Al salir del instituto con sus mochilas los chicos, salieron con precaución a través de los portones que, aún sin saber como, Zafiro había abierto para ellos.
—Diablos, que frío hace. —Comentó Fanya abrazándose a sí misma.
—Quiero pensar que mañana despertaré y toda esta noche será un sueño. —Dijo Damaris.
Cuando todos salieron el retumbar de las ruedas del portón moviéndose solas dejó a los jóvenes congelados. El portón se cerró sin ayuda de ninguna fuerza humana.
—Creo que me oriné. —Miriam sintió escalofríos.
—Entonces... ¿Ahora qué? —Preguntó Denis rompiendo el silencio.
—No hay video que subir, solo confusión. —Mencionó Haiden frustrado.
—Es muy tarde, yo digo que los chicos vayan a casa de Alec y las chicas a casa de Bea ya que son los que quedan más cerca. —Propuso Kit mientras sacaba su suéter para cubrirse del frío.
—¿Y porque no dormimos todos en una misma casa? —Preguntó Denis nuevamente, por no decir que quería tener la oportunidad de dormir con su novia.
—La casa de Alec es muy pequeña... y no creo que a Bea la dejen llevar chicos a su casa. —Explicó Lena, a lo que Bea asintió.
Los chicos estuvieron de acuerdo, y tal como lo dictaminaron se separaron en dirección a las casas de Bea y Alec.
-Okey, adiós cariño. -Dijo Denis dándole un beso de despedida a Fanya.
—Así que... ¿Cómo le dicen las chicas...? —Inquirió Kit de forma cómica. —¡Haremos una pijamada!
La voz chillona del moreno hizo reír a sus amigos, fue buena idea para aliviar la tensión por todo lo que pasó.
...🌟...
Las chicas llegaron a la casa de Bea, quedaba cerca, a menos de tres cuadras de la escuela. Y no era difícil reconocerla, pues era fácil reconocer un templo espiritual que se diferenciaba de todas las casas alrededor.
El padre de Bea era dueño de la congregación, Andrew Libbell era su nombre y se podía decir que había construido su imperio de creyentes. .
Para acceder a la casa, debían pasar por la espaciosa capilla primero, pero como era muy tarde y Bea no quería despertar a su familia decidieron tender sus sacos de dormir ahí.
Miriam se colocó al lado de Bea, bien pegadita porque le aterraba la oscuridad y mucho menos en ese lugar donde los fantasmas vivían más que en los cementerios. Fanya se colocó junto a Damaris, sin querer interferir en la relación de las primeras, quien si se apartó lo más lejos que pudo fue Lena.
—Lena, ¿No estás un poco lejos? —Recalcó Fanya al ver la lejanía de la rubia.
—Necesito mi espacio. —Expresó Lena con una sonrisa forzada. —Doy patadas muy fuertes.
Eso era mentira, pues la rubia tenía problemas para dormir y no quería molestarlas con sus cosas. Varias ocasiones se quedaba rodando en su cama hasta tarde, y sin poder dormir terminaba tomando la decisión de ingerir pastillas que le incitaran el sueño.
Lena tendió su saco de dormir, y esperó a que las chicas se distrajeran para sacar el frasco de pastillas de su bolso, cuando de repente...
—Señorita Elena.
La rubia se sobresaltó del susto, casi tirando sus pastillas al escuchar al padre de Bea hablarle a sus espaldas... ¿Cómo ese hombre llegó ahí sin ser escuchado?
—¡P-Papá! —Bea reaccionó nerviosa al ver a su padre. —No te escuché entrar, pensaba que dormías...
—Beatriz, no me dijiste que tendrías una pijamada con tus amigas... aquí. —Pronunció Andrew con seriedad.
—Pe-Perdón padre, se me olvidó... —Bea agachó la mirada apenada.
—¡Papá Andrew! —Miriam saludó a su segundo padre con alegría. —Las clases se hicieron tan largas que no hubo tiempo de irnos a casa. No se preocupe, no haremos ningún escándalo. Solo dormiremos y apenas amanezca nos vamos.
—Está bien Miriam, no estoy molesto con ustedes. —Aseguró el padre de Bea, aunque sus gestos decían todo lo contrario. —Me alegra de que Bea comparta con sus amigas, y que haga más...
Lo último lo dijo viendo a Fanya. Es verdad, a diferencia de Lena, Miriam y Damaris nunca ha sido invitada a la casa de Bea. O sea, no es que no la quisieran, pero conocían a Fanya bastante bien como para saber que ella nunca aceptaba sus invitaciones.
—¿Y mis hermanos? —Preguntó Bea.
—Durmiendo, como dictan las horas. —Habló Andrew, serio. —Si necesitan algo chicas, pídanlo sin pena que estamos a su orden.
—Gracias señor Libbell. —Dijo Lena cortante.
—No tengas tanta formalidad Lena, sabes que puedes decirme papá. —Le recordó el señor Andrew con una sonrisa.
—Con el que tengo me basta y me sobra, gracias. —Evadió la rubia.
—No seas odiosa Lena, papá Andrew es buena onda. —Afirmó Miriam.
No era la primera vez que el señor Andrew quería acercarse de esa forma con ella, pero Lena nunca sintió una buena corazonada con aquel hombre. La primera cosa extraña era que para ser el padre de Bea no se parecían en nada, ni en su color de piel, de ojos o incluso de pelo.
Andrew era de piel clara, pelirrojo y de unos ojos oscuros que, sin exagerar, sentía que le comían el alma. Aunque no era tanto su aspecto, sino su forma de ser: recto, estricto e intimidante, pero que podía dedicarte una mirada morbosa si eras lo suficientemente bonita para llamar su atención.
Lo único bueno en ese señor era la libélula que colgaba en su pecho, era una especie de joya hecho de gemas azules y esmeraldas. Una preciosidad.
El padre de Bea se despidió deseándoles dulces sueños. Las chicas respondieron de la misma manera y se acostaron a dormir.
...🌟...
Bea no tenía otro ejemplo a seguir que su padre.
El sólo la crió a ella y a sus tres hermanos cuando su madre decidió irse, y ella todavía no podía perdonarle aquello.
Cómo su madre había sido tan cruel y egoísta como para dejar solos a sus hijos, sin enviarles una carta o llegar de visita. Claro que no lo haría, deseaba que la culpa no la dejara ni dormir.
Lo peor es que, debido a su ausencia, ella tuvo que asumir su papel en la casa. Cuando su padre estaba ocupado Bea tenía que ocuparse de sus hermanitos, llevarlos a la escuela, cocinarles, lavarles la ropa y hacerles sus tareas. Así eso implicara descuidar las suyas.
Su infancia y hasta ese punto de la adolescencia su vida se basaba en eso, en ser la esclava de su familia. Por eso la escuela era su lugar feliz, era el único momento en que se sentía una adolescente común y corriente.
Su madre era la responsable de que su vida fuera así, de que ella viviera todos los días con miedo a ser abandonada otra vez.
Su madre era la culpable...
Su madre. Su estúpida madre.
Su...
"Hija mía..."
¿Mamá?
Bea abrió los ojos que se mantenían borrosos, pensando que había despertado. Pero no. O al menos parecía que seguía soñando, pues escuchaba la voz incoherente de su madre cerca.
Cuando pudo aclarad su mirada, notó que su cuerpo era pequeño, el de una niña acostada en cama. A su lado, su madre le contaba un cuento escrito en unas hojas.
—Entonces el dragón apareció y acabó con el ejército de los monstruos malvados, ayudando a su dueño a vencer al rey de la oscuridad. —Relataba su madre con voz dulce y suave. —La paz regresó a la ciudad mágica y todos vivieron felices para siempre...
Su madre dejó de mirar las hojas para enfocarse en su hija. Bea sintió mariposas en el estómago, sobre todo cuando su madre se acercó y le dio un beso en la frente.
Ella escribía cuentos.
Bea se extrañó al escuchar esa voz en su interior.
Amaba las películas. Yo también herede esos gustos.
La morena sentía que estaba a punto de colapsar, esas extrañas voces en su cabeza y una muestra de afecto maternal que ella no recordaba haber recibido nunca la estaban matando.
—Mi pequeña... —Su madre le acariciaba el cabello. —Atesora cada uno de los recuerdos que recolectas...
Poco a poco, su madre se acercó a su oído. Bea permaneció inmóvil, pero de un momento a otro la respiración dulce de su madre cambió a un gruñido más grave y aterrador.
—¡PORQUE TE LOS VAN A QUITAR!
Bea pudo empujarla, y vió que eso no era su madre, sino un monstruo horroroso con ojos sangrantes y cuernos de cabra, quien no reaccionó muy contento por el empujón, y en respuesta atacó el cuerpo de Bea empezando a comérselo.
—¡NOO! —La morena se cubrió los ojos espantada. —¡Suéltame! ¡Detente!
Bea mantuvo los ojos cerrados hasta que una luz intensa se coló por sus dedos, con temor abrió los ojos para encontrarse en una escena diferente.
No obstante, era familiar para ella ya que la había visto en sueños anteriores.
La casa en llamas.
La morena sentía la desesperación, los gritos de las personas que se calcinaban adentro y el no saber que hacer. Pero a diferencia de los sueños anteriores, vio a una sombra en medio del fuego que caminaba con completa normalidad hacia ella.
Bea lo divisó con interés, aunque se arrepentiría al ver al mismo monstruo que se hizo pasar por su madre, y de no ser porque se apartó a tiempo el demonio iba a arrastrarla al fuego.
—¿A DÓNDE CREES QUE VAS? —Gritó la distorsionada voz de la bestia. —¡QUÉMATE! ¡QUÉMATE!
—¡No...!
La morena se exaltó asustada, pero sin notarlo la casa en llamas había desaparecido y en su lugar volvió al mundo real. Su cuerpo regresó a la normalidad y sus amigas dormían a su lado.
Observó la hora en su celular: 1:00AM, todavía faltaba mucho para que saliera el sol, y Bea no sentía ganas de volver a dormir.
Se levantó y con cuidado de no despertar a nadie salió al jardín a pasear un poco. La noche era fría y la luna llena seguía en el mismo punto que cuando se fueron de la escuela. Su corazón seguía latiendo veloz, como si aún estuviera dentro de ese horrible mal sueño.
—¿También tuviste pesadillas?
Bea no esperó escuchar a una de sus amigas a esas horas, se preocupó de ver a Lena detrás de ella pensando que la había despertado. Más la rubia le aseguró que no había pegado un ojo en toda la noche, así que no debía preocuparse.
—No me has dicho que clase de pesadilla tuviste. —Le recordó la rubia. —No me lo quieras evadir...
—Es una pesadilla que... —Bea pensó en como decírselo. —Me pasa mucho últimamente...
—¿Sobre qué?
—Fuego. —Describió en una simple palabra..—Fuego, odio, gritos, culpa... aunque esta vez lo vi muy vinculada a mi madre, que ella se transformaba en un demonio y me comía. Sé que suena tonto, pero es como si mis sueños me estuviese advirtiendo algo.
—Mmm... ¿Y no se lo has contado a tu padre? —Preguntó Lena. De su parte, pensaba que el sueño de Bea podía ser un trauma aún no superado por el abandono de su madre. —Digo, ¿no es un super psicólogo? ¿O solo para los que le pagan?
—Jeje, no... Él no suele hablarme mucho de mamá, lo evita. —Dijo la morena, decaída. —Dice no hay que hablar mal de los muertos. Pero si se puede hablar mal de los vivos, ¿Por qué no de los muertos?
—Porque los muertos no se pueden defender. —Añadió Lena.
Aunque parecía una frase sin mucho trasfondo, a Bea le entró un pensamiento. Siempre escuchó la versión de su padre con respecto al abandono, nunca la de su madre. Tal vez, y si tenía sus razones...
No, no importaba el motivo. Una madre no podía abandonar a sus hijos por nada.
—¿Qué clase de pesadilla tuviste tú? —Preguntó Bea, queriendo cambiar el tema.
—Eh... Bueno, más que una pesadilla, son... —Lena se quedó viendo un punto fijo. —Recuerdos de mi infancia.
Una de las razones por las que a Bea le gustaría ser una persona un poco más segura de si misma era para poder preguntar sin sentirse una entrometida. Sabía que Lena había sido adoptada por sus padres actuales, y que antes de eso se estima que tuvo una infancia bastante dura.
—¿No te has preguntado quiénes podrían ser tus padres biológicos Lena? —Cuestionó Bea con curiosidad.
—La verdad no... Para mí, mi abuela supera a cualquier figura paterna. Por eso no la juzgo, y tengo la misión de que, el día en que yo muera, me encontraré con ella y resolverá todas mis dudas. —Contestó Lena liberando una sonrisa ladina. Luego de eso, sacaría un frasco de su bolsillo. —Sé que un amigo no debería incitarte a la drogadicción, pero te ves cansada, y yo también lo estoy.
Bea vió que el frasco era de pastillas para dormir. Se sorprendió de que Lena las tuviera, pero no tenía ánimos de hacer preguntas, en ese momento lo que necesitaba era descansar.
—¿Bromeas? Me estás salvando la vida. —Sonrió Bea, aceptando una de las cápsulas.
Como si de un brindis se tratara, ambas amigas tomaron la pastilla en seco y se desearon buenas noches. Con aquello deseaban que sus mentes no las torturaran más con sueños problemáticos.
Ambas se fueron a dormir, Bea cayó como plomo sobre su saco y Lena, a pesar de que tuvo que luchar un rato, empezaba a conciliar el sueño.
«¿Tienes miedo de mi, Elenita? Jiji...»
Lena escuchó esa voz burlona en su cabeza y la principal razón por la que tenía que ingerir pastillas. Ella no padecía de ninguna enfermedad mental, pero aún no sabía el origen de esa fastidiosa presencia en su mente.
«Disfruta de tu sueño. Desde hoy comienza tu perdición...»
—Yo sola me basto para asustarme, gracias. —Susurró con ironía, ocasionado la risa chillona de la adversaria.
Si Zafiro en verdad tenía magia, lo primero que le pediría sería sacarle ese tormento.
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Comments
Julia Monta88lvan
Quisiera saber sobre esa voz,
Que interesante se puso.
2024-06-29
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