Los muertos se van y los vivos quedan.

Rosalí se encontraba decaída y apurada; pese a que ya no contaba con el peso extra de las labores que se le habían añadido para el cuidado de la difunta señora Winston, era complicado cuando un aura tan oscura inundaba la casa. El señor Winston iba de un lado a otro en cuanto al ánimo, pesé a haber transcurrido un mes desde el fallecimiento de su mujer.

Era entendible su dolor, pero eso solo complicaba la vida de los mismos empleados; al mayordomo le había costado bastante sacarlo de su estudio y llevarlo a sus habitaciones, por no hablar del esfuerzo descomunal que le inquirió conseguir que comiera y se duchara, pero lo que no había conseguido aún era que el hombre dejará la bebida.

Esa tarde era el día libre de Rosalí, por lo que alejando todos esos malos pensamientos tomo lo necesario para salir de la mansión y marcharse a su casa. Ella contaba con una semana de descanso, trabajando por casi un mes entero y descansando una semana fuera de la mansión para poder pasar tiempo con su padre.

Salió a prisa del ahora lóbrego lugar y pidió un taxi; la casa de su padre no estaba demasiado lejos, pero era la distancia suficiente para necesitar un transporte. Al llegar al lugar, bajo del auto y pago al chófer antes de girarse y quedarse contemplando por un rato la casa delante suya.

La fachada era vieja pero cuidada gracias a que ella se encargaba de que así fuera, evitando le cualquier dificultad a su padre enfermo; tenía techos altos y grandes ventanas, pero pesé a dar la impresión de ser una casa acomodada, uno podía dearse cuenta de que no era así una vez que veías el poco espacio que en realidad abarcaba. No era una casa muy grande, pero estaba bien para un solitario anciano y su enfermera.

Dejo de mirar la casa una vez que se dio cuenta de las extrañas miradas que recibía, por lo que subió el par de escalones y con sus llaves abrió la puerta para ingresar al lugar, cerrando la puerta tras de sí.

La habitación de su padre estaba en el primer piso andando por el pasillo colateral a la sala; cuando ingreso al lugar, su padre estaba recibiendo la comida con ayuda de la enfermera, la mujer al ver a Rosalí ingresar a la habitación le dirigió una sonrisa y se levantó de su lugar en la silla junto a la cama del hombre una vez le hubo dado la última cucharada de comida.

—Buenas tardes, señorita Rosalí —dijo la enfermera.

—Buenas tardes, Fernanda. Hola papá —respondio Rosalí, tomando asiento en la esquina de la cama, a los pies de su padre.

—Hola cariño, hoy has llegado un poco más tarde.

—Sí, lo siento papá, tenía que dejar todo en orden en el trabajo antes de venir —se volvió a Fernanda para hablar con ella a continuación—. ¿Cómo se ha portado mi padre? ¿No te ha dado problemas?

—Para nada, señorita. Su padre es un hombre fácil de tratar, además de educado y respetuoso.

Ante esas palabras, el hombre soltó una suave risa, pero lucía notablemente conmovido por las buenas palabras.

—Me halagaz, querida —dijo el joven.

—Me alegra que sea así, significa que sigues siendo el hombre de siempre padre.

Aclaro entre risas Rosalí. La enfermera intercambio un par de palabras más con ambos antes de juntar sus cosas e irse; la semanas que Rosalí tenía de descanso, era precisamente los dias en que Fernanda podía ir a su propia casa a descansar.

—Bueno cariño, ahora somos tú y yo. Te extrañe, hija.

Ella tomo sus maltratadas manos entre las suyas al haberse movido más cerca a él.

—Yo también te extrañe papá. ¿Cómo has estado? ¿Te has sentido mal?

—He estado bien, no me he sentido mal, sabes que de ser así Fernanda te lo habría comentado de inmediato, no te preocupes. Mejor dime, ¿cómo has estado tú? Fernanda me dijo que las noticias hablaban de la muerte de tu patrona.

—Es verdad —exclamo ella con cansancio—. La señora Winston falleció hace cosa de un mes; al principio, cuando enfermó, las cosas iban normal, pero cuando su enfermedad empeoró todo se volvió tedioso, en un ir y venir por toda la mansión, con todos atareados de trabajos, procurando su comodidad; pero una vez que hubo fallecido, el señor Winston se la ha pasado deprimido al punto que costó mucho que comiera y se duchara, aunque aún no ha dejado la bebida, lo anterior ya ha sido un gran paso de parte de parte del mayordomo.

»Pero desde entonces, toda la casa se ha llenado de un aura deprimente y pesada, casi agobiante.

—Bueno hija, creo que se veía venir, es lo natural, a menos que tu jefe fuera un insensible que no sentía el mínimo afecto por su difunta esposa. ¿Recuerdas cómo fue todo cuando tú madre murió?—dijo el hombre.

—Lo recuerdo, padre, pero la diferencia es que tú no te entregaste a los vicios y te dejaste caer por eso, sino que aprendiste a sobrevivir de esa manera y te aferraste con cariño al recuerdo de mamá —protesto ella.

—Oh cariño, cada persona lleva sus duelos a su manera. Además, yo no podía dejarme caer, porque aunque me doliera demasiado, no solo tenía que pensar en mi mismo, sino que tenía que velar por ti, que eras una jovencita que acababa de quedarse huérfana de madre.

—Eso es otro de los puntos que más me consterna, padre. Cómo ya te había contado hace tiempo, los Winston tienen un hijo al que hace diez años enviaron a Europa; la cosa es que, su padre le rogó que viniera antes de que su madre muriera, pero él se negó a volver pesé a eso, su pobre madre murió rogando que llevarán a su hijo ante ella antes de morir, pero no pudo tener su último deseo porque el mismo hijo se negó rotundamente a verla. Y ahora que quizá podría ser un consuelo para su padre, tampoco se ha dignado a venir a verle.

»No me puedo creer que existan hijos tan crueles y mal agradecidos con sus propios padres.

El padre de Rosalía apretó sus manos con las suyas, y dirigiéndole una mirada comprensiva hablo, aunque sus palabras no fueron lo que ella en verdad deseaba oír.

—Bueno cariño, no podemos juzgarlo sin conocer sus motivos; tal vez hay algo mas que impidió que volviera, o quizá sea un hombre vengativo que guarda recentimiento hacía sus progenitores, pero nosotros no conocemos la profundidad de la situación, y tampoco podemos decir que agresiones puede soportar cada ser humano y que no.

»Asi que, o es un hombre demasiado cruel y frívolo, o es un joven dolido y lastimado por sus propios padres, lo cual puede ser uno de los dolores más grandes del ser humano. Pero mientras no sepamos con claridad cuál de las dos es, o si no es ninguna de ellas, entonces no podremos juzgarlo o hablar ni mal ni bien de ese hombre.

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Angi Jose

Angi Jose

se ve interesante

2022-12-05

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