...IV...
El clan de la reina roja era el más antiguo y el más poderoso de entre todos los demás clanes formados, era el aquelarre de la realeza y sus miembros poseían cierto prestigio entre los de su misma raza siendo en su mayoría miembros con muchos años de antigüedad que incluso fueron convertidos por la misma dama a la cual servían. Solo los mejores vampiros eran parte de aquel selecto grupo y tenían la bendición de la reina y a diferencia de los demás aquelarres ellos solo obedecían a su majestad la gran madre llegando incluso a abandonar sus moradas alrededor del mundo ante el llamado de su señora y ponerse a disposición de sus órdenes.
Muchas eran las historias que mencionaban a la gran reina y en donde relataban con detalle la edad oscura en donde el vampirismo floreció gracias a ella. Venerada y amada, la gran madre lo era todo para ellos y la seguirían a donde sea que está fuera. No obstante, poco era lo que se sabía de su hijo, incluso para los vampiros del aquelarre pura sangre, el príncipe rojo siempre se veía tras una cortina de misterio y secreto, algunos incluso decían que era tan solo un mito puesto que por largos años nadie lo había visto y solo sabían de él más que su nombre y que al igual que su madre, la reina, fue bendecido con el divino don de la belleza e inmortalidad.
Pero por mucho que Ignis hubiese deseado continuar viviendo en secreto y alejado de la sombra de su madre no pudo hacerlo por más tiempo y es así que, obligado, tuvo que asumir su papel y posicionarse al costado de aquella mujer que según él era la causante de su eterna agonía. Ignis odiaba a su madre, la detestaba en lo profundo de su corazón y la detractaba todas las noches desde el día en que la maldición de la sangre cayó en ambos.
Era muy joven y fue hacía tantos años que apenas y poseía recuerdo alguno de aquella corta etapa mortal en su vida, pero tiene muy presente el dolor que sintió en cada parte de su cuerpo y el horrible ardor y sequedad en la garganta que ni siquiera el agua podía calmar, estaba asustado y confundido, gritaba el nombre de su madre creyendo que ella vendría en su auxilio, pero no lo hizo y el niño se desesperó. La sed era tan dolorosa que por un momento pensó que la garganta se le quebraría si no ingería líquido, pero el agua no bastaba, se sentía como si estuviese bebiendo un puñado de tierra. Para su mala suerte su nana, la responsable de su cuidado desde edad muy prematura, ingresó a la habitación alertada por los gritos de terror del pequeño príncipe creyendo que este se encontraba en peligro. Su aroma era apetitoso, olía a almizcle y a cierta tonalidad dulce, debido a la leve brisa proveniente de una ventana abierta la fragancia de la mujer llegó hasta Ignis quien al detectar la leve nota en el aire olfateo como una bestia hambrienta el lugar de procedencia de aquel olor tan delicioso.
Ignis no pensó, era como si el lado racional en él hubiese sido reemplazado por un salvajismo bestial que imperaba por, sobre todo. La mujer ajena al reciente cambio en el niño a su cuidado se acercó sin medir reparo, levanto la mano buscando tocar su pequeña cabeza en señal de cariño y consuelo, pero no eran los ojos tiernos del príncipe los que vio la mujer, muy por el contrario, eran los ojos de un demonio rojos como la misma sangre y con un apetito voraz. El príncipe no pudiendo controlar por más tiempo sus instintos atrapo a la mujer quien tarde comprendió su terrible error el haber ingresado a aquella pieza, y exponiendo unos enormes y perfectos colmillos perforo el cuello de su cuidadora y succiono toda la sangre que pudiera poseer ese cuerpo. La mujer gritaba aterrada e intentaba escapar, pero no existía nada que pudiera hacer, ¿Cómo luchar contra un niño que poseía una fuerza monstruosa? ¿Cómo evitar los colmillos que como cuchillas atravesaban su aorta y le robaba la vida? La mano del príncipe la sujeto con tan fuerza que el sonido del hueso siendo roto se escuchó. Cuando Ignis recupero la cordura el cadáver de su niñera se encontraba en el suelo completamente desangrado, al ver sus ropas sucias con la sangre de la mujer y la sensación deliciosa de la sustancia en sus labios supo del terrible error que cometió.
Es así que se convirtió en un asesino y se repudió por ello.
Los años pasaron y príncipe rojo alcanzó la edad adulta y una vez que obtuvo la maduración apropiada dejo de envejecer y quedó con ese rostro joven y atractivo por siempre. Su madre, más predispuesta que él a tomar las vidas de mujeres y hombres de su reino con el fin de saciar su sed no mostró escrúpulo alguno al momento de consumir la vida de su reino, la primera víctima fue el rey rojo quien se encontró en el peor lugar posible convirtiéndose en el primer aperitivo de la reina. Ignis sufría en agonía con el remordimiento de vivir a costa de inocentes, intentó alimentarse de bestias y animales domésticos pero el sabor le resultaba tan horrible y el valor nutricional no se comparaba con la sangre humana por lo que una vez cada dos meses se veía en la obligación de cazar de la forma tradicional.
Odió esa vida desde el momento en que su madre la condeno a ella, y mientras pasaron los años y veía a la gran reina roja expandirse creando neonatos para su ejército y séquito y ampliando su reino y nuevo territorio abandono el aquelarre de la reina y vago por el mundo buscando la manera de romper la maldición de la sangre.
Pero todo lo que hizo no fue suficiente y al final termino con un corazón roto cuyo dolor le duraría por toda su existencia.
Hubo una vez en la que Ignis amo, su alma asesina sintió calor y tranquilidad por una persona que visto de alguna forma fue el origen de su maldición, aun así, él lo amo más que nada en el mundo y en un arrebato de furia lo abandono condenándolo de esta a la muerte y sumergiéndolo a él aún más en su agonía.
Paso largas temporadas en el medio oriente viviendo como un nómada sin hogar ni patria, también fue al norte en las regiones heladas y habitó en la profundidad de los bosques alimentándose de animales y alguno que otro viajero o cazador incauto. Ignis se mantuvo oculto intentando mantenerse alejado de la infame reina y de su constante expansión y mientras eso ocurría y los primeros aquelarres se formaron y se ubicaron de forma estratégica a lo largo del mundo la existencia del príncipe rojo se volvió en mito, decían que había muerto a manos de un cazador, otros afirmaban que habitaba en lugares inhóspitos y alejados porque había sido exiliado por su propia madre, este último no se alejaba de la verdad con algunas variaciones. El príncipe se vio en la obligación de habitar este mundo como un ser humano ordinario dejando su vida de opulencia en el pasado. Un día un vampiro antiguo perteneciente a la primera generación de inmortales que creo su madre se presentó ante él para hacerle llegar el pedido de su madre quien deseaba verlo en persona y comprobar que se encontraba en buen estado. Ignis así lo hizo y regreso al lugar que fue su hogar, su madre lo recibió como era lo esperado ante el resto de aristócratas que fueron testigos de la aparición del famoso príncipe rojo desestimando de esa forma el falso rumor de la muerte del segundo vampiro más antiguo y poderoso.
Por medio siglo Ignis vivió en el aquelarre de la reina, se alimentó con ella y fue tratado como se esperaba de acuerdo a su posición y antigüedad. Algunos jóvenes nobles se ofrecían de forma voluntaria para que el príncipe bebiera a través de ellos, no existía mayor honor que ser el responsable de la alimentación de la familia real. Ignis acepto porque era una manera de evitar el homicidio por sus propias manos y se mantuvo fuerte y saludable por un largo tiempo.
Los años siguieron transcurriendo y una nueva era también se alzaba, el ser humano creció y progreso y levanto grandes ciudades y descubrió cosas maravillosas que fueron necesarias para el progreso. Los pueblos dejaron de ser islas y pasaron a estar conectadas por los trenes los automóviles que vinieron después y las enormes maquinas aéreas que surcaban el cielo cual aves. El mundo se movía, pero los vampiros se mantenían intactos y con la nueva alianza entre los cazadores sus eternos enemigos se dio paso a una época de paz, los nobles de los demás aquelarres decidieron unirse al progreso y crearon empresas conquistando a los humanos desde una perspectiva distinta, los sustitutos sanguíneos aparecieron y ya no existió la necesidad de cazar salvo para algunos que todavía lo practicaban por deporte.
Ignis sintió que ya era hora de buscar un nuevo camino lejos de la reina a la cual despreciaba muy en el fondo y es así que el príncipe rojo se unió al aquelarre japonés como el único pura sangre y se estableció en aquel país hasta la actualidad.
El aquelarre japonés era uno de los clanes con el mayor número de miembros, a comparación de los otros, con alrededor de 200 nobles sin contar con aquellos miembros que servían en la guardia privada.
Su líder era un vampiro antiguo que a primera vista aparentaba la edad mortal de 40 años pero que en realidad poseía más de tres siglos de existencia. Aceptó al príncipe en su aquelarre con el único propósito de ganar más relevancia con los otros clanes, le abrió los brazos al igual que lo haría un padre e incluso le ofreció a su hija como muestra de su buena fe. Ignis encontró cierta quietud en la pasividad de los bosques japoneses y la soledad de las enormes casas tradicionales. Y así Ignis continuo con su existencia, constantemente adormecido y recluido en su apartamento en una exclusiva zona de Tokio mientras intentaba borrar de su mente las huellas del pasado.
El sonido del elevador lo saca de sus cavilaciones.
―Hemos llegado señor ―habló su mayordomo permitiendo que su señor saliese primero para dirigirse al gran salón perfectamente preparado para una celebración de aquel nivel.
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