Dicho eso en su mente, aplacó un poco a Torgal y siguió observando a la esclava, quien colgaba su camisa mojada en las cuerdas, pálida por el dolor de los golpes.
—Ya estoy acostumbrada, señor—dijo con una sonrisa—mientras tenga un lugar donde comer y dormir, pue...
Quiso seguir hablando, pero una fuerte punzada la hizo tambalear, haciendo que Anthony corriera para evitar que se cayera.
—Tienes fiebre—dijo mientras la cargaba a la cama—duérmete, iré a buscar ayuda.
Antes de irse, la esclava tomó su mano y casi estuvo por levantarse, pero Anthony la detuvo y la abrigó de nuevo.
—Una hora que no trabaje, será un día que no coma—respondió temblando—debo terminar antes de que la supervisora vuelva.
Anthony, mordiéndose los labios, indignado con el nivel de crueldad que estaba recibiendo una trabajadora del castillo por parte de otro que no era más que su igual, negó con la cabeza en señal de desaprobación.
—Yo, el príncipe, te ordeno quedarte en cama—dicho eso se levantó para salir de la choza—hablaré con tu supervisora, así que descansa hasta que yo vuelva.
Mientras el príncipe se encontraba buscando ayuda para tratar a la esclava sin nombre, el archiduque se encontraba recién llegando a su mansión, ubicada a las afueras de la capital real. Un lugar apartado, cubierto por las montañas y altos árboles, que al ser descubierto dejaba ver una vista sin igual.
—¿Cuánto más tendré que soportar?—preguntó en un susurro.
Apenas pisó el que creía su único "lugar seguro" volvió a su forma humana; sin embargo, las heridas sufridas y la debilidad era tan fuerte, que se desmayó y comenzó a temblar. Cuál había sido su mala suerte que había llegado en el rincón más desolado de la mansión, por lo que sería descubierto en un buen tiempo por sus empleados para ser auxiliado.
—Padre, ¿Esto fue lo que tuviste que aguantar?—dijo preguntando directo al cuadro del anterior archiduque.
De tan solo recordar la maldición que recorría sus venas y que lo hacía ser un arma bajo el yugo del rey, tenía la enorme necesidad de acabar con todo, así como su padre lo hizo en su momento. Aquella era una maldición que solo se podía acabar con la muerte, por eso, cada archiduque después de dejar un heredero para continuar la tradición, sucumbía ante el tormento y terminaba acabando con su propia vida.
Ahora que tenía una oportunidad, por más pequeña que fuera, gracias a la sangre de esa esclava, ¿Por fin podía el encontrar la libertad que tanto anhelaron sus antepasados? ¿Por fin podía vivir una vida sin esclavitud?
—¡Mi señor!—gritó su mayordomo principal.
No obstante, cuando ya había llegado, lo encontró tan débil que ni siquiera pudo Aiden levantarse por sí mismo. No fue hasta que su amo le dio un pequeño frasco con sangre, que entendió lo que ocurría.
Con ayuda de varios empleados, lo llevaron a rastras a su habitación, lugar donde se encontraba completamente sumergido en la oscuridad. En momentos donde quedaba tan débil por el maltrato del rey, su cuerpo poco a poco comenzaba a perder su resistencia a la luz solar.
—Charles—le indicó Aiden en la cama, mientras bebía la sangre del frasco—envía a tanta gente como sea posible al palacio, que protejan tanto al príncipe Anthony como a la esclava que él está cuidando.
Dicho eso, cerró sus ojos para luego ser envuelto por una especie de crisálida que lo cubrió por completo, como si se tratara de una oruga en su proceso a mariposa.
—¿Señor Charles?—preguntó una mucama de dorados cabellos.
El anciano, trabajador de la familia del archiduque desde la época de su abuelo, observó con preocupación evidente a su compañera de trabajo.
—Si tenemos suerte, esta vez solo será tres días su proceso de recuperación—dijo caminando al lado de la chica—debemos comunicarnos con la fuerza secreta cuanto antes.
En su sueño profundo, Aiden podía sentir como la sangre de la esclava actuaba en su cuerpo como si se tratara de un elixir de vida. No solo sentía como las heridas poco a poco comenzaban a sanar, sino que su debilidad desaparecía; no obstante, no fue hasta que una pesadilla azotó su descanso, que sintió su sangre helar del terror.
—¡Maldito!—gritó en su sueño.
Frente suyo se encontraba el rey, quien había degollado a su padre y lo sostenía con una mano, mientras la otra poseía su espada ensangrentada, burlándose del único hijo, que en ese momento era un niño, que había dejado el anterior archiduque.
—No me culpes por tratarlos como son—respondió el rey tirando a un lado el cuerpo de su padre muerto—los únicos culpables son ustedes por ser unos monstruos.
Sin piedad, con una sonrisa maliciosa, empujó su pequeño cuerpo de diez años contra el piso duro y frío de la recámara de su padre y colocó su bota en su frágil cuello.
—Si te sirve de consuelo, ya él se había suicidado tomando veneno—dijo apretando la presión de su pie—yo solo vine y me aseguré de que estuviera en realidad muerto. Así que ahora que tú eres el nuevo archiduque, serás mi arma.
Dicho eso lo dejó inconsciente y ordenó que fuera llevado al calabozo del castillo, donde por un año permaneció encadenado sin ropa mientras era azotado, todo por órdenes del monarca, que creía que de ese modo podría controlar a la única persona que podía matar a los quirópteros, seres chupa sangres que atormentaban la poca paz de su reino.
—¡No!—gritó la esclava.
La joven mujer, que al ser marcada por Aiden compartía una conexión con él hasta en sus propios sueños, había podido ver parte de la pesadilla de este e inclusive se había materializado dentro de su sueño, quedando frente a frente.
—¡No lo toques!—gritó apuñalando al guardia que lo estaba torturando.
Como si se tratara de un fantasma, logró traspasar los barrotes de la celda para estar a solo unos centímetros del pequeño niño.
—¿Por qué te esfuerzas?—preguntó el Aiden niño.
Su pequeño cuerpo podía observar como la esclava sangraba mientras intentaba quitarle sus cadenas, sin perder un solo minuto el claro objetivo en sus ojos de liberarlo.
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