CAPÍTULO 10

Dejó con sumo cansancio su bolso, el cual tenía sus pocas pertenencias. Él era un hombre de origen humilde, no tenía riqueza o ahorro alguno; sin embargo, cuando reconstruyó el hogar de su familia, trabajó tanto para obtener tanto dinero como pudiera. Se imaginó el criar a una familia como su abuelo y su padre hicieron. Con niños corriendo de un lado a otro en esos pasillos.

—A ver... ¿Dónde fue que mi papá hizo esa bodega?—dijo comenzando a tantear el piso de la sala con una vela.

Estaba tan desorientado que, inclusive, ni siquiera recordaba los muebles ocultos bajo las sábanas blancas. Su vida, después de su separación, se la dedicó a proteger a la princesa en la academia, por ende, hasta se le había olvidado donde su padre había guardado las últimas botellas de vino de aguamiel que unos enanos le habían regalado para su boda.

Si él no hubiera entrado a la orden, dedicado su vida al servicio militar, de pronto se hubiera dedicado a ser como su padre, recorrer ciudad y ciudad trabajando como carpintero. La particularidad su padre era que, sus manos al poseer magia, todo aquello que él construía presentaba una resistencia a los desastres naturales, por encima de las construcciones promedio.

Fue entonces que, mientras recordaba a su padre fallecido, que encontró el hueco en el piso donde su padre ocultó una minibodega con tres botellas del vino. Al momento de levantar una loza para agarrarla, podía sentir de inmediato, en sus fosas nasales, aquel característico olor.

—¡Ah!—expresó sentándose en el sofá con el vino en la mano, mientras veía las llamas en la chimenea—si tan solo hubiera heredado la magia de papá, ¿Mi vida sería mejor a si hubiera estado en la orden?

De tan solo hacerse esa pregunta se rio mientras bebía el vino, a la par que la poca luz solar se iba para dar paso a la noche. Era imposible que su vida fuera mejor, ya que en ambas se hubiera casado con su esposa, esta le hubiera sido infiel y todo por su infertilidad. Aunque según el médico, no era una infertilidad completa, porque de acuerdo al análisis que le hicieron algunos magos médicos de la orden, había cierto porcentaje de que él dejara embarazada a una mujer, aunque fuera relativamente baja la probabilidad.

—¡¿En qué estás pensando, Ethan?!—preguntó dándose golpes en el corazón—igual, ninguna mujer quisiera estar contigo, no eres más que un muerto de hambre que aún ni logra divorciarse por completo.

Dejó la botella de vino en el piso, mientras se levantaba, no sabía si es que estaba resfriado o que, pero ahora el quién tenía fiebre. Algo extraño teniendo en cuenta que su intoxicación había sido tan solo en las horas de anoche. Cansado, apagó la chimenea y tomó una vela rumbo a su habitación; sin embargo, una extraña sensación de calentura lo embriagó haciéndole caer en un escalón.

—¿Es que acaso estoy en celo o qué?—preguntó palpando su intimidad—creo que la abstinencia en la academia no ha sido buena.

Diana, quién sabía que dentro de poco el afrodisíaco dentro del cuerpo del capitán volvería a actuar, esperó a que el equipo médico que la atendía, se fuera de su habitación, para irse a bañar.

Estos le habían ayudado a controlar su fiebre; sin embargo, aunque no se lo dijeron, podía adivinar viendo sus miradas que todos sospechaban que en efecto se encontraba en embarazo.

Ignorando eso por un momento, después de bañarse y asegurarse de que su cuerpo oliera bien, se miró en el espejo. Solo tenía una bata de seda blanca, que marcaba hasta su delantera; sin embargo, si no fuera tan fea, ella pudiera elogiarse así misma.

—Al final solo puedo estar con el capitán si me pongo el anillo—dijo colocándolo.

Así como pasó el día anterior, su apariencia cambió y ahora, según elle, en efecto se encontraba una mujer digna de estar al lado del capitán. Al menos, si algo pasaba y el recordaba con quién estuvo en realidad, no sospecharía que era Diana dosfrazada.

Una vez se aseguró de estar lista, encantó el espejo con una runa la cuál la transportó al espejo de cuerpo completo que se encontraba en la habitación de Ethan.

Allí abrió sus ojos bastante sorprendida, mientras su rostro se ponía cada vez más y mas rojo. En medio de varios muebles cubiertos de sábanas blancas, acostado en la cama, se encontraba el capitán completamente desnudo.

Pese a ser un hombre de cuarenta años de edad, seguía muy bien conservado, hasta mejor que sus compañeros hombres en la academia. Sobre todo sus pectorales los cuáles parecían ser dos almohadas y sus brazos tan anchos que podían exprimir una sandía entera.

—¡Dios!—exclamó tapándose los labios.

Si bien no lo pudo ver la noche anterior, por fin entendía porque le había dolido tanto que aun hasta ahora le costaba sentarse. Ethan, con su cuerpo desnudo y lleno de sudor que hacía que su piel brillara bajo la luz de la luna, se encontraba masajeando su virilidad tan grande y gruesa, que no solo se podía ver que palpitaba sino que parecía tener vida propia.

—¿Tu?—preguntó Ethan al verla, aunque con su vista borrosa—¿Te he visto antes?

Diana, ignorandolo, se acercó y tomando una sábana blanca, aprovechando la debilidad de Ethan, amarró sus muñecas al espaldar de la cama. Provocando que sus músculos tonificados se marcaran aún más.

Desquitandose un poco por lo de la mañana, comenzó a acariciar su piel con las yemas de su dedos de la mano derecha, rozando cerca de la entrepierna del capitán, ocasionando un espasmo que hizo que este, de manera involuntaria, subiera sus caderas.

—Quiero—dijo retorciéndose.

Ethan podía distinguir como dos grandes sandías, en la delantera de aquella mujer misteriosa, se ponían más y más duras, marcándose aun debajo de la bata de seda blanca.

—¿Cómo se dice?—preguntó molestándolo.

—Te quiero—pidió suplicante—lamelo, por favor.

Aunque le dolía que el lo dijera pensando que era otra mujer, en el fondo le hacía un poco de gracia que el hombre que la estaba ignorando, por la pelea de la tarde, y que había rechazado su confesión años atrás, ahora estuviera suplicando por su ayuda.

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