Era de noche, las luces del palacio estaban apagadas y ya no se escuchaba a nadie caminando por los amplios pasillos de aquel lugar. No había criados hablándose entre ellos. No había princesas gritando enfurecidas, ni nobles que escupieran ordenes por doquier.
Una suave brisa abrazaba la imponente silueta del palacio, acariciaba con su frescura las ventanas y movía las cortinas pesadas. Analise ya estaba en la cama, dormida, como la mayoría de los que residían ahí. Emma aún dormía con ella, por órdenes de Anelise quien tenía a qué sufriera otro atentado.
Era su única amiga, la única en la que confiaba a parte de Henry. La sola idea de perderla la aterrorizaba. Esa noche, emma esperó a que ya estuviese en la cama dormida para salir de la habitación compartida de nuevo.
Llevaba puesto solo un sencillo blusón. Abrió la puerta suavemente y saco la cabeza para inspeccionar que no hubiese nadie en el pasillo. Al ver que estaba desierto, salió y cerró la puerta. Caminó hacia las escaleras, casi en puntillas y agudizando la vista para ver si había alguien que pudiese estarla viendo.
Bajó por los escalones y camino hacía el salón violeta, dónde a diario acompañaba a Anelise para encontrarse con Henry. Cada día se mantenía sentada en una alejada silla, viéndolos hablar. A veces danzaban y otras reían. Eso era lo que más sucedía últimamente, parecían reírse de todo.
Emma nunca pensó ver a la pelirroja en un humor tan ligero, se tornaba risueña cuando estaba en presencia de Henry, muy distinta a como se volvía cuando estaba en su habitación encerrada o cuando caminaba por las escaleras para volver a su prisión.
Emma también notaba como el hombre miraba a la joven. La suavidad en su mirada evidenciaba la ternura que sentía por ella.
La forma gentil en la que se dirigía a Anelise era muy distinta a como le hablaba a los sirvientes del palacio, a el músico o a cualquier guardia que irrumpiera en el salón violeta repentinamente, con el fin de tratar de sorprenderlos en lo que sea que estuviesen haciendo.
Cuando se enteró de lo que le habían hecho a los aposentos de Anelise, Emma vio como su rostro se enrojeció y apretó los puños. La furia se hizo evidente en todo su cuerpo y maldijo en voz baja.
Entro a el salón violeta y cerró la puerta tras de si. Silenciosamente, se acercó a el ventanal como él le había dicho que hiciera.
Al abrir la puertecilla de la ventana, saco la cabeza y trato de divisar a alguien ahí. De entre las sombras, vio emerger una silueta. Después otra que iba muy pegada a la primera. Sus sentidos se alarmaron y sin decir nada, espero a que ambas personas se acercaran a ella.
Al estar a unos metros de su rostro, pudo ver sus caras. Eran un hombre y una mujer, ya maduros y venian ambos con trajes oscuros, con intención de mezclarse en la oscuridad.
—Buenas noches señorita Emma.— el hombre musitó en voz baja, aproximándose más hacia ella.
—¿Trajeron el paquete?— preguntó ella.
—Justo como lo pidió su gracia el conde. ¿Alguien la vio bajar?— pregunto el hombre, quien poseía una figura esquelética y era más alto al promedio de la gente que conocía Emma.
—Nadie.
Entonces giró su cabeza hacia la mujer, quien se mantenía a unos pasos atrás mirándolos en silencio. Tenía la boca en un rictus severus y sus ojos mostraban confusión e incluso un poco de temor. Emma alzó una ceja y un mechón de cabello cayó sobre su ojo.
—Su acompañante luce muy asustada.
El hombre volteo a ver a la mujer. Su cabello era cano y tenía la cara casi llena de arrugas. Rondaba quizás los sesenta años, quizás menos o quizás más. Aunque se veía aún muy fuerte, Emma se pregunto cuan resistente era para estar ocupando el puesto que ocupaba en aquella conspiración.
—Es normal, ¿No lo cree? Estamos escabulléndonos a el palacio real. De ser atrapados, nos ejecutarían. — le recordó el hombre, —¿Quiere que Myrtle este sonriendo, señorita?
—Tienes una boca muy grande para un rostro tan pequeño, hombre — dijo Emma, alzándose sobre sus brazos, y cerniendo los dedos en la orilla de la ventana.
—Y usted mucha confianza, señorita, para dirigirse así a un aliado.
—Soy una mujer independiente antes que una simpatizante del movimiento—dijo — Antes de venir aquí, ya había aprendido a lidiar con varias personas igual de arrogantes que usted. En especial hombres.— Emma lamió sus labios y sonrió con algo de cinismo.
El delgado hombre mantuvo su rostro impasible. —¿Su pasado difícil le hace creer que tiene el derecho de estar a la defensiva todo el tiempo, señorita?
—Algo hay de eso.
Iba a escupir algo en su defensa, pero Myrtle cortó la palabrería con un severo ssshhhttt!
—¡Basta ya! No hay tiempo que perder. Cualquiera puede darse cuenta de su ausencia allá arriba.— dijo la vieja. —recibe lo que se le a enviado a tu ama.
Emma lanzó una última mirada acusadora a el varón y después extendió sus brazos hacia la mujer. Myrtle empujó una bolsa de cuero amplia hacia ella y Emma lo tomó. Era algo pesada y la bajo a sus pies silenciosamente..
—Envíe saludos a el conde de nuestra parte,— pidió Emma, —esperamos verlo en el baile. Hágan que esto llegue a él por favor.
De el interior de su blusón, extrajo una pequeña nota. Iba sellada con cera que emma había robado a un contador o ministro del ala norte días antes.
Myrtle tomó el papel como si fuese sagrado y asintió. Entonces, sonrió y emma le devolvió el gesto con una ligera curvatura de sus labios. Notó como la vieja fijo su mirada por un par de segundos más aunque ella ya hubiese parado la mirada.
—Gracias por tomar el riesgo.— les dijo a ambos y después los vio desparecer entre los arbustos.
Emma cerró la ventana y tomó la bolsa de cuero, para después salir de el salón violeta caminando sobre sus puntillas. Cerró la puerta después de una rápida inspección de el pasillo y se dirigió a las escaleras curvadas de el recibidor.
Iba a media escalinata cuando escucho como la puerta principal se abrió. Su corazón se aceleró al instante y se supo descubierta, no había a dónde correr ni dónde esconder la cabeza. Desde las escaleras, con la poca luz de las velas que seguían prendidas, logró ver la figura masculina de el recién llegado. Emma se mordió el labio, ansiosa.
Entrecerró los ojos y vio como la figura se tambaleaba. Estaba maldiciendo en voz baja y traía una botella de vino medio vacía en una mano. Dio unos pasos y tropezó, lo cual lo hizo estallar en una risotada.
La profunda carcajada resonó por todo el salón principal y Emma se preguntó cuánto tardarían en llegar a buscar a el recién llegado. Se dio la vuelta, lista para seguir con su huida pues creía que un noble ebrio no podría verla ahí ni mucho menos castigarla. Había dado cuatro pasos cuando escuchó un profundo:
—¡Hey!
Se quedó helada en su lugar y tragó saliva secamente. Reuniendo valor, volteo a ver a el hombre, quien trabajosamente empezó a subir las escaleras. Al estar más cerca de emma, pudo ver detalles de su apariencia antes inadvertidos.
Llevaba el cuello de la camisa suelto y el moño deshecho. Su saco estaba rasgado de un lado y se veía algo sucio, como si hubiese Sido revolcado en el suelo.
El cabello castaño estaba enmarañado y con hojas secas entre los mechones. Las mejillas estaban sonrosadas y los labios algo hinchados. Había sufrido algún tipo de accidente, sin duda.
—¡Hey!— repitió, más fuerte y con las cejas uniéndose en un gesto de molestia. Emma suprimió un grito de desesperación. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que lo escuchará algún sirviente? ¿Cuánto tiempo hasta que la encontrasen in fraganti con la bolsa de cuero?
—¿Si, señor? ¿Necesita algo?— Emma recordó que era una criada ahí y retomo su actitud de sirvienta, la actitud que todos tenían en ese lugar y la que era esperada por la gente de alto rango.
—Si…mi ropa. Necesito un… cambio.— le dijo y Emma notó que estaba muy subido de copas.
Demasiado.
Tambaleó un par de escalinatas hacia ella y volvió a tropezar, aterrizando sobre sus rodillas casi a los pies de emma quien se sobresalto al verlo caer.
—¡Señor!— gritó por la bajo Emma.
Él empezó a reír. —oh! No es nada! No es nada!— una cascada de genuina risa abrió paso por su pecho —dios, ¡El palacio se mueve debajo de mi!
Emma lo vio ponerse de pie. Se sostuvo de el barandal y volvió a avanzar hacia ella. Se detuvo muy cerca de ella, quien tenía la bolsa de cuero abrazada a su pecho. El hombre se acercó demasiado a ella, quien lo tuvo lo suficientemente cerca para ver un tenue rocío de pecas sobre su nariz y mejillas.
La mirada se veía decaída y la sonrisa amplia.
Sintió su aliento ebrio, pero no sintió asco como en el pasado, cuando le tocaba lidiar con los borrachos heridos que llegaban a la clínica del doctor Watts.
—Necesito…ayuda. Con mi rompa…ehhhh ¿Comprendes? Llama a Wallace.
—¿Wallace?— repitió ella.
—mi criado, por favor! Quiero ir…cama…— volvió a desfallecer sobre ella y de no ser por sostenerse de el barandal, Emma se hubiese ido al suelo junto a aquel ebrio.
Dios mío. ¡que lío! Pensó ella.
—Si, Wallace, si…lo llamaré. Pero primero lo llevaré a su habitación, si?— podía dejarlo tirado en sus aposentos, si es que poseía unos en el palacio, claro y después huir a la habitación de Anelise. .
—Pergecto…permecto…oh, eso…perfecto…
—¿Tiene habitación aquí? Es un invitado?
Quizás se trataba de un embajador, un ministro, un señor de la corte que venía de paso… no estaba del todo enterada de quién entraba o salia de el palacio. Su existencia se centraba en atender a Anelise, acompañarla a el salón violeta y luego ir a “contarle todo" a Adella Gillingham.
—Invitado?— rió por lo bajo —Habitacion, habitación… es en el ala Este…puerta de caoba.
—Todas las puertas de aquí son de caoba, señor.
—la tercera…hhmm…ahí.
Emma cruzó el brazo de el varón sobre sus hombros y lo arrastró hacia donde había dictado. Tenía un brazo rodeando su cintura y con el otro abrazaba la bolsa de cuero. Lentamente, con dificultad, cruzaron los pasillos hasta llegar a el ala Este. Se preguntó dónde estaban los guardias que solían cuidar los pasillos y sintió alivio al no cruzarse con ninguno hasta entonces.
Contó las puertas y se acercó a la tercera. Enredó los dedos en la perilla de la puerta de caoba labrada y sintió un mariposeo en su estómago al ver que se abrió con facilidad. Entró rápido, cargando a el hombre y lo lanzó a el suelo, dónde cayó sin gracia y sin emitir ruido alguno.
En la oscuridad, diviso la enorme cama y el fino inmobiliario del lugar, harto distinto a el de la habitación de Anelise. Los muros estaban almohadillados y toda la habitación estaba decorada en lujo y extravagancia. Había un fuerte aroma a cuero, plomo y almizcle. Inhaló profundamente, llenando sus pulmones del delicioso aroma a hombre que había en la habitación.
Lanzó sus ojos alrededor de la habitación y diviso una vitrina con un almohada roja y sobre está, una especie de corona…estaba hecha delgada comparada a la del rey y tenía talladas unas hojas y ramas. Una corona…una corona…una habitación privada en el palacio…
¿Quién era aquel hombre?
Se volvió a verlo, dónde estába tirado en el suelo y dónde parecía estar ya dormido. Roncaba suavemente y empezó a reír dormido. Entonces, despertó, sobresaltado y recito lo que parecia un poema.
De su cabeza rizos dorados caían,
Bella como dolorosa,
De piel blanca y complexión hermosa,
Sus amores tan ansiados, nunca ganados, es esa
Brisa fresca en un seco verano,
Amarla es pecado, poseerla mi legado, tan mía como de todos,
Siempre compartida…
Y después calló y volvió a recostar la cabeza en el suelo. Acostado empezó a pedir —Ropa! Ropa! Quítame la ropa!
En un tono adormilado y con voz quebradiza. Emma sintió pena por él y dejando el bolso en el suelo, fue hacia él y le ayudo a sentarse en el suelo. Trabajó rápidamente para quitarle el sucio saco, termino de deshacer el cuello y arrancó de un tiron la prenda, no molestándose en quitar los botones ni ganchos.
Pronto el pecho estaba descubierto y el aspecto firme y juvenil del noble la hizo contener la respiración. El ebrio poseía una musculatura envidiable. Tenía unos brazos anchos y una dura banda inflexible que formaba sus pectorales. Estaba algo bronceado, demasiado de hecho, y al instante supo que quizás disfrutaba a menudo de actividades al aire libre dónde podía andar sin…camisa.
Emma le quitó las hojas del cabello, sacudió sus mejillas y lo levanto de suelo para arrastrarlo hacia la enorme cama endoselada. Al tratar de aventarlo como lo había hecho antes, se enredó en sus piernas y aterrizó en el colchón bajo él.
—¡Dios santo!— pudo sentir su calidez presionándose contra su blusón y atravesando hasta llegar a ella. Sintió sus mejillas arder y lo empujó.
Él estaba ya dormido, no parecía estar consciente de nada de lo que sucedía. Bien podría apuñalarlo en el estómago y él no estaría enterado de nada.
Emma se puso de pie y lo miró acostado en silencio.
Lucia bastante pacífico ya dormido y se pregunto si mañana recordaría a la extraña que lo había llevado a su habitación. Alargó su mano hacia él, inclinándose sobre su cuerpo y rozó sus dedos sobre la boca hinchada.
Quizás había sufrido un atentado. Quizás participó en una pelea campal en algún club. Quizás se batió en duelo con algún rufián. Quizás había caído de su caballo. Tantas posibilidades y ella nunca sabría que le había sucedido a aquel noble.
Sin demorar, tomó su bolso y salió corriendo hasta el otro extremo del palacio, dónde Anelise la esperaba. No supo por qué, pero no pudo borrar el rostro de aquel hombre de su mente en todo el trayecto.
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Updated 42 Episodes
Comments
Rose
a emma ya te q enamoraste espero q le puedas hacer olvidar a Georgina
2024-01-02
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Andrea Venezia
hay me encantó el encuentro de Emma y Edmund...
2023-12-31
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Norvis Padrino
Estoy segura que Emma es hermana del Conde
2023-11-11
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