Me encuentro caminando por el bosque, tratando torpemente de no tropezar con ramas, raíces y demás obstáculos que hay a mi paso. Pienso que definitivamente no es mi día.
Mi madre otra vez no llego a casa, motivo suficiente para que papá le propinara nuevamente una golpiza.
Ella es tan terca y obstinada que me hace suponer que de ahí herede el encanto de mi carácter.
Esta vez fui yo quien intento interceder por ella ¡Gran error! Ese último pensamiento me hace tirar una pequeña y amarga sonrisa al aire seguida por un alargado suspiro pesaroso.
Mi hermano menor William, o Will como suelo llamarlo, es quien generalmente pone orden entre esos dos cuando las cosas se ponen feas.
Will tiene diecisiete años, es once meses más chico que yo, y en general podría decirse que es prácticamente mi polo opuesto.
Es más o menos de mi estatura, yo que mido uno ochenta y seis lo rebaso tal vez solo por unos tres centímetros, es delgado, pero bastante corpulento. Es la clase de chico que intimida a cualquiera solo con su presencia, pero una vez que lo conoces te das cuenta de lo generoso y maravilloso que es.
Por mi parte, solamente soy delgado, podría decirse que hasta escuálido, y tal vez de rostro amigable ya que las personas se acercan a mí a menudo. A pesar de eso, el gusto no les dura mucho, salen huyendo en cuanto se les presenta oportunidad, y no los culpo, porque no soy lo que podría considerarse “una buena persona”.
Él es de tez bronceada, yo no podría estar más pálido. Su cabello lo tiene algo largo, pero debido a sus rizos tan pronunciados es difícil verlo claramente, es de color café claro, casi llegando a ser rubio.
También tiene unos ojos verde jade que nunca en mi vida había visto, le hace parecer como si tuviera lentes de contacto, es difícil de creer que son realmente su color natural.
Mi cabello a diferencia de él de mi hermano es bastante liso, y por si fuera poco muy rebelde y difícil de peinar, a tal grado, que me ha hecho odiarlo por las mañanas. Es de color negro intenso, gracias a eso en ocasiones, se acercan a mí únicamente a preguntar que marca de tinte uso, lo cual solía darme mucha gracia, pero con el paso del tiempo solo se ha vuelto algo tedioso.
Dejo escapar una sonrisa al aire, recordando un par de esas veces.
Mis ojos, supongo que son lo que más se acercan a parecerse a los de mi hermano, parecen ser igual de falsos que los suyos, aunque los míos son más bien grises, un gris tan claro que en ocasiones pueden llegar a verse blancos. Es como si el color haya sido robado de ellos a excepción de la pupila.
Los herede de la abuela según dice mi madre. Ella era alvina, y falleció antes de que yo naciera, todas sus fotos se quemaron después de un incendio que hubo hace años, así que me quede sin el placer de poder conocerla.
Continúo inmerso en mis pensamientos, hasta que un árbol golpea mi nariz haciéndome volver a la realidad. Me adentre bastante en el bosque sin darme cuenta, nada en este sendero me parece familiar, aun así prefiero no tomarle mucha importancia y sigo caminando, esta vez más despacio. No es que tenga prisa de llegar a algún lado después de todo.
A lo lejos puedo escuchar el sonido de agua correr. Sigo el ruido buscando su lugar proveniente, hasta que logro llegar a un pequeño río del cual ya había escuchado, pero a pesar de vivir tan cerca nunca había visto.
Justo junto a aquel río se encuentra un árbol enorme y frondoso, que deja ver una sobra fantástica, suficientemente tentadora para acercarme a él y tumbarme a descansar. Pongo mis brazos a manera de almohada para estar más cómodo, y cierro los ojos disfrutando del sonido del agua que choca contra las rocas suavemente, y las copas de los árboles balancearse. Me fascina ese ambiente de paz que solo puede lograr brindarnos la naturaleza.
Comienzo a relajar mi cuerpo, pero dura poco, mis pensamientos me juegan una mala pasada, dejando caer de golpe las imágenes de lo sucedido con mi madre momentos atrás, haciendo que la magia del momento se apague por completo, llevándose con ella todo rastro de paz.
Sentado en mi escritorio, estudio para el examen que tengo el día de mañana, me estoy liando la cabeza con una de las materias que más odio, francés. Agota mi paciencia cada cinco minutos, el mismo intervalo de tiempo en el que debo salir a fumar para tratar de despejarme un poco.
Tal vez parezca un poco exagerado, pero el tema escolar para mí es bastante serio, ya que dé él se derivará mi futuro. Futuro que quiero vivir lo más lejos de Canadá posible, así que soy lo que se podría llamar un alumno de diez, o un nerd, como como lo hacen el resto de mis compañeros. No me permito obtener una nota menor a esa, para mí es algo mediocre en toda la extensión de la palabra, además de una vergüenza.
Mirando el humo de mí cigarrillo, no puedo evitar sentir envidia por él, que vuela libre y se eleva hasta que se evapora sin dejar rastro de su existencia.
Un sonido logra captar mi atención, pero no logro distinguirlo por la música que tengo de fondo. Me apresuro a dejar el cigarro en el cenicero para apagarla de prisa y poder escuchar mejor.
Se oyen los quejidos de mi madre desde el piso de abajo, junto a fuertes golpes resonar al unísono. Eso únicamente puede indicar que ella volvió, regreso después de haberse marchado por dos días enteros. ¿Cómo puede ser tan tonta? Pensé que esta vez no lo haría, que quizá por fin se había decidido a no regresar.
Salgo corriendo de mi habitación en busca de mi hermano, sabiendo perfectamente que es el único que puede frenar esta situación, pero no logro encontrarlo por ningún lado. Los gritos se intensifican, no puedo esperar a que el regrese, tendré que ser yo quien tenga que interferir esta vez.
Bajo las escaleras y veo a mamá arrinconada detrás de uno de los sillones de la sala principal, esta tirada en posición fetal acunándose con sus brazos, y papá por otro lado está frente a ella, propinándole golpes a puño cerrado, dándole patadas donde fuese que pudiera darle.
La escena que tengo enfrente no es nueva, pero no por eso deja de causarme repulsión y muchísima tristeza.
-Lo has hecho nuevamente ¿No es cierto Dalia? Dímelo a la cara sin vergüenza. Eres una maldita puta.
La voz de papa resuena llena de ira por toda la habitación, con un dejo de tristeza en ella.
No era ningún secreto que mamá le era infiel desde hacía ya varios años atrás, pero a pesar de eso, él simplemente no la dejaba ir. Le había pedido el divorcio en diversas ocasiones, pero mi padre siempre le respondía lo mismo, “Hasta que la muerte nos separe mi amor, el día que salgas de esta casa será en un ataúd”. Ciertamente después de que le fue infiel por segunda ocasión, se ha encargado de convertir su vida en un auténtico infierno. No entiendo a que tratan de jugar los dos, el golpeándola todo el tiempo, y ella escapando, solo para terminar volviendo y recibir aún más maltrato.
Tal vez solo tenga miedo.
A ciencia cierta nunca he sabido en qué trabaja mi padre exactamente, ya que al preguntar solo me han dicho que es un hombre de negocios, y no se me permite preguntar más al respecto. Puedo intuir que no es algo bueno, en ocasiones lo he mirado con gente que parece peligrosa, lo cual me asusta a mi también, así que solo he tratado mantenerme al margen de la situación.
Entre rumores de la servidumbre, se dice que papá ha mandado a “desaparecer” a todos y cada uno de los amantes con los que mi madre ha estado, pero nunca he tenido la certeza ni las agallas de tener una conversación al respecto, no me parece lo correcto.
También se encuentra el hecho de que no parezco caerle muy bien a papá que digamos, toda la atención de su parte la obtiene mi hermano, y a mí, únicamente se limita a mirarme de vez en cuando, siempre con enojo claro, o simplemente a decirme que todo lo que yo hago está mal. Es algo que desde hace mucho dejo de importarme, realmente nunca fui cercano a él, y ciertamente nunca he tenido ganas de cambiar las cosas.
En cambio por otro lado, con mamá, siempre he sido un poco más unido por así decirlo, es decir, al menos ella con el tiempo que pasa en casa, trata de convivir conmigo, o si quiera de preguntar cómo me encuentro, y eso es algo que nunca podría esperar de mi padre.
Un nuevo golpe se escucha, seguido por un alarido de dolor que me hacen volver a la realidad. La impotencia se apodera de mí, no puedo pensar en qué debería hacer y me desespero. Un golpe, dos, tres, cuatro. La rabia instalada en mi toma el control, dejando de lado la razón. Me interpongo entre él y mi madre, frenando en seco el puñetazo que sería destinado para ella.
- ¡Ya basta! Deja de golpearla, o esta vez si la terminaras matando – Grito con lágrimas en mis ojos.
La ira que reflejaba su mirada era intimidante, pero fui firme en mis palabras.
-¿Y que si la mato? ¿No estarás retándome o sí? – Me dice en tono burlón embozando una sonrisa de oreja a oreja sin apartar aquella mirada asesina de mis ojos –Sería una escoria menos en el mundo, ¿No lo crees?
-No llames así a mamá, ¿Qué no te has visto en un maldito espejo? Porque la única escoria aquí eres tú – Le digo señalándolo con el dedo, empujando así su hombro.
Instantes después solo sentí su puño en mi cara, podía escuchar como el hueso de mi nariz crujía, al llegar al piso ya veía todo borroso, no sentía ningún tipo de dolor, tal vez por la conmoción del momento.
Mi hermano en ese momento entro por la puerta principal, y recuerdo claramente su expresión en el rostro, viendo con horror aquella escena. Al instante y sin pensarlo se acerca a nuestro padre y le propina un golpe en la cara, que no lo derriba, pero si hace que retroceda unos pasos. Papá con sangre en el rostro, le regresa el golpe a mi hermano, y se enganchan en una pelea a golpes.
Por más que trate de hablar para que pararan, nunca pude hacerlo, las palabras se negaron a salir simplemente todo se volvió oscuro.
Al despertar, ya me encontraba en uno de los sofás acostado. Lo primero que veo, es a mamá poniendo hielo en mi nariz, que al entrar en contacto con mi piel, me hace poner una mueca de dolor, ella al ver mi reacción aleja su mano, y me da un poco de espacio para poder sentarme. Busco de prisa con la mirada a mi hermano, asustado por lo lastimado que pueda estar después de esa pelea, pero me llevo una sorpresa cuando lo encuentro conversando tranquilamente con papá en el balcón del fondo, como si nada hubiera pasado.
-¿Cómo te encuentras cariño? – Pregunta mamá con dulzura, haciendo que regrese la mirada a ella.
-¿Cómo te encuentras tú más bien? – Respondo, sin lograr ocultar lo suficiente un tono de amargura en mi voz.
-Sabes cómo es tu padre, y además fue culpa mía. No debiste meterte Saíd – Me dice, agachando la mirada hacia sus manos, que se encuentran jugueteando nerviosamente con sus dedos.
-¿Qué no debí meterme dices? Bien, tal vez tengas razón, no debí hacerlo. Lo haré solamente el día que deba llevarte a enterrar – Le suelto con rabia, levantándome del sofá. Para después salir con prisa de casa.
La voz de mi madre y hermano llamando mi nombre detrás no fueron suficiente para detenerme. Solo quería huir de ahí y estar solo.
Abro los ojos nuevamente, mirando al cielo unos instantes. Seco las lágrimas que se desbordaron involuntariamente de mis ojos gracias a mi estúpida capacidad para recordar tan perfectamente mis memorias más amargas, después, saco la cajetilla de cigarros que siempre llevo conmigo para encender uno, necesito introducir nicotina en mi cuerpo.
Me encuentro en un dilema muy molesto, en el cual no creí involucrarme al menos hasta cumplir los 18. No falta mucho claro, solamente un par de meses más, pero pensaba que sería el tiempo suficiente para idear un plan, y claramente mis cálculos están fallando.
Tal vez solo es irresponsabilidad de mi parte, o el hecho de querer vivir engañado con la esperanza de ser tolerado por mi padre un poco más, no quiero abandonar mi vida aparentemente cómoda o dejar sola y desprotegida a mamá.
Recopilando, puede que todo suene peor de lo que realmente es. Trevor, mi padre, no es tan malo todo el tiempo, o simplemente me he acostumbrado a ello. Sí, es distante y algo frío conmigo, pero eso no está mal. Podría decirse que tengo la misma forma de interactuar con la gente, prefiero la distancia a la cercanía, ya que demasiada familiaridad llega a incomodarme.
Ahora que lo pienso, puede que haya heredado la peor parte de ambos padres, en cuestión de carácter.
Esta es la primera vez que me golpea, nunca se había atrevido a tener contacto físico conmigo. Literalmente, de él nunca he obtenido un abrazo, un beso, ni siquiera una palmada en el hombro o alguna palabra de aliento desde que tengo memoria, es como si tratara de evitarme a toda costa.
A pesar de eso y de su vida un tanto torcida, podría decirse que lo estimo, al igual que a mamá o a mi hermano, realmente los quiero.
Después de este primer golpe me pregunto ¿Quién podría garantizarme que no vendrán otros más en el futuro? Igual que con mamá.
A ella le dio su primer golpe cuando yo tenía tres o cuatro años, aún lo recuerdo perfectamente a pesar de la corta edad que tenía cuando eso pasó. Supongo que los recuerdos más amargos son los que prevalecen más lúcidos y duran más tiempo en la memoria. Simplemente, no quiero vivir a su sombra o con el temor constante de si está de buen o mal humor, de sí me golpeara por gusto propio, o si lo habré provocado yo de alguna manera. No quiero ser como mamá.
Un olor a quemado llama mi atención ya no tengo el cigarrillo en la mano, y un ardor en mi pierna izquierda delata su paradero. Rápidamente doy un manotazo para quitármelo de encima, tratando de no quemarme. ¡Maldita sea!, volví a quemar otro pantalón.
En definitiva este y otro par eran los únicos que tenía ilesos de quemaduras, casi todo mi closet está lleno de ropa con agujeros a causa del mismo motivo. Tiendo a divagar muy seguido, y ese, junto con varias cicatrices de quemaduras, son el resultado de mi torpeza.
La belleza del río seduce mi mirada invitándome a entrar en él. Me quito la ropa para entrar en el agua y refrescarme un poco, de paso, así también evito que se me haga una ampolla por la quemadura, no quiero más marcas de ellas.
Una vez entro en el agua mis bellos se erizan al sentir la frescura en la piel, a pesar del intenso sol, no ha logrado calentarla ni un poco. Dejo a mis ojos curiosear viendo algunas hojas de los árboles siendo arrastradas por la ligera corriente, chocando contra algunas rocas o simplemente desvaneciéndose a la vista siguiendo su curso.
Siempre he envidiado la naturaleza, su libertad, su belleza tan única e irrepetible, y el hecho de que todo en ella es perfecto a su manera individual. No puedo evitar sentir nostalgia en estos momentos, pensando cuan bella sería mi vida si solo hubiera nacido como otra cosa que no fuera un nefasto ser humano.
Camino a la parte que se mira más honda del agua, tengo ganas de sumergirme un rato, con suerte, tal vez algo impida que salga a flote. Ese pensamiento provoca que se me escape una pequeña risa.
Quizás suene estúpido, pero de alguna manera siempre me ha intrigado la idea del final. Simplemente dejar de respirar, dejando atrás todas esas angustias que algún día me han atormentado, dejar de sentir, calléndo en el dulce sueño eterno. Es un pensamiento al que no suelo darle mucha importancia, pero no por eso ha abandonado mi cabeza del todo.
Mientras más avanzo, el agua va subiendo cubriendo cada vez más mi cuerpo, pero en uno de esos pasos siento que algo atraviesa mi pie. Trato de levantarlo para quitarme lo que se ha enterrado en él, eso me hace perder el equilibrio y caer al agua, hundiéndome por completo en ella. Me apoyo con los pies para poder levantarme, pero el dolor se agudiza provocando que lo que tengo enterrado se clave aún más, haciéndome caer nuevamente, evitando así, que pueda salir a la superficie.
Se me acaba el aire y mi desesperación aumenta, aun así dejo de luchar, no me muevo. Si no logro tranquilizarme esto acabara realmente mal, y no pienso morir en una forma tan ridícula.
Ya más calmado, me apoyo con el único pie sano, y con toda la fuerza que tengo, me impulso para levantarme, permitiéndome de este modo lograr mi cometido. Tomo una gran bocanada de aire al salir a la superficie, haciéndome toser en repetidas ocasiones, ahora entiendo cuando dicen “cuidado con lo que deseas”.
Nuevamente, intento revisar mi pie, y saco de él un pedazo de roca que se ve bastante afilada. ¡Qué maldito dolor!, comienzo a derramar bastante sangre, soy del tipo de persona que con la más mínima herida sangra escandalosamente. Varias gotas caen en el agua haciendo una honda de colores combinando el rojo con lo azul que se refleja del cielo, un espectáculo bastante bonito difícil de no ser apreciado. Necesito regresar a la orilla para ver que tanto me ha desgarrado la piel.
Debajo del árbol espero sentado a que deje de punzar la herida, y caigo en cuenta de que ha pasado un rato en el que me pude olvidar de todo. Miro mi celular, las seis cuarenta y dos, eso es casi una hora en la que pude abandonar mis pensamientos del todo. Sonrió al notar ese pequeño dato curioso que para mí era desconocido hasta el momento, dejándome ver que el dolor físico, puede distraer al dolor emocional.
Me recuesto de vuelta sobre el césped fresco cerrando mis ojos, esperando a que el sangrado de mi pie cese. Sin poder evitarlo, las imágenes de la discusión con mi familia se vuelven a hacer presentes en mi cabeza. Soy un cobarde por no querer afrontar mi realidad, por tratar de evadirla, lo cual me recuerda lo de hace un momento. “El dolor físico puede distraer al dolor emocional”.
Saco las llaves de mi bolsillo, recordando que en el llavero siempre llevo una navaja que Will me dio en mi cumpleaños pasado. La desenfundo teniendo en mente la idea más estúpida que se me podría ocurrir. Aunque sea por un segundo, hazme olvidar el dolor.
Cierro los ojos pasando por mi muñeca el filo de la cuchilla, el ardor se hace presente al instante. Aprieto el puño con fuerza y la paso un par de veces más. Duele, duele mucho, pero a pesar de eso me agrada la sensación, puedo percibir cierto placer en él. Cuando abro los ojos, gotas de sangre recorren mi piel haciendo un camino rojo en ella. Nuevamente, tengo el placer de ver ese espectáculo ante mis ojos.
¡Ya basta! Esto no está bien. Digo mentalmente regañándome a mí mismo. Quito la navaja del llavero, y la arrojo con fuerza para mantenerla fuera de mi alcance.
Recobrando un poco de la cordura que había perdido, me acuno entre mis brazos llorando como un niño pequeño, dándome cuenta de mi error. Mis lágrimas caen y por más que intento controlarlas se niegan a dejar de salir, nunca me había sentido tan patético y diminuto en mí vida.
El crujido de unas hojas al ser pisadas me hacen desviar rápidamente la mirada buscando de dónde provino el sonido. Sería algo realmente vergonzoso que alguien me viera en esta situación, me siento peor que idiota. Doy un recorrido completo con la mirada minuciosamente, pero no logro ver absolutamente nada, estoy tan solo como cuando llegue, será tal vez algún animal después de todo estoy invadiendo su territorio.
Como sea, debo vestirme e ir a casa, se hace tarde.
Después de casi tres horas intentando ubicarme por fin pude salir del bosque, ya comenzaba a preocuparme, pero ahora que me encuentro frente a mi casa estoy dudando si entrar o no.
Lo que menos quiero en este momento es cruzarme en el camino de papá para que termine fulminándome con la mirada, recibir una sarta de disculpas de mamá o algún sermón de mi hermano tratando de tomar el rol de hermano mayor que no le corresponde.
Cierro los ojos exasperado, alzando la cabeza y apretando los puños, inhalo y exhalo un par de veces para tomar valor. Abro la puerta de golpe, cerrándola con la misma agilidad. Los veo a todos sentados en la sala, y al verme, sus expresiones cambian. Solo los ignoro y paso de largo como sin nada para dirigirme a mi habitación. A medida que voy subiendo la escalera, escucho como Will y mi madre llaman mi nombre en repetidas ocasiones para que baje, pero sin importarme nada sigo mi camino.
Una vez que entro en mi cuarto doy un portazo, accidentalmente suena más fuerte de lo que pretendía. Restándole importancia me tumbo en la cama boca abajo. Un par de minutos después, tocan en repetidas ocasiones la puerta.
–Saíd, abre por favor.
Escucho a mi hermano tratando de persuadirme para que salga, pero bajo mi negativa decide rendirse y retirarse dándome mi espacio, lo cual agradezco bastante.
Instantes después de tocar la cama, mi respiración se relaja, mi vista se nubla y caigo en un sueño profundo.
Despierto sobresaltado en medio de la noche, un dolor profundo recorre mi cuerpo. Como si mil navajas se pasearan por mi piel al mismo tiempo. El pánico me inmoviliza haciendo que me desespere, y las lágrimas comienzan a desbordarse por mis ojos. Cada vez más, me invade la impaciencia de no poder moverme.
Cierro los ojos con fuerza, aprieto los dientes y puños soltando un alarido, que hace que recupere mi movilidad. Me siento rápidamente tratando de ignorar un poco el dolor, estirando con dificultad el brazo e intentando torpemente encender la pequeña lámpara de mi buró, pero, al lograr prenderla, desee no haberlo hecho.
La imagen frente a mí bloquea todo tipo de pensamiento. Las sabanas que antes eran blancas ahora se han teñido de un intenso color rojo carmesí, y desviando la mirada a mi cuerpo el impacto es aún mayor.
Nada de esto está bien. ¿Qué me está sucediendo? Me quedo en una especie de shock unos segundos sin respuesta alguna, hasta que algo en mi cabeza se acciona, obligándome a salir del trance y, sin tener una idea precisa de que hacer, hago lo primero que se me viene a la mente y me dirijo al baño, esperando así que el agua me deje ver más claramente que es lo que pasa.
Me arrastro por la cama intentando ponerme de pie, pero caigo de bruces contra el suelo, provocando que expulse un quejido de dolor. Saco la mayor cantidad de la fuerza que me queda para apoyarme en los muebles, y con dificultad logro llegar.
Me siento en el escusado para evitar volver a caer, sin esperar, lentamente comienzo a quitarme la ropa, empezando por la camisa. La imagen que observo en el espejo que tengo a un costado es totalmente aterradora, mi cuerpo desde el cuello, hasta donde comienza el pantalón, está totalmente bañado en sangre y no deja de gotear. Desvió la mirada y continúo quitándome el resto de ropa, pero es exactamente lo mismo, sangre emanando desde mi cintura hasta mis pies. Podría decirse que esta es una escena digna de una auténtica película de terror, todo en mí se siente mojado y pegajoso.
Mi ropa se encuentra empapada. No puedo creer que aun siga consiente después de perder tal cantidad de sangre. Me pongo de pie nuevamente apoyándome en las paredes para entrar en la tina, y estando dentro, abro el grifo para que se llene, tumbándome dentro sin importar que el agua que me recorre este helada, totalmente helada. De hecho, la temperatura causa cierto alivio en mi piel la cual está bastante irritada.
El agua apenas toca la bañera y se va tiñendo de rojo. Trato de evitar mirar todo aquello, solo inclino la cabeza hacia arriba recostándola en una de las orillas, sintiendo las gotas caer en mi rostro. Escucho el agua derramarse y en ese momento cierro el grifo. Abro los ojos lentamente, bastante temeroso debo admitir. Me encuentro con mi brazo, lleno de llagas profundas por doquier, llagas que, aun ahora no dejan de sangrar.
Me levanto como puedo para ver las condiciones en las que se encuentra el resto de mi cuerpo, y como era de esperarse, todo está de la misma manera. Parece como si me hubiera caído sobre cientos de vidrios rotos, haciendo que estos se impregnaran en mi piel dejando sus marcas.
Pongo las manos en mi cabeza exasperado, todo comienza a dar vueltas y a ponerse borroso, un paso en falso me hace resbalar haciéndome caer de espalda. Mi conciencia se va desvaneciendo poco a poco.
Nunca había apreciado el aire tanto como en este momento, siento que mis pulmones se inundan de él, que sensación más deliciosa es esta y que aliviado me encuentro. El dolor que antes sentía simplemente desapareció.
Alguien me toma en brazos, escucho sus pasos al andar, su ritmo cardiaco acelerado y percibo un tenue aroma a canela dulce. Lucho por abrir mis ojos, pero es imposible, solo logro entreabrirlos un segundo, lo suficiente para encontrarme con una mirada de ojos negros penetrantes, y enseguida regresar a la oscuridad en la que me encontraba.
*****
Una voz angelical resuena en la habitación entonando una canción de cuna que me es familiar.
Mi cuerpo se siente cálido al contacto de un abrazo que rodea mi cintura. Un olor a vainilla inunda el ambiente, haciendo aún más ameno el momento. Aquella sensación me llena de paz y tranquilidad, es algo totalmente indescriptible.
Momentos después el brazo que antes me rodeaba se aleja y yo entro en pánico, pero antes de abrir los ojos siento el roce de unos tiernos labios en la mejilla para después susurrarme en el oído con voz queda un dulce “duerme bien mi pequeño” dejando en silencio la habitación. Dicha acción me devuelve la seguridad que segundos atrás había perdido.
Escucho pasos alejarse, por inercia termino abriendo los ojos, dejándome ver la espalda de una mujer de largo y liso cabello oscuro alejarse, apagando una tenue luz que alumbraba la habitación, dejando la puerta entre abierta, permitiendo así entrar una nueva luz aún más leve del exterior.
Me acurruco en la almohada preparándome a dormir, pero antes de siquiera poder cerrar los ojos un ruido estridente resuena. Alguien llama a la puerta muy bruscamente, e intuyo que no la abren, puesto que no deja de sonar. Se escuchan pasos en el pasillo y se cierra de golpe la puerta de la habitación donde me encuentro.
-Shhh… no hagas ningún ruido.
La misma voz de hace un momento susurra junto a la puerta. Un golpe más fuerte me hace dar un salto asustado, creo que han derribado la puerta y yo solo soy capaz de cubrir mi cara con la cobija a modo de defensa. Se escuchan voces afuera y trato de calamar mi respiración para poder escuchar.
-No pueden hacer eso. Aún es un niño – La mujer dice entre sollozos.
-La decisión ha sido tomada Emily, no está en nuestras manos. Te tengo cierto aprecio, pero si no te quitas de en medio y me dejas terminar con mi trabajo, tendré que pasar sobre ti también – Dice una voz grave en respuesta.
Esa voz es tan profunda y tenebrosa, que me hiela la sangre.
Distraído por mis pensamientos, dejo de prestar atención, hasta que un golpe muy fuerte se escucha, dejando tras de él un silencio mortífero. Ya nadie habla, nadie llora, nadie nada. Me relajo un poco pensando que quizás ya se fueron, y descubro mi cabeza para comprobarlo, pero caigo en cuenta de mi error al escuchar pasos aproximándose hacia mí, e instantes después la puerta abrirse despacio.
Cierro los ojos para hacerme el dormido, pero eso no impide que se sigan aproximando, solo siento como alguien me carga, empujándome a su hombro, como si de un costal de patatas se tratara, y comienza a caminar.
Siento como un viento helado recorre mi cuerpo, y en ese momento abro los ojos, solo veo ante mí una habitación llena de sangre, y de tras de una pared, el cabello oscuro de una persona yaciendo en el suelo, puedo imaginar de quien es. Miro al otro lado, y observo como nos dirigimos a una puerta, donde afuera se encuentra nevando.
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