—habra que hacer una pausa en townvalley, para poner en forma a lady Anelise.— Henry Eckhart dijo, —pasaremos a mi casa para que la señorita sea atendida como debe de ser y se vista a la altura de el evento que le espera hoy por la noche.
Ya habían viajado otro día entero y Anelise iba viajando un poco más cómoda en el amplio carruaje de Lord Eckhart, el cual tenía un almohadillado color carmesí y unas ventanillas más amplias. Se sentía más tranquila ahora que estaba fuera del alcance de la madre superiora, quien viajaba encarcelada en el otro carruaje, supervisada por los escoltas de los nobles.
Había contado todo lo que la mujer le había hecho desde el principio del viaje y relato un poco de lo que fue su vida encerrada con las otras monjas. Los hombres habían escuchado atentos y sintieron pena por la jovencita, parecía muy frágil y delicada, sorprendiendo aún más a Truswell y a Eckhart la resistencia que parecía tener en cuanto a las tragedias que le sucedían. Por más daños físicos que recibiera, parecía seguir siendo capaz de ponerse de pie una y otra vez.
Su neumonía parecía estar pasando ya, las buenas atenciones de Emma y el descanso que tuvo le ayudaron mucho y ahora solo tosía un poco solamente. En cuanto a la descalabrada qué tuvo, Truswell dijo que sería atendida aún mejor por los doctores del palacio y que al parecer no era algo de lo cual preocuparse demasiado.
—Estoy de acuerdo. No creo que lady Anelise este vestida de acorde a la ocasión …— Truswell dijo aquellas palabras amablemente pero Anelise entendió lo que realmente significaban.
La madre superiora no había ido muy lejos cuando dijo que se veía patética, no solo por su enfermedad, si no porque estaba usando el único vestido que poseía. Era un trozo de tela marrón que por lo viejo que era empezaba a transparentarse. Estaba holgado dónde debia ir ajustado y apretado dónde debia ir holgado. La figura de su cuerpo se perdía por aquel malhecho vestido, que tenía un corpiño demasiado apretado para su busto, al punto de que en vez de parecer vulgar, era simplemente ridículo.
—No nos malinterprete señorita Anelise, es solo que en Palacio hay un protocolo que seguir— el conde de Townvalley se apresuró a decir, intentando no hacer ver descortés a su colega Truswell, — y a usted le faltan unas enaguas, medias…corsé — la voz de Henry se fue debilitando conforme hablaba.
La idea de que aquella mujer llevaste puesto solo el vestido viejo le hacía sentir extraño, era una sensación tan familiar y desconocida para él que lo dejaba desconcertado. Sobraba decir que incluso con aquel inapropiado atavio que poco le favorecía, Anelise era una mujer muy atractiva.
Poseía enormes y curiosos ojos color turquesa, una nariz respingada que le recordaba a Henry a la de un pequeño conejo, labios rosados de tamaño grueso y una piel casi perfecta, de no ser por algunas cicatrices que se asomaban por detrás de su cuello, en sus manos y los moretones en su rostro. Tenía sobre las mejillas un tenue rocío de pecas claras que la hacían ver aún más inocente.
Truswell le había dicho en privado instantes antes de subir a el carruaje que si su alteza real quería quejarse sobre algo de aquella joven, definitivamente no sería sobre su apariencia. Henry solo había reído, parecía que el serio y fuerte Truswell había caído rendido ante el encanto de la pequeña Anelise.
Aunque jamás se atrevería a elogiar a la prometida del principe directamente, aquel gesto podía hacer que Truswell fuese terriblemente castigado con algún acto inimaginable. La verdad era que no importaba cuan leal o servil fueses con la corona, si hacías algo que no fuese de su agrado, serías torturado. Y Truswell no sería la excepción.
— Arnold, espero que no salga nunca de aquí lo que diré — Henry le respondió en voz baja — pero la señorita Anelise es una de las mujeres más bellas que haya visto en mi vida.
Sin esperar contestación, Henry había subido al carruaje, sentándose justo enfrente de Anelise, regalándole una sonrisa que le sirvió para sentirse un poco menos tensa.
Hicieron una breve parada en un pequeño restaurante de Sutter’s, invitando a comer a Anelise, quien devoró los platillos que les sirvieron. Pato al horno, crema de zanahoria, elotes asados y una empanada de riñón que la dejo maravillada. Nunca había comido tanto y en cuanto probó el primer bocado, parecía que se había formado un pozo sin fondo en su estómago.
—El príncipe…me pueden decir cómo es?— Anelise quiso saber, preguntando timidamente.
Truswell titubeó, no supo bien que decir ya que no sabía si debía describirlo en actitud o físicamente así que empezó mezclando ambos —Es joven, con ojos azules…valiente…fuerte…muchas jóvenes del reino lo consideran de buen ver y claro, tuvo una educación académica excelente.
Anelise miro a Truswell de reojo. Entonces se giró hacia Eckhart quien estaba escuchando a Truswell nerviosamente hablar de el príncipe. Parecía pedirle a él la opinión que tenía sobre aquel desconocido.
—Es un buen bailarín.— dijo tranquilamente Henry y después rompió a reír.
Truswell rio también pero después se quedó callado cuando vio a Anelise mantener su cara seria.
—¿Un buen bailarín dice usted? — repitió Anelise, con la garganta cerrada por un nudo de congoja repentina — que bien por él, pero eso no me hará olvidar que es hijo del hombre que mató a mis hermanos y a mi padre.
El aire se volvió bochornoso, Truswell miro a Henry, quien se arrepintió sobre su estupidez.
—no debería hablar sobre eso Anelise, trate de olvidarlo también.— Truswell lucía una expresión de intensa incomodidad.
—Olvidarlo! Así como hicieron ustedes? Alguna vez pertenecieron ala corte de Victor Deschamps y ahora han perdonado a el hombre que mató a su rey. Le sirven como ciervos traicioneros.— Anelise explotó. Ya no pudo contenerse por otro segundo más y dejo salir lo que guardaba en su pecho.
—el día que tenga familia, entenderá nuestro proceder.— Arnold remarcó.
—esa es la cosa, Truswell. Yo no tengo familia. Me la arrebataron.— Anelise presionó sus dedos sobre su boca y empezó a derramar lágrimas calientes. Fijo su atención hacia el paisaje, guardando silencio.
Arnold ya no respondió. Lo considero inútil pues la muchacha se veía muy prendada a sus ideas, sacar ese modo de pensar de su mente sería exhaustivo y creyó que ya lo estaba pasando lo suficientemente mal como para seguir discutiendo con ella. Los caballeros le dieron su espacio a Anelise y no volvieron a hablar el resto del viaje. Un par de horas después, llegaron a otro pueblo, de mucha mejor apariencia que Sutter’s y los otros pequeños que habían visto a lo largo de día.
Townvalley no era una aldea, era un pueblo próspero con una variedad de personajes ubicados en aquellas tierras. Había ilustres aristócratas y gente de un mejor nivel socioeconómico aunque no poseeian títulos. Truswell le comentó que cerca de aquel pueblo estaban unas minas que pertenecían a Henry y que más de dos mil hombres estaban bajo el mando de el joven conde de Townvalley.
Eso por supuesto impresionó a Anelise, pero seguía molesta con ellos y no dijo nada. Al entrar a la enorme propiedad de Eckhart, cruzaron un largo sendero decorado enormes arbustos que servían de murallas para tapar la vista a el interior de los jardines de la mansión. El carruaje parto frente a una enorme entrada escalonada. Henry bajo primero y abrió la puerta para Anelise personalmente, ofreció su mano para ayudarla a bajar pero está lo ignoró y bajo con tan poca gracia como le fue posible.
Henry suprimió un quejido y la llevo hasta la entrada. Entonces, empezaron a sentir gotas de agua sobre sus cabezas. Una relámpago iluminó el cielo que había estado nublado todo el día y dio paso a una feroz tormenta. Los criados abrieron las enormes puertas de la entrada y Anelise y sus acompañantes entraron.
—Manden a la monja a una de las cabañas de servicio vacía. Que quede encerrada bajo llave. Sin agua ni comida.— Henry ordenó a los escoltas.
El hogar de Eckhart poseía enormes salones, habitaciones en el segundo piso y una enorme escalera en el recibidor. El papel tapiz de aquel lugar era blanco con diseños dorados, enormes ventanales con pesadas cortinas gruesas y inmobiliario impecable, propios de el estilo rococó, con intricados bordados en las almohadas y diseños elegantes.
Todo lucía hermoso, nuevo y encantador para Anelise quien en otras circunstancias estaría brincando de emoción ante la hermosa decoración y el enorme cambio que era de ver cosas que no fuesen viejas y aburridas como las de la abadía. Pero su humor no la dejaba disfrutar completamente.
—Una sirvienta la llevará arriba, ya e dado la orden de que pongan a su disposición un baño caliente para usted— Eckhart le dijo suavemente, parándose a un lado suyo, —Descansaremos y comeremos algo y dentro de Dos horas nos iremos a el Palacio. Está a dos horas de aquí…— concluyó Henry.
Cuatro horas. Solo cuatro horas y estaría frente a frente a su despreciable prometido. Quería gritar, llorar, salir corriendo pero mantuvo su rostro sin expresión alguna. Una sirvienta que sonreía amablemente le pidió que la siguiera y ella subió las escaleras tras de ella.
Cuando no estuvo a la vista, Truswell dijo —Se sentirá mejor cuando esté en otro vestido y limpia. Quizás su mal humor se disipe y podremos llevarla más alegre a el palacio.
Eckhart levantó una ceja y miro de reojo a Truswell. —No estoy tan seguro de eso, Arnold.— puso fin a aquella conversación cuando vio a Anelise desparecer en uno de los pasillos al final de la escalera.
La sirvienta trató con infinita delicadeza a Anelise en el baño, verla tallar su cuerpo y enjuagar su cabello mechón por mechón desconcertaba a Anelise. Nunca la habían tratado así y nunca esperó que aquello le pasaría a ella. Después, la ayudó a salir del baño y le pasó una toalla y bata de color turquesa.
—¿Le gustaría dormir un poco o quiere que le traiga ya su comida?— la sirvienta preguntó.
—La comida estaría bien.
La mujer asintió y salió de la habitación. Estando sola, Anelise se sentó en la suave cama y sintió su corazón encogerse dentro de su pecho. Se sentía al borde del llanto una vez más. Estaba furiosa y temerosa al mismo tiempo, no sabía cómo sería su vida en el palacio. No sabía si sería tratada bien por aquella gente pero lo dudaba mucho, sabía que eran persona crueles y homicidas. Quizás la estaban llevando al Palacio para ser asesinada como sus hermanos.
La idea de ser un cerdo que iba en camino al matadero la atemorizaba aún más. Entonces entendió que de ninguna manera iría a aquel lugar, debía escapar en cuanto pudiese. La cuestión era ¿Cómo? Mientras estaba pensando en aquello, alguien tocó a su puerta.
Espantada, se puso de pie. —Adelante.
Esperaba ver a la sirvienta pero en su lugar, parado en su puerta estaba el conde Eckhart. Tenía una expresión muy seria pero en cuanto entro, esbozó una sutil sonrisa.
Anelise tomó las cuerdas de la bata y las apretó, tenía pena de ser expuesta una vez más desnuda ante aquel sujeto. Pero en cuanto empezó a hablar, vio que aquel hombre era muy distinto a el doctor Watts, quien la veía con morbo.
Mantenía una expresión serena y quieta, lo cual la tranquilizó un poco pero ni así bajó la guardia.
—La criada ha ido por su comida, Lady Anelise. Pero le dije que usted cenaría con Truswell y conmigo en el salón. ¿Lo olvido?— él tenía una mano sujetando la muñeca de la otra, sobre su saco oscuro.
—No, no lo olvidé — Anelise lamió su labio y apretó mas fuerte la cintilla de la bata, agradecida de traerla puesta, —sencillamente, no me siento con ánimos para bajar a comer con otra gente.
—Lamento oír eso — mostró un poco de condescendencia el conde pero entonces hizo un gesto algo juguetón —Pero, usted que es una carga muy valiosa que se nos a Sido encomendada a mi y a Truswell, ¿Sabe?— hizo una pausa — No podemos dejarla sola por demasiado tiempo y honestamente no considero muy educado de nuestra parte cenar sin usted.
Anelise resopló, indignada —¿Cree que me importa de algún modo sus consideraciones?— alegó la peliroja, dando un paso hacia él —después de todo, ustedes no consideran las mías.
—yo no fui el que organizó todo esto, lady Anelise.
—pero es participe de ello. ¡Peca tanto el que mata a la vaca como el que le agarra la pata, señor!— espetó Anelise.
Eckhart no pudo evitar reír un poco ante aquella extraña frase. Pero encontró algo de coherencia en sus palabras.
—Se que está molesta y entiendo cómo se siente hasta cierto punto pero…
—no, no lo entiende, conde Eckhart. Nunca lo hará, ya que jamás se encontrará en tan terrible posición como en la que me encuentro yo.— profirió Anelise.
—No este tan segura de eso, mi lady
Anelise no dijo nada. Solo se quedó viéndolo con sus centelleantes ojos azules que parecían resaltar más con el color de su bata.
Él estaba algo sorprendido con el cambio de actitud que adquirió Anelise. Cuando la conoció, era un pequeño ratón asustadizo y herido pero con el transcurso de las horas, después de recibir la noticia de que estaba comprometida al príncipe, se volvió una bestia enjaulada.
Estaba a la defensiva en todo momento, parecía no tener filtro a la hora de hablar y sus palabras eran demasiado desafiantes. Aquello sin duda le traería muchos problemas en un futuro. A ningún esposo le gustaban las esposas rebeldes.
— señorita Anelise, será mejor que se acerque lo más que pueda a la calma antes de llegar a el palacio y guarde sus comentarios y alegatos rebeldes para si misma.— le aconsejó el conde, manteniendo la calma en su voz y expresión — la criada la vestirá en unos minutos. Trate de entrar en razón para cuando baje a cenar antes de irnos y…— se acercó a Anelise, quien estaba a un par de metros de distancia y ella encontró su presencia algo intimidante aunque no bajó la mirada —trate de sonreír un poco, ¿Quiere? Apuesto todo lo que tengo a que debe verse muy hermosa con una sonrisa en su rostro.
El tono de voz de el conde era suave y cálido, como si estuviese diciendo un encantamiento antiguo que requería completa serenidad de su parte. Sus ojos eléctricos parecían echar chispas sobre ella y Anelise sintió los colores subirse a su cara al ver cómo la observaba. Aún así, no dejó que su sorpresa y timidez se deslizaran sobre su rostro.
—ultimamente no tengo muchos motivos para sonreír. De hecho, creo que nací para no hacerlo nunca, — respondió la joven de forma tajante, cortando cualquier sensación de estrecha intimidad que se estaba formulando en el aire entre ambos.
—¿Es una pena, no lo cree?— sonrió el conde, echándose para atrás.
Anelise levantó una ceja. —¿Eso a usted que le importa? No finga que se preocupa por mi, usted mismo lo dijo…todo esto es su deber. Yo soy su “carga” y usted mi transportador.
—uno muy gentil, comparado a la que tenía antes de que apareciera yo. ¿O ya lo olvido tan pronto?— Eckhart insinuó.
Anelise no esperaba un comentario de aquel índole. Le había dado dónde más le dolía y esto no lo pudo esconder. Agachó su mirada y cedió ante aquel hombre.
—gentil o agresivo, es lo mismo. Se me está torturando al obligarme a llevar acabo algo que no deseo.— unas lágrimas brillaron en los ojos de Anelise, quien perdió su actitud desafiante y adquirió un gesto más vulnerable. Volvía a parecer la chica inocente que le rogó salvarla abrazada a su pierna un día antes.
—pronto verá que muchos de nosotros hacemos cosas que no son de nuestro agrado.— la reconfortó Eckhart, tomándola por la barbilla con los dedos, —pero si quiere sobrevivir, debe cooperar un poco más. No le pido que me agradezca alabándome de por vida,— él se acercó un poco más su rostro y captó el olor a jazmín que desprendía la muchacha, — solo tenga en cuenta a quien le conviene tener de su lado y mantenga los ojos abiertos para ver quién se acerca a usted con intención de ayudarla.— Eckhart la soltó y camino hacia la puerta, no sin antes volver el rostro y concluir con lo siguiente —Los enemigos a veces pueden vestirse de aliados y confiar en ellos la puede llevar a la muerte. Pero puede estar muy segura de que yo nunca estaré en su contra.
Salió y dejo a Anelise de nuevo sola, quien se acercó a la cama, dispuesta a volver a sentarse para reflexionar sobre sus turbulentos pensamientos. La joven encontraba extraña la actitud del conde hacia ella, amable y grosero con ella al mismo tiempo. Además de que se tomaba la libertad de tocarla y acercarsele demasiado, a diferencia de Truswell quien parecía tener miedo a su sola presencia.
La tormenta de afuera continuaba arrasando con fuerza y de no ser porque estaba dentro de tan cómodo lugar, Anelise pensaría que la casa caería a pedazos. Entonces, una trueno se escuchó y el ventanal de su habitación se abrió con un fuerte azote. Anelise chilló, asustada. Al mismo tiempo, entraban dos sirvientas a la habitación y al ver la escena, una de ellas corrió a cerrar la ventana.
—alguien olvidó ponerle el seguro, pero no tema, no volverá a suceder mi lady.— le aseguró la mujer, quien se había encargado de asearla.
En los brazos traía un bulto de color amarillo oscuro con bordado de ramos de rosas. Entonces, lo extendió a sus ojos. Era un vestido largo de cuello ribeteado. Tenía encaje en las muñecas y cuello y notó que poseía también unas espumosas hombreras.
—Es muy lindo, ¿No cree?
—oh…si. Muy lindo, gracias— Anelise empezó a divagar.
En un parpadeo, las mujeres habían puesto toda la ropa interior en Anelise, quien no estaba acostumbrada del todo y encontró incómodas las medias y enaguas. Entonces llegó la peor parte, el corsé y al tratar de cernir aquella pieza en ella como era de esperarse, Anelise casi se desmayó. Le costaba respirar y soltó un chillido.
—Esta cosa es terrible, — soltó una risotada nerviosa, —¿De verdad es necesaria llevarla?
—Si, — las sirvientas dijeron, sufriendo con ella, —no se preocupe, con el tiempo se acostumbrara.
Bajó a cenar finalmente. Iba peinada y perfumada y cuando Truswell la vio, pareció no reconocerla. Poco quedaba de la sirvienta de la abadia, en su lugar estaba una hermosa doncella de la alta sociedad. Las fina vestimenta resaltaba su figura y hermosas facciones, causando que su belleza dejase embelesados a ambos caballeros, quien se pusieron de pie al verla entrar a el salón del comedor.
Se dieron las buenas noches y entonces, Anelise se sentó frente a ellos en la larga mesa del comedor.
—Es una mesa demasiado grande para solo un caballero, ¿No lo cree, Eckhart?— preguntó analise.
—Si, lo hago. Pero aún no tengo esposa y solo con muchos hijos me desharía de todas estas sillas y habitaciones vacías.— respondió el conde, después de darle un trago a su copa de vino.
—Que pena que el difunto conde no hubiese tenido otros hijos además de usted— Truswell se unió a la conversación.
Algo se apagó en los coquetos ojos del conde, el brillo habitual reemplazado por un vacío inexplicable. Bajó su copa de vino y respondió en un tono casi inaudible, —si, la tuvo, pero mi hermana falleció ya hace muchos años.
Truswell apenas iba a responder cuando un sirviente entro a el salón y dijo algo al oído de su amo, quien Lucio una expresión consternada. El criado se retiró y Anelise sintió una punzada de preocupación. Quizás la madre superiora había escapado de los escoltas…quizás el príncipe y el rey venían en camino a castigarlos por la demora … Mil ideas se formularon en su cabeza.
—A habido un accidente, — dijo el conde —no podremos ir a el palacio por hoy.
—¿Qué? ¿Por qué? — Truswell exigió.
—El único camino a el palacio a Sido obstruido por un árbol que la tormenta derrumbó, se me informa que habrán solucionó esto en un par de horas.— explico tranquilamente Henry. — Quizás en la madrugada. Hasta entonces, no nos queda más que esperar.
Anelise libero el aliento que contenia y se recargo un poco en su silla, tanto como el corsé se lo permitía. Pensó en aquello como una ventaja. Tendría más tiempo para pensar en su escape y tal vez el fatídico encuentro entre ella y el príncipe no se daría después de todo. Sonrió para sus adentros y procedió a desgustar su cena cervida con un estómago más liviano y una mente más despreocupada.
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Comments
Norvis Padrino
Que novela tan trágica ,llena de dolor,guerras y sufrimiento
2023-11-11
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Norvis Padrino
Que novela tan trágica ,llena de dolor,guerras y sufrimiento
2023-11-11
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