Su pequeño cuerpo podía observar como la esclava sangraba mientras intentaba quitarle sus cadenas, sin perder un solo minuto el claro objetivo en sus ojos de liberarlo.
—Los esclavos somos peores que basura—respondió en llanto—sé lo que se siente no poder ser libre y sufrir nada más por existir, al menos si puedo ayudar a alguien a ser libre, aunque sea solo un segundo, ¿Por qué no esforzarme?
Cada intento que hacía para liberar las cadenas del niño, aunque era en vano, la hacía sentirse mal, ya que lo veía como un reflejo de lo que era ella en realidad.
—¿Cuál es tu nombre?—preguntó Aiden.
—No tengo nombre—respondió sentándose al frente del niño—los esclavos no tenemos nombres, menos cuando nos compran o adquieren de niños.
El archiduque asintió ante aquel hecho, los dos eran esclavos, solo que uno nació en cuna de oro y con nombre, mientras que el otro nació en la basura y sin bautizo. Justo cuando estaba por responderle, una bruma oscura terminó por llevársela, haciendo que quedara de nuevo solo, vagando en la oscuridad del abismo de pesadilla.
Poco a poco sintió que la fría oscuridad que la había dejado ciega por unos segundos iba desapareciendo hasta quedar por completo fuera de su dominio. Con miedo abrió sus ojos como la leche para encontrarse en lo que parecía ser un mundo desértico, con un cielo rojo que hacía acelerar su corazón a más no poder.
No fue sino cuando estuvo a punto de ser atacada por la espalda por una extraña criatura, que le miedo hizo que finalmente pudiera despertar de aquella pesadilla en medio de la fiebre.
—Veo que al fin despiertas—escuchó la voz del príncipe—llevas tres días en fiebre intensa, los médicos pensaban que morirías.
Su visión comenzaba a aclararse para darse cuenta de que ya no estaba en su choza, sino que estaba en una habitación que parecía estar dentro del castillo, en una cama muy lujosa.
—¡No!—volvió a gritarse intentándose levantar—sino trabajo la encargada...no podré comer.
Si bien podía escabullirse y robar, el sentimiento de recibir la comida era lo único bueno que podía sentir, ya que parecía ser tratada como una persona y no una basura.
El príncipe Anthony sintió un sentimiento de ira muy grande al ver como quería seguir trabajando aun estando en pésimas condiciones, mismo sentimiento que tenía cuando veía tan mal a Aiden.
—¿Mi príncipe?—preguntó la esclava sorprendida.
Anthony, quien en un impulso se puso encima de ella y estuvo por marcarla, debido a su sentimiento de protección, de inmediato abrió los ojos sorprendidos por lo que estaba por hacer. Si bien era cierto que no podía negar su conexión, primero estaba su amistad y lealtad con Aiden.
—De ahora en adelante serás una doncella de mi madre, la reina—respondió quitándose de encima de ella—hasta nueva orden te quedarás en el palacio auxiliar y comenzarás tu trabajo una vez estés mejor.
Dicho eso no espero a que la esclava le respondiera, sino que de inmediato salió rumbo al patio secundario, que conectaba el lugar con el palacio principal, no sin antes detenerse en un pequeño callejón golpeando con fuerza la pared.
—Primero mi madre, luego Aiden y ahora la chica—habló en un susurro mientras mantenía apoyada su mano ensangrentada en la pared—¿De verdad soy hijo de ese demonio?
Dispuesto a no seguir aguantando más la situación, decidió llamar en secreto a un maestro que pudiera ayudarlo en la última etapa de su manejo como brujo del fuego, mientras Aiden terminaba su recuperación. No solo necesitaba proteger a la esclava, sino que debía ser más fuerte si de verdad quería arrebatarle el trono a aquel hombre que se llamaba su padre.
Esa misma tarde, tras tres largos días, Aiden estaba comiendo en el comedor de su mansión, observando la luna que recién estaba saliendo. Si no hubiera sido por la sangre de aquella esclava, de seguro no lo hubiera contado en esa ocasión. No obstante, le parecía extraño haber encontrado a su compañera, su pareja destinada, siendo que ninguno de sus antepasados lo hizo.
—¿Cómo está ella?—le preguntó a Charles—¿Cómo está el príncipe?
El anciano, que sabía que el príncipe era vital para su amo, si ponía la seguridad de una simple esclava al nivel de la de su alteza, entonces era porque en efecto aquella mujer era demasiado importante.
—Por ahora los espías no han encontrado señales de peligro inminente para los dos—respondió el mayordomo—también mandé a averiguar más sobre la esclava, pero solo se sabe que fue vendida al castillo para experimentar con ella y determinar como es que podía seguir viendo, aunque sus ojos se mostraran atrofiados.
—¿No tiene nombre?—preguntó dando un sorbo al vino.
—No, ni siquiera sabemos su fecha de nacimiento. Aunque los registros indican que tenía entre 16 a 24 años de edad.
Aiden suspiró pensando en lo problemático de la situación, más allá del hecho de llevarle más de doce años a la esclava, estaba el punto en su contra de que si el rey descubría que ella podía ser su boleto a la libertad, pudiera mandarla a matar de manera inmediata.
El anciano mayordomo frunció su rostro al ver la expresión de confusión y dolor que tenía su amo, aquel niño que cuidó desde que el archiduque anterior murió. Aquel pequeño infante que fue secuestrado por un año por el rey y sometido a torturas, siendo que fue regresado a la mansión desnudo y lleno de sangre, que cuidó de sus heridas y hasta le dio de beber de su propia sangre para ayudarlo a sanar, lo quería como si fuera su propio nieto.
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