capitulo cuatro "La Princesa Perfecta"

La mayor de los hijos de Peter Invictus era Eugenia, había crecido en Orazor pero después de matrimoniarse con un duque de Mastaborn, había optado por venir a vivir a el nuevo reino de su familia. Su esposo habría querido vivir en su ostentosa mansión de veinte habitaciones y enorme salón de baile pero Eugenia se dispuso a ubicarse en el palacio, con el fin de estar más cerca de su padre, como dijo a aquel hombre.

A diferencia de ella, su esposo trataba de darle gusto en todo lo que ella decía o más bien exigía. Un día, poco después de su boda, él había dicho de manera juguetona que tenía todo el porte de una reina tirana pero Eugenia quien había crecido en un entorno adverso, huérfana de madre y casi de padre, no sabía tomar bromas del todo bien y vio aquel chiste como una ofensa mortal de la que seguía castigando a su marido hasta el presente.

Él la dejaba saber que la adoraba de pies a cabeza, que la amo desde antes de casarse con ella pero Eugenia encontraba sus muestras de afecto incómodas y evitaba sus besos tanto como podía. Bernard trataba de ser comprensivo y la dejaba ir y venir a de su mansión hasta el palacio, dónde él no se encontraba muy a gusto. O al menos no lo suficiente como los príncipes le habían sugerido hacer. O al menos así había echo Will, el menor de los tres.

No habían tenido hijos aún. Aquel tema, de ser traído a flote por Bernard, ponía histérica a la joven mujer. La idea le parecía despreciable como algún día le dijo en una de sus discusiones sobre aquello. Trató de hacerla entrar en razón de manera compasiva y a veces a gritos pero fue en vano, lo único que logró fue que su esposa se distanciara por las noches de él aún más de lo que ya lo hacía.

Raras veces dejaba que él la tocara ahora y Bernard terminó por resignarse a la idea de nunca ver a su esposa con un hijo de ambos en brazos. Pero la siguió amando de todos modos, continúo presumiendo su belleza e inteligencia a todo aquel que conocía, aunque su déspota actitud desencantaba a la mayoría después de cualquier interacción que tuvieran con ella, por más breve que fuera.

La paciencia de Bernard parecía Pender de un hilo hoy en día con lo que refería a su esposa. Desde que se dio a conocer la noticia de que su hermano Ernest iba a contraer matrimonio con una mujer que nadie conocía, Eugenia tenía más “colapsos emocionales” como él solía llamar a sus arranques espontáneos de irá. Todo parecía irritarle y varias veces sus arrebatos acababan en algún objeto roto. Lo último que había destruido fue un florero enorme, el cual había empujado al piso después de insultar y amenazar de muerte a la sirvienta que le había hecho un peinado que no le agradó.

—Bernard, debo irme al palacio ahora mismo— Eugenia abrió la puerta de su despacho sin tocar, interrumpiendo una conversación que mantenía el hombre con su contador.

Bernard se puso de pie, sonriéndole a su mujer, quien lo ignoró así como a el contador quien le dio los buenos días sin recibir respuesta. Aquella grosería hizo que Bernard tensara la fuerte mandíbula y suspirara. El contador, sintiéndose como el borde indeseado de un pan, se despidió rápidamente y salió por la puerta, dejando a la pareja sola.

—Apenas volviste hace tres días, querida. ¿No crees que deberías quedarte una par de días más antes de volver a marcharte?

—Bernard, en el Palacio me necesitan más que aquí. Además, ¡Odio tus reproches!— la voz de Eugenia brotó como un chillido agudo que Bernard encontró demasiado molesto, aunque trato de no demostrarlo.

—¿Qué es tan importante en ese lugar para mantenerte ahí por varios días?— quiso saber él, acercándose a ella despacio. Ella desvío la mirada. —Querida, te extraño demasiado. ¿tú a mí no?

Bernard la tomó por los brazos suavemente y acercó su rostro a el de ella, quien se mantuvo callada. Entonces, con infinita suavidad, depósito un beso en su boca de labios rosados. La sintió tensarse pero no se quitó, acto que él agradeció internamente. Era el primer roce físico que tenían desde que Eugenia había regresado del Palacio.

Cuando se acabó el beso, Bernard trató de besarla de nuevo pero ella aparto su rostro de manera disimulada, soltándose de sus manos y yendo hacia la ventana.

—Con la boda de mi hermano, hay demasiadas cosas que hacer,— explico ella con un tono de voz tentativo.

—Cosas de las que se encargan los criados, naturalmente— Bernard era descendiente de una de las familias más adineradas en aquel reino, estaba familiarizado con aquel estrepitoso ritmo de vida y todo lo que conllevaba, aún más que Eugenia, aunque está a veces parecía olvidarlo o bien, le gustaba pretender que él era nuevo habido en su estatuto y trataba de minimizarlo de vez en vez.

Hizo eso justo entonces, escupiendo en una especie de grito —¡Hay cosas que solo la princesa puede hacer!

—¿Si, como que?— Bernard no pensaba tolerar otro más de sus arranques. Contrarrestó el alto volumen de su voz con uno más elevado.

Eugenia permaneció silenciosa. —Preparativos que mi padre me encomendó a mí.— soltó en un murmuro.

Su esposo exhaló, sobando su frente. De pronto se sintió culpable por cuestionarla tanto. Conocía bien la tormentosa relación de su suegro y su esposa, todo lo que hacía ella era en su mayoría para complacer a su padre quien parecía un pozo sin fondo en ese sentido, nada de lo que su hija hiciera era lo suficientemente bueno para satisfacerlo. Tan pronto se casó con la jovencita, Bernard supo que su esposa pasaba casi todo el día tratando de llamar la atención de su padre pero este solo gruñía y refunfuñaba cuando la veía bailar, tocar el piano o mostraba uno de sus cuadros pintados por ella.

—¿No pueden esperar esos preparativos? De todos modos se que esa boda no te causa mucha ilusión, querida— le dijo Bernard.

—Sera mejor que los acabe pronto.

—¡La boda será en un mes!

—¡Quizás antes! Nunca se sabe. No quiero que todo se junte al final.

Bernard encontró un poco divertidas sus objeciones. Suavizó su voz y la tomo por detrás, viendo los jardines que ella admiraba profundamente mientras hablaba con él.

—Te aviso que una esposa debe estar con su esposo, estás vueltas que haces me empiezan a cansar, Eugenia— le dijo el hombre a su esposa, quien no encontró muy gratas sus palabras.

—¿Qué quieres que te diga?

—Pues algo como un “esta bien, me quedaré aquí cuánto tiempo desees” no me vendría mal…

Él dijo aquello risueño, mitad verdad mitad mentira y esperó que ella sonriera pero ni siquiera volteo a verlo.

—Quiero una fuente en el jardín.— respondió ella después de un largo rato de estar callados, él abrazándola y ella fingiendo ignorarlo.

—¿Sabes que quiero yo?— la tomó por los hombros y le hizo dar la vuelta, para mirarla a los ojos, —hacerle el amor a mi esposa.

Ella se alarmó, trato de soltarse de él pero Bernard no lo permitió. —No me apetece justo ahora.

—No te apetece nunca, pero como señor de esta casa, tomaré a mi mujer y la llevaré a la alcoba principal de esta mansión dónde de ahora en adelante dormirá con él.

—¡Las noches son terriblemente calientes, Bernard!— chilló la mujer.

—¡Pues yo las siento muy frías con mi esposa tan lejos de mi, querida Eugenia!— respondió él, imitando su agudo tono de voz.

La tomó en brazos y la llevo a la alcoba. Ahí, se encargó de liberar el joven y arrebatador cuerpo de Eugenia de sus pesadas vestimentas, para después disfrutar de cada rincón de ella.

Trató de ignorar lo tensa que se encontraba ella, trató de causarle ternura con sus suaves besos y caricias, trato de no estrujarla por demás o lastimar su cuerpo con sus movimientos pero nada parecía hacer cala en Eugenia, quien se mantuvo rígida y algo callada durante el encuentro.

Cuando todo acabó, Bernard no quiso recostarse con ella. Se levantó y la miro acostada en la cama, con un gesto que no pudo descifrar del todo.

—Vete a el Palacio si eso deseas, Eugenia. De todos modos, en esta casa no hay diferencia alguna si estás o no en ella.— no esperó a que Eugenia le contestaste, salió de su recámara rápido y no alcanzó a ver la pequeña lágrima que Eugenia derramó.

—¡Eugenia! ¡Cuánto te extrañe, hermana!— Georgiana corrió a el encuentro con Eugenia, quien sonreía de oreja a oreja.

Se fundieron en un corto abrazo y besaron ambas mejillas de la otra, sonrientes.

—¿Haz sabido algo más de esa mujer?— Eugenia preguntó en voz baja, tomando a Georgiana de el brazo y guiándola hacia los jardines, dónde nadie las escucharía.

—Me han informado que llega esta noche, creo— respondió —han enviado a Henry Eckhart por ella, según debía estar aquí desde hace días.

Eugenia apretó los labios con desdén.

—Ojala no llegara nunca. Nos va tan bien que no entiendo porque la han de traer— Georgiana se lamentó por quinta vez en el día.

—Que llegue. La enviaré de vuelta a el cuchitril de dónde salió,— Eugenia amenazo, sentándose en una de las bancas bajo la sombra de un sauce viejo situado en el medio de el jardín.

Para Eugenia, no había mujer o hombre lo suficientemente buenos para unirse a los Invictus. Encontraba a casi todo el mundo irrelevante y soso. Que tuvieran que emparejarse con otra gente nunca le pareció algo muy grato, aunque se les obligara a hacerlo, como los ministros hicieron con ella años antes.

No toleraba la idea de que un día, habría otra mujer en el palacio. Peor aún, en su familia y en un puesto sobre de ella. Una reina a la cual tener que hacer reverencia y alabar por el simple hecho de respirar. Esto todo el mundo lo sabía, la princesa Eugenia nunca trató de esconderlo. Pero secretamente, odiaba también a esa desconocida pues se decía que era terriblemente bella, aunque nadie conociera sus rasgos exactos.

Se suponía que ella era la mujer más bella de la capital, con sus ondas de cabello rubio y alargados ojos azules, su gracia y porte elegante. A la par de su hermosura natural, iba el impecable atavio que ella misma diseñaba. Sus enormes y complejos sombreros con caras plumas, sus exquisitas joyas de valor incalculable…era deseada y envidiada por todo el mundo y saber que una forastera le robaría la atención pronto la ponía de terrible humor.

Preferiria que su hermano se mantuviese soltero toda la vida, pero sabía que eso no podría pasar. El trono necesitaría un heredero legítimo para tomar el mando cuando ella y sus hermanos ya no estuvieran presentes en aquel mundo y por su parte, no pensaba dar hijo alguno a nadie.

Por otro lado estaba su hermano menor Will, quien ya había Sido llamado para que regresara a el reino. Pero era un niño en el cuerpo de un hombre con la actitud de soñador y poeta filántropo. El más joven de los Invictus había nacido con la bondad de su madre y desde que tenía memoria, Eugenia recordaba a el chico ayudando en lo que podía a los asquerosos pobres.

Eso definitivamente no iba con la personalidad de un rey poderoso, se necesitaba a alguien con carácter y mente de gobernador, estricto y responsable, astuto y fuerte. De no tener faldas, Eugenia creía que aquel puesto le iría muy bien a ella. Después de todo su propio esposo la había llamado “reina tirana” y ¿Qué no los tiranos duraban más en sus tronos que los reyes compasivos?

—¿Crees que Ernest guste de ella?— Gerogiana preguntó, con los ojos cristalinos.

—¿Más de lo que gusta de ti? Lo dudo. Ya te lo dije, esa no se puede comparar contigo.— su voz fue clara y precisa.

Gerogiana esbozó una sonrisa con los ojos brillantes de esperanza. —Quizás en otra vida pudiéramos…

Eugenia la detuvo, —¿En otra vida que? ¿No te agrada lo que son ahora? ¿A caso su actitud en la cama no te deja saber lo mucho que te ama, Georgiana?

—¡Oh, vaya que si!— la joven se ruborizó, un poco apenada. Dejó que su mente bailará con los recuerdos donde estuvo con su amado Ernest.

Eugenia levantó la ceja. —Pues bueno, ¿de que te quejas? La tía Adella nunca te separaría de mi hermano. Sabe cuánto lo amas.

Y ella jamás se separaría de nuestro dinero, eso es lo que más ama. Pensó Eugenia.

—yo realmente no creo que Ernest me aparte de su vida por ella, ¿no? Todo el mundo posee a otra mujer a parte de la que desposan. — Georgiana dijo aquello de manera queda, sonaba como si tratara de reconfortase, en vez de aliviar a su prima. Recordando que la princesa estaba casada, se disculpó —Bueno, no todos. Bernard en verdad te ama y yo no pienso que— hablo rápidamente.

Eugenia la volvió a cortar. —Lo que mi marido haga detrás de mis espaldas es su problema. Además, no creo que ninguna otra le cruce el pensamiento si está conmigo. Soy joven, hermosa…— Eugenia empezó a contar sus virtudes —¡y además soy la princesa! No hay nadie que valga más que yo. Menos para él.

—no hay duda de eso, su alteza real. — Georgiana le sonrió a Eugenia.

A Eugenia le gustaba mantener a su prima cerca de ella, compartían opiniones en muchas cosas, era hermosa pero no más que ella, educada y refinada, de una gracia que le iba a la par con la suya.

Se habían criado juntas, sus madres eran primas y cuando empezó la guerra, el padre de Georgiana había muerto en acción. Los Invictus habían alojado a la viuda y a su pequeña hija, dos años menor que Eugenia y encontraron reconfortantes la presencia de la otra. Aunque no así la de Adella.

Desde adolescente, Eugenia había notado como la mujer se insinuaba a su padre y no dudaba que eran amantes. Eso lo podía soportar, incluso comprender, lo que encontraba desquiciante era que Adella a veces trataba de tomar un rol de madre para ella, tratando de aconsejar y corregir a su sobrina, lo cual era imperdonable para Eugenia ya que era su superior.

Su padre hizo caso omiso a las quejas de Eugenia quien no pedía que echarán a Adella y a Georgiana del palacio, sino que se le recordara que estaba por debajo de ella a Adella y que así dejase de tratar de actuar como si fuese su madre. Con el paso de los años, Adella nunca dejo aquellas actitudes y cuando se casó, Eugenia le reprendió cuando trato de regañarla.

—Soy tu princesa, Adella. A veces parece que lo olvidas, pero te lo recordaré cuántas veces sean necesarias así que no vuelvas a hablarme así!— le había dicho, cuando le reprochó como desobedecía a Bernard.

Desde entonces, habían compartido una relación algo tensa y trataban de evitarse la una a la otra tanto como podían. Aún así, Georgiana nunca dejo de querer a su prima, a quien admiraba y halagaba cada que creía oportuno.

Georgiana había estado enamorada de Ernest desde mucho antes de que su padre muriera. Que aquel suceso trágico le hubiese dado la oportunidad de estar más cerca de él era lo único que hacía algo tolerable su enorme perdida. A él no le era indiferente, pero trataba de ser tan prudente como le fuera posible cerca de ella ya que cualquier gesto extraño levantaría sospechas.

Ella había esperado lo suficiente para declarar su amor, dándole pie a un especie de extraño cortejo que saltaba todas las reglas de la sociedad. A él le encantaban su voluptuosas curvas las cuales eran más pronunciadas cuando esté había vuelto de su servicio militar, al cual fue obligado a ir por su padre. No tardó mucho para desvirgar a Georgiana quien estaba completamente feliz de consumar su amor con su adorado Ernest.

Mantenían una extraña relación, dónde ella no estaba autorizada a recibir cortejo alguno de parte de cualquier otro hombre que no fuese él. Ernest era terriblemente autoritario, posesivo a el punto de que mantenía s Georgiana escoltada a todas horas. Si salía del palacio, él debía estar enterado, si iba a haber un baile, estaba prohibido aceptar cualquier invitación a bailar si se trataba del sexo opuesto.

Ella permitía todo aquello, incluso tenía que mantenerse callada cuando había rumores de que el príncipe mantenía relaciones con alguna bailarina o cantante de ópera que se encontrara en la ciudad. Ernest nunca habló sobre formalizar, nunca prometió tomarla como esposa, sabía que su rango no iba de acuerdo con el protocolo para la reina que necesitaría.

Aún así, no daba fin a aquello. La única que estaba enterada sobre sus relaciones era Eugenia. Quizás una que otra sirvienta que sabía muy bien que no debía hablar sobre eso. Para eugenia, la idea de que Ernest nunca se casara le iba bien a ambas. Si tuviese un hijo con georgiana, la sociedad tardaría en aceptarlo pero si no quedaba otra opción, tendrían que tomarlo como heredero.

Así, no habría reina que opacara a la princesa, y ambos problemas se solucionarían. Sabía que Georgiana nunca aspiraria a ser algo más que la amante del futuro rey, así que sus planes no se estropearían. Pero con la llegada de aquella infame mujer, todo cambiaba para ambas.

—Es imperativo deshacernos de esa mujer.— le recordó Eugenia, —su estancia en este palacio debe ser tormentosa a toda costa.

—No hay nada que me interese más en este mundo que verla caer, Eugenia.— Georgiana subrayó, poniendo énfasis a la palabra caer.

—Vaya que lo hará. Solo deja que llegue. En menos de un mes, regresara de dónde vino.

El brillo en los ojos de Eugenia era propio del de una mujer despiadada. Contrarrestaba con la mirada de angustia que Georgiana poseía en sus ojos pálidos desde hacía una semana, cuando se dio a conocer la noticia de que Ernest contraería matrimonio con una mujer elegida por Peter.

Un trueno sonó sobre sus cabezas en el cielo nublado. Unos nubarrones grises se formaron sobre de ellas y pronto dejo caer unas gotas pequeñas que se volvieron chubascos intensos, provocando que entrarán a el palacio corriendo para no arruinar sus vestidos o peinados.

Una tormenta se desató afuera, casi tan estrepitosa que la que se desató dentro de las decididas nobles.

Capítulos
1 capitulo uno "el viaje"
2 capitulo Dos "Enferma"
3 Capitulo tres "¿rescatada?"
4 capitulo cuatro "La Princesa Perfecta"
5 capitulo cinco "mi aliado el conde"
6 capitulo seis "escapando"
7 capitulo siete "Llegando a el palacio"
8 capitulo ocho "Deshonrada"
9 capitulo nueve "Planes"
10 capitulo diez "reencuentros inesperados"
11 Capitulo once "La marquesa"
12 Capitulo doce "Una lady y su dama"
13 Capitulo Trece "Verde"
14 Capitulo Catorce "Mujeres Peligrosas"
15 Capitulo 15 "La orden de la princesa"
16 "Pasiones Dañinas"
17 Capitulo diecisiete "Un viaje al pasado"
18 Capitulo dieciocho "La misión de Emma"
19 Capitulo diecinueve "El obsequio"
20 Capitulo Veinte "Lucha"
21 Capitulo 21 "Enemistades y amores errados"
22 Capitulo 22 "La Coronación"
23 Capitulo 23 "Belleza Inesperada"
24 Capitulo 24 "Contigo"
25 Capitulo veinticinco "Adiós, Majestad"
26 Capitulo veintiséis "Otra desgracia?"
27 capitulo veintisiete "Confesión"
28 Capítulo veintiocho "Misterio en la corte"
29 capitulo veintinueve ''el beso de un príncipe "
30 capitulo treinta "Impulsos"
31 capitulo treinta y uno " Rechazos y sueños "
32 capitulo 32 "Huye conmigo"
33 Capitulo 33 "entre las sábanas de un rey"
34 capitulo treinta y cuatro "Discusión"
35 capitulo treinta y cinco "Sorpresa I "
36 Capitulo treinta y seis “Peticiones”
37 Capitulo treinta y siete “Sorpresa II”
38 Capitulo 38 “Hermanas”
39 Capitulo 39 “Reina”
40 Capitulo 38 “Hermanas”
41 Capitulo 40 “guerra declarada”
42 Capitulo 41 “Lejos de la Ciudad”
Capítulos

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1
capitulo uno "el viaje"
2
capitulo Dos "Enferma"
3
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6
capitulo seis "escapando"
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