Ojos grises se abrieron de forma abrupta cuando la puerta fue golpeada con fuerza. Ella apenas estaba consciente, aún con la bruma del sueño que amenazaba con consumirla y devolverla al mundo de los sueños, a pesar de que esos sueños no eran encantadores y trataban más de traición e impotencia de un destino doloroso para la persona que era la protagonista de estos sueños hechos pesadillas.
Gimió lastimeramente porque una voz la molestaba como una mosca a su alrededor zumbando de aquí hacía allá. Si se concentraba lo suficiente, habría identificado la voz como una de las sirvientas que “cuidaban” a Rhiannon, si lo hubiera hecho, Don no sería indulgente con esta mujer y ella tenía suerte de que no fuera así, Don la habría avergonzado bastante debido al conocimiento que había adquirido en la noche mediante sus sueños.
Dormir sin duda era algo importante para Don. Y era, por supuesto, no importante para la persona al otro lado de la puerta.
—Señorita, si no se levanta, no comerá hasta la hora del almuerzo —amenazó la sirvienta que esperaba que la mención de la comida despertara por fin a Don.
Don gruño en respuesta a tal amenaza saliendo poco a poco de la bruma del sueño. Sus ojos se enfocaron a su alrededor donde todavía estaba oscuro, por lo que era una hora temprana y si lo ponía en el horario correspondiente a su mundo, eran al menos las cinco de la mañana.
¿Quién se levantaba y desayunaba a esta hora si no había trabajo que hacer? Rhiannon no tenía muchas responsabilidades más allá de aprender y prepararse para un futuro donde debía de cuidar un hogar, incluso pasar el tiempo para sí misma para mimarse o hacer actividades que encontraba entretenida que estaba toda a su disposición.
No, esto era una venganza por haberlas corrido en el momento del baño, era incluso algo que ellas hacían todos los días para castigar a una joven. Era probable que Rhiannon esté condicionada para quedarse despierta después de que la despertaran a cualquier hora, hecho por las mismas sirvientas que tenían un rencor raro por Rhiannon.
Viles.
Ignoró a la sirvienta. Si ella no querían darle el desayuno, Don era bastante autosuficiente para hacer su propia comida, no era difícil para alguien que estaba acostumbrada a cocinar para sí misma cuando le daba la gana. Si fuera Rhiannon, entonces si estaría preocupada porque a pesar de ser abusada, no era obligada a hacer los aseos de la casa porque lo notaría el padre de Rhiannon y no dejaría que esto quedara impune. No, el abuso eran cosas pequeñas que dejaban un trauma profundo y no visible a la vista, al menos no para quien no sabía buscar.
Despreciables, ella simplemente los hundiría. Y sabía que debía volverse lo más desagradable posible con los sirvientes, ser amable solo había hecho que estos se aprovecharán de Rhiannon.
Don era capaz de gran crueldad, su vida pasada era testigo.
Arrojando las tapas a un lado, que eran de calidad, se levantó de la cama cómoda y sus pies descalzos tocaron la alfombra que estaba debajo de la cama protegiendo los pies del frío del piso. Había un par de zapatos bastantes ligeros que eran para estar dentro del dormitorio, que Don los comparó como unas pantuflas no acolchadas y más prácticas.
Su cabello se mantuvo intacto debido a la trenza, pero eso no dejo que algunos mechones estuvieran frente a su cara. Se los apartó sin ningún pensamiento más.
Se apresuró a caminar hacia la puerta, apenas tocando la runa para que no esté sin seguro y abriendo la puerta de golpe sorprendiendo a la sirvienta al otro lado, que dio pasos atrás al ver la cara fría, casi parecida a la que le dio ayer en la hora del baño.
Igual, soltó un suspiro de alivio. Por supuesto que solo era para mostrar, la señorita no tenía una columna vertebral y en cualquier momento se acordará con solo una mirada de ellas, que la habían cuidado desde pequeña.
—Veo que está despierta, vamos a darle un baño...—empezó a decir para imponerse y demostrar que era más grande que Don.
No obstante, está gruñó.
—¿Crees que dejaré que entres a mi lugar personal para abusar de mi? —preguntó con un mordisco en su voz—. Si no quedo claro, ustedes no harán nada, me encargo yo de mis asuntos.
La sirvienta bufo con incredulidad.
—No creo que dures más de un día —dijo la sirvienta.
—Cuida como me estás hablando, pude ser amable con todos ustedes, pero es momento que me respeten en mi propia casa —comentó Don.
Era impensable para la mujer que Don estuviera diciendo tales palabras. Una broma, era una broma y no aceptaba la realidad que se le estaba presentando, porque si la señorita estaba comportándose de esta manera, las que sufrirían serían aquellos que la lastimaron. Y no eran unos pocos.
—Ahora largo, no quiero verte durante el día —dijo Don con desdén hacia la sirvienta.
Si ella hubiera sido amable con Rhiannon, Don ni siquiera la trataría de esta manera. En realidad, la trataría de buena manera para generar una lealtad ciega hacia ella.
En esta casa no existía alguien así, por lo que debía ver al exterior y ver quiénes eran capaces de tener esta lealtad. Y Don estaría vigilante por si acaso, no podía confiar más allá de aquellos que protegieron a Rhiannon en la vida pasada de esta.
Ofendida, la sirvienta se retiró con la cabeza en alto. Demasiado ego para alguien tan humilde, lamentable, algunas mujeres pedían trabajo de sirvienta para estar en la cama de alguien de importancia y mejorar su vida. Oh, no las culpaba, la vida aquí no era agradable como en su mundo y las mujeres, a pesar de tener un poco de derechos, no tenían demasiados para ser escuchadas si no tenían cargos importantes, como ser la hija de un rey o la esposa de un conde.
Pero eso no significaba que debía despreciar y tratar de forma insignificante a los descendientes, a los hijos de estos hombres. Don los trataría bien, daría una imagen amable para atraer a estos hombres, eso sí quisiera, porque a ella no le importaba tener una relación cuando apenas se estaba adaptando a este mundo y necesitaba saber más, mucho más para no ser tratada como una ignorante.
El poder más grande era el conocimiento, uno utilizado de forma adecuada. Una mujer con conocimientos en este tiempo podía ser valiosa, en algunos casos como la medicina o incluso en la cocina, a pesar de que sonaba algo que en su mundo sería despreciado solo por decir que la mujer debía volver a la cocina.
Cerró la puerta detrás de ella y la bloqueo para que nadie entrara sin su permiso.
Ahora que estaba despierta, trataría de utilizar todo su tiempo en recopilar información, desde el comienzo de este mundo hasta la actualidad.
Y nunca pensó que estudiaría más que en el colegio.
Tapo su boca cuando un bostezo amenazaba por partir su cara. Aún tenía un poco de sueño, sería así cuando la adrenalina o cualquier enfrentamiento haya terminado. En este caso, su regaño y amenaza hacia la sirvienta.
Fue al baño a prepararse para el día que tendría. Tenía que eliminar a las sirvientas que tenía, bueno, a la mayoría antes de que llegara Anne-Marie a irrumpir la vida y la condena hacia la muerte segura con años de sufrimientos.
****************
Ojos azules miraron al hombre que tenía al frente. La sensación de malestar en la boca de su estómago no le había asentado bien cuando este hombre, que aparentemente era su padre, la miraba con ojos grises fríos y ni una pizca de emoción más allá del desdén.
Había tenido la esperanza de que su madre estuviera equivocada hacia el hombre que eligió para ser su padre, que no era un hombre frío y que la aceptaría, por eso se había acercado al Conde Lefeuvre cuando llegó al pueblo donde vivía con la esperanza de que la llevara a la mansión de este y ser tratada como una princesa.
Ni siquiera dudo en ensuciar su cabello y su vestido, tampoco romper algunas partes para dar a entender que no vivía bien a pesar de que era una vil mentira al tener trabajo en una panadería que daba un buen sueldo para tener comida en la mesa y ropa de segunda mano que estaba bien cuidadas.
Ella solo no quería trabajar, ella quería vivir la vida, conocer a otro hombre poderoso y con dinero y recostarse en una silla. Era lo que merecía, lo que siempre tuvo que merecer.
Pero el Conde Lefeuvre, su padre, ni siquiera la miraba con buenos ojos. Había un filo de odio en esos ojos grises, y que ella entendía por la forma en que fue creada. No le sorprendía que el Conde Lefeuvre tuviera un odio hacia las mujeres, pero si se casó después de esto, entonces no lo tenía.
Había otro hombre en la habitación mirándola con los ojos verdes entrecerrados con sospecha.
Ni siquiera sabía quién era esta persona, pero no debía ser de importancia, quizá solo era un sirviente de el Conde Lefeuvre, su padre.
—¿Qué quieres? —preguntó de forma cortante el Conde Lefeuvre.
Anne-Marie abrió la boca pensando en lo que diría, en que daría lástima a este hombre.
—Yo solo quiero conocer a mi padre, mamá me ha hablado mucho sobre usted y yo...—sus ojos se llenaron de lágrimas, pero ni siquiera ablando la cara del Conde Lefeuvre.
—Oh, de esa mujer —dijo escupiendo odio. Anne-Marie se estremeció.
Tanto odio que ahora no estaba segura si fue buena idea buscar al hombre que le daría una mejor vida. Tenía la sensación de que se había condenado a si misma.
—Bien, Unay, dile a mi secretario que llevaremos a mi presunta hija a la mansión —dijo con malicia.
Unay se sorprendió un poco, pero al ver los ojos de su tío, simplemente dio una sonrisa de lado y fue a cumplir lo que su tío le había ordenado.
Esa chica ni siquiera sabía a lo que se había metido.
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