La presencia del Monarca en ese lugar dejó a todos perplejos y desconcertados. La sorpresa era evidente en los rostros de los presentes, quienes se preguntaban cómo había logrado llegar hasta allí. La reputación de Duncan Miracle, el Monarca, precedía su llegada, y todos eran conscientes de las historias y rumores que giraban en torno a él.
Durante su reinado, se habían tejido numerosas leyendas sobre su poderoso dominio de las feromonas. Se decía que era capaz de neutralizar e incluso asesinar a alfas dominantes con su mera presencia y el poder de sus feromonas. Sin embargo, tales afirmaciones no podían ser confirmadas ni negadas, ya que nadie había sido testigo directo de sus habilidades.
El temor y la intriga se apoderaron de la sala mientras el Monarca observaba con una mirada penetrante a todos los presentes. Su mera presencia emanaba un aura de autoridad y poder, dejando en claro que no era alguien a quien se debía desafiar. Los murmullos cesaron y el silencio se hizo más opresivo, pues nadie se atrevía a cuestionar su presencia o sus supuestas habilidades.
Duncan atravesó la sala con paso firme y una expresión de seriedad en su rostro. Todos los presentes quedaron hipnotizados por su presencia imponente y su aura de autoridad. Sin decir una palabra, se sentó frente a Mikahil, quien permanecía detrás de la gran mesa redonda forrada con un tapiz verde opaco. La tensión en el ambiente se hizo aún más palpable.
Caesar, quien nunca antes había tenido la oportunidad de conocer al famoso Monarca, no podía apartar la mirada de él. La poderosa presencia de Duncan dejaba en claro la magnitud de su influencia y dominio. Observó a Ciaran, quien sonreía con confianza mientras conversaba con uno de los hombres armados que acompañaban a Duncan. Era evidente que había establecido cierta relación con ellos, lo que despertó la curiosidad de Caesar. Se preguntó qué vínculo existía entre ellos y por qué esos hombres llevaban el supresor de Ciaran, demostrando su conocimiento sobre el celo del omega.
Mikahil, con una expresión aterradora en su rostro, tomó asiento y echó una mirada fugaz al omega dominante. Era consciente de que Duncan tenía un hijo que había sido secuestrado por sus antiguos socios, pero Mikahil no había participado directamente en el secuestro, limitándose a la planificación. Desconocía si el hijo de Duncan había logrado sobrevivir a las atrocidades que sus socios planeaban cometer. En busca de respuestas, Mikahil miró nuevamente a Ciaran, esperando encontrar alguna pista en el omega. No me digas que…
Ciaran, ya con su medicina en su sistema, sintió una oleada de alivio y energía recorrer su cuerpo. Sin perder ni un segundo, se lanzó hacia su padre y lo abrazó con fuerza alrededor del cuello. Duncan, sorprendido, pero gratamente conmovido, recibió el abrazo de su hijo de regreso, rodeándolo con sus fuertes brazos. Un momento de conexión y afecto compartido se materializó entre ambos, rompiendo las barreras impuestas por el pasado y las circunstancias.
—¡Papi! Te extrañé muchísimo… —dijo Ciaran, sus palabras resonaron en la sala, dejando a todos los presentes helados. El tono de afecto y cercanía entre padre e hijo era evidente, generando un ambiente tenso y lleno de incertidumbre.
Mikahil torció su boca en una mueca extraña, maldiciendo en silencio su suerte. Ahora estaba más convencido que nunca de que debía elegir cuidadosamente su siguiente movimiento. Sabía que cualquier paso en falso podría desencadenar la furia de Duncan, quien era capaz de eliminar a todos sin piedad si sentía la más mínima amenaza hacia su hijo.
—¿Estás bien? —Duncan, con la mirada fija en Ciaran, buscaba señales de daño físico en su amado hijo. Sin embargo, no encontró ninguna herida aparente en su cuerpo. La preocupación y el amor paternal se reflejaban en los ojos del Monarca—. ¿Te han hecho daño?
Esa era la pregunta que Mikahil temía. Si Ciaran empezaba a hablar, revelando los abusos y las atrocidades que había sufrido, las consecuencias serían desastrosas para todos los presentes. Podría ser el detonante que daría luz verde a Duncan para eliminarlos sin piedad. Después de todo, el Monarca había llegado con una milicia a su disposición, mostrando su poder y determinación.
—No puedo decir que me han tratado bien, no era más que un pago para ellos… —murmuró Ciaran y empezó a sollozar con pena—. Ni siquiera tuvieron la amabilidad de cerciorarse y me llevaron a ese horrible lugar. Me entregaron a un alfa que yo no conocía… Más que dañado, me siento molesto. Y quiero liberar algo de esta tensión que he acumulado… —sus palabras estaban cargadas de una siniestra expresión, un cinismo e hipocresía que dejaban a todos en la sala, desconcertados. Había un aire de diversión y excitación en su voz, como si disfrutara del caos que estaba a punto de desatar.
—Si quieres hacerlo, hazlo. Aunque, te aconsejo que dejes ir a los omegas primero. Hay una camioneta que está lista para transportarlos y ofrecerles cuidados necesarios —opinó Duncan y Ciaran asintió con alegría.
Caesar, observando la escena con temor, no entendía completamente las palabras que se intercambiaban entre su padre y Ciaran, pero podía sentir la tensión en el aire. Su rostro se volvió pálido mientras veía cómo los omegas eran sacados rápidamente, sin darles oportunidad a los alfas de escapar. Una sensación de desesperación lo invadió, consciente de las posibles consecuencias que podrían enfrentar.
Ciaran, con la sala ahora despejada de omegas, se posicionó en el centro, su mirada desafiante y llena de determinación. Los alfas que quedaban, alrededor de quince en total, aún portaban sus armas, pero ninguno de ellos se atrevía a siquiera levantar la mano contra Ciaran. Era evidente que el ejército que Duncan había traído consigo era una fuerza abrumadora, y nadie estaba dispuesto a desafiarlo.
El silencio pesaba en el ambiente, solo interrumpido por el sonido de la respiración entrecortada de los alfas. Ciaran sabía que tenía el poder en ese momento, y su confianza se veía reflejada en su postura erguida y su expresión desafiante. Sabía que ningún alfa se atrevería a enfrentarlo teniendo en cuenta las circunstancias.
—¿Qué les parece si jugamos un poco? —propuso Ciaran, su voz resonando en la sala con un tono cínico y cargado de ironía—. Es un juego muy sencillo pero divertido: el lobo feroz. Supongo que todos están familiarizados con él, ¿no? Pero en esta ocasión, ¡yo seré el lobo y ustedes los corderitos indefensos! —exclamó con emoción y éxtasis. Una sonrisa retorcida se dibujó en su rostro al observar las expresiones pálidas y aterrorizadas de los alfas.
La sala quedó sumida en un silencio tenso, solo interrumpido por los latidos acelerados de los corazones de los alfas. Ciaran sabía que tenía el control absoluto en ese momento, y la sensación de poder le proporcionaba un gozo siniestro. Sin embargo, su diversión alcanzó su punto máximo cuando, con el picahielo de punta diamante, atravesó el ojo de uno de los alfas, haciendo que sangrara y gritara de dolor, como un verdadero cordero en el matadero.
—¡Vamos, juguemos, señores! —exclamó con entusiasmo, desafiando a los alfas restantes a enfrentar su destino en el retorcido juego que había propuesto.
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Comments
Teresa Frias
de aterrorizado a sadico el cambio q proragonizó Cirian !!!
2025-03-23
0
JAJAJA Está loquito. 🥹✨
2025-01-06
1
JAJAJA SABÍA QUE DIRÍA ALGO COMO ESO, PARA CHOCAR. JAJA /Facepalm/
2025-01-06
2