06: Ese extraño, se descontrola.

La felicidad se apoderó de Ciaran, llenando cada fibra de su ser. Sin embargo, sabía que debía ser cauteloso y actuar con prudencia. No podía permitirse ser imprudente ni dejarse llevar por la emoción del momento. Su objetivo era claro y debía abordarlo estratégicamente. Mantener en secreto su verdadera identidad como el omega de la familia Miracle era primordial, ya que, si alguien descubría la verdad, las consecuencias podrían ser devastadoras.

Ciaran entendía que revelar su linaje podría ponerlo en peligro de ser ejecutado o convertirse en un peón en un juego de poder y traición. Debía mantener su verdadera identidad oculta y aprovechar su anonimato para moverse con libertad dentro de los confines de la mafia rusa.

Con determinación, trazó mentalmente su plan, evaluando cada paso y considerando todas las posibles eventualidades. Sabía que el éxito dependía de su astucia y capacidad para adaptarse a las circunstancias cambiantes. No podía permitir que la confianza cegara su juicio ni que la complacencia se apoderara de él.

Ciaran reflexionó sobre cómo su propia torpeza lo había conducido a la complicada situación en la que se encontraba. Reconoció que no podía permitirse cometer los mismos errores nuevamente. La lección había sido aprendida de manera dura y dolorosa, y ahora estaba decidido a no tomar nada a la ligera.

Cada movimiento que hiciera, cada palabra que pronunciara, sería meticulosamente calculada. Sabía que cualquier paso en falso podría tener consecuencias irreparables. La prudencia se convirtió en su aliada, y la cautela en su guía. Ciaran no podía permitirse confiar ciegamente en nadie, ni siquiera en sí mismo. La desconfianza se había arraigado en su ser, aunque eso no quitaba lo divertido que le parecía todo al omega.

Se fijó en los ojos de Kei, tratando de descubrir sus pensamientos. Había dejado de hablar y notó su pequeña desconexión. Retomó el hilo de la conversación y agachó la cabeza con pena.

—¿Entonces tengo que…?

—La verdad, no lo sé. Ni siquiera estoy del todo enterado cuál es tu función o si te quedarás. Pero me lo dirán en algún momento, hoy supongo —aseguró el beta y le guiñó el ojo con una enorme sonrisa desplegada en el rostro—. Aunque, siendo sincero, creo que te quedarás aquí. A Caesar no le ha gustado ningún omega de la casa, imagínate eso.

—¿De la casa? ¿Hay otros lugares?

—Como este ninguno, pero sí hay otras casas más pequeñas regadas en todo el país. Son como de seguridad, así que, si sucede algo, nos trasladarían. Después, Mikahil tiene negocios, oficinas y esas cosas, a lo largo y ancho de todo el país. Ya sabes, se tienen que mover muy seguido… no sé, cosas por el estilo. Mientras menos sepamos, mejor. Grábatelo aquí —indicó Kei mientras le daba toquecitos en la frente—. Nunca han hablado de negocios frente a los empleados, mucho menos frente a los omegas.

—¿Y es por qué soy omega que estoy aquí?

—Suena muy mal, pero sí. Los omegas son como moneda de cambio aquí. —Un sistema estúpido. Ciaran reflexionó en silencio, contemplando la ironía de la situación en la que se encontraba. El sistema corrupto y despiadado de la mafia rusa, al cual tanto odiaba su padre, parecía haberlo atrapado irónicamente en su red. Una sensación de indignación y resentimiento llenó su corazón, pero también surgió una chispa de determinación en su mirada.

La famosa organización Krasnaya Korona, una de las cinco facciones que se unieron en el pasado para secuestrarlo, estuvo parcialmente involucrada. Si bien no eran los principales responsables, su participación no podía ser ignorada ni perdonada. Aunque Duncan había intentado darles caza, se habían esfumado en el momento en que las cosas se pusieron demasiado complicadas. Esta era la oportunidad perfecta que Ciaran no podía permitirse desperdiciar.

La sed de venganza ardía en su interior, alimentada por la injusticia que había sufrido y la traición de aquellos en quienes alguna vez confió. Ciaran sabía que tenía que ser astuto y cauteloso, moviéndose en las sombras y utilizando cada recurso a su disposición para desenmascarar a los responsables y hacerlos pagar.

—¿En serio estás bien?

—Ah, sí. Es solo que no he dormido muy bien —respondió Ciaran y mantuvo su vista puesta en el piso de madera pulida.

—Sé que debe ser muy incómodo dormir con un alfa que ni conoces, pero conozco a Caesar desde, no sé, siempre. No diré que es como agua bendita, pero tampoco es un desalmado —comentó Kei y sonrió, pero Ciaran no lo hizo. Al contrario, estaba molesto, demasiado. Su boca se torció en una horrible mueca de desagrado que Kei no dejó pasar.

—Eres alguien gentil, pero, escúchame, tú lo conoces desde siempre. Yo lo conozco desde hace horas y tengo que estar en la habitación antes que él, verme bien, oler bien y, por supuesto, no hacerlo enfadar. Solo para evitar que, en algún momento, quiera desquitarse conmigo de diferentes formas porque estaré disponible, pero no dispuesto. No soy ningún imbécil y sé que tú tampoco, así que, asumamos las cosas como son —replicó Ciaran y soltó una risa cargada de ironía—, ellos son peligrosos, asesinan por dinero y diversión, usan y tiran… “Los alfas son así”, me dirás. ¿Y qué? Terminé aquí y el alfa que me ha pedido no quiere que nadie más toque su bonito juguete nuevo. Eso no es consuelo, solo estamos evadiendo la realidad.

Ciaran calló de golpe. Se dejó llevar por la ira y dijo cosas que no debía decir, al menos, no en esa situación. Quiso maldecirse por cometer ese error, pero las palabras de Kei lo habían hecho enfurecer. Sabía que no era su culpa y, aun así…

—Lo siento, y-yo… estoy asustado y no sé qué cosas digo.

—No, discúlpame a mí. Que te haya vendido tu familiar y terminaras así, es algo que no puedo entender. Y quiero ayudarte, en serio, pero no puedo. Créeme que, en otras circunstancias, te ayudaría sin pensarlo —se excusó Kei, su voz sonaba muy distante, casi rozando el llanto. Ciaran notó que, al menos, era sincero—. Haré lo que esté a mi alcance para que no la pases tan mal. Te llevaré al hospital, le diré a Caesar que sea suave contigo, estaré contigo para que no estés solo, pero no puedo hacer más…

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