfectamente quién era el príncipe pelirrojo.
—¿Castian está con vida? —Cuestionó Azucena, entrando al templo junto a Star luego de escuchar la noticia.
—Eso me dijo. —Afirmó Fanya.
De inmediato, Azucena abrazó a Star con fuerza, la esperanza se veía en la expresión de la campesina. Más no en la de Star, ella en cambio lucía indiferente.
—¿Son buenas noticias? —Preguntó Haiden, aunque fue ignorado.
—¿Dónde está? ¿No te lo dijo? —Interrogó Azucena nuevamente.
—N-No con exactitud... Estaba atrapado en una especie de armadura. —Respondió la vidente.
—Escuché algo sobre eso. —Opinó Jacinto de manera entrometida, mientras se adentraba en el templo. —Significa que Mistral no lo quiere muerto.
—¿Pero quién es él? —Cuestionó Bea.
—Castian es el hijo de Phobos, el último rey y descendiente de Dios que tuvo la Megapolis. —Reveló el cazador, nostálgico. —Cuando asesinaron a sus padres, él era solo un niño con una carga muy pesada sobre sus hombros...
—Era pequeño e inexperto, los servidores más leales a Phobos lo sacaron de la capital y lo trajeron aquí, donde creció bajo el horrible cielo sombrío que impuso Mistral. —Continuó Azucena.
—Al crecer, él fue quien recuperó la semilla de Kramer y regresó la luz a estas tierras. —Dijo Jacinto.
—¿Qué? Dijeron que no sabían como Kramer recuperó su semilla. —Comentó Miriam, arrugando el ceño.
—Mentimos. —Contestó el cazador, alzándose de hombros. —No podemos decirle a cualquiera sobre la existencia del muchacho.
—¿Qué le sucedió? —Preguntó Damaris.
—Mistral organizó una persecución en su contra, lo último que supimos de él es que fue a pedirle protección a la Deidad del Agua: Fallon, y no volvió...
—Él era el único capaz de crear el fuego qué despertaría a Phoebe, la Deidad mayor, gracias a sus poderes heredado de los Dioses. —Aseguró Azucena. —Si el muere, la Megapolis está perdida.
—Esa información es útil. —Resaltó Kit. —Si salvamos al príncipe, tendríamos la herramienta para poder liberar a la Megapolis.
—Si Mistral lo tiene prisionero, debe estar en la capital. —Dijo Jacinto.
—Ya tenemos las lágrimas de Fallon, solo debemos llegar a su fuente y después abrirnos camino a la capital. —Denis lo dijo como si fuera sencillo.
—El único problema serán los robots que se encuentren en el camino. —Advirtió Azucena.
—Por eso entrenaremos sin descanso, todos los días de ser necesario. —Afirmó el moreno, repito, como si fuera sencillo.
Luego de esa reunión, lo que debían ser pocos días se transformaron en semanas de arduo entrenamiento. Jacinto les decía sinceramente que ninguno estaba listo para enfrentarse a Mistral, ellos se devastaban, pero rendirse no era opcional.
Un día de muchos con un largo y agotador entrenamiento, Denis fue al templo a descansar, ahí se encontró con Alec, quien se encontraba sentado en un escritorio escribiendo en un pergamino sin parar.
—¡Ahg! —El castaño soltó el lápiz y acarició su muñeca adolorida. —Me duele la mano...
—¿De qué? ¿De romper tablones de madera con la mano? —Dijo Denis, en referencia a una prueba que les puso Jacinto hace algunos días.
—De escribir 70 veces la palabra Afabilidad. —Explicó agotado.
—¿Qué significa eso? O más bien... ¿Por qué tienes que hacerlo?
—Ni idea, es una prueba de Jacinto, y no quiero saber que hará si no lo obedezco. —Alec tragó saliva al recordar anécdotas pasadas en las que no desobedeció. —Para colmo aún me falta escribirlo 80 veces más, y estoy considerando escribir con la mano izquierda.
El castaño maldijo el lápiz y el papel con la mirada, el lado bueno era que aquellos ejercicios le hacían olvidar sus problemas. Denis, por otra parte, agradeció no ser él quien tuviese que escribir palabras complicadas.
A decir verdad, no entendía porque Jacinto solía darles diferentes pruebas a cada uno, quitando los trotes y técnicas de lucha, todos eran encomendamos a tareas individuales.
—Hola chicos...
Denis se exaltó de la sorpresa, y accidentalmente cayó sobre Alec, tirando la mesa con sus útiles al suelo. Los dos amigos en el suelo escucharon como la voz que los asustó empezaba a reírse de ellos.
—¡Haiden, estúpido me asustas! —Lo insultó Denis, mientras el de lentes moría de risa. .
—¿Có-Cómo hiciste e-eso? ¿¡Cuánto llevas ahí!? —Exclamó Alec con el corazón a mil.
—Hace rato, soy silencioso como un gato, jeje...—Rió Haiden.
Las puertas del templo se abrieron, Denis y Alec acomodaron todo en su lugar rápidamente al ver a Azucena.
—¡Señora Azu-desayuno, digo, señora Azucena! ¡Que bueno verla aquí! —Exclamó Denis.
—Vine a decirles que el almuerzo está listo. —Respondió la mujer, mirándolos seriamente. —Pueden decirle a los demás.
—Cla-Claro... —Murmuró Alec.
—¿Alguno de ustedes ha visto a Starling? —Les preguntó Azucena, los chicos negaron. —Que extraño...
La pueblerina se retiró. Los chicos cruzaron miradas entre sí para salir del templo y avisarle a los demás de la comida.
—¿Dónde están todos? —Preguntó Alec.
—En el campo de entrenamiento. —Contestó el rubio. —Menos Fanya que está en la atalaya, odio como la fuerzan a tener sus visiones.
—Tranquilo Denis, sé que ella encontrará la manera de salvar al príncipe y lograr la misión. —Alentó Haiden.
—Eso esperemos, no veo la hora para salir de aquí. —Comentó Alec, decaído.
—¿Te quieres ir? —Cuestionó el de lentes. —¿No disfrutas el lugar? Nunca me han tratado tan bien en mi vida... excepto por Jacinto, siento que me odia.
—Pu-Pues si, si es lindo y todo, pe-pero no sé... —Alec dudó. —También extraño nuestro mundo.
—No te entiendo. Mira el lado bueno, tal vez no tendré mi teléfono o mi PlayStation, pero no hay escuela con la que estresarse, ni el ruido espantoso o los chismes de la ciudad, a todos nos tratan con respeto y admiración. —Decía Haiden, encantado.
—Nooo... aunque el futuro de esta ciudad depende de nosotros, y si algo sale mal podríamos morir. —Recalcó Alec. —Eso lo considero más estresante.
—Vale, sí... ¡Omitiendo eso, este lugar es más interesante que el de nosotros, tiene un montón de maravillas ocultas!
—Es facil para ti, tienes tus poderes Haiden. —Comentó Denis, desilusionado. —Nosotros en cambio, no pintamos nada aquí.
—No digan eso chicos, todos somos útiles. —Haiden abrazó a sus amigos de los hombros. —Y tarde o temprano, desarrollarán poderes geniales, lo sé. Solo hay que ser pacientes, como en un nivel de Cat Mario.
Los tres amigos rieron levemente.
—Supongo tienes razón. —Asintió Alec. Él quería aprovechar que Haiden lo quisiese, ya que apenas se llegara a enterar de que terminó con su prima, seguramente se lo ganará de enemigo.
No podía evitar sentirse inseguro y con miedo de que algo malo estuviese a punto de ocurrir.
Continuará...
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