Era mediodía y Anelise no tenía ánimos de salir de entre las cobijas, dónde se refugiaba tapándose la cabeza con ellas. Le habían dado una habitación en la segunda planta, una de tamaño considerable pero que al entrar no tardó en darse cuenta que llevaba años sin usarse. Había sábanas cubriendo los muebles, un tocador con espejo roto, ventanas empañadas, cama endoselada con hoyos en la madera y un edredón que olía a humedad. El tapizado era viejo y tenía manchas verdosas que le revolvían el estómago.
Se le hizo vagamente familiar, como el resto del lugar, pero en su mente había una especie de velo blanco que cubría la mayor parte de sus recuerdos de la infancia cuando había vivido en aquel sitio.
Las sirvientas iban dos veces al día, la primera para llevarle una sencilla charola de alimentos para su desayuno y la segunda para darle su cena, que a veces consistía de una fruta o dos bísquets.
Ninguna le hablaba, ni le miraba a los ojos, siempre manteniendo su vista en el suelo y sus bocas apretadas. Parecían asustadas y en ocasiones portaban marcas violáceas en sus rostros. Aquello era preocupante para Anelise quien no tardó en descifrar que si hacía algo fuera de lugar obtendría un castigo físico.
Al final, el conde Eckhart no había mentido cuando dijo que de escapar, sería cazada y torturada hasta acabar muerta.
Su mente revoloteaba con recuerdos de los días pasados, analizando cada cosa que había sucedido y interpretando sus propias emociones. Tenía mucho tiempo para aquello. De hecho, tenía demasiado tiempo libre. Lastima que tendría que estar encerrada en su mal oliente habitación.
Ese era su castigo, ordenado por su prometido. No quiero verla hasta el día de la maldita boda. Eso había dicho, esperando herir a Anelise, sin saber que la estaba liberando del martirio que era tener que convivir con aquella espantosa familia.
Estaba acostumbrada a las habitaciones horribles, a ser ignorada, a no comer como era debido, a tener miedo de ser golpeada, a no saber nada de nadie y ser insultada. Si creía que era algo nuevo para ella, estaba muy equivocado. Pero le otorgó el beneficio de la duda y aprovecho aquellos días para descansar como nunca antes.
El hecho de que ya había Sido aceptada en el palacio le ofrecía un alivio inmenso. El cincuenta por ciento de el trabajo ya estaba hecho con aquel suceso. Aún si había Sido ultrajada frente a Henry Eckhart.
Eckhart…¿Dónde estaría? ¿A caso no lo volvería a ver? ¿A caso la había engañado para llevarla al palacio sin otro inconveniente? ¿Había Sido todo mentira?
La vergüenza que sintió durante su revisión regresaba de vez en cuando. Era un pensamiento intrusivo que la atacaba en los momentos más inesperados. Mientras trenzaba su cabello o tiraba del papel tapiz, volvía a sentir la mortificación de aquel día, volvía a sentir los desvergonzados dedos en su feminidad y se echaba a llorar, agradeciendo que estaba sola en aquella habitación oscura para no ser vista por nadie.
La intranquilidad la asediaba por su futuro incierto pero se la pasaba dormida para no seguir pensando. Lloraba durante largos ratos en silencio y otros rezaba. Pero el ínterin, su cuerpo se fue recuperando. Las comidas constantes y el descanso se deshicieron de los últimos estragos de la neumonía y aunque su nuca le dolía en ratos, no dio más problemas.
El noveno día de aislamiento, hubo un cambio en su rutina. La puerta de su habitación se abrió de golpe, interrumpiendo su sueño y obligándola a ponerse de pie. Entró un ejército de criadas, muy distintas a las que la habían estado atendiendo los días pasados.
No llevaban una charola de desayuno en aquella ocasión, si no unas tinas llenas de agua humeante. Otra llevaba una cajita de botellas de colores y formas extrañas que Anelise nunca había visto antes en su vida. Y frente a todas ellas iba una mujer mayor con un vestido oscuro. Era rubia, alta y demasiado delgada. Tenía unos ojos color oscuro y llevaba su cabello en un sencillo agarrado detrás de su cuello.
—¿Qué está pasando?— preguntó Anelise, alarmada —¿Quién es usted?
—Soy Adela Gillingham, niña, y e venido a asearte.— anuncio la mujer. —Hoy te espera un gran día.
Anelise de pronto se sintió muda. No reaccionaba y después de un chasquido de dedos de Adella, un par de sirvientas fueron hasta Anelise. La arrastraron fuera de la cama y levantaron su camisón por encima de su cabeza, dejándola desnuda.
Anelise cruzó sus brazos frente a sus senos pero cada criada tomo una muñeca, jalando para descubrirla de nuevo. Anelise sintió la mirada de Adella flotando sobre de ella, inspeccionando su figura esbelta y blanquecina.
—Tienes caderas adecuadas. Debes ser una mujer fértil, no me extrañaría que después de la primera noche quedarás encinta.— dijo Adella.
Anelise fue llevada a el cuarto de baño de su habitación. La empujaron en una loza y acomodaron la tina a un lado de ella, Adella le ordenó entrar en ella y asi lo hizo. Pronto tres criadas se dieron a la tarea de empezar a estrujarla con trapos húmedos y vertiendo contenido de las botellitas sobre todo su cuerpo. El cabello, la piel, las manos…
El olor a jazmín se hizo presente y se sintió refrescada. Aunque tenía miedo, agradeció la sensación de limpieza cuando salió de la tina.
De nuevo en la habitación, se percató de que las mujeres estaban descubriendo los muebles hasta entonces ocultos, quitando el edredón mohoso y barriendo sus aposentos, todo mientras ella se bañaba.
Una sirvienta abrió el baúl que habían traído desde la casa de el conde y buscando entre sus contenidos, extrajo un traje. Era color amarillo chillante, con botones cubiertos de tela y un escote profundo pero no tanto como el de el vestido morado.
Después de ser secada, le ayudaron a ponerse su ropa interior. Le pusieron el vestido después de terminar de cerrar el apretadísimo corsé. Sin aliento, Anelise las vio empezar a cepillar su rizado cabello rojo, todo bajo la silenciosa supervision de Adella, quien se mantenía parada a media habitación con los brazos cruzados.
Una vez acabaron con la vestimenta, las mujeres maquillaron a la joven Anelise con polvos de arroz, tinta roja de labios y kohl alrededor de ambos ojos verdes. Todo se sentía demasiado extraño en ella y empezó a sentir como su piel desacostumbrada empezó a picarle y arderle pero no dijo absolutamente nada.
Después de ser perfumada, Anelise preguntó —¿Para quién estoy siendo arreglada?
—¿Cómo estás tan segura de que verás a alguien?— Adella respondió con otra pregunta, levantando su ceja y mirándola con desdén.
—¿Por qué otra razón se molestarían en venir a limpiarme y adornarme con todas estas cosas? — Anelise inhaló profundamente, parpadeando de una manera lenta y soñolienta. La falta de aire parecía empezar a nublar su mente.
Adella Gillingham caminó alrededor de ella. —Pareces empezar a entender muy bien tu papel en este lugar.— dijo ella pero Anelise no respondió —Acertaste. Hoy empezará tu educación con tu nuevo tutor.
—¿Tutor? ¿Quién es?
—No seas ansiosa, niña. Pronto lo vas a conocer.— después Adella se dio la vuelta hacia la puerta, ordenó que se abriera y trajeran a la nueva “dama de compañía”.
Anelise sintió una punzada en el estómago al ver de quién se trataba. Era la enfermera Emma, quien había cuidado de ella durante su breve estadía en Sutter’s. Pero se veía muy distinta a la última vez que la había visto, ahora estaba muy limpia y con una ropa más nueva que la que traía en la clínica.
—Esta es la señorita Lily Bloom— Adella le informó, —estará contigo a todas horas.
Anelise cruzó miradas con Emma, curiosa de saber por qué se le había presentado con otro nombre y la miraba con tanta indiferencia. “Lily” le hizo una pequeña reverencia y al estar erguida de nuevo, la saludó.
—Es un gusto estar a su servicio, Lady Anelise.
Anelise no supo bien que responder, solo la miró de hito en hito. A Adella pareció molestarle aquella expresión.
—¡Demonios, niña! ¡Que bueno que recibirás clases de comportamiento! Ni si quiera sabes expresarte.— la mujer rodó los ojos, exasperada y después de bufar hizo una señal para que el resto de las sirvientas salieran de la habitación, —Lily, llevarás a Anelise a el salón violeta en el ala este, ¿De acuerdo? Ahí recibirán a el tutor. No debes separarte de ella ni por un instante.
Emma sonrió, complaciente. Le hizo una reverencia y respondió —Por supuesto, mi lady. ¿Necesita algo más?
—Nada. En la noche te veo para charlar contigo. — después, dio una vuelta rápida y salió de la habitación. Cuando no hubo más ruido afuera, Anelise sintió paz.
—¿Qué haces aquí?— le preguntó Anelise a la impostora.
—Buenos días para usted también, mi lady— contesto Emma, caminando despacio por la habitación, alrededor de una desconcertada Anelise. —¿Así recibe a una amiga?
—No estoy del todo segura de que seas mi amiga.— contestó tajante la pelirroja.
Emma alzó las cejas y sonrió. —El conde no mentía cuando dijo que te habías vuelto un poco hostil— hizo una pequeña pausa —muy distinta a la joven vulnerable que conocí hace apenas…¿dos semanas?
Anelise apretó los labios, sus pulmones parecían desfallecer por el apretado atavío que se le había otorgado. Odiaba con todo su ser los corsé y se pregunto porque diablos tenían que usarlos las mujeres.
—¿Hablaste con el conde? ¿Cuándo?— preguntó Anelise a Emma. —¿Por qué?
—Señorita, Anelise, él fue el que me trajo aquí.— confesó Emma
Aquella frase le detuvo el corazón a Anelise por un breve segundo. ¿A caso Emma formaba parte de sus planes? ¿La había traído a el palacio para que fuese su mensajera o la protegiera? Mordió su labio, confundida.
—Es porque él no podrá estar cerca de mi, ¿Verdad? Te ha traído aquí por eso
Emma la miró con una expresión serena. Se acercó a ella y acomodó un mechón de cabello rojo detrás de su oreja y dijo, —El conde estará más cerca de lo que cree. Ahora, debemos ir a el salón violeta.
Anelise ya no pudo decir más, Emma la tomó por la muñeca y la llevo hasta la puerta, la cual abrió para ella. La instó a caminar y le siguió el paso por detrás, propio de una mujer que conocía bien su lugar. Estaba al servicio de la futura reina y Eckhart le había dicho que debía actuar a la altura.
Iban cruzando los pasillos, caminando tan rápido como sus corsés les permitía cuando una mujer se atravesó frente a ellas. Era una rubia de figura bien proporcionada, con ondulada cabellera de color rubio, un tono que se acercaba demasiado a el dorado. Tenía alargados ojos de color azul intenso y una boquita de piñón digna de envidiar. Era hermosa de pies a cabeza, sin duda.
A su lado había dos mujeres, con rostros olvidables comparados a el de la joven rubia y a unos pasos estaban dos hombres armados, con uniformes muy parecidos a los de los escoltas que habían rescatado a Anelise de el doctor Watts.
La mujer miró con desdén tanto a Anelise como a Emma - “lily”. En su rostro se leía el asco y chupo su boca haciendo un ruido que resonó en la cabeza de Anelise.
Emma se sintió alarmada por un instante pero después hizo una rápida pero elegante reverencia y Anelise continúo mirándola desconcertada.
—¿Qué hay de ti? ¿No obtendré los honores de tu parte?— la mujer le preguntó a la pelirroja.
—¿Por qué habría de hacerlo? Ni siquiera la conozco, señora.— Anelise respondió, sin pensar bien en sus palabras antes de pronunciarlas. Emma se acercó a ella, apenas iba a explicarle la razón por la que tenía que doblegarse ante ella cuando la belleza rubia contestó por ella.
—Estas ante su Alteza Real Eugenia Invictus, hija del rey Peter Invictus, Rey de Mastaborn y Orazor, esposa del duque de Fountains el Lord Bernard Bowles-Egerton, hermana del principe Ernest Invictus heredero a la corona y princesa de este reino.— la voz de Eugenia salía de su boca con la rapidez de un rayo, elocuente y magnífica como ella sola. —Ahora arrodíllate ante tu princesa.
Anelise abrió los ojos como platos. Miró a Emma y después a su alteza real. Balbuceó un breve —discúlpeme, lady..
—no soy una lady. Soy una princesa, conoce bien tu lugar, criada inmunda.— resopló Indignada Eugenia y Anelise dio un paso atrás, sorprendida ante tal insulto de parte de una mujer que nunca había visto antes.
Pero no tardó recordar que su prometido la odiaba y sin duda alguna, el resto de la familia real también. Ella los odiaba igual pero había una gran diferencia, que ellos eran tres contra una.
—Lady Anelise no quiso ofenderla, Su Alteza Real. Aún no conoce bien a los miembros de esta magnífica casa real y va en camino a aprender el protocolo.— Emma intercedió, tratando de salvar a su ama.
—No te dirijas a mi sin permiso, ¿Quién eres para hablarle a tu princesa de ese modo?— Eugenia parecía encontrarle detalles irritantes a todo.
Emma dio un paso atrás, con la cabeza agachada. Anelise sintió un ardor en su sangre, viéndose ofendida y humillada de nueva cuenta por un Invictus. Era por ellos que su vida era tan miserable como lo era y decidió en ese instante no volver a permitir ser pisoteada por esa gente.
—Es mi dama de compañía.— respondió Anelise.
—Una criada para otra criada, ¡que maravilla!— Eugenia alzó su cabeza, mirando a las mujeres por encima de su nariz respingada.
—No soy una criada. Soy Anelise Deschamps, la prometida de el príncipe heredero Ernest Invictus, princesa en proceso y reina a futuro.— la voz de Anelise se volvió firme y le puso frente a la arrogancia de Eugenia — no me voy a arrodillar. Y tampoco voy a tolerar que me este faltando al respeto.
Eugenia no podía creer lo que escuchaba. Su boca se entreabrió, pero no dijo nada. La valentía de aquella criada la había dejado muda. —¿con que derecho te atreves…?
—con el mismo que el tuyo. — Anelise bufó y no queriendo seguir escuchando a aquella irritante mujer, le dio la vuelta y siguió su camino. Emma estaba tan sorprendida como su alteza real pero le siguió el paso, dejando atrás a una boquiabierta princesa.
Cuando estaban a una distancia prudente, Emma murmuró —¡Anelise, eres una genio increíble!
—No puedo creer que me haya atrevido a decirle eso ¡Moriremos!
—De quererte muerta, ya estarías bajo tierra desde hace muchísimos años. Tú eres una joya para ellos, su puente a el corazón de los súbditos que se an mostrado un tanto ingobernables, ¡No lo olvides!— rió suavemente Emma, con el corazón latiendo fuertemente dentro de su delgado pecho.
—Parece que estoy escuchando a el conde hablar, ahora no dudo que si haz estado con él.— suspiró Anelise.
Finalmente, llegaron a el famoso salón violeta. Al entrar, Anelise se dio cuenta de que le hacía bien honor a su nombre. Desde el suelo hasta el techo, el sitio estaba adornado precisamente de aquel color. Además de una gran mesa blanca y sillas púrpuras, había un pianoforte pintado de color lila, con figuras doradas.
Sentado en un diván, estaba el conde Eckhart. Al verlo, el corazón de Anelise dio un especie de saltito contra su esternón y se permitió esbozar una pequeña sonrisa. ¡Se sentía feliz de volver a verlo! Pero también sintió vergüenza al recordar en que circunstancias se habían despedido una semana antes.
Él se puso de pie al verla entrar y no trató de ocultar su propia dicha. Estaba sana y salva, luciendo otro atrevido atavío y con un porte más erguido que el de la última vez. Verla tan entera lo llenaba de alivio.
Se inclinó en una reverencia galante propia de un caballero y tomó su mano enguantada, depositando un beso en sus nudillos.
—Conde…
—Lady Anelise, estoy muy agradecido de verte tan bien. Me preocupaba que fuese víctima de otro ataque aquí adentro. ¿Estás bien?— le preguntó, aún sosteniendo su manita.
Ella meneó la cabeza en negación, de pronto se había formado un nudo en su garganta.
—Estaba en la habitación más espantosa de este lugar — intervino Emma, —sucia y maloliente pero está mañana han cambiado muchas cosas.
—Ordenes del príncipe, sin duda. Pero me alegra oír que ya están arreglando todo para ti, Anelise.— dijo Henry y al verla tan callada, se preocupo —¿Qué sucede, Anelise?
La pelirroja miró de hito en hito el atractivo rostro del conde, quien aún no había soltado su mano. Verlo tan preocupado por ella le había removido algo dentro de si misma y sin poder detenerse, empezó a derramar lágrimas en un silencioso llanto.
—No pasa nada…solo pensé que me habías abandonado aquí.— confesó.
El rostro de Henry se suavizó por completo. ¡Le dolía tanto verla llorar! Y sin pensar bien en lo que estaba haciendo, atrajo a Anelise hacia si, rodeándola con ambos brazos y presionándola contra su pecho en un gentil abrazo. Ella sollozó contra su cuello y él la apretó un poco más.
Hasta entonces, Anelise pareció admitir para si misma el miedo que le había dado no volver a ver a aquel hombre, el único que la había tratado con gentileza desde hacía muchos años. Nunca había tenido un amigo antes. Pensar en lo sola y desprotegida que se había sentido encerrada en aquella habitación, creyendo que había perdido a su único aliado le había roto su corazón. Pero verlo ahí de nuevo, frente a ella, la hizo sentir aliviada.
Cuando se separaron, Anelise sintió un poco de timidez. Él me ofreció un pañuelo que sacó dentro de su frac y sonrió.
—¿Así que tú serás mi tutor?
—Si, creí que el rey no otorgaría su permiso pero heme aquí. No se me ocurrió algo mejor para frecuentarte.
—Eres demasiado inteligente y audaz. Aunque parece que más bien, que fue la suerte, parece estar de tu lado.— Anelise dijo, haciendo homenaje a lo que él me había dicho aquella noche en el establo.
Henry sonrió, parecía recordar a la perfección aquella noche tanto como Anelise. Tener un recuerdo en común que solo ellos poseían, creaba un entorno de estrecha intimidad y un sentimiento de complicidad que le causaba un hormigueo por todo el cuerpo a la muchacha.
Emma los miro con extrañeza pero era demasiado lista como para ignorar la manera en la que se dirigían uno al otro. Sonrió para sus adentros pero no interrumpió.
Entonces parecieron recordar la presencia de la mujer y Anelise se sintió alarmada, —Emma dice que tú la haz traído hasta aquí.
—Así es. Es una mujer de confianza y me ayudará a echarte un ojo en el palacio mientras yo no estoy.— Henry le dijo.
—Pero…en mi habitación, Adella Gillingham a dicho que charlaran esta noche en privado.— le contó Anelise.
—Pues resulta que también soy una espía para ella, espera que le informe cada uno de tus movimientos, Anelise. Así como Henry.— Emma suprimió una risa.
—¿Lo harás?
—Por supuesto que no, este es mi bando. Y lo que hablen, no saldrá de aquí. Mejor yo que cualquier otra chismosa.
Anelise encontró razón en aquello y olvidó sus preocupaciones. Entonces se giró a Henry y le pregunto —Por cierto, ¿quien es ella? Adella…
—Es una noble. Era prima de la difunta esposa de el rey y ahora es una especie de ama de llaves con título de marquesa. Hay que tener cuidado cerca de ella.— le advirtió Henry.
Después procedió a explicarle que si le enseñaría cosas que necesitaba saber, como la manera de dirigirse a las personas dependiendo de su título y Anelise le contó lo que había sucedido con Eugenia minutos antes. A Henry le impresionó la manera en la que se había defendido la joven.
—Bueno, no estuvo tan alejado de la realidad. En cuestión de semanas estarás muy por encima de ella.
—¿Por la boda?
—Si…además de que el rey acaba de hacer un Decreto real.— Henry le informó, titubeante.
—¿Sobre qué?
—Que a una semana de su boda, El príncipe será coronado. Estás a nada de convertirte en reina, Anelise.
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Comments
Andrea Venezia
Genial, par de aliados que tiene Anelise.
2023-12-31
1
🌹K@rôlin@🌹
me e leído el último capítulo 3 veces esperando el siguiente 🫣😃💙
2023-06-06
1
🌹K@rôlin@🌹
pobre Anelise tendrá que acostarse con ese bastardo 😢
2023-06-05
0