"El pasado que hoy regresa"

...XI...

 

 

Cuando William conoció a Ignis apenas y tenía 15 años de edad. Era el año 1940 en Inglaterra y el país se encontraba bajo el inminente y brutal ataque de una armada germana que no dejaba de bombardear las ciudades principales y enterrar bajo los escombros a hombres mujeres y niños víctimas de la ambición de los hombres y el voraz apetito de poder.

William fue un niño que aprendió a ser hombre a una edad muy prematura, su hermano mayor se había enlistado al real ejército británico dejándolo a él y a su madre en su vieja casa ubicado en un pueblo a unas pocas horas de la ciudad más importante del condado, su madre era una mujer viuda cuya única posesión valiosa era una pequeña panadería la cual mantenía con sus dos hijos más al haber partido Edmund, el mayor, solo William ayudaba a su madre haciendo el trabajo de dos hombres.

Un día antes de que la tragedia se suscitara un extraño llegó al pueblo e ingreso a la panadería, su madre había tenido que salir a hacer unos encargos y solo William quedo para atender al forastero. No hablaron mucho, tan solo intercambiaron algunas palabras que no fueron de la total comprensión del adolecente. Al final aquel hombre extraño terminó comprando unas pocas hogazas diciendo que no poseía mucho apetito. Para cuando su madre regreso el hombre ya se había marchado dejando en el joven William una sensación de inconformidad y extrañeza.

― “Dime niño, ¿Crees en la gravedad?” ―le había preguntado aquel hombre. 

― “¿No es aquel fenómeno natural por el cual los objetos con masas son atraídos entre sí?” ―respondió William.

― “Si dices que cualquier cuerpo poseedor de masa es atraído hacia otro cuerpo debido al fenómeno gravitatorio, ¿No es correcto suponer también que las personas destinadas a un propósito son atraídas entre sí en un momento determinado de sus vidas?”

William no supo que responder y el forastero solo sonrió y pago el pan que termino comprarlo sin que en realidad tuviese la intensión de hacerlo.

La tarde cayó y llegó la noche, la panadería había cerrado y William dio por finalizado sus deberes. Luego de una tranquila cena y un poco de conversación antes de ir a la cama William se recostó cansado y dispuesto a conciliar el sueño, cuando su cuerpo empezaba a adormecerse recordó que no había traído el agua para preparar los panes muy temprano por la madrugada. Se puso con rapidez las botas y salió en camisón con las cubetas en mano, no transcurrieron ni 10 minutos desde su llegada al pozo cuando el infierno se desató.

Esa noche del 10 de septiembre del año 1940 el pueblo entero ardió. Miles de aviones alemanes pasaron sobre las ciudades y pueblos cercanos dejando caer sus bombas y derribando no solo a las construcciones importantes si no a las humildes casas de los moradores. Ese fue el inicio de lo que algunos años más tarde sería conocido como “el Blitz”

Ya fue muy tarde para cuando William corrió a su casa, el fuego todo lo había consumido y no importaba cuantas veces gritase el nombre de su madre ella jamás salió de aquella casa en llamas y el adolecente supo que las bombas alemanas habían terminado con ella.

Las personas que lograron escapar a tiempo o que tuvieron la fortuna de no encontrarse en sus viviendas en el momento del desastre ayudaron a apagar los incendios, o al menos lo intentaron e incluso intentaban rescatar a algún sobreviviente que pedía por ayuda al estar sepultado entre escombros de ladrillo y cemento.

¿Qué habría de hacer William? Rasco la tierra y movió ladrillo tras ladrillo aun cuando le advirtieron que era peligroso y que se alejara del fuego, pero el adolecente solo quería rescatar a su madre, solo quería salvar su cuerpo e impedir que el fuego alemán la corrompiese y dañase. Cuando vio una mano completamente calcinada a medio salir de los escombros es cuando se detuvo y sus ojos se bañaron en lágrimas.

¿Qué habría de hacer ahora el pobre William?

Ignis ni siquiera supo la razón de su presencia en un lugar tan desolador. Se suponía que abandonaría el pueblo y avanzaría hacia el siguiente, así era como lo había estado haciendo por todos esos años. La vida humana era tan efímera y se desvanecía con el suplido de un suave viento. ¿Por qué todo eso le afectaba? No era la primera vez que contemplaba la maldad humana y el egoísmo de los hombres, sus ojos contemplaron muchas guerras y ya nada podía sorprenderle de las personas con las que compartían la creación. Tocó con suavidad el hombro del niño y este levanto la vista, sus manos yacían sucias al igual que su rostro.

William lo reconoció de inmediato, era el hombre de aquella mañana.

Y es así que Ignis pronuncio aquellas palabras que entrelazarían las vidas de ambos y harían que de alguna forma la ley de la gravedad se cumpliera.

―Ven conmigo, todo estará bien te lo prometo.

Tal vez fue el hecho de que por un instante Ignis logró verse en la desesperación de aquel niño y recordó el momento en el que también se vio sumido en la soledad.

 

 

...----------------...

 

―Buenos días joven maestro ―dijo un anciano William que pese a sus largos años al servicio de Ignis todavía poseía vitalidad ―. ¿Su invitado logró instalarse satisfactoriamente?

―Lo hizo ―respondió Ignis sentándose en el amplio sofá, la tensión en sus hombros era terrible ―. Al menos eso es lo que parece.

―Tal vez usted también debería descansar ―dijo el mayordomo abriendo una botella de sustituto sanguíneo y ofreciéndole una copa a su seño, Ignis la recibe y bebe un poco de la sangre sintética, no tiene sed más siempre procura bebe para mantener su cuerpo saciado. El mayordomo observa la herida de su señor, era la primera vez que su joven maestro se lastimaba de esa manera ―. Esa quemadura no sanará por sí sola, tendrá que consumir sangre humana tarde o temprano, si usted lo ordena puedo ir a un banco de sangre y encargar unas cuantas bolsas.

―Temo que salir ahora de este edificio podría significar hacernos un blanco fácil para nuestros perseguidores y puedo asegurarte que eso es precisamente lo que esperan que hagamos, puedo sentirlo ―el fuego en su mirada se intensifica y su verdadera naturaleza emerge de él.

―Me pregunto con qué objeto lo persiguen y si no es que utilizaron a aquel niño para tenderle una trampa.

― ¿Insinúas acaso que Nix está involucrado en el ataque cómo una clase de chivo expiatorio?

―Para nada ―el mayordomo se apresura en aclarar ―. De hecho, tengo el presentimiento de que él es otra de las víctimas. ¿Por qué razón lo atacarían también? Por cómo sucedieron las cosas, según usted me explico, puede que haya sido utilizado como una especie de cebo.

― ¿Por qué supones que Nix fue utilizado para atraerme? ―pregunta Ignis sin soltar su copa y dedicándole una mirada a su mayordomo.

William recordó su infancia, las noches en las que las pesadillas le impedían dormir Ignis solía contarle una historia que el niño siempre creyó que se trataba de una fantasía, un cuento imaginario que tenía como única finalidad hacer que el miedo se alejara de él.

― Érase una vez en una tierra lejana un príncipe nacido en noche blanca en un reino blanco ―empezó William ―. ¿Lo recuerda usted?

―Lo recuerdo muy bien, y me la sorprende que tú aún lo hagas.

―Es él, ¿verdad joven maestro? El príncipe blanco. Lo supe por la descripción tan detallada que usted brindo y puedo decir sin duda alguna que la semejanza es increíble.

El vampiro deja la copa vacía en la pequeña mesa de centro.

―Si es él, por muy increíble que parezca incluso para mi es algo sorprendente el habérmelo encontrado en aquel lugar.

― ¿Qué hará ahora joven amo? ―pregunto el mayordomo ―. Sabe usted muy bien que a donde vaya yo lo seguiré, porque usted ha sido como un padre para mí y eso es algo por lo que siempre le estaré agradecido.

Ignis se mostró conmovido ante las palabras de William quien se mantuvo a su lado a lo largo de todos esos años acompañándolo. Al igual que él, el viejo mayordomo cargaba con el doloroso recuerdo de una vida que ya no recuperaría. Hace mucho tiempo atrás Ignis le propuso transformarlo en vampiro, pero William anheló envejecer y morir como humano porque quería volver a ver a su familia en el más allá.

―No pediré que arriesgues tu vida, pero agradezco la lealtad que me has brindado por estos largos años. Por el momento considero que movernos sin más información que la que poseemos sería un acto imprudente.

El mayordomo asiente ante el pedido de su joven señor, el mundo de los vampiros y cazadores todavía era nuevo para él a pesar de haber servido a Ignis por un largo tiempo. Nunca tuvo temor de la naturaleza de su señor más sin embargo era ese temor el que sentía al pensar en el grave peligro que se terminó desatando.

 

 

 

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