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Los días en el calabozo pasaban lentamente, la comida era una porquería, pues les daban pan duro y una mezcla que parecía engrudo, el agua era intomable y debían hacer sus necesidades en un agujero que estaba en una esquina. Una vez al día las rociaban con agua helada para sacarles la mugre, pero solo cada tres días les daban un nuevo vestido todo roto y sucio para cambiarse el anterior. Solamente las noches eran buenas, pues a pesar del frío se la pasaban charlando, ahí no podían usar magia, por ende los poderes que Ámbar poseía eran inútiles y escapar era imposible. Solo podían esperar a que llegara la fecha pactada de su ejecución.

Para evitar que la niña sintiera miedo, las consortes pasaban las noches contándole como las había hecho felices el cuidarla, como habían servido fielmente a su mamá y cosas que a pesar del momento horroroso que estaban viviendo la hiciera sentir amada. Sus primeros pasos, sus primeras palabras, sus clases de lectura y sus conjuros aprendidos a tan corta edad. Nunca dejaban de remarcarle lo orgullosas que las dos estaban de ella. Y aunque siempre terminaban llorando, le hacían entender que no se arrepentían de nada y que volverían a hacer todo de nuevo de ser necesario.

El tan temido día llegó, un día antes Ámbar había cumplido sus 7 años y Consuelo, la única sirviente que se había apiadado de ella, le había llevado a la celda un pastel que compartió con sus mamas. Un guardia entró en el calabozo avisando que vendrían a buscarlas, ya todo estaba preparado en la plaza central.

No solo estaba la gente del reino, también había senadores y consejeros de los pueblos aledaños, por primera vez en la historia del Reino del Sur, un rey iba a ejecutar a un heredero.

En un lugar apartado, estaban todos los nobles, incluidas las dos concubinas y sus hijos, hasta Erkan que había quedado desfigurado, estaba presente. Ivana llevaba un vestido demasiado lujoso para el evento al que se presentaba, lo que daba a notar lo feliz que estaba. El rey estaba sentado en su trono de oro lejos de ellos, pero con una vista a todo el lugar completa.

La carroza donde iban las tres mujeres ingresaba en la plaza real y era abucheadas por todos los presentes. Primero bajaron a Ámbar, la esposaron de sus brazos y nuevamente quedó de rodillas con los brazos esposados y extendidos como si fuese a recibir latigazos, todos los que estaban allí miraban horrorizados la escena ¿realmente esa niña era una Bruja Maldita? Luego prosiguieron a llevar a las dos mujeres a unos palos que por debajo tenían leños. Las iban a quemar vivas. Ni bien las ataron, se escuchó el grito de la niña pidiendo clemencia.

Por favor paren, no les hagan nada, padre te lo ruego, mátame a mí si quieres, pero a ellas no- Ámbar miraba con horror como las únicas dos personas que la habían amado, ahora estaban a nada de perecer ¿cuál había sido su error? Solo siguieron las órdenes de su madre ¿por qué las acusaban?.

El rey estaba inmutado en su lugar, el látigo seguía carcomiéndole la mente, disfrutaba de ver suplicar a la gente y sobre todo si esa gente era un demonio como esa niña. Quería volver a probar su sangre y su carne, quería marcarla y hacer con ella, lo que quisiera. Había sido creado para eso, su señor, lucifer, le había concedido ese peso. Y no tardo en doblegar a un hombre cuya alma ya estaba rota desde la partida de su amor. Gerardo se levantó de su trono y se dirigió donde su arma le mandaba. Subió las escaleras que lo separaban de ese ser maligno que había engendrado. porque la vida le había jugado tan malas cartas, primero su amor que no se embarazaba y cuando lo hizo le dio ese fruto prohibido, que era una desgracia para su sangre. Se posicionó detrás de la niña y se preparó.

Antes de matar a las traidoras, sentirás el fuego de mi látigo diez veces más- el silencio sepulcral se hizo presente en toda la plaza. Se contaron los diez latigazos, pero no hubo un solo grito por parte de Ámbar, no quería que sus madres la vieran llorando, solo hacía muecas de dolor cada vez que las lenguas impactaban sobre su espalda, pero lo aguantaba, aun cuando sentía la sangre caliente recorrerle las piernas, ella seguía aguantando.

Una vez que terminó, dio la orden con su mano de prender el fuego, solamente en ese momento Ámbar grito con fuerza, sus muñecas lastimadas por las cadenas sangraban con fuerza de como intentaba soltarse, su corazón se partía, pero no por el dolor de sus heridas, sino por la imagen de templanza y raíl tosiendo por el humo que las atrapaba. Solo cuando vieron que la niña las miraba llorando gesticularon palabras que solo ella entendería.

Tranquila mi princesa, te amo más que a mi propia vida- dijo templanza.

No llores más mi amor, las lágrimas no te quedan bien en tu hermoso rostro, lamento todo esto, no olvides lo mucho que te amo- dijo raíl.

De pronto el fuego empezó a alcanzar a ambas mujeres, el dolor de las llamas sobre sus pieles las hacía gritar de dolor, mientras todos los presentes ovacionaban la masacre con los traidores. Solo una persona lloraba con fuerza gritando el nombre de esas mujeres, seguía implorando piedad. Nadie se dio cuenta del símbolo que se iba haciendo presente en la frente de esa niña. Un aura oscura brotaba de ella, una luz violeta empezó a verse a través del humo y para cuando el rey se dio cuenta ya era demasiado tarde. Sacó la espada que tenía en su cintura, para intentar apuñalar a la criatura, pero de nada sirvió. Un grito, solo un grito se escuchó antes de que todo desapareciera.

El reino completo y las aldeas cercanas habían sido reducidas a escombros, no había ningún cuerpo cerca, pues todos se habían hecho cenizas, en el medio de donde alguna vez había estaba la gran plaza real, ahora solo había una niña dormida, con grandes heridas en su espalda.

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