CAPÍTULO 5

Si Diana no estuviera oculta por tanta tela y su máscara, de seguro Victoria hubiera sido testigo de como esta abría su boca nerviosa al ver cada uno de los dibujos. En las ilustraciones podía ver a dos de sus instructores, uno de magia y el otro de acondicionamiento físico, en posiciones íntimas, tan candentes que ni siquiera las novelas románticas que había leído le llegaban a los talones.

—¿Los profesores hacen el amor?—preguntó incrédula.

—En mi mente, claro—respondió Victoria—aunque soñar no es un pecado, ¡Es que están jodidamente buenos! Mi meta es hacerlos mis esposos y que me den duro...

—¡Entendí!—la calmó segura que diría algo fogoso—pero las mujeres no pueden estar casadas con varios hombres...

—Eso es por la ley de la iglesia, pero la ley de la vida es otra cosa—respondió orgullosa, asintiendo—¡Ellos serán míos! ¡Ya vas a ver!

Victoria sintió que algo andaba mal con Diana, ya que su silencio se volvió más pesado y comenzó a apretar sus manos con tanta fuerza que arrugó enseguida su pantalón. Si bien no conocía nada de su situación, el hecho de que ella no mostrara su cuerpo, aun cuando estuvieran en clases de nado, le hacía sospechar que en efecto tenía algo en su piel.

—Ojalá tuviera yo tu seguridad—respondió en un susurro casi inaudible.

—Disculpa, ¿Qué dijiste?—preguntó confundida Victoria.

Negando con su cabeza, se levantó luego de prometerle no divulgar su amor secreto por los dos profesores, para entrar de inmediato al pequeño vestidor y cambiar de ropa sin que su compañera viera su ropa. Fue entonces que, bajo la luz de la vela, observó su piel chamuscada, por lo que no pudo evitar morderse los labios ante lo mal que se sentía por su fealdad.

"Si yo fuera una mujer de verdad y completa, ¿El capitán se fijaría en mí?"

Fue lo que pensó antes de regañarse mentalmente, ella tampoco entendía sus sentimientos; sin embargo, el hombre estaba pasando un mal momento por su divorcio, así como el estrés de protegerla en secreto, por lo que no podía exigir ni pensar en algo más.

A la mañana siguiente, ambas empezarían de lleno sus clases de reacondicionamiento físico. Aquella clase estaría a cargo de uno de los profesores que Victoria estaba enamorada y como apoyo tendría a Ethan, quien estaba a cargo de las clases físicas de la princesa.

El hombre estaba preocupado por Diana, en especial por el uso excesivo de aquellas prendas que en cualquier momento le darían un ataque de insolación. Solo esperaba que al menos ella se mantuviera bien hidratada, bajo aquel sol de casi medio día que estaba asando a todos los alumnos; sin embargo, sus sospechas se confirmaron, al ver como ella terminó por desmayarse.

De inmediato la cargó en brazos para llevarla a la enfermería, de modo que nadie pudiera ver su estado; sin embargo, aquello no pasó por desapercibido para Gloria, la cual se mordió los labios con fuerza al ver como toda la atención era para Diana.

Una vez entraron a la enfermería, consciente la mujer de que aquella chica no era común, ya que le hicieron firma un contrato de confidencialidad para que no revelara nada de lo que ella viera cuando la tratara, comenzó a buscar sueros para atenderla en lo que la chica se ventilaba un poco quitándose la ropa.

No obstante, al momento de volver con los sueros, dio un pequeño salto de sorpresa al escuchar un fuerte sonido de la enfermería y al ver como la puerta estaba cerrada. Del otro lado se encontraba Ethan, quien abrazaba con fuerza a Diana, temiendo que esta no se lastimara más por el forcejeo.

La princesa, al ver que Ethan quería ayudarla, ya que no podía moverse del todo debido a la deshidratación, lo empujó y empezó a gritar. Tanta era su ira por el cuerpo tan horrendo que tenía, que comenzó a arrojar varias cosas de la enfermería; sin embargo, se quedó estática un segundo antes de caer en los brazos del capitán.

—No se acerque, capitán—habló ella—puedo contagiarle la podredumbre de mi piel.

Intentó liberarse del abrazo, pero el capitán se negó. Aquel gesto provocó que ella empezara a llorar con fuerza, ya que este le quito la máscara y comenzó a limpiar el sudor tanto de su rostro como de su calva. No podía entender como ese hombre, tan guapo y a la vez tan serio, pudiera tener el gesto de ayudar a alguien tan fea y horrenda como ella.

—No debe avergonzarse por las heridas de guerra—la consoló mientras la seguía abrazando.

Enseguida el gesto de Diana se suavizó, lo hizo con tanto cansancio que terminó por hundir más su nariz en el cuello del capitán, oliendo con fuerza el leve perfume que este traía. Así mismo, por primera vez, siguió un deseo egoísta y rodeo la cintura de este con sus brazos, profundizando aún más el abrazo.

—Me gusta, capitán—confesó.

—Usted también me agrada, princesa—respondió de lleno—ya sabe que siempre seré su subordinado fiel.

Hacía unos meses que el capitán Ethan había comenzado a notar ciertas actitudes de la princesa, pensando que tal vez ella lo viera como un hombre y no como un aliado o subordinado; sin embargo, pese a la confesión de ese momento, él solo lo trató como algo pasajero debido a la edad. Por lo que esperaba que aquella respuesta hiciera que la princesa desistiera y entendiera que nada podía pasar entre ellos.

Luego de que ella se calmara un poco, se levantó con ella en brazos y la dejó en la camilla, mientras la enfermera la ayudaba. La mujer, pensando que las lágrimas que una vez derramó Diana, tras la salida del profesor, eran porque se sentía mal físicamente, solo trató esa área, pero no se fijó en los sentimientos de la chica que, con su corazón dolido, sentía más fuerte el dolor de haber sido rechazada que el dolor por su cuerpo herido.

—¿Necesita algo más, señorita?—preguntó.

Tras negarse con la cabeza hundida en la almohada, la enfermera asintió y cerró las cortinas alrededor de la camilla para no molestarla. Aquella pequeña privacidad hizo que, bajo las delgadas sabanas, ella se pusiera en posición fetal y siguiera llorando por aquel sentimiento no correspondido que sentía, aumentado por el hecho de no ser una verdadera mujer físicamente.

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