II

Christian se encontraba decaído y apurado; pese a que ya no contaba con el peso extra de las labores que se le habían añadido para el cuidado de la difunta señora Winston, era complicado cuando un aura tan oscura inundaba la casa. El señor Winston iba de un lado a otro en cuanto al ánimo, pesé a haber transcurrido un mes desde el fallecimiento de su mujer.

Era entendible su dolor, pero eso solo complicaba la vida de los mismos empleados; al mayordomo le había costado bastante sacarlo de su estudio y llevarlo a sus habitaciones, por no hablar del esfuerzo descomunal que le inquirió conseguir que comiera y se duchara, pero lo que no había conseguido aún era que el hombre dejará la bebida.

Esa tarde era el día libre de Christian, por lo que alejando todos esos malos pensamientos tomo lo necesario para salir de la mansión y marcharse a su casa. Él contaba con una semana de descanso, trabajando por casi un mes entero y descansando una semana fuera de la mansión para poder pasar tiempo con su padre.

Salió a prisa del ahora lóbrego lugar y pidió un taxi; la casa de su padre no estaba demasiado lejos, pero era la distancia suficiente para necesitar un transporte. Al llegar al lugar, bajo del auto y pago al chófer antes de girarse y quedarse contemplando por un rato la casa delante suya.

La fachada era vieja pero cuidada gracias a que él se encargaba de que así fuera, evitando le cualquier dificultad a su padre enfermo; tenía techos altos y grandes ventanas, pero pesé a dar la impresión de ser una casa acomodada, uno podía darse cuenta de que no era así una vez que veías el poco espacio que en realidad abarcaba. No era una casa muy grande, pero estaba bien para un solitario anciano y su enfermera.

Dejo de mirar la casa una vez que se dio cuenta de las extrañas miradas que recibía, por lo que subió el par de escalones y con sus llaves abrió la puerta para ingresar al lugar, cerrando la puerta tras de sí.

La habitación de su padre estaba en el primer piso andando por el pasillo colateral a la sala; cuando ingreso al lugar, su padre estaba recibiendo la comida con ayuda de la enfermera, la mujer al ver a Christian ingresar a la habitación le dirigió una sonrisa y se levantó de su lugar en la silla junto a la cama del hombre mayor una vez le hubo dado la última cucharada de comida.

—Buenas tardes, señor Christian —dijo la enfermera.

—Buenas tardes, Fernanda. Hola papá —respondio Christian, tomando asiento en la esquina de la cama, a los pies de su padre.

—Hola campeón, hoy has llegado un poco más tarde.

—Sí, lo siento papá, tenía que dejar todo en orden en el trabajo antes de venir —se volvió a Fernanda para hablar con ella a continuación—. ¿Cómo se ha portado mi padre? ¿No te ha dado problemas?

—Para nada, señor. Su padre es un hombre fácil de tratar, además de educado y respetuoso.

Ante esas palabras, el hombre mayor soltó una suave risa, pero lucía notablemente conmovido por las buenas palabras.

—Me halagaz, querida —dijo el hombre.

—Me alegra que sea así, significa que sigues siendo el hombre de siempre padre.

Aclaro entre risas Christian. La enfermera intercambio un par de palabras más con ambos antes de juntar sus cosas e irse; la semanas que Christian tenía de descanso, era precisamente los dias en que Fernanda podía ir a su propia casa a descansar.

—Bueno Chris, ahora somos tú y yo. Te extrañe, hijo.

Christian tomo sus maltratadas manos entre las suyas al haberse movido más cerca a él.

—Yo también te extrañe papá. ¿Cómo has estado? ¿Te has sentido mal?

—He estado bien, no me he sentido mal, sabes que de ser así Fernanda te lo habría comentado de inmediato, no te preocupes. Mejor dime, ¿cómo has estado tú? Fernanda me dijo que las noticias hablaban de la muerte de tu patrona.

—Es verdad —exclamo él con cansancio—. La señora Winston falleció hace cosa de un mes; al principio, cuando enfermó, las cosas iban normal, pero cuando su enfermedad empeoró todo se volvió tedioso, en un ir y venir por toda la mansión, con todos atareados de trabajos, procurando su comodidad; pero una vez que hubo fallecido, el señor Winston se la ha pasado deprimido al punto que costó mucho que comiera y se duchara, aunque aún no ha dejado la bebida, lo anterior ya ha sido un gran paso de parte de parte del mayordomo.

»Pero desde entonces, toda la casa se ha llenado de un aura deprimente y pesada, casi agobiante.

—Bueno hijo, creo que se veía venir, es lo natural, a menos que tu jefe fuera un insensible que no sentía el mínimo afecto por su difunta esposa. ¿Recuerdas cómo fue todo cuando tú madre murió?—dijo el padre.

—Lo recuerdo, padre, pero la diferencia es que tú no te entregaste a los vicios y te dejaste caer por eso, sino que aprendiste a sobrevivir de esa manera y te aferraste con cariño al recuerdo de mamá —protesto él.

—Oh cariño, cada persona lleva sus duelos a su manera. Además, yo no podía dejarme caer, porque aunque me doliera demasiado, no solo tenía que pensar en mi mismo, sino que tenía que velar por ti, que eras un jovencito que acababa de quedarse huérfano de madre.

—Eso es otro de los puntos que más me consterna, padre. Cómo ya te había contado hace tiempo, los Winston tienen una hija a la que hace diez años enviaron a Europa; la cosa es que, su padre le rogó que viniera antes de que su madre muriera, pero ella se negó a volver pesé a eso, su pobre madre murió rogando que llevarán a su hija ante ella antes de morir, pero no pudo tener su último deseo porque la misma hija se negó rotundamente a verla. Y ahora que quizá podría ser un consuelo para su padre, tampoco se ha dignado a venir a verle.

»No me puedo creer que existan hijos tan crueles y mal agradecidos con sus propios padres.

El padre de Christian apretó sus manos con las suyas, y dirigiéndole una mirada comprensiva hablo, aunque sus palabras no fueron lo que él en verdad deseaba oír.

—Bueno cariño, no podemos juzgarla sin conocer sus motivos; tal vez hay algo mas que impidió que volviera, o quizá sea una mujer vengativa que guarda recentimiento hacía sus progenitores, pero nosotros no conocemos la profundidad de la situación, y tampoco podemos decir que agresiones puede soportar cada ser humano y que no.

»Asi que, o es una mujer demasiado cruel y frívola, o es una joven dolida y lastimada por sus propios padres, lo cual puede ser uno de los dolores más grandes del ser humano. Pero mientras no sepamos con claridad cuál de las dos es, o si no es ninguna de ellas, entonces no podremos juzgarla o hablar ni mal ni bien de esa muchacha.

Salió de la casa de su padre, sintió que ya lo extrañaba pesé a solo llevar un par de minutos de haberse despedido de él.

Siempre era doloroso dejarlo, pero tenía que hacerlo si quería poder mantenerlo cómodo y estable. Fernanda había llegado muy temprano ese día, por lo que no había escusa para retrasar su regreso a su trabajo; cuando llegó a la mansión todo fue extraño, era como si repentinamente el lugar hubiera cambiado en tan solo una semana.

Ya no sentía esa aura apesadumbrada que lo había despedido cuando salió para tomar su descanso, ahora los empleados lucían ansiosos pero más ajetreados que antes, como si las cosas volvieran a ser exactamente las mismas que antes de que muriera la señora del hogar.

Christian no pudo más con la curiosidad, por lo que una vez hubo dejado las pocas pertenencias que se había llevado a casa de su padre en su habitación en la mansión, y luego de haberse mudado de ropa por su uniforme de trabajo, se dirigió hasta el mayordomo en un pequeño momento en que ambos se toparon y le cuestionó lo que ocurría.

—Señor Thomas, ¿es mi imaginación, o en verdad algo cambio mientras no estaba? —pregunto él.

—No está equivocado, joven. Mientras usted estaba en casa de su padre, aquí las cosas cambiaban de un día para otro —respondio el otro con su usual tono elegante.

—¿Qué ocurrió?

—Tuvimos una visita fuera de lugar de la antigua enfermera, Alejandra, la antigua ayudante de la doctora que estuvo a cargo de la difunta señora Winston. El caso es que, según sus palabras, se había encariñado tanto con la señora Winston que quiso venir a ver al señor Winston y darle sus condolencias personalmente, queriendo asegurarse de que estuviera bien al saber lo dolorosa que es una perdida.

—Bueno, eso sí que está fuera de lugar. Para empezar, la señora Winston ni siquiera se relaciono mucho con ella, prefería las atenciones de su servidumbre y solo toleraba las de la doctora dado que ella era la única que podía ayudarla realmente en cuestiones médicas, por no hablar de su asistente que hacía menos que dicha doctora.

—Así es, además de lo poco profesional que es el que viniera de esa manera a dar "consuelo" a un hombre recién viudo y rico además, con el cual no tenía menor relación que la necesaria dado su trabajo con la difunta esposa —concordo el mayordomo.

—Pero, ¿eso es todo lo que ocurrió? ¿Solo por eso la casa parece haber cambiado radicalmente? —volvio a inquirir el joven.

—No, el caso es que desde su visita, ella no ha parado de verse con el señor, y éste de pronto abandono sus habitaciones y parece más animado que antes. Una actitud peculiar, por no decir, demasiado extraña dado que no hace tanto él hombre parecía demasiado miserable y no salía de su habitación.

—Lo es, pero es mejor eso a que continúe encerrado en su habitación, completamente ebrio.

Él mayordomo río tras ese comentario y luego agrego:

—El amo no ha dejado la bebida, pero tiene razón en que al menos volvió bien a sus negocios y ya no se la pasa encerrado, además de que bebe menos y evita no embriagarse con regularidad.

—Entonces, ¿eso significará algo importante?—pregunto el joven.

—Puede ser, joven, así que lo mejor es que estemos preparados, porque o esa mujer es muy buena como terapeuta, o en verdad a logrado dar un paso importante con el señor Winston.

Christian asintió, pensativo ante las posibilidades. Después de eso, cada uno tomo su camino y siguieron haciendo sus labores, pero Chris no pudo sacarse lo de la enfermera de la cabeza.

No habían convivido lo suficiente, ni siquiera habían intercambio palabras mientras estaban a los servicios de la señora Winston, pero sin duda no tenía una buena impresión de ella luego de las palabras del mayordomo, aunque tampoco se preocupaba tanto por eso, sin embargo era inevitable pensar en como sería si al final ella terminará convirtiendose en la nueva señora Winston.

¿Podrían ellos acostumbrarse a eso luego de haber estado tan acostumbrados a la difunta señora Winston? Quizá sí, después de todo, aunque fuera difícil debían hacerlo si eso pasaba a menos que planearan perder el trabajo.

Luego de no llegar a nada con esa maraña de pensamientos, Christian resolvió dejarlo de lado y no preocuparse por cosas que ni siquiera estaban confirmadas, optando por seguir la conocida frase: "surfear la ola cuando llegue".

Cuando llegó la hora de comer, en cambio, lo que se hablaba entre dos de las otras sirvientas en el comedor de la servidumbre fue algo a lo que él no pudo hacer de lado, pues había sido un tema que lo había consternado y aún no lograba creer posible. Era Rosalí Winston.

—¿Estas segura de lo que oíste? ¿Segura que era la hija?—pregunto una de las chicas.

—Lo estoy, iba pasando por ahí y la puerta estaba entre abierta, por lo que escuche todo con claridad, incluso pude ver el estado agitado y lamentable del señor Winston —respondio la otra.

—¿De qué hablan ustedes dos? —pregunto Christian, sobresaltado a las dos chicas, que se giraron alarmadas al verlo, pero parecieron recomponerse una vez procesaron de quién se trataba.

—Christian, que susto nos has metido. Debes usar un cascabel o algo así —exclamo la primera mujer, la que no había afirmado escuchar al señor Winston, con una mano sobre el pecho con fuerza.

—Lo siento, chicas, pero ustedes eran las distraídas. Olvidemoslo, y cuéntenme, ¿de qué hablaban? —insistió él.

—Estaba diciéndole que escuche cuando el señor Winston hablaba por teléfono con su hija; el pobre hombre suplicaba que volviera, que se apiadara de su padre y volviera con él, incluso estaba de rodillas mientras parecía al borde del llanto, pesé a qué su hija no podría verlo —narro la segunda chica—. Pero todo lo que obtuvo por respuesta fue un seco: "lo siento, no puedo ahora" Y corto la llamada.

Christian no supo que decir salvo por expresar su pena hacía su jefe y partir a la cocina a ayudar a servir la comida. No podía decir que le sorprendía lo que le contaron sus compañeras, después de todo, si la chica se había negado a ver a su madre en sus últimos días, menos le importaría su miserable padre; pero aún así, la sensación que le dejaba el asunto fue algo desagradable.

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