CAPÍTULO 15

Mientras todo eso ocurría, en la villa familiar, la reina y su rey consorte estaban molestos con la seguridad, no solo dejaron salir a su hija enferma, sino que tenían prohibido aquello debido a que el día siguiente sería el aniversario de la muerte de sus dos hermanos, tras el ataque ocurrido donde la dejó desfigurada.

—¡Jill! ¡Jill!—gritó Solomon—¡Detente un minuto!

El rey consorte y caballero de la reina logró detenerla, sujetándola del brazo para abrazarla enseguida. Su idea era ella misma ir en búsqueda de su hija a la casa del capitán, pero no quería que saliera en ese estado. Después de la muerte de dos de sus hijos, su esposa se había vuelto tan nerviosa que siempre estaba pendiente de todos los pasos de sus hijos, pero ahora, con lo acontecido con Diana y su extraña actitud, estaba peor que antes.

—¿Qué está pasando, Solomon?—preguntó la mujer llorando en sus brazos—¿Por qué nuestra hija se está comportando así?

El sentimiento de culpabilidad era tan palpable en su esposo, que este se abstuvo de llorar para ser un consuelo para su esposa. No solo se sentía culpable por haber decidido aquella noche irse, dejando solo a sus hijos, sino que sabía que la hermana de su esposa tenía en su mira a su hija y todo por un antiguo error que este cometió y no solo por las diferencias de ideas con Jill.

Suspiró tranquilo de que estaban solos, al menos su esposa, en la privacidad de vestíbulo principal, podía desahogarse de todo lo malo que ha estado conteniendo. Una vez detuvo el llanto, besó la coronilla de su cabeza, mientras le daba masajes en su cabello.

—Eso es porque no es la verdadera Diana—respondió la voz de una mujer

De inmediato ambos reyes se giraron sorprendidos, no porque fuera una desconocida, sino porque era una vieja conocida que nunca pensaron ver. Frente a ellos se encontraba la santa en persona, una mujer que pertenecía a un mundo donde ellos habían reencarnado antes de estar en el actual.

—¿Aurora?—preguntó Jill—¿Cómo?

—La misma—respondió la mujer con una sonrisa—sé que cuando los liberé, prometí que no se volverían a meter en los problemas del otro mundo; sin embargo, la maldición que una vez tuvieron... alcanzó a sus hijos.

—No—dijo Solomon temblando—yo creí que después de todo, solo sería enfrentar a la segunda reina.

Con calma, la reina pidió que todos pasaran a su salón de té privado y allí poder hablar con mayor libertad, sobre todo, que la santa le explicara como era posible que su hija mayor estuviera involucrada en algo que ambos pensaron habían dejado atrás.

—No puedo creer que la tormenta continúe...—dijo una de las criadas al ver por la ventana de la casa de Ethan—creo que tendremos que pasar la noche acá.

Gloria, que estaba escuchando todo eso, sonrió por lo bajo, aquella tormenta le ayudaría a seguir con sus planes, ya que dentro de dos horas anochecería, tiempo en el cual aprovecharía para que Ethan la tomara como suya. Sabiendo que sus padres vendrían en cualquier momento, pese a la tormenta, cuando los vieran juntos, los obligarían a casarse. Por lo que pensando que ya el capitán y la verdadera princesa lo habían hecho, con la apariencia enfermiza de ella, no debería haber ningún problema.

La noche llegó y una vez que obligó a las criadas a servirla, de modo que el asqueroso cuerpo de Diana pudiera estar al menos con una fragancia a rosas, pidió que nadie subiera al segundo y con una fina bata, se acercó con el corazón latiendo a mil por hora, con el fin de que el capitán le abriera; sin embargo, cuando por fin pudo hacerlo, en vez de poder entrar, terminó golpeándose la cara contra la puerta.

—¡Perdón, princesa!—se excusó Ethan—no la vi.

Ethan, preocupado porque la gatita había comenzado a convulsionar, con una fiebre muy alta y empezado a sangrar en su parte íntima, la tomó en brazos para buscar ayuda, pero justo en ese momento se encontró cara a cara con la supuesta Diana.

Gloria, recordando como su hermana había hecho lo mismo la primera vez que empezó a acosar a Diana, dejó que su ira la controlara y rabiosa porque el capitán no le hacía caso, ni siquiera estaba bajo el efecto en ese momento de la toxina, sacó varias agujas de plata y las tiró a él. No obstante, Diana, al abrir un poco los ojos y ver aquello, actuó rápido y saltó para defenderlo de las agujas.

—¿Qué?—fue lo único que preguntó desconcertado.

El cuerpo de la gatita, con la potencia de las agujas, cayó de golpe y rodó varias veces por las escaleras, mientras Ethan se quedó estático, sintiendo como dos manos pálidas y frías lo agarraban de los hombros. Lo que antes había sido "Diana" ahora no era más que Gloria, quien al momento de transformarse, el anillo que le permitía adoptar la forma de la princesa se destruyó.

—¡¿A dónde crees que vas?!—preguntó arrastrándolo con fuerza a la habitación.

Fue allí que vio como Gloria estaba hecha un caos, sus ojos eran más negros que la noche, su cara pálida mostraba venas de color putrefacto y su voz era mucho más ronca. Se veía que le costaba respirar, por lo que sus labios estaban abiertos y se podían notar dos colmillos. Al menos Ethan podía ver al fin la verdadera cara de la usurpadora.

—¿Por qué?—preguntó intentando golpearlo—¡¿Por qué la toxina no funciona?!

Encolerizada, había hecho un trato con su aliada, no solo la convirtió en un shadowborn, sino que le juró ayudarla a tener todo lo que Diana poseía, siempre y cuando la ayudara a matar a la princesa. Se suponía que al dejarla encerrada en la dimensión de los espejos, la habían sentenciado y tendría vía libre con el capitán, pero nada estaba funcionando.

Un segundo carruaje, esta vez más modesto y discreto, iba a toda velocidad por las calles de la ciudad rumbo a la casa de Ethan. En este se encontraba tanto la reina como su rey consorte, ambos estaban con el corazón a mil, deseando poder salvar a su primogénita.

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