Trato.

Rosalí hacía sus labores cuando repentinamente fue mandada a llamar por el señor Winston, cuando ella le pregunto al mayordomo si acaso sabía de qué se trataba es vez, el hombre negó saber nada y solo la miró de una manera confusa.

Sin poder hacer nada y no teniendo más remedio, la mujer se encaminó al despacho de su jefe, llamando con suavidad a la puerta e ingresando al lugar una vez recibió el permiso.

—Tome asiento señorita —indico el hombre, a lo que ella obedeció tomando asiento en la silla frente al escritorio del otro.

—¿Necesita algo, señor Winston?

—En realidad, hay un asunto del que debo hablar contigo. Mira, me agradas y me pareces una mujer buena y honesta, por lo que sinceramente no me siento cómodo con lo que voy a hacer, pero es por mi hijo y haría cualquier cosa por tenerlo a mi lado —respondio el hombre, recargando su barbilla sobre sus manos unidas.

—¿De qué habla, señor? —para ese punto, Rosalí se encontraba confundida y comenzaba a asustarse.

—A lo que quiero llegar, es que mi hijo está muy interesado en ti y tiene planes de cortejo para contigo, pero tengo la sospecha de que tú, con lo que te conozco, no aceptarás a Christian y mucho menos aceptarían casarte con él si te lo propusiera —confeso el hombre.

Rosalí no entendía muy bien la situación y cada vez aumentaba su miedo. Ya se imaginaba a lo que él señor Winston podría querer llegar, seguro que no le agradaba la idea para nada y querría despedirla.

Además, estaba la cuestión principal, que era el hecho de que supuestamente Christian Winston estaba interesado en ella al punto de que ahora su padre estuviera hablando con ella e incluso mencionara el matrimonio. Ni siquiera se habían tratado lo suficiente para que él se pudiera sentir atraído tan profundamente a ella, por no mencionar los siete años de diferencia con los que ella lo pasaba a él.

No tenía ningún sentido, un hombre joven, apuesto, en forma y muy rico, fijándose en una mujer común y simple, pobre y siete años más vieja que él, además de ser su sirvienta.

Las relaciones entre sirvienta y patrón no eran extrañas, pero solo se presentaban como aventuras. La amante que además de mantener la casa en orden, calienta la cama para el patrón cuando esté está cansado de su elegante y fina esposa.

—¿Va... Va a despedirme? —pregunto la mujer con un hilo de voz, casi inaudible y que el señor Winston no habría podido escuchar de no ser por el completo silencio en la habitación y la no tan grande distancia entre ellos.

Rosalí no quería ser despedida; sería incómodo seguir trabajando en la casa con Christian ahí luego de esa conversación con el padre del joven, además de que nada le asegurará que el joven no intentará aprovecharse de ella o que tuviera dobles intenciones hacia ella, pero necesitaba demasiado el empleo, pues era lo único que le daba sustento y que además le permitía mantener a su padre tranquilo y darle las costosas atenciones médicas que necesitaba.

No podía perder el empleo, pero si el señor Winston ya lo había decidido, ella no podría hacer nada para evitarlo.

—Tranquila, Rosalí, no planeo despedirte, sino que más bien tengo un trato que ofrecerte —intento calmar él —. Iré al grano, el trato consiste en que tú aceptes a mí hijo y, en dado caso de que te pida matrimonio, aceptarás su propuesta; a cambio, no solo conservarás tu empleo aquí, sino que además te ayudaré pagando los gastos médicos y haciéndome cargo de los demás gastos que tu padre enfermo requiere, sin rebajarlo de tu sueldo, tomándolo como mi responsabilidad, por lo que tu sueldo quedará solo para ti.

»Claro que puedes negarte a mi oferta, pero está demás decir que entonces me vería obligado a no solo pedirte que abandones tu empleo, sino que además de veré ayudarte a desaparecer de la ciudad junto a tu padre; no es una amenaza, tan solo me ocuparía de buscar un nuevo hogar para ustedes muy lejos de aquí, en donde puedan adaptarse bien, encargando me por supuesto de los gastos de mudanza y de la compra de un nuevo hogar para ustedes, pero eso sería todo, usted tendría que verselas sola con el hecho de buscar un nuevo empleo para mantener a su padre.

Rosalí quedó estática en su asiento, no creyendo lo que estaba pasando. No le molestaba gastar de su sueldo casi completamente en su padre enfermo, y tampoco necesitaba que el señor Winston se hiciera cargo de los gastos, además de que tampoco le gustaba nada la idea de casarse con un hombre al que apenas conocía —y que era menor que ella—, solo por un capricho que seguramente se le pasaría pronto a dicho muchacho.

Pero no podía negarse a la ligera, pues no solo veía por ella, sino que también debía hacerlo por su padre. Rechazar el trato del señor Winston implicaría, como él ya había dicho, perder su empleo y además tener que empezar una nueva vida en un lugar bastante alejado y desconocido, añadiéndole el tener que buscar un nuevo trabajo que le diera lo suficiente para mantenerla a ella y a su padre, además de poder asegurarle los gadtos médicos del mismo.

Dudaba poder encontrar otro empleo así, como el que ahora tenía.

No le quedaban más opciones, tenía que aceptar el trato aunque no lo quisiera para nada. Todo fuera por el bien de su padre.

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