Emma llevó la bandeja de desayuno de Anelise a su habitación. El sol ya había salido y su calor empezaba a atravesar todo a su paso. El día prometía ser hermoso, con un cielo despejado y un viento fuerte que empujaba cualquier nube que se formara en el firmamento.
Cuando entró, encontró a Anelise arrodillada a un lado de la cama, con los dedos entrelazados frente a su rostro y los ojos cerrados. Estaba rezando en voz baja y al verla en el acto, Emma se torno silenciosa.
Puso la bandeja en una mesita y cerró la puerta con llave. Se acercó a la ventana, sin decir nada y tratando de pasar lo más inadvertida posible. Sabía que Anelise le daba mucha importancia a sus rezos nocturnos y matutinos. Últimamente rezaba demasiado.
Sabía que había Sido criada en un convento y entendía muy bien que la religión formaba parte de su vida de una manera muy especial como el servir a los enfermos en la de ella. Ambas habian sido prácticamente obligadas a desempeñar ambas cosas. Ella enfermera, Anelise devota.
Aunque tenía mucho sentido su acercamiento a la iglesia, era lo único bueno que tuvo la mayor parte de su vida. El resto eran golpes y abusos.
Cuando acabó, se puso de pie y caminó hacia ella, sacando su melena de dentro de su vestido de noche. Llevaba puesta su bata turquesa de siempre y andaba descalza.
—¿Queso y fruta?— pregunto al acercarse y ver lo que estaba sobre la charola.
—Y un poco de caldo de verduras.
—Delicioso.
Se sentaron en la cama y empezaron a comer el contenido de la charola. El queso era de cabra y estaba fresco, a su lado había manzana picada, uvas, pera y duraznos en almíbar. Los duraznos pertenecían a la reserva especial de la cocina real, robados por Emma obviamente. Nadie en el palacio tenía un trato especial hacia su ama, nadie nunca enviaría algo tan especial para ser degustado por Anelise.
—¿Qué son estos, emma?
—Se llaman duraznos.
—Son suaves…dulces.— se llevó otro trozo a la boca y lamió sus dedos para limpiarlos del almíbar. —Nunca los había probado.
—¿No había duraznos en el convento?
Anelise miro el rostro de Emma de hito en hito, extrañada. Sonrio de un modo incómodo y cerró los ojos.
—No para mí. Eso creo.
Emma se arrepintió de preguntar. Claro que ella nunca había comido cosas tan deliciosas como el resto de la gente. En especial los duraznos, que no crecían en Mastaborn y solo los comían cuando eran importados de tierras lejanas. Eran bastante caros y se consideraban un gusto reservado para la élite.
—Robare más para ti mañana.— prometió Emma.
Anelise sonrió, en un gesto casi infantil. Después de comer, Emma lleno la tina de Anelise y preparo el baño para lavarla. La ayudó a estrujar su rizada melena, la cual después de varias semanas estando bajo el efecto de las cremas y aceites del palacio se habían vuelto más suaves, esponjosos y brillantes.
—Tu prometido será coronado mañana, Anelise— dijo Emma —Después, será el baile y en una semana tu boda. Son menos de quince días para que te vuelvas reina.
—Lo se.
—Tantos eventos sociales y tú sin ropa.
—Emma, no necesito que me recuerdes lo que sucedió. Dormir en un colchón sin sábanas es suficiente recordatorio.
También el sol entraba todo el día a su habitación. Desde la travesura de las criadas de Eugenia, Anelise y Emma habían sufrido el peor de los infiernos con su habitación en llamas. Las cortinas no habían Sido reemplazadas y todo el día los rayos del sol abarcaban toda la pieza, elevando la temperatura.
—Te tengo una sorpresa.— le dijo Emma cuando estaba secando a Anelise. —Una muy linda. Es un obsequio.
—¿Obsequio?— repitió la pelirroja, permitiéndose una sonrisa pequeña. Se puso su bata de nuevo y vio a Emma salir de el baño para arrodillarse a un lado de la cama.
Se inclinó y saco una bolsa de cuero de debajo de esta. Anelise la miro extrañada. La puso sobre la cama y abrió la bolsa. De adentro, extrajo un hermoso traje color verde oliva. Anelise abrió su boca al ver lo que era.
—¡Emma! ¡Un vestido!
—Y no cualquier vestido. Es uno enviado por alguien a quien quieres mucho.— La emoción de el momento la hizo decir aquello sin pena ni tapujos y Anelise estaba demasiado concentrada en su obsequio como para prestar atención a sus palabras.
—El conde lo a echo justo a tu medida. Y es perfecto para ti.
Era de manga largas, tenía planes y moños, propios para una joven de su edad. Henry había pensado que iba a corde con su oersonalidad gentil y algo ingenua. No como los provocativos vestidos de cortesana que la habían estado obligando a usar hasta entonces.
Aquel no tenía escotes profundos ni tenia aperturas en las piernas, tampoco era demasiado apretado y difícilmente podria adivinarse la figura de la muchacha con él puesto.
Anelise abrazó el traje a su pecho, acarició la tela y besó la falda. Amaba su traje, era hermoso. Más porque era como el que ella soñó con usar desde pequeña. Le encantaban los moños en el pecho y el color verde.
—¡Él sabía cómo lo querría! Me conoce tan bien…— Anelise volvió a besar la falda.
—¡Que bien que te encante!
Después, Anelise puso el vestido en la cama y hurgo en la bolsa de cuero. Dentro había unas zapatillas del mismo color, con cintas y hechas de seda. Se las probó y notó que le quedaban a la perfección. Después volvió a meter la mano en el bolso y extrajo un pequeño ramillete de alcatraces.
—¿Qué son?
—Flores, mi lady.
Anelise las acercó a su rostro y inspiro su aroma profundamente. Luego, extrajo una pequeña nota. Había un mensaje escrito con tinta oscura en una caligrafía impecable.
Lady Anelise, espero que con hacerle llegar estos obsequios no esté sobrepasando mi nivel. Es solo que creí que esto iba más acordé con usted y aproveché para mandar a hacerle este vestido, el cual parecía necesitar con fervor. Feliz de ayudar a una doncella en apuros, H. E.
Anelise sonrió leyendo la nota y presionó un beso sobre las palabras. Releyó el corto mensaje una y otra vez. Riendo, saltando, analizando las palabras, buscando algún mensaje en clave entre líneas. Eran las palabras de un caballero. Pero ella quería ver algo aún más significativo en ellas, algo que la hiciera sentir aún más querida.
Él la procuraba y su preocupación por su bienestar le hizo llegar algo que ella necesitaba desesperadamente, ¿A caso necesitaba algo más claro que eso? No, pero aún así, deseo que le hubiese escrito algo más…romántico.
Si, eso. Algo como “Espero te veas tan hermosa como te imagino cuando te pongas el vestido” o “muero de ansias por volver a bailar contigo cuando estés usando este vestido”. Algo, algo!
Pero entonces sintió vergüenza por sus infantiles deseos. Sabía que no podría tomarse esos atrevimientos. De ser encontrada una nota con tales palabras, ambos estarían en terribles problemas. Sintió su corazón revolotear dentro de su pecho y volvió a reír.
—Quiero usarlo en el baile— anuncio Anelise —Sera el mejor momento, sabes? Mis aliados vendrán todos de verde. Necesitan saber que yo estoy al tanto de nuestros mensajes en claves. Nuestros códigos.
—Claro— dijo Emma. —Guardémoslo de nuevo.
Como dijo hizo y en unos instantes, el traje estaba de nuevo en la bolsa y bajo la cama. No podían arriesgarse a dejarlo a la vista, pues sin duda terminaría destruido como los otros.
—¡Oh, estoy tan ansiosa! Quiero bajar ya y agradecer a Henry personalmente por este bello obsequio.
—Hay que ponerte decente primero, mi lady— Emma sonrió y fue por el único vestido que había sobrevivido el ataque de las criadas y eso solo porque Anelise lo traía puesto durante el mismo .
—Emma, puedes acomodar mi cabello bonito? Y quiero algo de carmín en mis mejillas.— pidió Anelise, sentándose en el tocador con el espejo roto.
Emma encontró divertido el comportamiento de Anelise, Especialmente porque su aspecto era un tema que no le había entusiasmado hasta entonces. Ahora, parecía eufórica por querer resaltar su imagen. Y todo para él…
Cuando hubieran acabado de arreglar a Anelise, la joven salió de la habitación dejando atrás a Emma. En el trayecto, parecía saltar de alegría e iba en un veloz trote que le costaba a Emma seguir. En las escaleras, Anelise levantó sus faldas y bajo de una manera muy propia de la realeza y las damas aristocráticas.
Nunca le pareció más noble y trato de ahogar una risa cuando llegaron a el Salón Violeta.
Anelise abrió la puerta casi de un empujón y entro con una gran sonrisa, la cual pronto se borró. Estaba esperando ver a Henry, esperándola como habitualmente lo hacía pero en su lugar estaba Ernest Invictus, su prometido
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cómo guía visual, aquí les dejo una foto de como imagino el vestido de Anelise, les gusta??
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Comments
Anonymous
para la época, estaría bellísimo
2024-03-15
0
Reyna Obregón
el vestido es hermoso
2024-03-13
0
Andrea Venezia
El Conde es su Ángel Protector y Emma su Hada Madrina.
2023-12-31
0