Capitulo Veinte "Lucha"

Iba ataviado de un saco violeta y un cuello plateado. Su ondulada cabellera estaba peinada hacia atrás y en su mirada Lucia un gesto impasible.

Se sintió muda y pronto agachó la mirada. Emma también mantuvo su vista en el suelo.

—¿No saludas a tu príncipe, mujer?

Anelise se mantuvo callada.

—Creí que venías aquí justo a aprender modales y saber cómo dirigirte a tus superiores. ¿O estoy en un error?

Anelise mordió el interior de su mejilla y se obligó a levantar la mirada. Aunque verlo a la cara era una de las cosas más difíciles de lograr en su vida hasta entonces.

—Buenos días, su Alteza Real.— dijo en voz baja.

Él la miro de pies a cabeza y se acercó a ella. Cuando estaba a menos de un metro de distancia, la obligó a mirarlo tomándola del rostro. Analizó sus facciones armónicas y fijoó sus ojos oscuros en los de ella.

—Es increíble como en tu familia la mayoría se parecen. Aún recuerdo que cuando llegué a este palacio, había cientos de cuadros colgados en todas las paredes. Había una galería especial dedicada a tu familia, dudo que lo recuerdes…— le explicó Ernest —Estaban acomodados en orden cronológico…los reyes. Algunos príncipes. Pocas princesas. Las consortes de los monarcas.— hizo una pausa y enterró sus dedos en las mejillas de Anelise —Yo fui de los que bajó esos cuadros y los lanzó a las fogatas en los jardines. Recuerdo bien los cuadros más…recientes. Uno en especial. Un hombre alto con su reluciente corona, su hermosa esposa y sus cuatro brillantes hijos. Tú con tu cabello rojo. Y tus hermanos completos. Antes de que mi padre y sus hombres cortaran sus gargantas tan profundamente que sus filos chocaron con su espina vertebral.

Anelise apretó los ojos, asqueada se sentirlo tan cerca de ella y escuchando lo que le decía. Trató de guardar las lágrimas y mordió su labio.

—Mírame cuando te hablo.— le dijo en un susurró gutural, muy cerca de su rostro.

—No lo haré si no lo deseo.— respondió ella en una voz temblorosa.

—Vaya! Que rebelde te haz vuelto. Fue lo que te enseño ese conde?— preguntó Ernest, burlón. —¿A caso te habrá dado lecciones de algo más?

—¿Por qué no lo compruebas por ti mismo?

Ernest sintió su sonrisa desvanecerse. Con su mano libre, empujó a Emma fuera de la habitación y cerró la puerta para luego aventar a Anelise contra está, dónde choco y emitió un grito.

Ernest la tomo por los hombros y volvió a azotarla contra la puerta cerrada.

—Voy a quitarte lo bocona. — la amenazó. Después metió sus dedos en el escote bajo de su vestido y le dio un firme tirón, desgarrando la tela.

Dejo a la vista el corsé y volvió a aventarla contra la puerta pero Anelise ya no volvió a gritar. Al contrario, lo miró con furia. En sus ojos verdes se apagaba la inocencia y se encendía el odio.

Ernest la hizo darse la vuelta, presionando su rostro contra la fria puerta de caoba. Ella respiro ajetreada cuando sintió como el príncipe empezaba a levantar sus faldas.

—Veamos que tan bien te enseñó ese conde.— dijo contra su oído.

Anelise cerró los ojos, sabía que si ponía resistencia sería peor para ella y trato de mantener su mente clara, aún en la adversidad.

Sintió sus manos en sus enaguas, rozando su entrepierna. Sintió su tacto ahí dónde no deseaba ser tocada mientras desgarraba la tela que la cubría. Empezó a respirar por la boca, escuchando como Emma golpeaba la puerta desde afuera y gritaba que la dejara entrar, gritando que no le hiciera daño a su ama.

Ernest la tomo con ambas manos por las caderas, jalándola hacia él y Anelise sintió el roce endurecido de su miembro frotándose contra ella. La repulsión que experimentó la cegó y sintió un nudo en la garganta, propio de las náuseas que estaba sintiendo.

Su virtud, Su Virginidad…

Iba a perderla en una de las peores maneras posibles, producto de ser forzada por aquel nefasto príncipe. Sabía que tendrían sexo dado el momento pero nunca lo imagino así, antes de su boda y en un lugar tan remoto como un salón, con los guardias y Emma escuchando afuera.

Cuando estuvo a segundos de penetrarla, Ernest sintió el tirón que alguien le dio por la espalda.

—¡Suéltala!

El recién llegado lo hizo girar y asestó un puño en la boca de Ernest, haciéndolo gemir y caer al piso. Anelise miro el acto incrédula, cruzando sus brazos sobre su pecho descubierto.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo, Edmund?— gritó Ernest, poniéndose de pie.

—Eso es lo que debería de preguntarte yo.— gruñó el joven —¿Ibas a deshonrar a esta mujer así?

¿Abusando de tu fuerza?

—Ella es mía. Me pertenece por derecho de conquista. Nuestra padre me la dio a mi para hacer de ella lo que quiera— Ernest se lanzó a Edmund después de decir esto, empujándolo con fuerza.

Edmund volvió a asestar otro puñetazo en su hermano, pero está vez en su pómulo. Ernest le devolvió el golpe y Edmund esquivó el segundo.

—Eres un desgraciado ¡Violador!

Anelise abrió la puerta y Emma entro casi corriendo, abrazándola en cuanto puso un pie adentro. Al instante, reconoció a Edmund. Era el hombre al que había llevado a su habitación una noche antes.

Ambas mujeres vieron a los hombres deshacerse en golpes. Pronto hubo sangre y cayeron al piso, enredados uno con el otro. Gritándose, gruñendo, golpeándose con odio. Parecían desconocidos en aquel instante, no hermanos.

Edmund se posicionó sobre Ernest, enredando sus dedos en el cuello de su contrincante. Empezó a asfixiarlo, con una mueca de desdén. Mostraba los dientes y tenía la nariz arrugada, un gesto que demostraba la fuerza que estaba haciendo al inmovilizar a su hermano de el cuello.

—¡Te odio!— gruñó Edmund.

De afuera, entraron los guardias. Tomaron a el príncipe Edmund de los brazos para separar la pelea. Lo levantaron y llevaron a el otro extremo del salón. Ernest se puso de pie lentamente, tenía un gesto adormilado y estaba bastante pálido de su rostro.

—¡Estaremos perdidos con un violador como tú de rey!— le gritó el Joven Edmund.

—No lo vas a saber. Te voy a mandar a el fondo de el lago en cuanto sea coronado.— la voz de Ernest estaba ronca y le dolió la garganta al hablar.

Después, volteo a ver a Anelise y a Emma encorvadas una sobre la otra. Estaban abrazadas y miraban con miedo a el príncipe.

—Nos volveremos a ver, Anelise. Y esa vez no habrá nadie que venga a defenderte.— sentenció su prometido.

Después, salió de el Salón Violeta y se fue. Los guardias por fin soltaron a el menor de los príncipes y salieron tras su futuro rey. Edmund tardó en recuperar el control sobre si mismo. Cuando lo hizo, se acercó a las damas.

—Lamento que fuese atacada… así. Y que haya tenido que presenciar tal…primitiva pelea.— Edmund dijo. Una marca violácea ya se estaba formando a un lado de su boca, o quizás ya la tuviera cuando llegara.

Anelise estaba en shock, aún abrazada a Emma. Lo miró aterrada. Emma al notar que no podía responder, dijo —Gracias por defender a mi ama. No sé que habríamos hecho sin usted.

—Debería empezar a cargar una daga, mi lady.— Edmund sonrió —Son tiempos peligrosos después de todo.

—Pero a Sido su hermano quien me atacó. ¿La idea de que yo lo hiera no le molesta?— preguntó Anelise, mientras una línea se formaba entre sus cejas.

—Es un abusador.

—Su padre el rey no lo verá así. Tampoco el resto de la corte. Él es intocable, señor.— La voz de Anelise estaba cargada con furia. Parecía odiar a Edmund así como a Ernest. —¿Es esto a caso una trampa?

—Ninguna trampa. Él dejara de ser intocable cuando la gente así lo desee. Incluida usted.— respondió sencillamente Edmund, acomodando el puño de su camisa.

Anelise no respondió. Lo siguió viendo extrañada. Después él hizo una especie de reverencia y se fue, dejándolas solas.

—Emma. Necesito deshacerme de mi prometido,— le dijo en voz baja —Tiene que ser el primero en irse. Después el resto de su familia.

—Es obvio, Anelise. Él puede matarte con sus propias manos. ¡Es un enfermo!

Anelise puso un dedo sobre sus labios, pidiéndole que bajara la voz. Inhaló profundamente. —Henry ya no vendrá. ¿Verdad?

Emma mordió su labio y sacudió su cabeza lentamente. —No lo creo. Y creo que ya sabemos quién es el responsable de eso.

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